674. Si me dan a elegir

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Podríamos decir sin equivocarnos que son malos tiempos para los principios que guían las conductas sociales por el camino correcto y adecuado, pero no por ello vamos a dejar de ser, a nivel individual, portadores de valores que nos diferencien y conviertan en una buena persona, faltaría más. Precisamente, ante las dificultades y cuando más ruido haya, hemos de abrir cauces de singularidad, emprendiendo rutas personales que nos hagan sentirnos bien con nosotros mismos, teniendo siempre la claridad de ideas y convencimientos para, en caso de conflicto, elegir. No se trata de ganarse el cielo, pero hay cosas que no sólo son feas y están mal, tal como la mentira, sino que además son pecado, por lo que, si se es creyente, hay como un plus de exigencia; aunque si quieres arroz, Catalina, estoy harta de ver cómo muchos que hacen frecuentemente actos de contrición, después no tienen ningún problema en mentir cual bellacos. Si me dan a elegir, me quedo con la verdad, que siempre irá asociada a la honestidad y la responsabilidad, valores hoy más bien escasos, cuando quien hace algo mal no sólo no lo reconoce, sino que siempre aprovecha para echar balones fuera y acusar falsamente a cualquiera antes que dar la cara.

Foto: Lola Fernández

Siempre apostaré por la tolerancia y la flexibilidad, frente a la intransigencia, y por la pluralidad antes que por el pensamiento único y el adoctrinamiento sesgado; igual que prefiero la paz a la guerra y ser agradecida antes que mostrar ingratitud, es cuestión de elegir y de estar en el lugar que entendamos como el lado bueno de la vida. A mi modo de ver, hay demasiado egoísmo, del peor, del que se traduce en rechazo hacia el otro, sólo por ser diferente, cuando la vigente realidad nos exige ser generosos y compasivos, mostrando siempre empatía. Porque la ineficacia chirría, hay que buscar capacidad, y si el insulto es la norma general, mejor quedarnos con el respeto, que es bastante más gratificante, dónde va a parar. Me gusta mucho más la aplicación de una justicia que se apoye en pruebas y hechos ciertos, que una desoladora injusticia basada en opiniones y creencias de los que tienen en sus manos la aplicación de las reglas del juego. Creo firmemente en que todos debiéramos ser iguales para según qué asuntos, con independencia de tener o no tener, ya sean medios, ya sean relaciones adecuadas y propicias; y, desde luego, si me dan a elegir entre lo taciturno y agorero, y la alegría de vivir, sé muy bien de qué parte estoy y cuáles son los incentivos que me impulsan a actuar, sentir y pensar: es casi tanto como optar por el mar y un jardín, antes que por un cauce seco atravesando tristes eriales. Que sí, que hay muchos gustos y predilecciones diferentes, que no tiene nada de extraño la divergencia y no concordar en muchas cosas de esta vida nuestra de cada día, pero no me digan que no es más bonita la música que el ruido y el embrollo ensordecedores, o que no es preferible la autenticidad a los bulos, esa plaga de nuestra actualidad. Cómo no nos van a parecer más hermosos los frutos y las flores, que la triste visión de las tierras anegadas tras una inundación que deja devastado e infértil el suelo y pudre las raíces. Hay dimensiones tan evidentes y contrastes tan acentuados, que no es difícil posicionarse, que es tanto como encontrar la brújula que nos oriente en nuestro plan de viaje vital, lo cual, convendrán conmigo, no es nada baladí.

