607. Cambiar el chip

 Por Lola Fernández.

Hay tantas ocasiones en que siento vergüenza de esta sociedad nuestra, que es que ya ni llevo la cuenta; es más, a veces me esmero concienzudamente en olvidar lo feo que me rodea, para que no me afecte, aunque lo cierto es que eso se me hace imposible, pues no podemos vivir en una burbuja por más que lo deseemos. Lo último que me ha dejado impactada negativamente es saber que a una señora mayor la han desahuciado por una deuda ridícula con la propietaria de su vivienda, que ha ignorado a la misma administración local, que deseaba condonar tal deuda para evitar que la mujer tuviera que irse a la calle; bueno, lo más que el Ayuntamiento ha conseguido es que no se quedara en la calle y pase a vivir en una pensión… ¡Qué triste, qué asco dan estas cosas! La propietaria seguramente desea dedicar el piso a turismo ilegal, mucho más productivo que una renta antigua, y la administración debiera exigirle todos los permisos y registros pertinentes, porque es una vergüenza todo lo relativo a este tema. Ya que no tiene humanidad ni sabe lo que es tener dignidad, que pague y no pueda hacer y deshacer a su antojo, que ya está bien de tanta gentuza.

Foto: Lola Fernández

Más temitas que me provocan arcadas: llega el momento de llevar a juicio a un famoso futbolista que presuntamente violó a una muchacha hace poco más de un año; el elemento ha dado tropecientas versiones, a cuál más disparatada y falsa, y su madre, una vergüenza para todas las mujeres, ha estado haciendo públicos la identidad y datos personales de la víctima, resaltando que al parecer la chica vive una vida normal: no sé si es que una mujer después de violada ha de recluirse hasta la muerte, como si fuera culpable de algo. El caso es que el presunto violador se ha descolgado pidiendo no ser juzgado y que se anule el proceso, porque resulta que, según él, se vulneró su presunción de inocencia y hubo indefensión para con él; o sea, que el deportista desea irse de rositas y que su delito sea impune: con que sufra la víctima, ya es más que suficiente para él y su señora madre, porque él en realidad no hizo nada que no hubiera hecho, seguramente, otras veces sin que le pasara nada de nada. A qué viene ahora tanto aplicar la ley y hacer justicia, parece decirse el muy desgraciado, con lo feliz que estaría él en su casita, con la familia que ha perdido por su ominosa conducta.

Por citar algo más que me enerva y me lleva a desear cambiar el chip y vivir mis días tranquilamente sin echar cuentas a tanta porquería social, este empeño de algunos partidos por no dejar gobernar a quien la ciudadanía eligió para ello, no sólo no haciendo nada de sus obligaciones como representantes nuestros, sino sin dejar que nadie lo haga, como aborrecibles perros del hortelano, o, sencillamente, como odiosos perros sin más. Se les llenan las sucias bocas de palabras como constitucionalismo, cuando incumplen desde hace más de un lustro los preceptos de la Constitución, tales como la renovación del CGPJ, por poner un ejemplo. No los puedo soportar, y no lo siento nada de nada; si acaso me molesta tan sólo pensar en semejante panda de impresentables, que se asemejan a un feo motivo de esos que de repente te encuentras en cualquier muro, ignorando dónde está su sentido, ya sea siquiera a nivel meramente estético. No sé, será que me

decanto más por la belleza que por lo desagradable, aunque ya se sabe que eso es algo demasiado subjetivo; pero, qué quieren que les diga, hay cosas que incluso objetivamente son más feas que Picio.

606. Mirar arte

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Hace unos días escuché en la radio a un periodista especializado en arte hablando de algo que me pareció muy interesante: parece ser que está demostrado científicamente que mirar arte ayuda a gestionar la ansiedad y a combatir el estrés, especialmente las pinturas de paisajes. Y en ellas, hay cuatro elementos esenciales en los que fijarse buscando eliminar tensiones y agobios: el horizonte, las nubes, la luz y el silencio. Explicaba este experto que el horizonte nos sirve para soñar lo que no se ve; con las nubes podemos imaginar que se mueven y tener la sensación de estar flotando en el aire como ellas; la luz siempre es muy diferente según las horas del día o las estaciones pintadas, siendo perfecto el juego de luces y sombras según nos encontremos; y el cuarto elemento seguramente será el más complicado de pintar, aunque muchos artistas lo hacen sirviéndose de brumas y nieblas, por ejemplo. Es obvio que la mera contemplación no será de demasiada utilidad, que somos nosotros y nosotras quienes hemos de contribuir con una mirada activa, que nos permita abstraernos de lo que nos circunda y de nuestros problemas, logrando que la belleza sea sanadora. El periodista apuntaba un pintor y una obra que realizó en un momento de mucho estrés, por estar en pleno divorcio con su mujer, y después de buscarla no puedo resistirme a compartir el nombre de dicho artista y de esa obra en concreto: Gerhard Richter, “Iceberg”; si la buscan ustedes, entenderán muy bien todo lo expuesto hasta aquí sobre este tema.

