597. Aforismos y refranes

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Entre dichos y sentencias, supersticiones y creencias, fuerzas sobrenaturales y evidencias empíricas, moviéndonos entre magia y ciencia, ahí estamos, tratando de hallar una armonía, aunque sea imperfecta. Siempre será difícil hablar de equilibrios, por lo que suponen de inmovilidad, así que si al menos encontramos concordia ya podremos darnos por satisfechos. En tiempos de conflictos y desavenencias, mejor esbozar una sonrisa, porque, aunque el que no llora no mama, el llanto no sirve de mucho cuando la suerte está echada. Malditos refranes es una canción de los Gabinete Caligari, en la que se quejan de que sólo se cumplen los negativos, como quien bien te quiere te hará llorar, mientras que los positivos se quedan en el refranero sin realizarse jamás. Y la verdad es que es lo que suele ocurrir, al igual que la Ley de Murphy: Si algo puede fallar, fallará. Si hay la posibilidad de que algunas cosas fallen, la que cause más daño será la primera. Si algo no puede fallar, lo hará a pesar de todo. Así que ya me dirán ustedes si no hay que sonreír, aunque sea a base de inventarnos la alegría. Están los tiempos revueltos y anda la gente bastante desquiciada, casi al borde de un ataque de nervios, que diría Almodóvar. Se escuchan gritos y se observan gestos soeces, en medio de conductas que rayan el delirio por lo disparatadas. No viene mal en momentos así echar mano de pensamientos profundos y principios que encierran la sabiduría repetida siglo tras siglo para tratar de enseñarnos a ser mejores personas. Porque ser mala gente es lo más fácil, y recurrir a la violencia tiene el peligro de que te respondan con más violencia, lo cual no es muy inteligente precisamente.

Foto: Lola Fernández

Medicina mucho más adecuada un buen aforismo, que cualquier jarabe de palo, de eso no me cabe duda alguna: Más vale uno en paz que ciento en guerra, porque quien tiene paz y alegría, duerme bien de noche y gana bien de día, mientras que quien va a la guerra, come mal y duerme en la tierra. Pues cuando los sables mandan, los libros callan, además de que cuando truenan los cañones, no hay oídos para las razones, y cuando los tambores hablan, las leyes callan. Y no me negarán que son preferibles los libros, las razones y las leyes, antes que sables, cañones y tambores. La guerra, todo lo malo lo trae, y todo lo bueno se lo lleva, puesto que la guerra mil males engendra. Si se quiere afrontar la vida con sabiduría, no se puede acudir a la violencia como sustituto de la razón, ni pretender obtener a la fuerza lo que no corresponde por ley. Me parece que harán bien nuestros gobernantes si delimitan claramente la frontera entre el derecho y el abuso, que en mis tiempos mozos ya se hablaba de las diferencias entre libertad y libertinaje; claro que ahora no es infrecuente ver cómo se aúnan rezos del rosario con impúdico uso de muñecas hinchables. Ya digo, tiempos de delirio y actos surrealistas, grotescos y groseros, que, aunque puedan parecer absurdos, no dejan de ser peligrosos, y más cuando son dirigidos desde las sombras y ejecutados por cabezas huecas. Afortunadamente el otoño sigue su curso, y los árboles de la alameda amarillean, mientras el viento los aligera de hojas. Aunque aún no han llegado los fríos, inexorablemente vendrá el invierno, como espero que se instale la cordura en estos tiempos de furia. Mientras tanto, siempre habrá aforismos y refranes para acudir a ellos buscando refugio en nuestro desconcierto.

596. No es lo mismo

Lola Fernández

Por Lola Fernández.

No es lo mismo estar revolucionados, que ser revolucionarios; como nada tiene que ver manifestarte azuzado, que hacerlo indignado.  Es muy absurdo clamar contra algunos nacionalismos, mientras te envuelves en banderas; y no hay que ser muy listo para entender que no crea alarma el denunciar las carencias, los desmantelamientos y un mal funcionamiento, sino que alarmantes son en sí mismos dichas carencias, desmantelamientos y mal funcionamiento. Llama la atención que no se proteste en defensa de nuestros derechos, y que se desgañiten contra la democracia, pretendiendo lograr con la agitación que no se cumplan los designios sagrados de las urnas. Si hay alguna ley que aborrezca, esa es la del embudo; y nada me puede molestar más que que se pretenda ganar haciendo trampas. Me gusta la riqueza de la diversidad y el pluralismo, empezando por el político. Y sé que, junto al orgullo de ser de izquierdas, convive el de ser de derechas, pero si cantas el cara al sol mientras despliegas una violencia verbal y física contra personas y mobiliario, al tiempo que lanzas proclamas racistas y homófobas, no puedes ofenderte si se te llama facha, o, directamente, fascista. Máxime cuando estás mandando tu ira dirigida contra sedes de partidos políticos, y ello por algo muy sencillo: porque la Constitución nos dice que (sic) los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Que es tanto como decir que el derecho fundamental a la libertad de expresión no puede en modo alguno ejercerse vulnerando otros derechos, fundamentales o no. Añadiría algo más, si atendemos a la libertad de creación y ejercicio de los partidos, siempre que se respete la Constitución y la ley, hay algunos, como Vox, que deberían ilegalizarse, por inconstitucionales. Y si existen es porque hay democracia y es generosa, aunque no se puede consentir que ello lleve a ser tóxicos y peligrosos con el mismo juego democrático.