673. Como hojas muertas

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Hace un frío que pela y los meteorólogos nos hablan de una ciclogénesis mediterránea. Ya estamos todos, me digo mientras pienso en que pronto habremos olvidado las olas de calor del verano, pues somos olvidadizos hasta con las cosas realmente importantes. Hace años me desagradaba bastante que el tiempo y el clima fueran noticia, pero hay tantos cambios que ahora mismo podríamos decir que estamos ya a la altura de los anglosajones en el tema, de ellos que distinguen sabiamente weather de time para no tener que aclarar cuándo se está mirando al cielo y cuándo filosofando. De modo que la meteorología es actualmente mucho más que relleno de noticiarios, adquiriendo bastantes veces la condición de protagonista principal, y quien más quien menos lleva en el móvil alguna aplicación que nos dice, generalmente con bastante acierto, la temperatura por horas y toda clase de datos y previsiones, incluidas las perspectivas de alergias y hasta las fases de la luna. Aunque este frío se lleve el recuerdo de los sofocantes calores, insisto en que mucho peor es olvidar las cosas que tendrían que estar grabadas con fuego para permanecer imborrables, dicho esto a cuenta de la encuesta monográfica realizada con motivo del 50 aniversario de la muerte de Franco, quien nos dejó un feo espacio de casi 40 años de dictadura. Los datos son tan interesantes, que ahí están para consultarlos detenidamente, lo que seguro que a muchos les descorazonará, y no es para menos. Que a estas alturas no se tenga bien claro que la Guerra Civil ocurrió por un golpe de Estado de Franco contra un gobierno legítimo, o haya quien perciba bondades en un régimen dictatorial y lo prefiera a uno democrático, es para llorar y atisbar lo mucho que quedó sin hacer en la llamada Transición, y que es urgente acometer para progresar y que el futuro no sea pura involución y retroceso.

Foto: Lola Fernández

Pero lo que más me ha llegado al alma es conocer que hay un 40% de españoles que no sabe que fue el bando franquista el que asesinó a Federico García Lorca. Creo que muchos políticos de derechas están incluidos en ese escandaloso porcentaje, viendo cómo tienen la indecente desvergüenza de apropiarse de la figura del poeta granadino olvidando que fue la derecha la autora de su muerte. Está claro que la ley de Memoria Histórica (2007), reemplazada por la actual de Memoria Democrática (2022), es absolutamente necesaria para conocer la verdad de lo ocurrido en España, pues lo que tenemos es más una desmemoria histórica, y así nos va. Que medio siglo después de que Franco muriera, torturado estérilmente por su propia familia alargando una agonía por cuestión de fechas, aún haya miles de fosas no exhumadas por toda la geografía del país, con los restos de cientos de miles de víctimas de la contienda fratricida y la posterior dictadura franquista, los de Lorca incluidos, es tan indignante como indignos los que boicotean su recuperación e identificación, para que las familias puedan al fin darles sepultura. Hay un poema de Jacques Prévert, convertido en una tan bella como triste canción, que dice: Las hojas muertas se amontonan por las calles como las penas y los recuerdos… Y el viento del norte las barre en la noche fría del olvido. No está bien, aparte de empequeñecernos como seres humanos, que los restos de tantas personas sigan olvidados en cementerios y cunetas, en simas, pozos y minas, clamando para no ser olvidadas como hojas muertas.

672. Lluvia de sangre

Foto: Lola Fernández.

Por Lola Fernández.

Por nuestra situación geográfica, en Baza no es raro que vientos que nos llegan por el sur y el sureste, como el siroco, nos traigan desde el Sáhara polvo y calor desérticos, la ya frecuente calima, que enturbia nuestro aire por la arena suspendida, creando una capa que impide que la atmósfera se renueve y dificulta la visibilidad con su espesa bruma amarillenta o anaranjada, que, cuando llueve, cubre las superficies de barro ocre, o rojizo, hablándose entonces de lluvia de barro o de sangre, respectivamente. Como por aquí no llueve demasiado, nos libramos con frecuencia de esas capas de barro en paredes y suelos, difíciles de quitar por su alta adherencia, aunque nada nos salva de los problemas respiratorios o de irritación de garganta y ojos que suele llevar aparejados la susodicha calima. Cuando ella nos envuelve, el aire no está limpio, antes al contrario, las partículas suspendidas lo enturbian todo con una apariencia algo fantasmagórica, como si los ojos usaran filtros coloreados; lo que de inmediato me lleva a pensar que es algo bastante similar a lo que ocurre en nuestra actualidad diaria, llena de noticias y acontecimientos que se suponen de interés general, aunque muchas veces están lastrados o sesgados intencionadamente, a modo de filtro que desdibujara la realidad verdadera, válgame la redundancia para referirme a la verdad objetiva, no siempre coincidente con la percepción generalizada. Aunque todo ello no pasaría de lluvia de barro, a la postre no tan difícil de eliminar, si no con uno, con varios golpes de manguera, lo que permitiría arrastrar la suciedad con el agua.

Foto: Lola Fernández.

