660. Cretinos digitales

Por Lola Fernández.

Las tretas de los mediocres para escapar de su vulgaridad son mucho más numerosas que las auténticas y legítimas estrategias para huir de la mediocridad, no sé por qué, pero es así por desgracia. Recuerdo a alguien que decía que no era el más aventajado, que lo que realmente ocurría era que se rodeaba de los mejores para su equipo de trabajo, y nada más lejos de la verdad: lo que realmente hacía era elegir a quienes le valían en un momento dado, para después desecharlos en un indecente usar y tirar que al final se reconducía a quedarse con los más tontos, para que, entre ellos, su propia tontería se viera como inteligencia. Artimañas y trampas en un caldo de cultivo de pura envidia, algo muy usual en la vida política, donde hay más demanda que oferta, y en la que se entra muchas veces para escalar, aunque sea pisando a personas, con una filosofía de sólo yo, que después me pueden quitar el puesto quienes me acompañen; y no me pregunten cómo lo sé, o, más bien, cómo lo he aprendido, porque es de esas cosas que una nunca hubiera querido alcanzar a conocer. Más allá del ámbito político, lo cierto es que el panorama no es demasiado alentador: estos días hemos podido leer en la prensa cómo un prestigioso neurocientífico ha alertado acerca de que el ser humano es más idiota que nunca y que no hay mejor manera de acabar con los cretinos digitales que leer libros en papel. Parece ser que son los dispositivos digitales los que han llevado a que cada vez seamos más idiotas, dado que el no leer como se ha hecho tradicionalmente, en libros físicos de papel, nos provoca déficits en la inteligencia intelectual y cognitiva, pero también social y emocional, sin que se pueda argumentar que frente a las pantallas se lee, puesto que del tiempo que estamos frente a ellas, tan sólo un 2 o un 3% se dedica a la lectura. La investigación efectuada al respecto avisa que la generación más estúpida que haya habido nunca, sic, invierte frente a una pantalla, entre los 2 y los 18 años, un tiempo igual al de 30 cursos escolares, que se dice pronto. Llama la atención que el intervalo de estudio se inicie con edad tan temprana, pero lo cierto es que quien más quien menos sabe que muchos bebés ya podrían ser incluidos en este tipo de investigaciones, pues no es raro verlos absortos frente a las pantallas de los móviles.

Es curioso que la ciencia nos diga que Internet y estar todo el día con los dispositivos digitales no nos hace más listos, contra la creencia general de muchos padres, que admiten con toda naturalidad que a sus hijos no les gusta leer libros. Parece que olvidan lo esencial de la lectura para comprender, para escribir, para pensar, para memorizar, para crecer intelectualmente y poder mantener relaciones interpersonales, no con meras máquinas, que eso precisamente son los dispositivos digitales, máquinas electrónicas para procesar la información. Que sí, que está muy bien ver series y películas de las categorías y géneros preferidos, pero que, si invertimos el tiempo justo para ello, sin robárselo, o sin sustituir directamente, al que dedicamos a coger un libro y disfrutar de su lectura, página a página, pasándolas mientras ese característico olor del papel y la tinta se mezcla con la imaginación que nos activa todo texto, sea cual sea, seguro que es mucho mejor, a la vez que nos aleja de convertirnos en unos cretinos digitales, que ya tenemos bastantes con el resto, sean analógicos o vayan por libre. Y si conseguimos revertir la tendencia sobre la que nos están avisando los científicos especialistas en el tema, y logramos que las nuevas generaciones sean cada vez más inteligentes, y no más tontas, entonces estaremos en el camino adecuado.