Lola Fernández

Quien está acostumbrado a hacer trampas, lógicamente no sabe perder, pero eso no es problema sino suyo, no de los demás. Y aquí en España, tan de todos como de quienes se creen con su posesión en exclusiva, la soberanía nacional reside en el pueblo español; no en los jueces, ni en algún político que se crea caudillo, ni en medios de comunicación al servicio de poderes fácticos que pretenden agitar la vida diaria para seguir viviendo a lomos de la desigualdad y el privilegio. La Constitución avala que gobierna no quien gana, sino quien logra los apoyos para hacerlo; y da vergüenza ajena que se trate de denigrar ciertos apoyos, cuando previamente se han pretendido sin éxito. No sé quién quiere tratarnos como a idiotas, pero, para su desgracia, no lo somos. Y es mucho más mayoritaria la cantidad de personas que no nos dejamos azuzar por las somormujas fuerzas que quieren llevarnos a la guerra para soportar los palos, mientras ellas se frotan las manos, que las mareas de violentos que pretenden ni se sabe qué; porque, a ver, qué es lo que creen que van a conseguir quemando contenedores, agrediendo a periodistas o policías, y destrozando todo lo que se les ponga por delante. Me parece grotesco que quienes no son más que unos nostálgicos de la dictadura, osen tratar de insultar llamando dictadores a dirigentes que no son nada sospechosos de serlo. Pero bueno, ya se sabe que no sirve de mucho razonar contra la irracionalidad del extremismo. Mientras se argumenta, ellos vociferan, si es preciso con megáfonos que dejen sordo a cualquiera que no se una a su barbarie; pero no por mucho gritar se tiene la razón; y por mucho que una mentira se repita, no se va a convertir en verdad. No es lo mismo discutir que imponer, argumentar que obligar, protestar que intimidar; y toda una evolución nos sacó de las cavernas y de acabar con el diferente a golpes y puñetazos. Aburrida y aturdida de tanta intranquilidad, no me queda otra que mirar a los cielos, que siempre procuran más paz que las guerras en la tierra; y desconecto de tumultos y turbas con el caprichoso pasar de las nubes, que a veces se visten de cometas y se dejan mecer por el viento.

595. La cafetería del Hospital

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Si mentir es, aparte de un pecado, algo que habla muy mal de quien lo hace, tomar el pelo a alguien pretendiendo mentir sin lograrlo es patético. Que dicen los responsables políticos que los temas sanitarios funcionan cada vez mejor, que se hacen inversiones en la sanidad como nunca anteriormente, que cada día hay más personal y las listas de espera son más cortas, y un largo etcétera que desde la e a la a es simplemente mentira, y de las gordas. Lo cierto es que antes, si quería pedir una cita médica entraba con internet y consultaba la Agenda Sanitaria de la web del Servicio Andaluz de Salud, y si para ese mismo día no había ya horas libres, para el siguiente la tenía asegurada con posibilidad de elegir la que mejor me iba. Previamente a ponerme a escribir este artículo, he entrado por curiosidad a consultar en qué fecha puedo obtener una cita de atención primaria con mi médica de familia, y si les aseguro que la primera disponible es para dentro de 15 días, pueden creerme, porque es la pura verdad. O sea, que si me pongo enferma, ya me puedo olvidar de ir al Ambulatorio, y disponerme a que, al llegar a Urgencias, la amable persona de turno me reciba con el consabido por qué no ha ido usted a su médico de cabecera…, olvidando que, cuando te encuentras mal físicamente, lo último que necesitas es que te mareen con tonterías. Así que no, no se han acortado los plazos para nada, más bien al contrario; por lo que esas maravillosas e incrementadas inversiones en sanidad desde luego no se han ido a la pública, sino a la privada, no me cabe la mínima duda: el consabido reparto para un puñado de amiguitos, con la nada disimulada intención de incidir en la deplorable desigualdad social. Siempre tuvimos un excelente servicio sanitario público, y parece que no quieren parar hasta cargárselo y que tengan acceso al cuidado de la salud los más pudientes, en detrimento de los más necesitados.