Mucho menos fácil es limpiar el rastro bermejo que deja tras de sí la lluvia de sangre, como algunos hechos reales de nuestra sociedad, aunque parezcan sacados de una película de terror. Saber de los safaris humanos en Sarajevo, que la justicia italiana está investigando actualmente, aunque tuvieron lugar durante la guerra de Bosnia, entre 1992 y 1995, con francotiradores de fin de semana, que pagaban elevadas cantidades a las tropas serbias para ir, en ocasiones aprovechando vuelos humanitarios a Serbia, a matar a civiles indiscriminadamente y al azar, aunque previamente elegían y pagaban más o menos según fueran a disparar a adultos o niños, mujeres embarazadas o soldados, porque cada víctima tenía un precio, con el terrible añadido de que al ser malos tiradores incrementaban el dolor de las víctimas. Eran sobre todo italianos, aunque no se descartan otras nacionalidades, entre ellas la española, que ayudados por su alto poder adquisitivo iban con equipos de caza y armas caras, a disfrutar del placer de matar a civiles aterrorizados ya por la guerra, sin necesidad de estos monstruos que no se merecen el apelativo de humanos. Es todo tan macabro y vomitivo, tan repugnante y repulsivo, que sólo me consuela saber que este tipo de crímenes no prescribe, aunque se valieron de tan metódica organización que será muy difícil de desenmascarar. Conocer ciertas cosas, descubrir que alguien puede ser tan asqueroso como para pagar por ir a matar, y pagar más si elige que la víctima sea un niño o una niña, provoca un espanto casi imposible de olvidar algún día, porque deja un poso de suciedad moral que es mucho más pegajoso que toda huella de cualquier lluvia de sangre, en este caso nunca mejor dicho, para desgracia general de la humanidad en su conjunto. En momentos así, una desearía que existiera un Dios que evitara comportamientos tan indignos e ignominiosos, y al que poder elevar una oración pidiendo que nunca más ocurrieran.

671. Los afanes

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Entre lo que se desea y finalmente se consigue, entre los sueños y las realidades, hay todo un mundo, no infrecuentemente teñido de decepción. Me topé inicialmente con el concepto de los afanes en la primera novela de Luis Landero, Juegos de la edad tardía, de muy recomendable lectura para quienes no la conozcan. El autor lo aplicaba a ese deseo de obtener grandeza y realizar obras notables, en no pocas ocasiones seguido de la frustración y la tristeza que nacen del fracaso en tales expectativas, de la enorme distancia entre lo soñado y lo logrado. La misma idea, aunque mucho más poéticamente expresada, la conocí muchos años antes a través de Luis Cernuda y su obra La realidad y el deseo, compilación de su poesía, en la que resalta el choque de dos fuerzas opuestas: el deseo, que te potencia y te eleva a los cielos, por una parte; y la realidad, que te hace poner los pies en el suelo, por así decirlo, por otra. A mi manera de verlo, se podría hacer una similitud entre las propuestas artísticas y las premisas científicas, de modo que se vea al artista como el soñador, y al científico como el realista. Y es verdad que los artistas no tienen nada que probar, cosa reservada para los científicos, que sin pruebas se convierten en unos cuentistas; pero no es menos cierto que, antes de sacar conclusiones a través de la experimentación, la ciencia también ha de idear e imaginar, elementos básicos en el creador de sueños.