Foto: Lola Fernández

Personalmente, me encantó esa charla radiofónica, porque me gusta mucho la pintura, y nunca viene mal conocer lo que la ciencia aporta al arte, máxime cuando es algo tan práctico y sencillo. Y digo yo, si los paisajes pintados son así de positivos, no me cabe ninguna duda de que observarlos en plena naturaleza será aún más idóneo para transmitirnos paz y aliviar preocupaciones y demás. No es difícil entender por qué la vida en el campo suele ser mucho más relajante que en la ciudad, especialmente si ésta es una gran urbe, ruidosa y contaminada. Me parece mucho más factible la calma en plena naturaleza, con su ritmo acompasado al lento discurrir de las horas, que en una localidad urbana en la que la norma suele ser la prisa: correr, correr y correr, sin saber el porqué, pero correr. Y si me dan a elegir, en paisaje pictórico elegiría una marina, y en la realidad, paisajes cuyo protagonista sea el mar y sus motivos de toda índole. Claro que no estoy pensando en grandes oleajes y cielos tormentosos, pero la misma visión de un puerto pesquero en las horas en que los barcos están en reposo, tal vez sólo interrumpido por alguna gaviota que va a posarse en ellos, es bastante más tranquilizante. Los veleros, por ejemplo, suelen ser ruidosos incluso atracados en puerto, a causa del viento y elementos de mástiles y velas; pero las barcas, qué delicia mirarlas mecerse quedamente en las tranquilas aguas del embarcadero. No me extraña la cantidad de barcas que pintaron los impresionistas, por citar alguna corriente pictórica, tales como Monet, Renoir, Gonzalès, Degas, Cassat, Pissarro, Morisot, Sorolla, Rusiñol, y tantos otros; porque el impresionismo me parece un estilo pictórico muy adecuado para escapar del estrés, y su tratamiento de la luz es sencillamente espectacular. La misma obra que inauguró esta corriente, “Impresión, sol naciente”, de Claude Monet, es perfecta para movernos por horizonte, nubes, luz y silencio, como coordenadas para desestresarnos. Cosa que no se me ocurriría decir de cualquier obra perteneciente al fauvismo, con sus colores tan agresivos y violentos, nacido precisamente como reacción al impresionismo; que no digo yo que no hubiera maravillosos pintores fauvistas, incluso preciosas pinturas de barcas y de paisajes en dicho estilo, aunque no las llamaría relajantes, que ya se sabe que cada cosa en su momento, y, además, no siempre vamos a mirar arte porque nos encontremos agobiados.

605.- Atolondramientos

Por Lola Fernández.

He leído que, dadas las cálidas temperaturas impropias del invierno, hay ya cerezas en algunos lugares a estas alturas del año; así que la previa floración habrá sido a principios de enero, a modo de una ficticia y temprana primavera. No sé si el tiempo se ha vuelto loco, y nos ha contagiado, o es él el que se está acompasando a nuestra disparatada energía cotidiana. Me imagino a Vincent van Gogh saliendo a los campos en estos días presentes, no de finales del s. XIX, y volviéndose tarumba de verdad viendo en flor los árboles frutales con tanta anticipación; o a su amado pintor japonés Katsushika Hokusai, una de cuyas obras ilustra el artículo, recreando la belleza de la naturaleza florida a principios de año, en vez de a finales de primavera, o incluso ya entrado el verano. Es mucho más lógico encontrar en esta época un almendro en flor, que un cerezo con su fruto ya maduro; pero es que la lógica brilla por su ausencia en estos momentos de la Historia, y a tantos niveles, que mejor no pensarlo mucho y seguir hacia delante, aunque sea viviendo la vida loca. Atolondrados y confundiéndonos, la política, los poderes, algunos ritmos que osan llamar música, los pensadores que cambian de ideología como quien se pone un traje nuevo cada mañana, el relato diario de la actualidad, el clima, los proyectos y megaproyectos de arquitectura e ingeniería, los avances científicos revolucionarios que se esperan a bastante corto plazo, tribunales, genocidios, bombardeos, alegatos, inviabilidades, propuestas, descalificaciones, socios, enfrentamientos… y tantos factores que, buscando certezas, siembran incertidumbres, como puedan imaginar. Hay tantas ofensivas multidireccionales, que no puedo sino entender que, ante la sequía, los árboles huyan literalmente buscando sobrevivir al cambio climático: está comprobado científicamente que, cuando los árboles mueren debido a condiciones extremadamente secas, hay un importante porcentaje de casos en que las especies reemplazantes pertenecen a vegetación no leñosa y, por tanto, muy diferente de los árboles originales, lo que resalta las dificultades del bosque para recuperarse. No olvidemos que la sequía ha sido mortal para la humanidad a lo largo de su historia, haciendo que se extinguieran para siempre grandes civilizaciones; recordando, además, que ellas mismas fueron las involuntarias causantes, por influir en la deforestación y pérdida de fertilidad de la tierra, o por abusar de la caza y no saber gestionar el agua, entre otros motivos. Nada nuevo bajo el sol, pero no aprendemos.