Foto: Lola Fernández

Y si hablamos del Hospital de Baza el panorama es igualmente desalentador, eliminando camas y especialistas, teniendo que ir cada vez con más frecuencia a la capital, con quejas continuas por parte de personal, usuarios y sindicatos. No sé de qué sirve de vez en cuando comprar alguna máquina nueva para que algún político se haga una foto y se vanaglorie de su magnífica contribución a la novedosa adquisición, si al mismo tiempo las condiciones laborales son tan nefastas que los médicos ni siquiera se quedan a vivir aquí, y su mayor anhelo es conseguir otra plaza lejos. Pero no me apetece detenerme en esos asuntos, porque lo único que se consigue es un cabreo innecesario. Ahora bien, me puede alguien decir por qué narices sigue cerrada a cal y canto la cafetería del Hospital, después de tres años desde que todos nos quedáramos sin ella. Primero se pasó un largo tiempo cerrada sin más; después hicieron unas obras que prometían una pronta apertura tras su conclusión; y finalmente, ahí sigue el edificio, arreglado pero vacío y sin la más mínima señal de que vaya a recobrar su vida de antaño, la que tantas veces acompañó a quienes necesitábamos sus servicios. Qué falta de respeto más grande hacia el personal, los enfermos, sus familiares, y los usuarios del Hospital en general. Actualmente, si vas en ayunas a hacerte una analítica, olvídate de desayunar después: si tienes que pasarte horas y horas acompañando a un enfermo, no pienses en descansar un poco tomándote aunque sea un café; si eres un trabajador, seguramente tendrás en cada departamento una oportunidad para tomar algo sin tener que coger el coche y desplazarte, pero también tendrás ganas de desconectar un poco con solo bajar a la cafetería. No sé, cada vez que paso y veo cerrado ese precioso edificio circular en el que tantas horas hemos tenido que pasar, muchas veces con dolor propio o por algún familiar, no llego a entender por qué ocurren estas cosas que al final redundan en más malestar para todos. Pero en algo me reafirmo invariablemente, y es en el convencimiento de que nos toman por tontos porque lo somos, y mucho, al permitir que sucedan. Porque no hay que olvidar que un mal político está ahí por el apoyo de muchos ciudadanos que después sufren en sus carnes las consecuencias de su malísima gestión. Así que es muy verdad y muy absurdo eso de que sarna con gusto no pica. Y mientras, a ver si llego alguna vez a ver que se vuelven a abrir las puertas de la cafetería del Hospital, que parece que se está convirtiendo en una causa tan perdida como el regreso del tren a Baza.

594. Entretiempo

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Por esas cosas de la vida, este viernes pasado me acosté pensando que había que cambiar el reloj, cuando en realidad tocaba en la siguiente madrugada. Me levanté el sábado recorriendo los relojes de casa y atrasándolos automáticamente una hora, sin entender que el móvil siguiera igual que el día anterior. Bueno, me dije al comprobar mi error, ya los dejo cambiados para el domingo; aunque confieso que me sentí un poco perdida en el tiempo. Como por aquí es ahora cuando han bajado las temperaturas y por la noche ya uso una colcha ligera en la cama, he aprovechado el fin de semana para sacar la ropa de entretiempo y guardar la más estival. Entretiempo, bonita palabra que define a la perfección cómo me encontré el sábado por la mañana. Definitivamente, es lo que sentí, adiós, verano, adiós. Pasarán las estaciones antes de que vuelva a recorrer la orilla del mar con los pies descalzos, jugando a vestirlos de espuma; o antes de que no importe la hora para salir en medio de la noche a mirar el cielo estrellado cuando el silencio es el único que grita. Ahora toca disfrutar la metamorfosis más colorida de la Naturaleza, la misma que, invariablemente, cada año nos deja boquiabiertos con su inconmensurable belleza. Entretiempo, duermevela, agridulce…, sustantivos que implican transición, mezcla, fusión; como los juegos de palabras que aúnan a dos seres en uno, al estilo del gato que araña. Me gusta mucho el universo mágico de las palabras, y es fantástico perderse por entre sus confines, a modo de astronauta de la ficción.