Foto: Lola Fernández

Para ver arte no contamos solamente con los museos, al igual que la ciencia no se encuentra sólo en los libros, y en ambos es igualmente esencial la observación del mundo natural que nos rodea. Observar es elemental y absolutamente necesario en artistas y científicos, con la diferencia fundamental que aporta la mirada de ambos. No mira igual un pintor que un físico, por ejemplo, y por eso no ven lo mismo, ni expresan sus conocimientos de manera semejante uno y otro. También en ambos casos se precisa recibir por nuestra parte sus miradas adecuadamente, en el caso del arte con un filtro subjetivo muy importante, que suele ser inexistente a la hora de entender lo que nos enseña la ciencia. Seguramente ello se debe a los distintos elementos con los que trabajan: nada tiene que ver una visión personal artística elaborada a lomos de sensaciones, emociones y sentimientos, con las leyes generales y los principios científicos. Sin embargo, los afanes son aplicables tanto en unos como en otros, y no me imagino un artista carente de conocimientos aprendidos a partir de la ciencia, especialmente a la hora de desplegar su talento a través de diversas habilidades técnicas; como sé que un buen científico ha de servirse de una idea, que guíe su búsqueda de respuestas a modo de inspiración. Como muestra me quedo con la obra de la imagen de esta semana: sin conocimientos científicos y sin arte sería impensable esta escena de la vida cotidiana en pequeñas esculturas que embellecen una fuente preciosa. Y al final lo importante es que nos guste y que funcione, que es tanto como decir que esta vez los afanes se culminaron satisfactoriamente, para el placer personal del diseñador, del escultor, y de quienes sepan ver, disfrutar y descubrir lo que la mirada del artista quiso plasmar, sirviéndose de su talento personal y con la ayuda de los conocimientos de ingeniería y arquitectura precisos para que resulte un bello conjunto funcional.

670. Sombreros rotos

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

No sé a ustedes, pero a mí no me gustan nada de nada las prohibiciones y siempre he pensado que funcionan a modo de imán respecto a lo prohibido; pero acabo de saber de dos de ellas que me han dejado adjetivamente estupefacta: la primera es que en algunos estados de EE.UU. está prohibido cometer un atraco llevando un chaleco antibalas; y la segunda, para mayor pasmo, es que en una remota isla de Noruega, Svalbard, está prohibido morirse, incluso así lo establece una ley, porque el suelo está demasiado duro para enterrar a alguien debido a las constantes heladas… Con sustantivo estupor me quedo a cuadros ante semejantes vetos, que no sé muy bien cómo habrán de apañárselas las autoridades para velar por su cumplimiento: oiga, atracador, ábrase la camisa que voy a dispararle y quiero comprobar si lleva protección, o señor, resucite usted, que aquí no puede morir. En fin, esto sólo puede ocurrir entre humanos, que somos algo raros, y a estos ejemplos de impedimentos me remito. La cosa es que no es difícil toparse con algo o alguien que por un motivo u otro nos provoque asombro; así, hace unas semanas me encontré con una terraza otoñal en la que se disfrutaba y aprovechaba el buen tiempo para socializar al aire libre, nada inusual, aunque el detalle era la escultura de piedra que adornaba el lugar, una figura masculina con la cabeza oculta entre la yedra, a modo de guardián que pretendiera no ser visto al no ver. De inmediato me hizo recordar una canción de Kiko Veneno, que dice: Me quiero asegurar que mi sombrero está bien roto y los rayos pueden entrar en mi cabeza (…), y parece que en esta estatua los rayos hubieran permitido que la planta trepadora germinara en su cabeza.

Foto: Lola Fernández

No estaría de más tener sombreros rotos por los que pudiera colarse la luz del sol, o la lluvia, según tocara, para que una florida testa alejara las pesadumbres e incoherencias de la vida, o de la muerte, que a veces nombramos a la primera cuando sólo se trata de la segunda. Pues qué más incoherente que llamarnos seres sociables o sociales, cuando de repente un día te enteras de que un vecino lleva muerto en su cama desde hace más de 15 años, tal y como ha ocurrido en Valencia con un jubilado a quien nadie echó de menos, en un caso de brutal soledad, mientras seguía percibiendo su pensión de jubilado y sus recibos domiciliados se cobraban puntualmente sin incidencias. De no haber sido por unas fuertes lluvias que provocaron filtraciones y obligaron a los bomberos a entrar en su vivienda y descubrir su cadáver, el pobre seguiría en su cama, siendo inexistente para el Ayuntamiento, por no estar dado de alta ni en los servicios de ayuda a los mayores ni en la teleasistencia, pero con todos sus pagos al corriente y sin recibir correo ninguno, ni de sus dos hijos, con los que estaba distanciado, ni de los bancos, que ya no usan papel para las comunicaciones. Así que seremos una sociedad de personas interrelacionadas, pero resulta que en ocasiones como esta te das cuenta de que estar vivo o muerto puede ser exactamente lo mismo para quienes nos rodean, de que teniendo todo pagado nadie va a acordarse de ti, y no ya en una gran ciudad, en la que puedes pasar desapercibido por completo, sino en tu mismo bloque de vecinos, aunque como ocurría con este hombre, fueras puntual asistente a las juntas de la comunidad. Si faltas siempre habrá quien suponga, y esta vez la suposición, falsa a la postre, es que se habría trasladado a una residencia; o sea, que, en este caso, la insignificancia humana no nos llevaría a decir que no somos nadie, sino más bien todo lo contrario, pues sin ya ser aún siguió siendo, el pobre Antonio, que así se llamaba el desgraciado.