659. Primavera efervescente

Foto : Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Viví el apagón de España de manera algo irreal, no sé si influenciada por no tener móvil, que me pilló sin batería y sin ganas de cargarla en el coche, o porque en mis transistores a pilas apenas sintonizaba Radio María, que eso sí que es auténticamente alucinógeno. Lo peor fue despertar al día siguiente y encontrar que en el resto de emisoras, que volvía a poder escuchar, hablaban en pasado del apagón, cuando ya se había recuperado el suministro eléctrico en un 99.99% del territorio español, y yo seguía sin luz. Alcancé a escuchar que el único metro andaluz que aún no funcionaba era el de Granada y entendí que éramos los últimos de la fila, como siempre; sentirme atrapada en un 0.01% fue peor que todo el día anterior, desenchufado y raro. Ese lunes sin electricidad, mientras buscaba, infructuosamente, un dial que me proporcionara información, atravesaba, ahora a la izquierda, ahora a la derecha, la emisora que emite desde Madrid una programación completamente especializada en contenidos religiosos católicos… y entre rezos y textos leídos con voz susurrante, puedo asegurar que se reafirmó por los siglos de los siglos mi fe agnóstica. Hay una cosa que se llama adaptación y que implica inteligencia, y otra que es la inflexibilidad de ser con independencia de la situación y de los acontecimientos: madre mía del amor hermoso, ahora ya sé que, aunque cayera una bomba atómica, esa emisora seguiría erre que erre desgranando el rosario a coro, de un modo tan inmutable como si se tratara de un dogma de fe.

Foto : Lola Fernández

Por si fuera poco, a continuación, tras un previo robo de cable en el AVE, cónclave, con los informativos y cualquier programa televisivo con la imagen fija de la chimenea de la Capilla Sixtina para saber si hay fumata blanca o negra, que es tanto como proclamar que habemus papam, o no, tras las votaciones de los cardenales encerrados hasta que el papa Franciscus tenga sucesor. No se puede buscar una chimenea más pobre y fea, por la que es imposible que se escape ni un ápice de la inconmensurable belleza contenida en esa capilla vaticana, debida a la decoración al fresco originaria de Miguel Ángel; pero por esa chimenea se sabe que ya tenemos nuevo papa, que a su vez es obispo de Roma y jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano, amén, nunca mejor dicho, que sucesor de san Pedro y cabeza terrenal de la Iglesia, ¡cuánto para un objeto tan parco! Todo ello inmersos en una primavera efervescente que sigue enfrascada en sus vaivenes climáticos, temperatura arriba y abajo, viento va y viene, con un desfile de nubes allí arriba en los cielos, que ellas sí que pueden competir en belleza con las pinturas del genio renacentista; con amaneceres aún fresquitos, aunque anunciando ya que no falta demasiado para un verano que casi hemos olvidado asociar a las olas de calor de los últimos años, tan frágil es nuestra memoria para algunas cosas. En esto que llega un mirlo descarado a mi terraza y se posa en un geranio sin flores, arrancando una rama con varias hojas y huye veloz ante mi sorpresa, porque nunca lo había visto antes; y prácticamente al mismo tiempo, un gorrión macho llama a la hembra, que acude rauda, y se concentran en sus prácticas de apareamiento en medio de un jolgorio de trinos y aleteos allá en las alturas de los tejados. Apagón, trenes que se detienen o no pueden salir, cardenales de cónclave, aves en época de reproducción, cielos blancos o grises, plantas prestas a florecer, pura efervescencia, que es tanto como nombrar algunos de sus sinónimos: ebullición, excitación, entusiasmo, agitación, pasión…, coloreando nuestros días. ¡Dios nos coja confesados!, que dirían en Radio María.