Total, un desastre. Asustan las temperaturas, y más cuando vemos que no llueve, y, hace tanta falta que lo haga, que duele hasta pensarlo. Si somos inteligentes -habrá que considerarlo en positivo-, algo tendremos que hacer; y nuestros dirigentes políticos deberían dejar de pelear por intereses partidistas y empezar a trabajar en común por el bienestar general, que, si se trata de la misma supervivencia, incluso a ellos les incluye, aunque parecen estar tan metidos en la burbuja del poder, que no se enteran de nada. Me parece que el desarrollo sostenible, que es el respetuoso con el medio ambiente, es tan esencial que se merece mucho más que alguna cumbre puntual en la que se firman cosas que nunca se llevan a cabo, tal y como se constatará en la cumbre siguiente; y así nos va. Creo que sería mucho más productivo invertir en vida, y no gastar esos ingentes, e indecentes, presupuestos en la guerra. En vez de fosas para cadáveres, plantar árboles y reforestar, que nos va invadiendo el desierto y no hacemos nada para evitarlo. En fin, el sueño de una noche de verano… ah, no, de invierno, aunque parezca mentira y ya podamos saborear cerezas de nuestras tierras.

604. Los detalles

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

El otro día veía en la plaza de una ciudad una placa informativa sobre un algarrobo centenario, que lucía espectacular debidamente protegido; y ello me hacía pensar en la ligereza de algunos para eliminar árboles, sin importarles lo más mínimo que son seres vivos con una historia. Hay que tener muy poca sensibilidad para mostrar tal falta de respeto, aunque qué cierto es eso de echarle margaritas a los cerdos: nunca ha de presuponerse una delicadeza que después brillará por su ausencia. Por increíble que pueda parecer, hay a quien un árbol no le dice nada de nada, así que, si está en medio de algún proyecto, invariablemente lo hará desaparecer, sin estudiar más alternativas. Suele ser así con respecto a la naturaleza en su conjunto, que hay muchos humanos para quienes ella les está siempre supeditada; así que nada tiene de extraño que, con el paso del tiempo, hayan logrado que las fuerzas naturales impongan su ley dejándoles en evidencia, a ellos y a su nimiedad. Por mucho que se quiera aparentar, en los detalles está la verdad en muchas ocasiones, aunque, por desgracia, sean invisibles para una gran mayoría de seres que viven en los parámetros del todo, sin caer en lo importante que es cada elemento para sustentarlo. Es casi como eso de burro grande, ande o no ande, que a quien se guía por ello, no le vas a hacer entender que hay cosas pequeñas tan importantes, o más, que lo gigante. Y creo que con las montañas pasa igual que con los árboles: hay quien las ve y sueña con subirlas, y quien no cae en la cuenta de su existencia, o, todo lo más, las sitúa perennemente en un horizonte inalcanzable. Algo que me llama mucho la atención en esto de las cimas y cumbres, es cómo muchas veces van asociadas a leyendas que pasan de generación en generación contando historias que no se sabe muy bien si son ciertas o inventadas. A saber, parejas protagonistas de amores imposibles que se despeñaron, como en el caso del malagueño Peñón de los Enamorados; o mucho más sofisticadas, como la leyenda del tajo de Roldán, en el Puig Campana, la segunda cima más alta alicantina, para explicar poéticamente por qué falta un trozo de roca allí arriba, etcétera. Parece como si se quisiera hacer más asequible esa grandeza natural que poseen las montañas, aunque sea a base de humanizarlas con relatos que nos las acercan un poquito.

