666. Esencia menguante

Por Lola Fernández.

Hay lugares de población acentuadamente menguante, como Fregenite, en la Alpujarra granadina, de naturaleza tan dispersa que la llaman diseminado del municipio de Órgiva, que ha saltado estos días a la prensa por aprovechar sus fiestas para homenajear a una vecina centenaria, de los tres habitantes con los que cuenta en la actualidad, cuando llegaron a ser 241. Es de suponer que el lugar pasará a formar parte de eso que llamamos la España vaciada, de tan incierto futuro por su esencia decreciente, que, sin prisa pero sin pausa, va caminando de la existencia real a la nada, igualmente cierta. Hay también personas que se van encogiendo progresivamente, tales como el protagonista del libro El increíble hombre menguante, de Richard Matheson, novela de ciencia ficción llevada en dos ocasiones al cine. Pero la esencia menguante que me parece más deprimente es la que percibo en nuestro país, en una serie de aspectos en los que, si se compara el hoy con el ayer, claramente hay una involución en la que el retroceso es un proceso más que evidente, que, a mi modo de ver, supone un innegable empobrecimiento en aquello relativo a la honestidad, la integridad y la misma decencia. Por supuesto que todo ello nos conduce a matices que tienen que ver sobre todo con el respeto, la ética o la moral, los llamemos como más nos guste, o como menos nos disguste, que lo mismo da.

Foto: Lola Fernández

Un país menguante es aquel, que encima tenemos la desgracia de que es este, en el que se ha pasado de dar la mano y ayudar al necesitado a querer hundirlo en el mar, o echarlo de su casa y dejarlo sin hogar. Aquel en que el respeto institucional ha virado al insulto grave y generalizado contra la autoridad. Un país en retroceso, que valora el hacer trampas, el robar, el ser corrupto, a la par que se ignora el talento y la generosidad; en el que se aplaude a los sátrapas, vitoreando a quienes manipulan a la masa ignorante, recortando sus derechos y libertades, y agrediendo a quienes luchan por ampliar el bienestar social. Un país menguante en el que una mayoría creciente estrecha sus miras y recoge velas, obstaculizando el progreso y estorbando más que apoyando, por el puro placer de hacerlo, sin mayores propósitos. Molestar por molestar, insultar por insultar, chulear vanagloriándose, con el orgullo bravucón de los necios; esa es la dinámica que sobresale, no por su superioridad, sino por gritar más fuerte y hacer más ruido. Afortunadamente, frente al retroceso y esta pegajosa esencia progresivamente decreciente, hay todo un mundo que sueña con un futuro mejor, sin nostalgias de un pasado tan turbio como desechable. Espero que su empuje sea más que suficiente para acabar con el profundo declive que supone cualquier tentación de volver atrás, y entierre para siempre los intentos de volver a la desigualdad y cualquier manifestación que pueda tomar el abuso del poder. Es importante no dejarse llevar por las marejadas circundantes, y procede permanecer con el ánimo despierto pero tranquilo, siempre evitando las provocaciones, sin olvidar que, de enfrentarnos a un tonto, él siempre ganará, aunque sólo sea porque tiene mucha más práctica.