658. El Día de la Madre

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Durante años empecé cada primer domingo de mayo con un poco de humor compartido: Madre no hay más que una… y a ti te encontré en la calle, era el diálogo que precedía invariablemente a mi felicitación, siempre entre risas. Cuando no tienes hijos y tu madre ya no está, el Día de la Madre te deja algo confusa, como noqueada; no es que el sentimiento de pérdida vaya a ser mayor que el resto del año, pero sí hay un cierto desconcierto difícil de explicar, aunque seguro que fácil de comprender. Ahora que parece que los valores se están desdibujando, que se priman el insulto y la mentira sobre el respeto y la verdad, ver que se sigue celebrando la maternidad, como la paternidad, es de agradecer, aunque habría muchas objeciones si a la madre la vemos como mujer, tales como la desigualdad, la violencia de género o, ya directamente contra la maternidad, la violencia vicaria. Pero hoy es un día para honrar a nuestras madres, que sólo hay una y todos y todas tenemos o tuvimos a quien llamar mamá. Quién no se recuerda aprendiendo a escribir con aquello de mi mamá me mima, o no atesora recuerdos en los que la madre te iba enseñando a encarar la vida adecuadamente, a base de estar junto a nosotros en las distintas situaciones en las que, por ser nuevas y desconocidas, no sabíamos cómo actuar. Una buena madre te explica, te reprende, te consuela, te anima, te acompaña o te ayuda a saber hacer las cosas sin que esté presente, te enseña y con el tiempo aprende de ti; no sé, igual podría resumirlo en que ejerce de madre, con lo que ello conlleva, y dejando tras ella una estela de amor del mejor. Días como hoy, cuando ella ya no está, aunque siempre esté, son para recordar, que es casi tanto como para revivir, aunque nada podrá evitar cierta honda tristeza, en ese duelo de sentimientos que acompaña a una ausencia tan esencial, que no tiene límites, ni temporales ni de intensidad.

Foto: Lola Fernández

Frente a la condición de madre, con una actitud de entrega y generosidad, la otra cara de la moneda: el ser hijos. No los tengo, pero soy hija, que eso no se pierde aunque te quedes huérfana, y en mí tengo un claro ejemplo del general egoísmo filial: recibimos mucho y damos poco, y eso es así de un modo general; y lo peor es que cuando finalmente lo reconocemos, suele ser demasiado tarde y ya no hay tiempo para rectificar. No es que todos seamos malos hijos, que no, es sencillamente que ejercemos de hijos, y ello implica recibir más que ofrecer. Por mucho que amemos a nuestros padres, al hacernos adultos hay la lógica separación asociada a nuestra paulatina y progresiva autonomía, cuando no independencia. Quién no se ha soltado de la mano de una madre al encontrarse de pronto con los amigos, o ha preferido no ser acompañado por los padres al ir a determinados lugares en donde ya se conjugan las reglas del grupo y la pandilla… Es ley de vida el dejar la familia para crear una nueva, y eso se hace a base de rupturas y reposicionamientos, aunque por fortuna se puede perfectamente vivir integrando más que separando, y dichosos aquellos que saben unir el parentesco sanguíneo con el político, porque es un auténtico privilegio. Pero vamos a dejar todo a un lado, que cuando llega el primer domingo de mayo, aquí se honra a nuestras madres, para expresarles nuestro infinito agradecimiento por habernos dado tanto, empezando por la vida, que no es poco.

657. Flujos casi infinitos

Por Lola Fernández.

Hace unos días ha muerto el papa Francisco, un buen hombre honesto y valiente, que no pudo hacer cuanto quiso por renovar la Iglesia católica pero que al menos lo ha intentado, recibiendo el rechazo de los retrógrados, lo que es un plus de valía para su persona, atendiendo mayormente a la disparidad de valores entre uno y los otros. Antes de su funeral, se instaló la capilla ardiente en la basílica de San Pedro, en la Ciudad de Vaticano, para que los fieles que así lo desearan se despidieran de él, lo que ha ocasionado largas colas durante tres días. El primero de ellos escuché a una periodista decir que debido a los flujos casi infinitos de personas que querían visitar la capilla ardiente, se habían visto obligados a prorrogar la hora de cierre hasta bien entrada la madrugada. Y fue escucharla y pensar que era bastante exagerado, pues finalmente han pasado por allí unas 250.000 personas, que me parece una cifra bastante distante del infinito, aunque no es rara la desmesura entre el gremio de los periodistas. Entre hipérboles, bulos y espejismos, en esta sociedad hay una clara dicotomía entre la realidad desnuda y la realidad inventada, o al menos así me lo parece: se aumenta o se disminuye a voluntad, según el efecto deseado; se propagan falsedades sin el más mínimo pudor, con la certeza de que siempre hay un cretino que se las cree; y la ilusión y las apariencias siempre son más valoradas que la esencia misma. Y así nos va.

