Por Lola Fernández.
Viví en Gibraleón, a 15 km. de Huelva capital, durante tres años, y en el primero de ellos me dediqué a conocer la provincia cogiendo la camioneta, que así llaman al autobús, y el tren; los dos siguientes años ya tenía mi primer coche, y me gustaba recorrer la costa, hacia el oeste, llegando desde Punta Umbría a Isla Canela, y hacia el este, desde Mazagón a Matalascañas. Precisamente esa es la Costa de la Luz onubense, entre la desembocadura del Guadiana y la del Guadalquivir, y elegir la luz para denominarla es perfecto, sólo hay que conocerla para saber que es así, allí y en su hermana gaditana, que va desde Sanlúcar de Barrameda a Tarifa. Se me hace muy difícil aprehender en un artículo las sensaciones y los sentimientos de un lugar, o una zona y sus lugares, pero desde ya quiero capturar esa luz, la arena, el olor del océano, los pinares, las dunas, las largas playas casi vírgenes a pesar de la afluencia turística en algunas de ellas… Tiene la costa onubense, hermanada en espejo con la del Algarve portugués, algo que la hace única y diferente, y es sentir que no ha pasado el tiempo y el boom turístico no ha llegado a la mayoría de sus rincones, gracias a la especial protección de sus ricos espacios naturales: Doñana, ríos Tinto y Odiel, sus diversas marismas, etc. Las playas onubenses, desde las de Ayamonte a las de Almonte, poseen un algo muy especial que te reconforta, de pura naturaleza y soledad, como si tanta belleza te hiciera consciente de la pequeñez del ser humano, y del compromiso que todos debiéramos tener para no acabar con la grandeza de ecosistemas tan importantes como frágiles. No sé si hay quien no se emociona viendo bandadas de cigüeñas, o de flamencos, o de tantas especies de ánades y demás aves gregarias, volando sobre las orillas del mar, cuando sueñas con tus cosas mirando esos infinitos de profundo azul, pero es muy difícil permanecer impasible ante algo así.

Playas preciosas y kilométricas conjugan lo urbano y lo salvaje y no dejan indiferente a nadie, a veces con nombres que son pura poesía, en un litoral en el que se desperdigan interesantes y hermosas localidades y lugares llenos de historia, o tan pintorescos como El Rocio, junto a Doñana. Ayamonte, ciudad fronteriza frente a Portugal, posee la belleza que combina mar y río, con magníficas playas, como la de Isla Canela, que ya por su solo nombre enamora. Isla Cristina, con su puerto, que te regala auténtica vida pesquera y que cuenta con una ruta de puestas de sol entre el mar y la tierra. Las playas de Lepe, con mayor afluencia turística, y las de Cartaya, como el Rompido, con sus dos faros, en las marismas del Río Piedras. Playas como las de la Mata Negra y la de los Enebrales, ya en Punta Umbría, quedan al oeste de las marismas del Odiel, a la altura de la capital; es una oportunidad para visitarla, y acercarse al Monasterio de la Rábida y a Palos de la Frontera, muy relacionados con la historia colombina. Siguiendo ya por la costa oriental, camino del Guadalquivir, las playas de Mazagón, y la llamada Del Parador, auténticamente salvaje y atlántica, y más si vas en invierno. Dentro del Parque Nacional de Doñana hay varias playas, como Torre del Loro, Torre de la Higuera y Playa de Doñana, a la que puedes ir en barcaza desde Sanlúcar, pero también directamente desde Matalascañas, rodeada por completo por el parque, que pertenece a Almonte, como el citado El Rocío, famoso mundialmente por su peregrinación mariana, la romería rociera. Imposible ir más allá de nombrar unos pocos lugares que pueden dar una idea de la idiosincrasia de estas tierras, sin olvidar el condimento, nunca mejor dicho, de la gastronomía y los vinos de Huelva. Famosos son los vinos del Condado, de los que el poeta y premio Nobel de Moguer, Juan Ramón Jiménez, hablaba con entusiasmo en su universal Platero y yo. Y si añadimos las bondades del jamón de Jabugo, de las fresas y los cítricos, no dejaremos solas a las gambas de Huelva, exquisitas como pocas. Mar y tierra en una conjunción que te llevará directamente al cielo desde la Costa de la Luz, con tantos ingredientes deliciosos, para el paladar y los sentidos todos, que creerás estar en el paraíso y no tendrás mejor escenario para perderte.