669. Jane Goodall

Por Lola Fernández. 

Empecé la carrera de Psicología en la Universidad de Sevilla, la continué en la de Deusto, privada, porque por entonces aún no existía la pública Universidad del País Vasco, y la acabé en la de Granada. Me hubiera gustado especializarme en Etología, pero para ello tenía que irme a la Universidad de Salamanca, y, como no me era factible, acabé orientándome hacia otros aspectos de la Psicología. La Etología no estudia comportamientos animales sin más, sino que es una psicología comparada, que confronta las conductas del animal con la del ser humano, para entender cómo nos ha afectado la evolución; y en esta ciencia siempre he sentido predilección por una mujer que acaba de dejarnos, Jane Goodall. Centrada en el estudio de los chimpancés, ha conseguido logros espectaculares y hay un antes y un después tras sus estudios y sus observaciones, que supusieron una auténtica revolución en la Primatología. Escucharla hablar, tan centrada, tan pausada, tan amable, con esa elegancia que la caracterizó siempre, incluso en plena selva de Tanzania, era todo un placer, y sin levantar la voz era un auténtico referente en el activismo por la conservación y los derechos de todos los animales, sin olvidar su lucha permanente por la educación ambiental y la promoción de la biodiversidad y la protección de la sostenibilidad, que no es más que cultivar el respeto hacia el planeta que habitamos, y hacia los animales que nos acompañan. Ha muerto a los 91 años, en plena gira de conferencias, porque, aunque ya no viviera en la selva, en donde estuvo durante más de 60 años, desde los 26 con los que se instaló en ella, nunca ha dejado de trabajar, siendo considerada una de las científicas con mayor influencia en la historia, y, algo muy importante, inspirando a generaciones que continúan con su labor proteccionista del medio ambiente y la naturaleza.

Cuando llevaba un tiempo con sus estudios de campo, volvió a Cambridge para estudiar, pero no llegó a terminar la carrera universitaria, porque la Universidad le permitió doctorarse en Etología, excepcionalmente, sin los previos estudios de grado, gracias a los extraordinarios descubrimientos que ya había realizado con los chimpancés salvajes. Ella recordaba que los profesores le regañaban porque pusiera nombres a los animales, en vez de usar números como hasta entonces, así que pasó de aulas y corrió de nuevo a la selva, a seguir estudiando sin prejuicios y cambiando de manera radical la comprensión tanto de los animales como de los seres humanos. Gracias a ella, hoy sabemos que los chimpancés usan herramientas, y su fabricación y empleo no es exclusivo de los humanos; que no son animales salvajes carentes de inteligencia, sino que poseen un rico mundo emocional, con sentimientos, sensaciones y relaciones que permanecen en el tiempo; que tienen una personalidad propia y diferenciada, en una compleja organización social, en la que son capaces también de la guerra y de conductas de canibalismo. Consiguió, con sus revolucionarios descubrimientos, que la sociedad en general y la ciencia en particular perciban de modo diferente a los primates, y haya una mejor y más profunda conexión entre ellos y nosotros, los seres humanos. Viendo imágenes del abrazo de un chimpancé a Jane, antes de adentrarse en la selva tras ser liberado, siento que es una comunicación de alma a alma, cuando no se necesitan palabras y hay tantísimo respeto mutuo. Jane Goodall nos ha dejado, y ello ha sido un motivo de gran tristeza, pero su obra permanecerá y su activismo ha sembrado una semilla que sin duda germinará y será vida futura.

668. Lo más importante es la salud

Por Lola Fernández.