En este escenario, tan desalentador a veces, los humanos nos esforzamos en salir adelante, unos pocos con muchos privilegios, y la inmensa mayoría sin ninguno, cuando no carentes de lo más imprescindible. Los humanos, con sus contradicciones y sus enigmas, buscando, al menos algunos, respuestas para entender ese intervalo entre nacimiento y muerte al que llamamos vida. Precisamente, esa distancia tiene sus límites bien definidos, por lo cual es cualquier cosa menos infinita, que igual es un adjetivo más adecuado para lo que entendemos por eternidad, esa perpetuidad sin principio, sucesión ni fin. Puede ser que el conocimiento de la finitud de nuestra propia existencia, y de la de los demás, explique muchas de las imperfecciones humanas. La certeza de que vamos a morir, seguramente somos los únicos seres vivos que la poseemos, es probablemente un enorme lastre, pero también puede convertirse en espuela y aliciente para que nuestro pensamiento se sienta libre y pueda moverse en dimensiones casi ilimitadas. Al mismo tiempo, es un alivio y una característica igualatoria el que todos perdamos la vida sin que ello se pueda evitar gracias a esos privilegios de unos pocos, que sumados a lo largo de la Historia serían ya tantos que seguramente no cabrían en el planeta. Somos finitos, y aunque nos atrevamos a hablar de flujos casi infinitos, cabemos todos en una cifra y en un continuo, aunque desde el mismo instante de nuestro nacimiento albergamos dentro de nosotros algo tan intangible pero real como la energía, y ya sabemos, por la ley de su conservación, que ésta ni se crea ni se destruye, sólo se transforma o se transfiere. Al final me quedo con la infinita capacidad de soñar, que estoy convencida de que es la causa principal de la grandeza del ser humano, más allá de sus defectos y miserias, y con el mismo arte como expresión de lo infinito y representación de lo inabarcable. Recuerdo una frase preciosa que dejó escrita Vincent van Gogh: sueño mi pintura y pinto mi sueño, y pienso que somos perecederos, sí, sin embargo, nuestros sueños pueden convertirnos en eternos.

656.- De viaje: Costa de la Luz onubense

Foto: Lola Fernández.

Por Lola Fernández. 

Viví en Gibraleón, a 15 km. de Huelva capital, durante tres años, y en el primero de ellos me dediqué a conocer la provincia cogiendo la camioneta, que así llaman al autobús, y el tren; los dos siguientes años ya tenía mi primer coche, y me gustaba recorrer la costa, hacia el oeste, llegando desde Punta Umbría a Isla Canela, y hacia el este, desde Mazagón a Matalascañas. Precisamente esa es la Costa de la Luz onubense, entre la desembocadura del Guadiana y la del Guadalquivir, y elegir la luz para denominarla es perfecto, sólo hay que conocerla para saber que es así, allí y en su hermana gaditana, que va desde Sanlúcar de Barrameda a Tarifa. Se me hace muy difícil aprehender en un artículo las sensaciones y los sentimientos de un lugar, o una zona y sus lugares, pero desde ya quiero capturar esa luz, la arena, el olor del océano, los pinares, las dunas, las largas playas casi vírgenes a pesar de la afluencia turística en algunas de ellas… Tiene la costa onubense, hermanada en espejo con la del Algarve portugués, algo que la hace única y diferente, y es sentir que no ha pasado el tiempo y el boom turístico no ha llegado a la mayoría de sus rincones, gracias a la especial protección de sus ricos espacios naturales: Doñana, ríos Tinto y Odiel, sus diversas marismas, etc. Las playas onubenses, desde las de Ayamonte a las de Almonte, poseen un algo muy especial que te reconforta, de pura naturaleza y soledad, como si tanta belleza te hiciera consciente de la pequeñez del ser humano, y del compromiso que todos debiéramos tener para no acabar con la grandeza de ecosistemas tan importantes como frágiles. No sé si hay quien no se emociona viendo bandadas de cigüeñas, o de flamencos, o de tantas especies de ánades y demás aves gregarias, volando sobre las orillas del mar, cuando sueñas con tus cosas mirando esos infinitos de profundo azul, pero es muy difícil permanecer impasible ante algo así.