Foto: Lola Fernández

Mucho más prosaicas que estas reflexiones sobre la naturaleza, algunas noticias que leo, no sin quedarme perpleja por la falta de lógica y lo absurdas que son. Cómo no sorprenderse al conocer que se piden tres años y medio de cárcel para unos vecinos que impidieron el desahucio de una madre y su hijo, o cómo se castiga a quienes hacen del salvamento humanitario de náufragos en el Mediterráneo su bandera, por poner sólo dos ejemplos. Sirven como muestras del errático devenir de nuestra sociedad a muchos niveles, y son como detalles que hablan a voces de la tontería que llevamos hacia adelante, olvidando que a veces hay que detener el paso y pensar, antes de seguir avanzando, no sin cambiar previamente el paso, y hasta el rumbo; y todo ello a nivel colectivo, porque cuando la necedad y el despropósito superan los límites de lo personal, las soluciones han de ser sociales y moverse en el cauce de lo general. Mientras tanto, no dudo que cultivar el amor por los detalles, sean flores, sean palabras, sean decisiones, sean los que sean, nos ayudará a movernos por la vida sin tener que estar recordando a todas horas que a veces el camino está conformado de arenas movedizas que en cualquier momento pueden engullirnos sin más.

 

603. Del dicho al hecho

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Si echamos la vista atrás a través de los recuerdos y nos vamos hasta nuestra infancia, tal vez seamos capaces de llegar al mismo momento en que por primera vez apareció en nuestro vocabulario vital la palabra amistad. Seguramente fuera ligada a la primera incursión escolar, porque no es raro que después de esa experiencia siempre haya un ¿y tienes algún amiguito?, demostrando cómo tradición e ilusión van generalmente de las manos. Y me refiero más a hacerse ilusiones que a tenerlas, aunque será porque a la evocación le añado consideraciones basadas en la propia experiencia, más que en lo que llaman realidad objetiva. Porque a ver, qué lástima, cómo pensar ni por un momento que porque asistas a la escuela un día vas a conseguir un amigo o una amiga; ni cursando todos los años de educación preuniversitaria en el mismo centro y con el mismo grupo me imagino poder hablar de amistad, o al menos de verdadera amistad, que esa es otra. Y es que es muy fácil llamar o que te llamen amigo, pero es que del dicho al hecho hay mucho trecho. Cierto que la amistad llega a convertirse en una de esas entelequias que son casi imposibles de vivir, empezando por su misma definición, que en el diccionario incluye el componente de extrafamiliar, como si en la familia no pudiera darse una relación amistosa, cuando a veces ocurre que no hay más amigos que dentro de la familia, si los hay. Aunque voy a hacerle caso al diccionario y dejaré fuera el ámbito familiar, que eso da para otro artículo, o para varios.

Foto: Lola Fernández

La cosa es que en la infancia y en la adolescencia, la amistad es algo casi más importante para cada quien que el mismo amor, otro constructo para echarle de comer aparte. Después nos hacemos, o nos hacen, adultos, y surge el citado amor, que, curiosamente, lleva aparejado en muchas ocasiones la expulsión de nuestras amistades, como si se tratara del destierro de un hipotético edén en el que sólo cupiera la pareja y pare usted de contar. De cualquier modo, si sobrevive alguna amistad previa al emparejamiento, o si se hacen nuevas ya en pareja, aún nos queda por aprender el significado de que obras son amores y no buenas razones, en relación con las personas a quienes llamamos amigas. Se dice que la amistad tiene las ventajas del amor, sin sus inconvenientes: a saber, hay entrega y generosidad, haciéndonos sentir que no estamos solos cuando necesitamos a los demás; sin tener problemas relativos a conductas posesivas o que tengan que ver con los celos y demás. Y de verdad que en teoría queda precioso, y más que quedaría si fuera real, pero, ay, no creo que sea la única que piense que es ideal mas absolutamente irreal.  Eso que dicen de que quien tiene un amigo, tiene un tesoro, es de lo más acertado, especialmente en lo relativo a la extraordinaria rareza de experimentar semejante hallazgo. Quedémonos con la alegría de sentir que podemos contar con un puñado de buenos amigos, que nos hagan bajar la guardia contra la falsedad que otros te ofrecen, teniendo la osadía de llamarse amigos cuando no es que no lo sean, sino que son los peores enemigos, pues en eso se llegan a convertir a veces quienes nos traicionan y hacen que las palabras pierdan sus auténticos significados. Como cantaban Golpes Bajos en una bella canción llamada Desconocido: No me llames de amigo si me vas a dejar dolido, mi amigo…  