Foto: Lola Fernández

 

No estaría mal, por ejemplo, encontrar una palabra que definiera cómo veo a Baza. Siempre me ha gustado sentirla como una ciudad, y creo que se acerca a ello, por servicios, por habitantes, y por otra serie de criterios objetivos, digámoslo así. Pero, ay, en ocasiones no me queda otra que verla más rural que urbana. No tengo nada en contra de los pueblos, frente a las ciudades; antes al contrario: veo bastantes ventajas en las poblaciones más pequeñas, siempre que no lo sean demasiado. Pero no me refiero a tamaño, ni mucho menos: hay algunas cosas bastetanas que me desorientan cuando me toca vivirlas, y es entonces cuando echo de menos una palabra que una pueblo y ciudad. No entiendo, por concretar, que un sábado de verano a las 8 de la mañana, que no son las 7 o las 6, llame a un taxi y nadie me conteste, dejándome tirada y obligándome a andar hasta la estación de autobuses cargada de equipaje, para una de las pocas veces en que no hago uso de mi coche. O que un viernes a las 11 de la noche, que no son la 1 o las 2 de la madrugada, el único taxista que me contesta me diga que tardará una hora y media en recogerme… Vamos a ver, ¿es que sólo hay un taxista y vive a una distancia equivalente a Loja? Pero ¿cuántas licencias hay en Baza para este medio de transporte? Esto ya no es ni siquiera de pueblo, porque estoy segura de que en cualquiera de ellos habría varios taxistas que acudirían solícitos a cumplir con la obligación de atender al ciudadano que requiera sus servicios. Es lo mismo que, por poner otro ejemplo, ir a un negocio y que unas veces esté abierto y otras cerrado, sin explicación ninguna, ni un simple Vuelvo enseguida, que generalmente es pura trola. Estas cosas sólo crean desconfianza y quitan las ganas de volver a usar esos servicios o acercarse a esos lugares. No quiero ni imaginarme que necesite una ambulancia y nadie me conteste, o me digan que vendrán cuando ya me haya ido al otro barrio. Una ciudad que quiera serlo, no sólo ha de llamarse así, sino que hay que cumplir, escrupulosamente, con la ciudadanía, y que ésta esté feliz de no vivir en medio de la jungla, o en el culo del mundo, con perdón.

593. El frío de las guerras

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Cuando empezaba a ilusionarme con que la guerra entre Ucrania y Rusia llegaría pronto a su fin, la eterna contienda entre judíos y palestinos se sitúa en primer plano de la más triste y desesperanzadora actualidad. Una repugnante acción terrorista contra Israel, por parte de Hamás, ha conllevado el ataque sistemático del Estado israelí contra civiles palestinos inocentes, causando tantas muertes que sólo pensarlo causa pavor. Y entre los más inocentes, miles de niños muertos, y muchos más con vida pero aterrados, con el miedo asomando a unos ojos asustados que nada entienden. En unas imágenes, que ya se sabe que, como horror añadido a toda guerra, ahora se nos retransmite en directo por televisión, veo a un niño temblando, tratando sin éxito de ocultar su miedo, y cómo se echa a llorar desesperado cuando un adulto le abraza, queriendo sin lograrlo quitarle el frío que le hace temblar de pies a cabeza. Hay fríos, como el del alma, que no se quitan ni con todo el calor del mundo, y así es el frío de las guerras, como si por dentro todo se convirtiera en hielo. Mientras no haya un reconocimiento internacional y mutuo de los Estados de Palestina y de Israel, sin ocupaciones y con el respeto que las naciones se deben, malo, porque todo seguirá igual, y peor aún, que siempre es posible aunque parezca mentira. Y me pregunto cuántos niños sin ninguna culpa han de morir, para que los señores que se enriquecen con las guerras, que es tanto como decir con la muerte, decidan parar y que la anhelada y necesaria paz sea la única música en las tierras en donde el ruido de las bombas no deja al ser humano descansar. Toda guerra saca lo peor de cada hombre, sin importar al final el bando en el que se está, porque la venganza y el odio crean monstruos que sólo buscan causar el máximo dolor al adversario.

Foto: Lola Fernández

Vidas truncadas sin necesidad, eso consigue cualquier enfrentamiento bélico, y ello me lleva a visualizar los troncos de los árboles talados, que cuando dicha tala se hace sin control y porque sí, es como si se les hubiera declarado una guerra en la que ellos, los árboles, son sólo vidas inocentes a las que se les pone fin. Hace poco un joven de 16 años, y no le voy a poner ningún adjetivo, cortó sin más un árbol bicentenario, famoso y querido en el Reino Unido. Lo hizo al nivel del tocón y con una motosierra, por lo que los expertos confían en que pueda volver a crecer. Espero y deseo que sea así, y mientras miro imágenes del tronco seccionado, en el que se pueden ver fácilmente los anillos de crecimiento que te dicen no ya solamente la edad sino las vicisitudes de su vida, pienso en tantos cuerpos arrojados a fosas comunes en estos días en que la crueldad de la guerra nos convierte a todos en animales muy poco superiores y muy poco inteligentes. Ni siquiera quedará una huella que nos diga algo personal de cada cadáver, al modo de los troncos talados. Las talas indiscriminadas de árboles provocan que el bosque no sea capaz de regenerarse, con lo que llega la deforestación y sus nefastas consecuencias en los ecosistemas. Pero las muertes humanas indiscriminadas, ¿nos preocupan realmente como especie, o pensamos que no van a afectar a una humanidad que a día de hoy alcanza más de 8.000 millones de personas? No sé cómo piensan los promotores de la guerra, pocos y cobardes, pero que acaban con muchos valientes, aunque tengo muy claro que, si me entristece ver el tronco talado de un árbol sano, saber de la guerra me hiela el corazón.