Foto: Lola Fernández.

Playas preciosas y kilométricas conjugan lo urbano y lo salvaje y no dejan indiferente a nadie, a veces con nombres que son pura poesía, en un litoral en el que se desperdigan interesantes y hermosas localidades y lugares llenos de historia, o tan pintorescos como El Rocio, junto a Doñana. Ayamonte, ciudad fronteriza frente a Portugal, posee la belleza que combina mar y río, con magníficas playas, como la de Isla Canela, que ya por su solo nombre enamora. Isla Cristina, con su puerto, que te regala auténtica vida pesquera y que cuenta con una ruta de puestas de sol entre el mar y la tierra. Las playas de Lepe, con mayor afluencia turística, y las de Cartaya, como el Rompido, con sus dos faros, en las marismas del Río Piedras. Playas como las de la Mata Negra y la de los Enebrales, ya en Punta Umbría, quedan al oeste de las marismas del Odiel, a la altura de la capital; es una oportunidad para visitarla, y acercarse al Monasterio de la Rábida y a Palos de la Frontera, muy relacionados con la historia colombina. Siguiendo ya por la costa oriental, camino del Guadalquivir, las playas de Mazagón, y la llamada Del Parador, auténticamente salvaje y atlántica, y más si vas en invierno. Dentro del Parque Nacional de Doñana hay varias playas, como Torre del Loro, Torre de la Higuera y Playa de Doñana, a la que puedes ir en barcaza desde Sanlúcar, pero también directamente desde Matalascañas, rodeada por completo por el parque, que pertenece a Almonte, como el citado El Rocío, famoso mundialmente por su peregrinación mariana, la romería rociera. Imposible ir más allá de nombrar unos pocos lugares que pueden dar una idea de la idiosincrasia de estas tierras, sin olvidar el condimento, nunca mejor dicho, de la gastronomía y los vinos de Huelva. Famosos son los vinos del Condado, de los que el poeta y premio Nobel de Moguer, Juan Ramón Jiménez, hablaba con entusiasmo en su universal Platero y yo. Y si añadimos las bondades del jamón de Jabugo, de las fresas y los cítricos, no dejaremos solas a las gambas de Huelva, exquisitas como pocas. Mar y tierra en una conjunción que te llevará directamente al cielo desde la Costa de la Luz, con tantos ingredientes deliciosos, para el paladar y los sentidos todos, que creerás estar en el paraíso y no tendrás mejor escenario para perderte.