602. Polarizaciones y mascarillas

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Como ya sabemos, para el año que se nos acaba de ir, el 2023, se ha escogido la palabra polarización, imponiéndose al resto de candidatas por su extendido uso y su presencia en los diferentes medios de comunicación. Para entendernos, podríamos definirla como división en polos opuestos, y, dado el ambiente social imperante el año pasado, yo diría que es una elección de lo más acertada. Desafortunadamente hay que admitir que la música de fondo está más hecha de separaciones, divisiones, discrepancias, divergencias, diferencias y enfrentamientos, que de conjunciones, para qué nos vamos a engañar. Nunca hubiera imaginado, en aquellos meses de confinamiento, con tantos aplausos al unísono, con tanta bondad infinita deseosa de derramarse por las calles de las ciudades una vez saliéramos del encierro, que tan pocos años después estaríamos guerreando y sin seguir los mínimos protocolos para que no se repitan situaciones tan penosas como las de antaño. Porque sí, estaremos muy enfrentados y separados, en posiciones opuestas difícilmente compatibles, pero llegan los virus y nos hermanan en un segundo: todos enfermos y yéndonos a la cama, entre toses que no nos dejan dormir en toda la noche, porque nos arañan las gargantas y hasta las entrañas, entre fiebres o estornudos que parece que nos van a dar la vuelta a la cabeza como un calcetín. Y el sistema sanitario se vuelve a colapsar como entonces, a pesar de que los médicos llevan advirtiendo desde mucho antes de navidades: pero no, las autoridades políticas no se atreven a volver a hacer obligatorio el uso de las mascarillas, y la ciudadanía, que tampoco haría ni caso, se aglomera por aquí y por allá, en fiestas al aire libre, en reuniones familiares, en centros comerciales, en cabalgatas y espectáculos varios. A miles, sin distancias, sin protecciones, como si no hubiera un mañana, dejando claro que los buenos propósitos del confinamiento por la pandemia del coronavirus eran una pura pamplina.

Foto: Lola Fernández

Lo cierto es que a estas alturas nadie debiera decirnos qué hacer o no hacer, porque creo yo que ya somos mayorcitos. Que la vacunación sea voluntaria no significa que se pueda ser tan irresponsable como para pasar de vacunarse, contra la gripe y contra el covid, cuando las autoridades sanitarias están hartas de decirnos que es recomendable, a pesar de no ser obligatorio. Para qué nos sirve la inteligencia que se nos ha dado si después actuamos como idiotas, porque no puedo ver de otro modo el negacionismo. Mucha idiotez, y una desagradable falta de solidaridad, amén de importantes dosis de incultura. No digo yo que no haya que salir a la calle, pero no cuesta nada ponerse una mascarilla si vas a estar en lugares atestados de gente; y para eso no se necesita una regulación, que después nos quejamos de que nos ordenan, pero cuando no lo hacen, pasamos. Así que tenemos a medio país, o más, enfermo, y, después del periodo de incubación, será peor. Los ambulatorios y los hospitales, petados; y lo único que parece importar es cuándo serán las próximas vacaciones, el macroconcierto más cercano, la excusa más variopinta para reunirnos y beber, que se ve que las olas de calor nos dejaron con mucha sed, y así todo… En fin, tenemos un problema, con la polarización política echando humo, con quienes no se atreven a mandar, y quienes están deseando que manden para desobedecer. Y como invitado de última hora, la inteligencia artificial, cuyo mayor peligro es, obviamente, la manipulación poco inteligente de los humanos. Así que qué quieren que les diga, a estas alturas me conformo con un poquito de inteligencia, sea natural o artificial; y, por supuesto, que los contagios se acaben y las infecciones se esfumen, que tenemos que encarar un nuevo año para el que deseo una palabra más armónica y menos inestable que la de polarización.

601. Ángeles

Por Lola Fernández.

