668. Lo más importante es la salud

Por Lola Fernández.

Es verdad que las buenas formas se abren camino sin dificultad frente al gesto hosco, que las maneras suaves vencen ante cualquier aspereza, pero, ay, se pueden tener perfectos modales y una exquisita cortesía y, al mismo tiempo, no parpadear mientras eres responsable de que la vida de muchos representados por ti, que tanta educación ostentas, se vaya deteriorando en aspectos tan esenciales como la salud, la ayuda a la dependencia, la igualdad de acceso a la atención médica, por quedarme en lo relativo a la sanidad. Cuando ejerces la mayoría absoluta, eres absolutamente responsable de todos los problemas que tu inoperancia provoca, o, peor aún, lo que tu persistente operatividad para favorecer lo privado frente a lo público propicia. Conozco a pocas personas que no estén de acuerdo en que lo más importante es la salud, en que de qué nos sirve nada si no tenemos la vitalidad y la energía suficientes para disfrutarlo. Sé que nuestro sistema de sanidad pública siempre ha sido fuerte y magnífico, y nos ha cuidado por igual, preocupándose por el bienestar general sin atender al nivel económico y sin hacer distingos entre pobres y ricos. Una Seguridad Social fuerte y con suficientes inversiones sirve, nada menos, para proteger a la población en su conjunto, promoviendo una justicia social que no deja fuera a nadie, aunque no pueda pagar esa protección contra enfermedades, invalidez, paro o la misma vejez. Pero también sé que en Andalucía, que es mi tierra y la vivo día a día, se están cargando el sistema público en favor del privado, exclusivo para quien lo pueda pagar, y eso es un auténtico atentado contra la ciudadanía en general, favorecedor del amiguismo más indecente e indisimulado.

El último escándalo tiene que ver con algo tan serio como el cáncer de mama: la Junta de Andalucía, con su caudillo a la cabeza, tan preocupado él por mascotas y gimnasios, reconoce graves retrasos en el programa de detección precoz de este tipo de cáncer, que han provocado que la enfermedad avanzara en mujeres afectadas, mientras el diagnóstico quedaba arrinconado en los cajones de la estéril gestión de tanto chupón. Ante ello, una sonrisa y buenas palabritas, la delicadeza y la educación por delante, sin importar lo más mínimo la vida de las mujeres afectadas y olvidadas, a veces durante un tiempo de dos años, que se dice pronto. Las mujeres, cómo no, siempre víctimas, y no es victimismo, sino pura realidad desgraciadamente. Asesinadas, sin que los minutos de silencio sirvan de mucho para que sus verdugos paren ya de comportarse como depredadores del género femenino. Apaleadas e insultadas, tanto en la vida real como en la virtual, que ahí está el brutal acoso misógino y machista en las redes mal llamadas sociales. Acosadas igualmente en lo que debiera ser el libre ejercicio de sus derechos, y muy especialmente los relativos al propio cuerpo, con lo último en desvergüenza: ese inventado síndrome post aborto, con la pseudociencia siempre abrazada por la repugnante ultraderecha para atacar a las mujeres y nuestros derechos como personas. Me parece cuando menos muy curioso que otra caudilla, esta de fuera de Andalucía, por fortuna, se preocupe por un supuesto alcoholismo sobrevenido en la mujer que decide libremente abortar, cuando ella en tantas apariciones públicas muestra cogorzas que no le permiten ni hablar con claridad. Sólo espero que, ya que tanto apreciamos lo que esta gentuza nos está robando sin miramientos y sin esconderse, utilicemos las urnas para despojarles de un poder que no se merecen, pues no lo usan para favorecer a la ciudadanía, sino para el puro amiguismo.