Es verdad que las buenas formas se abren camino sin dificultad frente al gesto hosco, que las maneras suaves vencen ante cualquier aspereza, pero, ay, se pueden tener perfectos modales y una exquisita cortesía y, al mismo tiempo, no parpadear mientras eres responsable de que la vida de muchos representados por ti, que tanta educación ostentas, se vaya deteriorando en aspectos tan esenciales como la salud, la ayuda a la dependencia, la igualdad de acceso a la atención médica, por quedarme en lo relativo a la sanidad. Cuando ejerces la mayoría absoluta, eres absolutamente responsable de todos los problemas que tu inoperancia provoca, o, peor aún, lo que tu persistente operatividad para favorecer lo privado frente a lo público propicia. Conozco a pocas personas que no estén de acuerdo en que lo más importante es la salud, en que de qué nos sirve nada si no tenemos la vitalidad y la energía suficientes para disfrutarlo. Sé que nuestro sistema de sanidad pública siempre ha sido fuerte y magnífico, y nos ha cuidado por igual, preocupándose por el bienestar general sin atender al nivel económico y sin hacer distingos entre pobres y ricos. Una Seguridad Social fuerte y con suficientes inversiones sirve, nada menos, para proteger a la población en su conjunto, promoviendo una justicia social que no deja fuera a nadie, aunque no pueda pagar esa protección contra enfermedades, invalidez, paro o la misma vejez. Pero también sé que en Andalucía, que es mi tierra y la vivo día a día, se están cargando el sistema público en favor del privado, exclusivo para quien lo pueda pagar, y eso es un auténtico atentado contra la ciudadanía en general, favorecedor del amiguismo más indecente e indisimulado.

El último escándalo tiene que ver con algo tan serio como el cáncer de mama: la Junta de Andalucía, con su caudillo a la cabeza, tan preocupado él por mascotas y gimnasios, reconoce graves retrasos en el programa de detección precoz de este tipo de cáncer, que han provocado que la enfermedad avanzara en mujeres afectadas, mientras el diagnóstico quedaba arrinconado en los cajones de la estéril gestión de tanto chupón. Ante ello, una sonrisa y buenas palabritas, la delicadeza y la educación por delante, sin importar lo más mínimo la vida de las mujeres afectadas y olvidadas, a veces durante un tiempo de dos años, que se dice pronto. Las mujeres, cómo no, siempre víctimas, y no es victimismo, sino pura realidad desgraciadamente. Asesinadas, sin que los minutos de silencio sirvan de mucho para que sus verdugos paren ya de comportarse como depredadores del género femenino. Apaleadas e insultadas, tanto en la vida real como en la virtual, que ahí está el brutal acoso misógino y machista en las redes mal llamadas sociales. Acosadas igualmente en lo que debiera ser el libre ejercicio de sus derechos, y muy especialmente los relativos al propio cuerpo, con lo último en desvergüenza: ese inventado síndrome post aborto, con la pseudociencia siempre abrazada por la repugnante ultraderecha para atacar a las mujeres y nuestros derechos como personas. Me parece cuando menos muy curioso que otra caudilla, esta de fuera de Andalucía, por fortuna, se preocupe por un supuesto alcoholismo sobrevenido en la mujer que decide libremente abortar, cuando ella en tantas apariciones públicas muestra cogorzas que no le permiten ni hablar con claridad. Sólo espero que, ya que tanto apreciamos lo que esta gentuza nos está robando sin miramientos y sin esconderse, utilicemos las urnas para despojarles de un poder que no se merecen, pues no lo usan para favorecer a la ciudadanía, sino para el puro amiguismo.

667. Petricor

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Cuando escribo este artículo es uno de esos días de lluvia en los que apetece que llueva, después de bastante tiempo seco y caluroso en exceso, porque el aire se refresca, la ciudad se limpia, y, muy especialmente, porque llueve sin exageraciones y sin destrozos, sin llegar a dar miedo. Una no es pusilánime, pero hace un año, en Valencia, la DANA se llevó por delante la vida de 216 personas, y esa catástrofe aún sobrecoge en la memoria, sobre todo porque se hubiera podido evitar de haberse hecho bien las cosas por parte de quienes tenían que hacerlas. Ahora mismo hay alerta roja por lluvias extremas en algunas comunidades autonómicas, por fortuna no en Andalucía, y las medidas tomadas con suficiente antelación están logrando que no haya muertes humanas. Creo que, a estas alturas, morir porque llueve es un precio que no hay que pagar, puesto que se tienen suficientes medios para luchar contra las consecuencias del cambio climático sin correr riesgos innecesarios. De acuerdo en que nunca antes se había visto lo que ocurre actualmente, que los destrozos son muy importantes y que hay que seguir las pautas que se nos den cuando los avisos nos atañen directamente; lo que es increíble es que haya quienes aún niegan ese cambio climático. Y por supuesto que somos los mismos humanos los que lo hemos provocado, a base de tratar mal a nuestro planeta y de no aprender e ignorar las directrices que los científicos nos dan: cuando se hace caso omiso de las advertencias, al final suele ocurrir que es demasiado tarde para todo, y que llega un momento en que se rebasan los límites y se alcanza el punto de no retorno. Hay quien piensa que lo malo llegará en el futuro, cuando ya no esté vivo, y es tan cretino que no se da cuenta de que lo malo ya está aquí, pero no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Foto: Lola Fernández