592. Incoherencias

Por Lola Fernández.

Las contradicciones de nuestra sociedad provocan desazón e impotencia hasta al más pintado, aunque con el tiempo una ha ido aprendiendo a relativizar, porque en caso contrario no es raro que la tristeza te atrape, y tampoco es plan el estar sufriendo por las cosas que la humanidad en su conjunto haga o deje de hacer. Bastante tenemos con responsabilizarnos cada quien con lo nuestro, que ya es más que suficiente, como para estar pendientes de soluciones que son ajenas, aunque los problemas que las urgen nos atañan en un modo u otro. Sin embargo, hay tantas incoherencias a nuestro alrededor, que es imposible dejar de verlas y abstraerse por completo respecto a ellas. A ver: cómo es posible que se pierda un submarino, que no cumple las mínimas medidas de seguridad, en las profundidades del océano y haya un descomunal despliegue de medios para rescatar cinco vidas, cuando día a día se ignora a pateras que se quedan a la deriva en la superficie del mar y se condena con ello a cientos y cientos de personas a una muerte segura, mientras los países se pasan el balón de un tejado a otro, para finalmente no hacer nada ninguno de ellos. Por supuesto que las cinco personas víctimas de una implosión catastrófica a bordo del Titán se merecen todos los esfuerzos para salvarles, pero no más que cualquier inmigrante ilegal de las pateras abandonadas a su suerte a diario. El resultado es que el mar se ha convertido en una gran fosa común donde el mundo civilizado deja que naufraguen los sueños y las vidas de miles y miles de personas que sólo huyen del hambre y la guerra; y nadie nos cuenta nada de ninguna de ellas, excepto puntuales ocasiones en que a la orilla de cualquier playa llega el cadáver de un pobre niñito; entonces, y dicho con el máximo respeto, a mí qué me importa la vida de nadie que decide jugársela por nada especial.

Siguiendo con las cosas absurdas: cómo pueden las mujeres, ni nadie, votar a grupos de extrema derecha y a quienes con ellos pactan, si lo primero que hacen es eliminar las herramientas democráticas para la lucha por la igualdad de derechos, desde su negacionismo de la violencia contra la mujer. De qué han servido años y años de lucha, muchas veces dejando la vida en ella, por avanzar en el progreso y los derechos humanos, si llegan unos gañanes y producen una involución y un retroceso en nuestra democracia que difícilmente se pueden después revocar; y no hay más que ver el atraso que aún arrastramos tras cuarenta años de dictadura franquista. La conquista de los derechos son una mejora para la humanidad en su conjunto, y quien ataca a las mujeres, evidenciando un machismo y una misoginia repugnantes, atenta contra toda la sociedad. La igualdad de derechos es una conquista en la que se implican tanto las mujeres como los hombres, y precisamente éstos son los que menos debieran permitir que los machistas ensucien y perturben el entendimiento y la igualdad de género. Buscando la igualdad, se lucha contra la desigualdad, no contra los hombres; así que harían bien ellos en cerrar la boca y el paso a los que sólo llegan a machos, que son los que nunca van a saber, ni siquiera vislumbrar, qué es eso de la hombría. Y no quiero acabar sin señalar el desconcierto que me produce ver cómo la inmensa mayoría se suma a la fiesta con el más mínimo motivo, por ejemplo San Juan, mientras se queda en casita cuando toca salir a exigir cosas como una sanidad o una educación públicas potentes y decentes. Cuánto hemos de aprender de nuestros vecinos los franceses, que ya desde mayo del 68 nos enseñaron lo importante que es la lucha social por los derechos de las personas. Claro que para eso hay que saber distinguir entre lo importante y la mera parranda; que no está mal el jolgorio, ni mucho menos, pero siempre que se tengan satisfechas las necesidades vitales básicas, vamos, digo yo.

 

PD: Feliz verano y nos vemos en otoño. Sean todo lo felices que se pueda, sin olvidar las cosas que realmente importan, que suelen coincidir con las que nos mejoran como personas, y engrandecen la vida de la inmensa mayoría.