655. Que me dejen de mamuts

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Leo, sin sorprenderme demasiado, acerca de las modificaciones genéticas en dos ratones para que tengan pelo, y no cualquiera, sino similar a los de los mamuts, porque el objetivo final es recuperar esa especie extinguida mayoritariamente hace unos 10.000 años. La misma empresa, que dice trabajar para salvar la Tierra, anuncia que ha resucitado a los lobos gigantes, otra especie extinta hace más o menos el mismo tiempo. Para empezar, dudo mucho que ese lobo gigante sea el mismo que desapareció, porque se puede manipular genéticamente, pero no hacer milagros o convertirse en creadores de especies a voluntad. Después, me pregunto qué necesidad tenemos de recuperar a los mamuts, por mucho que me expliquen que se busca restaurar un ecosistema perdido para así luchar contra el cambio climático. Parece como si esos investigadores olvidaran que cada año se extinguen miles de especies, pérdida que pone realmente en peligro diversos ecosistemas importantísimos y esenciales. Igual sería mucho más interesante luchar contra ese peligro real de extinción: elefantes asiáticos, tigres, gorilas, pandas gigantes, linces ibéricos, cigüeñas negras, águilas, cocodrilos, nutrias, osos, jaguares, avestruces, buitres… Hay por encima de 7 millones de especies de animales y más del 20% están en peligro, y ¿se necesitan los mamuts? Está claro que ciertas empresas se benefician con estas noticias, pero dudo mucho que su trabajo e investigaciones sirvan para salvar nuestro planeta y mejorar la vida de la humanidad. Creo que serviría mucho más educar contra el negacionismo, esa auténtica tara mental, en algo como el cambio climático, y atajar con urgencia auténticas amenazas como la destrucción y cambios en el hábitat de tantas especies en peligro de extinción.

Foto: Lola Fernández

Llegados a este punto de reflexión, pienso en los valores y principios humanos, tan imprescindibles para convivir y evolucionar socialmente; esas creencias, esas normas que orientan y regulan las conductas de los seres humanos en su vertiente de animales sociales, se podría decir que también se están perdiendo y a veces tal pérdida se convierte en un aviso de urgente reparación, si no queremos que se llegue a una auténtica extinción, que influirá sin duda y sin remedio en factores sociales como la educación, la política, la misma economía, y por supuesto, en los modos y maneras de relacionarnos los unos con los otros. Hay muchos problemas conductuales que se traducen en agresividad y pura violencia, que denotan un alarmante y peligroso vacío emocional. El poderío indecente de la mentira sobre la verdad genera asimismo una desconfianza que debilita el desarrollo personal y desgasta las relaciones interpersonales. No cortar de cuajo determinados comportamientos destructivos hacia las personas, los animales y los mismos objetos que nos rodean, es tanto como darle alas a la extinción de las reglas sociales de convivencia y urbanidad basadas en el respeto, hacia los demás y, a un tiempo, para con uno mismo. Que me dejen de mamuts y la sociedad diga ¡para! cada vez que se rompa la armonía, el civismo y la buena educación, seguro que así se convive con más calidad, construyendo en vez de destruyendo; y si, de paso, se deja en paz a los roedores de laboratorio y se les libra de experimentos sin mucho sentido, mejor que mejor.

654. Adolescencia

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Quienes la hemos pasado, sabemos que la adolescencia es una etapa vital muy difícil, porque a los cambios hormonales y físicos se une el nada insignificante hecho de que se está saliendo de la infancia y hay que empezar a comportarse como un adulto. Para los padres también es complicado sentir que sus hijos dejan de ser niños y empiezan a relacionarse más con su grupo de compañeros que con la familia. El profesorado conoce asimismo dichas dificultades, pues, tanto en el ámbito familiar como en el escolar, ser adolescente es algo sumamente complejo, y estoy hablando de una época en la que no existían ni móviles, ni tablets, ni Internet. Hay unas edades en que, ciertamente, el área de influencia recae en los otros, los de tu edad, no ya en tus padres o educadores; y se trata de una fase que hay que vivir, apetezca hacerlo o no, y de la que en ocasiones no se sale indemne. Toda transición implica revolución, porque es un paso en el que hay un cambio, una transformación, con lo que ello conlleva de ruptura de viejos lazos y construcción de nuevos puentes. Pero es que actualmente hay un añadido sumamente importante, por su ascendiente e influjo en todos, y muy especialmente en personas que se están formando y que no son niños ya, ni jóvenes todavía, y me estoy refiriendo a las redes sociales y a las relaciones que mantienen los adolescentes con ese mundo. Bueno, eso sin entrar en que ya desde bebés se accede al mundo de las pantallas, olvidando muchas veces los padres lo peligroso del tema, e ignorando todo lo que por ellas puede entrar en la vida de sus hijos.