Así que, porque es un día lluvioso, normal y corriente, lo disfruto, y salgo a mirar las plantas, con sus hojas cuajadas de gotas y ese olor profundo a tierra mojada, cuando la lluvia cae sobre la tierra y la vegetación secas, que se conoce como petricor. Una palabra singular, de romántica etimología griega, que une dos preciosos términos: piedra (petros) e icor (el fluido de las venas de los dioses) … ¿cómo no iba a oler bien, con ese nombre? Los aceites vegetales que liberan las plantas cuando el tiempo es seco se dispersan al llover, lo que se une a la llamada geosmina, producida por unas bacterias del suelo igualmente seco, y su conjunción con el agua resulta en ese aroma que todos conocemos, el olor a lluvia. Habiendo cosas bonitas y siendo tan sencillo el gozarlas, con sólo saber percibirlas, para qué vamos a perder nuestro bienestar fijándonos en cosas que se escapan de nuestro control y que son desagradables; la vida es demasiado corta como para atender estímulos negativos, así que mejor concentrarse en lo bello de cada día, como, por ejemplo, no dejar de regar las plantas, pues, aunque hoy estén mojadas, no podemos olvidar que agua de lluvia no riega macetas.

666. Esencia menguante

Por Lola Fernández.

Hay lugares de población acentuadamente menguante, como Fregenite, en la Alpujarra granadina, de naturaleza tan dispersa que la llaman diseminado del municipio de Órgiva, que ha saltado estos días a la prensa por aprovechar sus fiestas para homenajear a una vecina centenaria, de los tres habitantes con los que cuenta en la actualidad, cuando llegaron a ser 241. Es de suponer que el lugar pasará a formar parte de eso que llamamos la España vaciada, de tan incierto futuro por su esencia decreciente, que, sin prisa pero sin pausa, va caminando de la existencia real a la nada, igualmente cierta. Hay también personas que se van encogiendo progresivamente, tales como el protagonista del libro El increíble hombre menguante, de Richard Matheson, novela de ciencia ficción llevada en dos ocasiones al cine. Pero la esencia menguante que me parece más deprimente es la que percibo en nuestro país, en una serie de aspectos en los que, si se compara el hoy con el ayer, claramente hay una involución en la que el retroceso es un proceso más que evidente, que, a mi modo de ver, supone un innegable empobrecimiento en aquello relativo a la honestidad, la integridad y la misma decencia. Por supuesto que todo ello nos conduce a matices que tienen que ver sobre todo con el respeto, la ética o la moral, los llamemos como más nos guste, o como menos nos disguste, que lo mismo da.