 

591. Las huellas del tiempo

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Miro la fotografía que acompaña este artículo y pienso que no es lo mismo viejo que antiguo, ni que anticuado u obsoleto, aunque todas estas palabras contienen el tiempo en su significado, que es tanto como añadir duración y cambio a las cosas y a los seres vivos. Así, tanto la materia inerte como la vida pueden verse transformadas por el tiempo, hasta el punto de su extinción; y, dejando aparte a los animales y a los seres humanos, mirando esta imagen se me viene a la cabeza todo un mundo de sensaciones y sentimientos asociados a las huellas que va dejando tras de sí el paso del tiempo. Silenciosa, sin prisas, pero también sin pausa, la existencia se va actualizando provocando todo un conjunto de variaciones que nos permite hablar finalmente de evolución y mutación. Las cosas creadas por el hombre no van a quedarse inalteradas con el paso de los años, precisamente porque no son inalterables, por mucha vocación de permanencia que tengan desde el mismo momento de su creación. Y lo más curioso es que las huellas del tiempo nos retrotraen al pasado y lo convierten en presente inevitablemente; o no les ha pasado, por poner un ejemplo, que al descubrir en un paisaje las ruinas de una vivienda la han imaginado nueva, y a la vez han fantaseado con las vivencias en ella y en los árboles que aún viven asociados y que sobrevivieron a quienes un día habitaron allí y los plantaron buscando sombra o frutos, o ambos. Hay huellas que se borran, como las pisadas de los pies en la arena de la orilla del mar; pero otras son señales que quedan para quienes sepan interpretarlas, creando un vínculo que muchas veces no es fácil comprender o explicar, pero que es muy real a pesar de su intangibilidad.

Foto: Lola Fernández

Miro de nuevo la fotografía y veo en ella diferentes materiales: piedra, ladrillos, madera, hierro forjado, restos de revestimiento de la fachada, y vegetación. Es sabido que la naturaleza siempre acaba por devorar cualquier obra artificial en cuanto ésta sufre abandono, y ahí está el verde de las plantas en la pared, y asomando por el poyo de la ventana. Y como un regalo del paso del tiempo, una pequeña flor de diente de león, iluminando con su color amarillo la sensación de melancolía que suele teñir las cosas que fueron y ya no son, o, al menos, dejaron de ser lo que un día fueron. Me dicen que tras esa fachada, con varias ventanas similares a la de la imagen, un día hubo una escuela a la que algunas de nuestras abuelas asistieron, sin imaginar siquiera que muchos años después de irse ellas, allí seguirían los restos de aquella su primera escuela. Y me siguen diciendo que después era un telar donde se tejía, o igual eran locales que estaban juntos, no me lo saben concretar, pero ello me basta para con mi imaginación añadir a la foto una música hecha de risas y alegres parloteos, un sonido de niñas y mujeres jugando y trabajando, poniendo una nota de alegría a unos años que se me antojan difíciles y en blanco y negro, como aquellas primeras películas de antes de que el color llegara al mundo del cine. La belleza o su ausencia no tiene por qué asociarse a lo nuevo, o a lo antiguo que se ha seguido manteniendo evitando que esté viejo y ruinoso. El tiempo va mutando las apariencias externas, pero en su omnipotencia no cabe acabar con los recuerdos; pues pocas cosas son más poderosas que la memoria de las personas o la de los pueblos, tanto que a veces se convierte en motor para el devenir de las generaciones futuras.

590. Una tarde de tormenta

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Dicen que vienen calores, intensos calores que estoy segura de que nos harán añorar estos días de auténtica primavera. Hemos tenido hasta lluvia, días y noches de lluvia de la de verdad, no las cuatro gotas de barro de tantas y tantas veces; incluso tuvimos, y temimos, tormentas eléctricas, que mira que me dan miedo los truenos, los rayos, los relámpagos y todo ese aparato eléctrico que anuncia su llegada entre vientos, se acerca tal y como prometía, y tarda en irse siempre más de lo deseado. Puf, vi una imagen de un almendro al que le cayó un rayo estos días pasados, en un campo cercano, y desde luego que entendí en toda su extensión lo malévolo de la expresión que te parta un rayo, porque el estropicio no es que fuera potente, sino lo siguiente. Todavía, si la tormenta te pilla por la noche en la cama, no tienes más que esconder la cabeza bajo las sábanas y cerrar los ojos para no ver la luz que ilumina la oscuridad nocturna, pero si hablamos de una tarde de tormenta, ay, eso sí que da canguelo cuando te asusta, y ahí no sabes qué hacer, como no sea apagar todo lo que esté enchufado, como la televisión, o el mismo móvil. Leí una vez que cuando hay tormenta eléctrica no se ha de contestar al teléfono, ni escuchar la radio, porque por ahí puede entrar un rayo…; ya sé que no hay que leer en Internet nada sobre algo que se tema, pero es como una tentación, y a veces más que quitarte miedos, los intensifica, seguro que saben de qué les hablo.