En unos días entrará el invierno, y lo hará este año entre las voces de los niños y niñas cantando los números de la Lotería de Navidad, momento que para mí es el auténtico pistoletazo de salida para estas fiestas. Entre christmas y obituarios se va acabando diciembre: en cuanto a éstos, no sé a qué es debido, pero se acostumbra a recordar a quienes han muerto desde enero, en plan homenaje, y aunque hay finados que se merecen pocas loas, ahí se cuelan en cualquier necrológica que se precie; y respecto a las felicitaciones navideñas, las de papel han sido masivamente sustituidas por los memes, los reels, los chascarrillos gráficos que van y vienen, paseando por toda España, con una supuesta gracia que por lo general si brilla es por su ausencia. Así que entramos en las navidades, señal de que estamos vivos y no hacemos bulto en ninguna necrología, y ante ellas, una de dos: o nos alegramos, o dejamos que nos invada un muermo total. De nuestra actitud ante determinada realidad, invariable independientemente de nosotros, dependerá que nos guste o disguste; y qué quieren que les diga, a estas alturas estoy mucho más por regocijarme en la alegría, que en arrastrarme penosamente bajo el peso implacable de una tristeza sin demasiado fundamento. Que sí, que en determinados momentos se añora demasiado a los que nos faltan y ya no volverán, pero eso pasa de uno de enero a treinta y uno de diciembre, así que es un poco absurdo circunscribir el dolor por la ausencia de nuestros seres queridos a unas fiestas específicas, sean navideñas o cualesquiera otras. De manera que, en estas últimas vacaciones anuales, me niego a sentirme mal de entrada y sin motivo concreto, y me basta el propósito de no caer en exageraciones propias del momento, sean consumistas, gastronómicas o de cualquier otra índole.

Ya se sabe que todo propósito no va más allá de la intención, así que no prometo nada, para qué, si lo mejor es dejarse llevar y que todo fluya sin interferencias personales. Con lo cual ya me veo disfrutando de lo que me gusta de la Navidad, que pasa por visitar las plazas que se llenan de puestos con todo tipo de artículos, sin dejar de entrar en cualquier iglesia que anuncie su Belén, canturreando los villancicos que me retrotraen a la infancia, comprando algún cartucho de castañas asadas con los que calentarme las manos en el frío ambiental propio de estos días, feliz de tantas luces en todas las ciudades, y todas esas cosas que sólo, o casi, se nos ofrecen en estos momentos. Me gustan los aderezos y la intermitencia luminosa en las gélidas noches, los escaparates, la flor de Pascua y el acebo, los falsos paquetitos de colores brillantes, los calcetines que cuelgan en las chimeneas, y, en general, todo con lo que adornamos el árbol navideño: las bolas, las cintas, las piñas, la estrella, y todos los colgantes habidos y por haber. No elijo entre Belén y Árbol, porque me gustan ambos y combinan genial; e igual me ocurre entre Papá Noel y los Reyes Magos, pues prefiero celebrar los dos, y multiplicar la ilusión. Pero si hay algo por lo que siento predilección, es por los ángeles, no me pregunten por qué, pero me gustan mucho y en cualquier lugar y tiempo. La verdad es que no tengo ni idea de cuántos tipos hay, y no conozco sus nombres y eso, más allá del ángel de la guarda, por ser el primero del que nos suelen hablar. Sin embargo, adoro ver ángeles cantores, o tocando instrumentos, sea en retablos, en museos de esculturas, o en pinturas, aunque no sean sobre la Natividad exactamente; me parece precioso todo lo angelical, y un gran contraste con lo feo y lo agresivo. Como ejemplo, el detalle de la Natividad de Piero Della Francesca, una pintura al óleo fechada entre 1470 y 1475, que se puede disfrutar en la Galería Nacional de Londres. Representa una escena del nacimiento de Jesús, un pasaje de la Biblia, y en ella hay un quinteto de ángeles que cantan mientras algunos tañen instrumentos de cuerda. Una pintura sencillamente deliciosa, con cuyo detalle, que no me puede gustar más, ilustro este artículo, al tiempo que les deseo una feliz Navidad.

600. La belleza

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Uno de esos conceptos en que apenas nadie coincide a la hora de explicarlo, aunque seguramente en el fondo estén todos de acuerdo, es el de la belleza. Puede entenderse como emanando de nosotros, o como estímulo que nos llega desde fuera, pero por lo general si hubiera que definirla, casi siempre se recurriría al placer: la belleza provoca sensaciones y sentimientos placenteros, de agrado, de atracción; frente a la fealdad, que causa rechazo y nos desagrada. Esto, claro está, siempre que nos movamos entre las coordenadas de la objetividad, pues si alcanzamos los dominios de lo subjetivo, todo puede volverse patas arriba, porque hay personas a quienes el mismo concepto de belleza les repele, dado su amor por el feísmo, que otorga valor estético a lo repugnante. En pintura, hablando de Arte, tan indisolublemente unido a la belleza, o a su carencia, tenemos, por ejemplo, por un lado, a Sandro Botticelli, cuyas obras, quedémonos con El nacimiento de Venus y La Primavera, podrían servir perfectamente para entender grosso modo el culto a la belleza; y, por otro lado, quien conozca la obra de Francis Bacon, puede encontrar en ella deformaciones y rasgos más que suficientes para hablar de cualquier cosa excepto de cánones clásicos de lo hermoso. Hasta aquí estaríamos en lo que podemos llamar belleza exógena, la que, desde el mundo externo, penetra en nuestro interior, a través del filtro de las personalidades individuales, nunca iguales entre sí. Y si en ella encontraremos dificultades a la hora de unificar concepciones, no te arriendo la tarea si entramos en las dimensiones de la belleza endógena, aquella que busca la luz desde el interior de las personas.