Foto: Lola Fernández

Un país menguante es aquel, que encima tenemos la desgracia de que es este, en el que se ha pasado de dar la mano y ayudar al necesitado a querer hundirlo en el mar, o echarlo de su casa y dejarlo sin hogar. Aquel en que el respeto institucional ha virado al insulto grave y generalizado contra la autoridad. Un país en retroceso, que valora el hacer trampas, el robar, el ser corrupto, a la par que se ignora el talento y la generosidad; en el que se aplaude a los sátrapas, vitoreando a quienes manipulan a la masa ignorante, recortando sus derechos y libertades, y agrediendo a quienes luchan por ampliar el bienestar social. Un país menguante en el que una mayoría creciente estrecha sus miras y recoge velas, obstaculizando el progreso y estorbando más que apoyando, por el puro placer de hacerlo, sin mayores propósitos. Molestar por molestar, insultar por insultar, chulear vanagloriándose, con el orgullo bravucón de los necios; esa es la dinámica que sobresale, no por su superioridad, sino por gritar más fuerte y hacer más ruido. Afortunadamente, frente al retroceso y esta pegajosa esencia progresivamente decreciente, hay todo un mundo que sueña con un futuro mejor, sin nostalgias de un pasado tan turbio como desechable. Espero que su empuje sea más que suficiente para acabar con el profundo declive que supone cualquier tentación de volver atrás, y entierre para siempre los intentos de volver a la desigualdad y cualquier manifestación que pueda tomar el abuso del poder. Es importante no dejarse llevar por las marejadas circundantes, y procede permanecer con el ánimo despierto pero tranquilo, siempre evitando las provocaciones, sin olvidar que, de enfrentarnos a un tonto, él siempre ganará, aunque sólo sea porque tiene mucha más práctica.

665. La canción de las ballenas

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Sabía que a las ballenas les gusta mucho cantar, seguramente las habrán escuchado en alguna grabación de quienes se dedican a su estudio; de lo que me enteré hace poco es de que cantan una canción hasta aburrirse, y entonces pasan a inventarse otra melodía: sabios mamíferos, no como otros. La cosa es que cuando supe de esta peculiaridad suya no pude sino pensar en que hace ya tiempo que en nuestra realidad más cercana hay una imperiosa necesidad de cambiar de canto, porque no es sólo aburrimiento, es, especialmente, tedio y aborrecimiento. Claro que las ballenas son animales muy inteligentes, comparables a los primates, pero los humanos no nos quedamos atrás; entonces, ¿por qué podemos llegar a parecer tan ignorantes e inconscientes? La actualidad de nuestro país me desagrada demasiado, por la degradación de valores y educación que denota. Existe un ambiente de bajeza y envilecimiento que tira para atrás, y que de ningún modo es simétrico atendiendo a las ideologías contrarias. Hay unos que son muy maleducados y se ensañan como perros rabiosos, y otros que por educación no entran al trapo, siendo claras víctimas de un acoso con múltiples manifestaciones, mediáticas a la cabeza. No es de recibo que desde las instituciones se insulte gravemente y se persiga a representantes legítimos de la ciudadanía, y, aunque estoy de acuerdo en la no respuesta con la misma falta de decencia cívica, el caso es que los malos gritan mucho y enturbian el clima general de convivencia. Está claro que se precisa de una nueva melodía, con notas menos discordantes, para que todos y todas podamos respirar tranquilidad. Por más nerviosillos que se pongan algunos, las reglas y normas están muy bien definidas, y no por mucho despotricar van a lograr cambiarlas.

Foto: Lola Fernández

Quien insulta, pretendiendo agredir al destinatario de sus injurias, sólo se retrata y deja ver sus coordenadas personales, su miseria moral. No por mucho repetir como un mantra una mentira y mil bulos, se van a convertir en verdad. Un mentiroso es tan despreciable como un ladrón y un envidioso: mentira, robo y envidia son una tríada definitoria de personas que tienen un feo interior que no vale para nada. Sólo les pediría que cambien de canción, que están ya muy vistos, y, de paso, que se fijen en la sabia naturaleza, que muta y se transforma continuamente, aunque ante los ojos poco observadores parezca que todo sigue igual. Me basta andar temprano por la orilla del mar, siguiendo en la arena el rastro que ha dejado la marea nocturna tras retirarse las aguas que por la noche subieron de nivel, y el paisaje arenoso siempre es diferente, variado y bello, compuesto de piedras y caracolas que el vaivén de las olas fue colocando como notas de una partitura inédita con la que entonar melodías de nueva vida. Puede que algunos sólo paseen pisando sin mirar, tampoco pasa nada, si al menos disfrutan del resto de sus sentidos y huelen y escuchan y se relajan. Mientras, la marea volverá a subir y la arena será otra vez un lienzo en blanco para imágenes renovadas con fresca y desconocida música. Cuánto me gustaría que tal renovación se trasladara a nuestro día a día, dejando atrás enfrentamientos y manipulaciones que sólo consiguen, lo persigan o no, caldear los ánimos irresponsablemente.

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