Foto: Lola Fernández

La cosa es que hay tempestades que no vienen montadas en el viento a través de los cielos, y son igualmente causa de espanto; así veo el panorama político en este justo momento, en que después de unas elecciones, se nos ha convocado a otras, en pleno verano y sin esperarlas. Y no es que sea especialmente temible acercarse a las urnas y depositar el voto, da igual que sea en julio, porque no es cuestión de calor; lo peor es seguir en modo campaña electoral, con los partidos cada uno con su historia, y con encuestas para todos los gustos, generalmente abriendo vías de opinión más que reflejando opiniones del electorado. Muchas veces pienso qué pintamos quienes votamos, si se pasan meses antes de hacerlo contándonos los hipotéticos resultados; pareciera que a los políticos les sobra y les basta con sus cábalas, y es como si la ciudadanía estuviera de más, cuando es realmente la única que importa. Aburre y da más miedo que un trueno la lucha por un puesto en las listas, y a veces saber quién va en ellas es peor que un relámpago cegador, porque te obliga a cambiar la intención de tu voto cuando no estás dispuesta a votar una lista que incluya a alguien a quien aborreces políticamente. Este juego de integrar a quien se quedó fuera, de subir o bajar como premio, de excluir como castigo, y todos esos vergonzosos movimientos de fidelidades, traiciones, pago de favores, venganzas y demás, me parece tan hostil como un repentino aguacero que nos moja hasta calarnos los huesos. Así que a ver si llega pronto, y pasa, la nueva cita electoral, que seguramente entonces será como que de verdad llega el verano, con vacaciones sin obligaciones, y con esporádicas lluvias estivales sin electricidad ninguna. Después, todos los adversarios políticos se sentirán vencedores, como ocurre generalmente, y si no les gustan los resultados, porque no tengan nada que ver con las previsiones de sus encuestas, no duden que empezarán a preparar más elecciones, con la ilusión de que en las próximas se cumplan satisfactoriamente sus deseos partidistas. Si es que al final voy a preferir una tarde de tormenta que acalle el ruido que enturbia nuestra convivencia, quién me lo iba a decir.

589. Las cosas que importan

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Lo que significan las cosas que importan es algo voluble, aunque a priori no nos lo parezca: una canción que te elevaba a los cielos un día, te pasa inadvertida otro si suena de repente, te es indiferente; una ciudad que te abrazaba al llegar, de pronto te es incluso hostil; un poeta que te volvía loca, y ya ni fu ni fa; un perfume, una obra artística, colores, lugares, ambientes, etc., sin ni siquiera advertirlo, se desdibujan en la nada, como la tinta de esos tickets que guardamos y con el tiempo están en blanco…Y no es así porque estén asociados a las modas, que esas ya se sabe que van y vienen; porque incluso siendo aliados de los sentimientos más profundos, cambian sin que nos demos cuenta, como la misma profundidad de tales sentimientos. Pienso esto cuando abro un libro y me encuentro entre sus hojas una flor silvestre seca que seguramente guardé cuidadosamente porque era importante en ese momento, pero que, ay, la miro y no me dice nada, es que ni siquiera sé de dónde procede, de cuándo es, de si estaba sola o acompañada al tomarme la molestia de cogerla y hacerla mía. Lo curioso es que no me deshago de ella, y la vuelvo a guardar entre las hojas de otro libro…; igual algún día, cuando yo ya no esté, alguien se tope con esa flor seca y piense en lo mucho que debió significar para mí si estaba entre mis libros más queridos; y lo cierto es que, con el tiempo, igual ni esos libros me digan lo más mínimo. Si de vez en cuando hiciéramos un inventario de todas esas cosas de las que nos rodeamos e incluimos en el círculo más preciado de nuestra privacidad, pensándolas importantes para nosotros, por un motivo u otro, lo mismo nos llevábamos la sorpresa de acabar tirando a la basura la inmensa mayoría de ellas.