Foto: Lola Fernández

¿Qué hace que para nosotros una persona sea bella: los rasgos físicos, los valores, la actitud, sus maneras, la conducta desplegada en cada momento y circunstancia, sus aptitudes, el conjunto de todo ello, o nada de esas cualidades? ¿Preferimos la perfección y el saber estar, o nos atrae cierta imperfección y que cada quien vaya aprendiendo poco a poco y no sea un ejemplo de excelencia desde el minuto cero? Casi seguro que a nadie nos gusta que alguien mienta, o se muestre arrogante y fatuo mientras nos mira de arriba abajo; que nos desagrada la gente violenta, o maleducada, o egoísta, o traicionera, o que, generalmente, nos hace sentirnos mal cuando se adentra en las fronteras de nuestra intimidad. Pero tampoco en esto se dan exactitudes y certeza, porque, vistas desde fuera, hay atracciones y fascinaciones fatales que son irresistibles para el más pintado. Tal vez, y ello implica incertidumbre, buscamos aquello en lo que hallar cierta identificación personal, teniendo en cuenta lo que esto supone de experiencias previas, prejuicios adquiridos y factores culturales y educativos. O quizás tan sólo nos dejamos llevar sin más condicionantes cognitivos, y la belleza es todo lo que nos gusta –el elemento subjetivo por encima del objetivo-, sin mayores complicaciones. Todos nos sentimos más inclinados por una música, unos paisajes, un cielo, unas ciudades, unas personas, un libro, y unas vivencias en general, que por otros. Y de ahí surgen las afinidades con unas personas más que con otras, y la antipatía que sentimos por otra gente con la que no sólo no coincidimos en casi nada, sino que nos provoca una firme repulsa. Todo ello sin obviar que aquí podríamos introducir la temática de la atracción de los contrarios, que por hoy me parece que sería ya rizar el rizo; mejor elijo una fotografía para este artículo, que me parece que encierra mucha belleza, no sé si objetiva o sencillamente subjetiva.

599. Disparates

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Recuerdo a Miguel Gila con su característico teléfono llamando al enemigo para parar la guerra, le pedía que avanzaran por la tarde después de ver el fútbol, en vez de temprano cuando todos dormían… El absurdo de un humorista genial con el que nos partíamos de risa, que nada tiene que ver con la incongruencia de una tregua en la guerra de Israel, para dejar pasar una ayuda humanitaria a quienes a continuación se va a seguir masacrando sin piedad. Que se detenga una guerra, aunque sea por unos días, siempre es positivo, y a la vez nos indica que los enfrentamientos bélicos pueden frenarse, que alguien maneja los hilos y los resortes de la vida y de la muerte en campos de batalla muchas veces ficticios. Porque en las imágenes veo soldados armados hasta los dientes contra niños que lloran, mujeres y ancianos, y hombres desarmados que buscan entre las ruinas los cuerpos de sus seres amados. Me da lo mismo la diplomacia internacional y los protocolos: es intolerable esta matanza, por mucho que exista el derecho de defensa. Una cosa es atacar a un terrorista, y otra muy diferente aterrorizar a una población civil que no tiene nada que ver; y si nuestra sociedad no puede atajar algo tan brutalmente inhumano, es porque hemos fracasado como seres humanos supuestamente inteligentes. No es lógico, y sí disparatado, el proceder de los humanos en demasiadas ocasiones, y ese es sólo un pequeño ejemplo; porque podemos añadir la competencia entre ciudades por ver quién derrocha más electricidad para alumbrar las fiestas navideñas; o el éxodo vacacional sólo porque llegan puentes, con independencia de si hará buen tiempo, o estará todo masificado, etcétera. Continuando con la Navidad, da para observar muchos más desatinos: como el comer como si no hubiera un mañana, el reunirse con gente que no gusta nada, el gastar sí o sí, aunque el bolsillo renquee, y esas cosas que cualquiera puede visualizar con sólo pensarlo un poco. Es curioso cómo convive la fiesta y el duelo sin apenas fronteras; mientras unos lloran a sus muertos, otros se ponen ciegos de dulces y priva; igual el alegre sonido de los villancicos acalle el rumor del llanto en lugares que se nos antojan muy lejanos.

