674. Si me dan a elegir
Por Lola Fernández.
Podríamos decir sin equivocarnos que son malos tiempos para los principios que guían las conductas sociales por el camino correcto y adecuado, pero no por ello vamos a dejar de ser, a nivel individual, portadores de valores que nos diferencien y conviertan en una buena persona, faltaría más. Precisamente, ante las dificultades y cuando más ruido haya, hemos de abrir cauces de singularidad, emprendiendo rutas personales que nos hagan sentirnos bien con nosotros mismos, teniendo siempre la claridad de ideas y convencimientos para, en caso de conflicto, elegir. No se trata de ganarse el cielo, pero hay cosas que no sólo son feas y están mal, tal como la mentira, sino que además son pecado, por lo que, si se es creyente, hay como un plus de exigencia; aunque si quieres arroz, Catalina, estoy harta de ver cómo muchos que hacen frecuentemente actos de contrición, después no tienen ningún problema en mentir cual bellacos. Si me dan a elegir, me quedo con la verdad, que siempre irá asociada a la honestidad y la responsabilidad, valores hoy más bien escasos, cuando quien hace algo mal no sólo no lo reconoce, sino que siempre aprovecha para echar balones fuera y acusar falsamente a cualquiera antes que dar la cara.

Siempre apostaré por la tolerancia y la flexibilidad, frente a la intransigencia, y por la pluralidad antes que por el pensamiento único y el adoctrinamiento sesgado; igual que prefiero la paz a la guerra y ser agradecida antes que mostrar ingratitud, es cuestión de elegir y de estar en el lugar que entendamos como el lado bueno de la vida. A mi modo de ver, hay demasiado egoísmo, del peor, del que se traduce en rechazo hacia el otro, sólo por ser diferente, cuando la vigente realidad nos exige ser generosos y compasivos, mostrando siempre empatía. Porque la ineficacia chirría, hay que buscar capacidad, y si el insulto es la norma general, mejor quedarnos con el respeto, que es bastante más gratificante, dónde va a parar. Me gusta mucho más la aplicación de una justicia que se apoye en pruebas y hechos ciertos, que una desoladora injusticia basada en opiniones y creencias de los que tienen en sus manos la aplicación de las reglas del juego. Creo firmemente en que todos debiéramos ser iguales para según qué asuntos, con independencia de tener o no tener, ya sean medios, ya sean relaciones adecuadas y propicias; y, desde luego, si me dan a elegir entre lo taciturno y agorero, y la alegría de vivir, sé muy bien de qué parte estoy y cuáles son los incentivos que me impulsan a actuar, sentir y pensar: es casi tanto como optar por el mar y un jardín, antes que por un cauce seco atravesando tristes eriales. Que sí, que hay muchos gustos y predilecciones diferentes, que no tiene nada de extraño la divergencia y no concordar en muchas cosas de esta vida nuestra de cada día, pero no me digan que no es más bonita la música que el ruido y el embrollo ensordecedores, o que no es preferible la autenticidad a los bulos, esa plaga de nuestra actualidad. Cómo no nos van a parecer más hermosos los frutos y las flores, que la triste visión de las tierras anegadas tras una inundación que deja devastado e infértil el suelo y pudre las raíces. Hay dimensiones tan evidentes y contrastes tan acentuados, que no es difícil posicionarse, que es tanto como encontrar la brújula que nos oriente en nuestro plan de viaje vital, lo cual, convendrán conmigo, no es nada baladí.


