Foto: Lola Fernández

Hasta aquí no me refería ni estaba incluyendo a seres vivos, que esa es otra, y mucho más peliaguda. Todo lo relativo a personas es, obviamente, bastante más complejo, pero en términos abstractos y amplios, también ocurre a veces que quienes eran esenciales para nosotros en un momento dado, después no son nadie, o, lo que es peor, son alguien que nos desagrada al punto de no querer no ya verlos, sino siquiera recordarlos. Es así, y si se piensa fríamente, es algo increíble que podamos mutar de dicha manera; claro que en este caso no es infrecuente que en medio de esa mudanza de filias a fobias haya una intensa decepción. Quizá ello explique igualmente que no nos ocurra de un modo similar con las mascotas, porque a quién le ha defraudado alguna vez su perro o su gata. La desilusión es un poderoso motor para sentimientos de animadversión y honda tirria, al tiempo que nos suele abrir los ojos y nos deja ver la realidad tal y como es, no tal y como la imaginábamos. Por el contrario, la ilusión actúa muchas veces en sentido inverso, y nos hace comulgar con ruedas de molino, volviéndonos ciegos y tontos como nosotros solos. Y da exactamente igual que seamos capaces de reflexionar sobre ello y lo entendamos de maravilla: seguiremos eligiendo una flor en el campo para que nos acompañe el resto de nuestra vida, y nos volveremos a equivocar con gente que de entrada nos parecerá exquisita y después sólo la veremos ordinaria y mediocre. Iremos andando de la mano de las cosas que importan aquí y ahora, aunque ya hayamos aprendido que eso puede cambiar tan fácilmente como el cielo en un día nublo con fuerte viento.

588. Empezar de cero

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Mientras recorro las calles, encuentro por las paredes restos del último Cascamorras y esa imagen de manos negras me hace pensar en pinturas rupestres y en nuestros primeros antepasados, que usaban sangre, arcillas o pigmentos vegetales para dejar sus primeras expresiones pictóricas en las paredes de las cuevas.  Junto a un puñado de manos de distintos tamaños, un corazón que pintó alguna persona romántica que en algún momento de su vida aprendió a relacionar esa figura con el amor. Los humanos trogloditas que plasmaban la huella de sus manos estaban experimentando, mientras que quien pintó el corazón nos dejó la plasmación de un aprendizaje a lo largo de su experiencia. Fotografío la pared y pienso que parece mentira que hayan pasado tantos miles de años entre las primeras expresiones artísticas del ser humano, y la costumbre de manchar las paredes blancas cada seis de septiembre, fecha de la tradición bastetana más conocida. Lo que para los foráneos que desconocen la fiesta del Cascamorras puede ser simplemente una especie de vandalismo urbano, y así me lo definieron un día unos publicistas sevillanos que pasearon por Baza tratando de inspirarse para un encargo sobre la marca de ciudad, para los bastetanos es algo que va ligado a sus emociones y sentimientos, y tan grabado en sus corazones como la pintura negra que se queda por muros y paredes, a lo largo de los años en muchas ocasiones. No, no desentona nada el corazón negro junto a las manos, y es bonito que aún haya quien exprese el amor sin personalizar con nombres y adjetivos.

Foto: Lola Fernández

Al pensar en el transcurso del tiempo, siglo a siglo, imperturbable al cómputo que nos inventamos para temporalizar, pienso en qué humano es considerar que nuestra vida podría ser o haber sido vivida de casi infinitos modos diferentes a como la vivimos y la estamos viviendo día a día. Y, sin embargo, creo que mil veces que naciéramos, volveríamos a hacer exactamente lo mismo. Podría haber…, si hubiera…, haría si…, pensamos y nos decimos, pero ¿de verdad creemos que tenemos el poder de cambiar nuestra existencia más allá de lo elemental? Hay personas, pocas, pero las hay, que de repente un día ponen punto y aparte, y empiezan a vivir de un modo y en un entorno completamente diferentes. Suelen estar solas, y si no lo están es porque alguien les sigue, pero por pura solidaridad más que por deseo propio; y son un buen ejemplo de que aún poseemos la capacidad de decisión, y que la voluntad es más poderosa que el peso intangible pero inmenso de la rutina y la costumbre. Todos sabemos de alguien que vendió todos sus bienes, abandonó un trabajo permanente y se fue lejos a vivir otra vida; seguramente nos pueda ser de inspiración saberlo, aunque me pregunto si ello basta para traducirse en un aliento, en una ayuda para tomar una decisión cuando nos ronda una idea de cambio. Igual pasarán los años y seguiremos recorriendo las calles, viendo año tras año las huellas negras de las manos de quienes detuvieron un momento su carrera para dejarlas sobre las blancas paredes; y nos volveremos a sorprender con trazados tan románticos como un corazón solitario perdido en nuestra ciudad. O, quién sabe, tal vez alguien sea capaz de realizar sus deseos de cambio más íntimos, y alguna vez sepamos que dejó todo sin mirar atrás, porque por delante tenía muchas cosas que ir a buscar para empezar de cero.

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