Foto: Lola Fernández

Es verdad que, si no queremos que la tristeza nos devore, hay que marcar distancia con los problemas cuya solución no depende de nosotros, porque sería casi imposible levantarnos con ganas de vivir sabiendo cómo es la vida globalmente en nuestro planeta. Hay que dejar paso a la fantasía y a la ilusión, sorteando obstáculos y dificultades según vayan llegando, que tampoco es cosa de anticiparlos y sufrir por algo que igual después ni ocurre. Por supuesto que caben las fiestas, los viajes, las luces, las músicas, aunque en algún lugar sólo haya miedo, oscuridad y estruendo amenazante; y todo ello sin sentirnos culpables, puesto que no lo somos. Pero hay que tener muy claro quién es el amigo y quién el enemigo, y no dejar nunca de denunciar al que abusa del más débil. Aunque en ocasiones cuesta diferenciarlos, siempre hay un bueno y un malo, y muchas veces un ataque es para tratar que dejen de pisarte; lo malo es que después sólo vas a conseguir que te aplasten… Aunque sea difícil, hay que seguir y no dejarse abatir, aunque la crispación y el desbarajuste hagan mucho ruido. Por mucho disparate que nos rodee, siempre vamos a contar con la imaginación para soñar un mundo mejor, y ella se manifiesta por doquier para quien quiera disfrutarla.

598. Más color

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Hay temas sobre los que, aunque te disgusten, has de escribir, y aún más cuando tienen tal importancia que son mucho más que un tema. 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la violencia contra la Mujer, y lo primero que pienso es que es una lástima no poder eliminarla como si se tratara de un tumor y contáramos con una cirugía feminista que acabara de una vez por todas con el maltrato, las violaciones y los asesinatos. 1.237 mujeres asesinadas desde 2003, cuando una sola es demasiado; pero es que esas cifras son sólo la punta del iceberg: nos llega la noticia de un feminicidio, pero nunca de cuántas mujeres sufren aterradas y apaleadas en sus hogares, junto a potenciales asesinos, que harán que las estadísticas se incrementen, cuando se les vaya de las manos, o de los pies, su violencia machista, o cuando ellas decidan dar un paso para escapar de sus infiernos particulares puertas adentro. Los negacionistas de la violencia de género, cómplices; los que tratan de comparar o de hablar de violencia doméstica, cómplices; los que se niegan a un minuto de silencio por la muerte de una mujer a manos de un machista asesino, cómplices; los que pretenden investigar a quienes trabajan luchando contra esta lacra social, cómplices y auténticos delincuentes. Cómo vas a negar la evidencia y pretender castigar, encima, a quienes se esfuerzan por ayudar a las mujeres que padecen el abuso de poder, en sus múltiples manifestaciones, de unos machos que debieran entrar en prisión y no salir mientras sus víctimas no dejen de sentir miedo por su culpa. Que en España se produzca una violación cada 4 horas es algo que provoca terror en cualquier persona bien nacida, y es demasiado desazonador ver qué poco se avanza en la lucha contra la violencia contra la mujer, y qué fácil es desandar lo andado con los inaceptables discursos de la despreciable ultraderecha.

Foto: Lola Fernández

Volver a recordar que el feminismo no es la otra cara del machismo, que sólo trata de conseguir la justa igualdad de derechos sin diferencias por el género, que es una lucha en la que son tan necesarios los hombres como las mujeres, ya cansa, porque es obvio y evidente. Se trata sencillamente de respetarse los seres humanos como personas, sin diferencias por nacer hombre o mujer. Lo increíble es que algo tan sencillo de enunciar encuentre tantísimos obstáculos en su realización, y es muy incomprensible que la mitad de la población humana viva amenazada por tantos bestias en la otra mitad. Es muy triste que las mujeres tengamos unos depredadores que nos amarguen la existencia: los machistas, que se creen que son más hombres porque tienen mujeres a las que atormentar, apalear o matar; sin darse cuenta de que no llegan ni a hombres.  Puesto que éstos respetan y no olvidan que todos nacieron de una mujer, y no es raro que tengan hermanas e hijas. Aunque agota tener que insistir, no queda otra que denunciar el machismo, muchas veces letal y siempre inaceptable. Por supuesto que se trata de mucho más que un tema, porque nos va en él el bienestar y la vida de las mujeres, muchas de las cuales son maltratadas y asesinadas por el simple hecho de ser mujeres. Es algo oscuro, tenebroso y feo, tan sombrío y lúgubre, que no podemos sino pedir más color, y que finalmente se den las condiciones para que no haya ni una sola mujer más víctima de la violencia machista.

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