Por Lola Fernández.
Si se recorren estos días las carreteras y caminos de España, se tiene la oportunidad de ver unos campos y una naturaleza vestidos de preciosos verdes que nos hacen recordar la mucha lluvia caída esta primavera; y en el paisaje, aportando aún mayor belleza y salpicando de color azul violeta el rico verdor, los jacarandás. No me importaría tener un jardín con uno de estos bonitos árboles, y a su sombra dejar pasar mi tiempo sin que la actualidad mundial me amuermase como lo hace. Tal vez sus flores me hicieran olvidar el asco que me provoca que Israel parezca haber olvidado por completo el holocausto nazi contra los judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial, entregado por completo a exterminar palestinos en un repugnante genocidio ante el que el mundo parece mirar hacia otro lado, salvo excepciones. Condenar los asesinatos de Israel en la franja de Gaza no es, en absoluto, estar en contra de los judíos; y justificarlos por la repugnante matanza cometida por Hamás es un completo sinsentido, porque la desproporcionada venganza es insoportable, aparte de que los servicios secretos israelíes conocían de antemano los planes de los terroristas y no hicieron nada para evitarlos. Los terroristas provocan repugnancia, pero un Estado no puede descender a su nivel sin convertirse asimismo en terrorista, y el primer ministro de Israel, Netanyahu, pasará a la Historia como un repulsivo carnicero a la altura de los más sanguinarios nazis; y el mundo será considerado cómplice por no evitar el exterminio de palestinos inocentes y ajenos a Hamás.

Igual a la sombra del jacarandá podría no desesperarme al ver que el presidente de los EE.UU. es un loco mesiánico al que el mundo deja hacer y deshacer, mientras hunde economías y vuelve majaras a todos con sus chifladuras: como esos porcentajes de aranceles, que lo mismo suben que bajan, se congelan o se activan, y sólo nos sirven para sospechar el grado de imbecilidad que se ha apoderado del poder norteamericano, con un preocupante fascismo que alienta a los muchos candidatos a sátrapas que pululan por doquier, cada vez con menos máscaras, porque el personal está muy por la labor, que todo hay que decirlo. Podría igualmente olvidar a otro que bien baila, ese Putin gris y plomizo que juega a provocar al mundo divirtiéndose con su guerra en Ucrania, que mata a ucranianos y rusos indistintamente a base de drones y misiles, hablando a veces por teléfono con Trump, que ya imagino qué tipo de conversación será esa que quieren vender al mundo como negociaciones para la paz: dos energúmenos bien puestos diciendo chorradas sin más, y compitiendo a ver quién es el más poseso. Todo insoportable, de manera que como no tengo jacarandá ninguno, me voy a tener que inventar otros modos y maneras de que las informaciones sobre el mundo y sus eventos no me hagan mella y pueda vivir libre de su nefasto influjo. Por ejemplo, y me sirve de imagen para el artículo, un paseo al atardecer por una tranquila playa casi desierta a orillas del Mediterráneo, encontrándome ante un grupo de elegantes sombrillas de carrizo que se me asemejan a unas sutiles bailarinas prestas a iniciar una danza frente al mar, cuando las aguas y el cielo combinan sus colores abrazándose a una línea de horizonte que enseguida desaparecerá al caer la noche; no es una mala opción para que queden igualmente en la oscuridad todas las cosas feas que nos desaliñan la vida.