Vivencias de confinamiento, 2

Por Lola Fernández Burgos.

Dicen que es preferible reír que llorar, y así parece que lo entendemos en esta situación de encierro, cuarentena o confinamiento, que podemos llamarla de una u otra manera según nos encontremos; dejando que el humor nos haga compañía, casi como una protección contra el desespero. En algo solemos coincidir cuando comentamos cómo estamos viviendo dicha situación: parece como si estuviéramos montados en una gran noria, de esas que ahora suelen estar en las grandes ciudades, como atracción turística más que local, para disfrutar de unas buenas vistas mayormente. Y lo que tienen las norias es que cuando estás arriba tu visión es magnífica, cosa que no ocurre cuando estás abajo, sin olvidar el vértigo que se siente mientras bajas, o también cuando subes. Y no me negarán que no fluctúan ustedes entre el optimismo, el pesimismo, y una sensación de irrealidad que a veces marea. Somos seres sociables obligados por las circunstancias a vivir sin relacionarnos socialmente, y eso produce inquietud, temor e incertidumbre, que nos hace recurrir a la risa para no caer en el llanto. Cierto que lo que estamos viviendo no tiene nada de gracia, pero el instinto de supervivencia nos hace buscar algo que nos libere de lo feo y al menos nos haga sentir las ventajas del humor, que siempre se ha asociado con la inteligencia. Si somos seres superiores, lo seremos gracias a que no nos hundimos en los malos momentos, y a que podemos inventar una apariencia amable para la realidad cuando se torna desagradable. Pienso, por ejemplo, en ese padre de La vida es bella, evitando que su hijo sufra conociendo lo que ocurre a su alrededor; algo que no es sólo un guion cinematográfico, pues es muy cierto que la realidad supera la ficción.

Así que no tiene nada de extraño que durante estas semanas de preceptivo confinamiento, nos acompañen las risas. Por lo que nos llega a los móviles, que verdaderamente son el invento más preciado ahora mismo, y por cómo compartimos nuestras vivencias con los demás, restándoles el dramatismo que a veces encierran, y quedándonos con lo cómico que sólo los humanos somos capaces de ver en los duelos y el dolor. En el simple hecho de salir a tirar la basura y a comprar al súper más cercano, podemos ponernos a llorar por la confusión de sensaciones y sentimientos que nos embargan, en un tiempo que parece detenerse y absorbernos hasta el mismo momento en que volvemos a casa y nos sentimos a salvo, literalmente; o partirnos de la risa contando lo que hemos vivido desde el mismo momento de salir por la puerta. Seguro que están ustedes de acuerdo en que es mucho mejor reírnos, reír un montón y exageradamente, porque en el fondo sabemos que estamos haciendo un alarde de ingenio e imaginación por salir adelante sin que nos hundan las circunstancias. Tratando a la vez de quitar los miedos a quienes nos rodean y a quienes más queremos, estén cerca o lejos, acompañados o a solas. Cómo no vamos a reírnos, aunque nos martilleen cifras que nos aterran, de contagiados y de muertos, en un continuo insoportable que va sumando, sumando y sumando. Nos quedamos sí o sí con la esperanza, y con la certeza de que esto pasará y será algo que por supuesto nunca olvidaremos, pero de lo que seguro que como especie aprenderemos, si es que en verdad somos seres inteligentes. Estoy convencida de que cuando podamos salir y relacionarnos con normalidad otra vez, ya nada será igual, porque sencillamente seremos personas nuevas. Las experiencias tan inesperadas y fuertes como las que nos vemos obligados a vivir, lo queramos o no, lo aceptemos o no, lo asimilemos o no, no pasan sin huella. De nosotros y de nuestra inteligencia como sociedad avanzada depende que sepamos quedarnos con lo positivo y aprender de lo negativo, en evitación de que se repitan los errores que se hayan podido cometer. Será tan importante como que ahora optemos por la risa y el quitarle capas de fealdad a lo que nos rodea, en lugar de despeñarnos por abismos de dolor y pesimismo. Siempre nos quedará la posibilidad de la alegría y la esperanza, para no dejarnos llevar por las penas y la tristeza sin salida.