Foto: Lola Fernández

Estoy hablando de este tema a propósito de una serie de Netflix, Adolescencia, que está suscitando mucho debate, y aviso desde ya que hay spoilers, para quien no la haya visto y desee hacerlo. En cuatro episodios rodados con plano secuencia, sin cortes, se nos presenta la historia de un adolescente que, con 13 años, asesina a una compañera de clase; y cómo se derrumba el mundo de una familia, que sufre el castigo social por el crimen de su hijo, al tiempo que se pregunta si tiene alguna culpa en la conducta del crío. En la miniserie, interpretada magistralmente, se esboza la influencia de las redes sociales en la latente misoginia y machismo del protagonista. Se habla del influjo de grupos como los Incels, y de cómo la ultraderecha y sus postulados antifeministas van tejiendo en niños sin formación ni madurez suficiente un entramado de odio hacia las mujeres, que en cierto modo justifica el rechazo, el maltrato y, en última instancia, el mismo asesinato. Después, cada cual que saque sus propias conclusiones y opine como guste de acuerdo a sus valores y percepciones sobre este tema, cuyo guion arranca de un asesinato cometido por un menor, sin mayores paralelismos. Sólo añadiría que inocular el odio no hace que un adolescente sea un asesino, para ello se necesitan unos genes y una personalidad para los que ese odio será un detonante. Pero más allá, o más acá del crimen, está el machismo y el odio hacia las mujeres en general: compañeras, madres, profesoras, mujeres maltratadas, y mujeres asesinadas día tras día. Los niños son esponjas y ven cómo hay quienes ni siquiera quieren guardar un respetuoso minuto de silencio por las víctimas de la violencia machista. Los niños aprenden y se acostumbran, y cuando desde siempre obtienen lo que desean por parte de los padres, van a crear muy serios y graves problemas cuando un día no se les dé lo que quieren. Los niños son niños, es verdad, pero, a pesar de que sus padres no puedan creérselo, y a pesar de su aspecto muchas veces angelical, un día sacan al monstruo que a veces esconden sin saberlo ni ellos mismos. Es entonces cuando la sociedad se estremece y se hace preguntas; preguntas que, por supuesto, que tienen respuesta, con sólo ser capaces de mirar de frente los problemas y aceptar la verdad, porque para las mentiras siempre hay demasiado tiempo. Los niños, un día abandonan el abrazo de sus padres y entran de lleno en el universo de los mayores, pero no sin antes atravesar la complicada adolescencia.

653. La osadía de la ignorancia

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Miro una fotografía de la Tierra tomada por un satélite y es tan evidente su redondez, sin que sea una esfera perfecta, que me parece increíble la ceguera mental de quien afirma tranquilamente que nuestro planeta es plano. Asusta la osadía de la ignorancia, cuando la sabiduría se expresa a veces con tanta timidez. Habrá algo más ignorante e inculto que no escuchar lo que dice la ciencia, me pregunto, aunque seguro que la realidad no dejará nunca de sorprenderme en ese sentido. Por salud mental procuro no hacer mucho caso a quienes hablan por hablar, sentando cátedra de lo que desconocen y evidenciando una y otra vez su desvarío. Mientras, veo con pesar en un vídeo cómo parte del puente romano de Talavera de la Reina se desploma por la crecida del río Tajo como consecuencia de estas fuertes y persistentes lluvias de marzo, que hace hablar a los meteorólogos de tren de borrascas,

y pienso que ese es el único tren que ha tenido a bien pasarse por nuestras tierras, lo cual es de agradecer, porque desespera a veces ver que llueve en todas partes menos aquí. Así que hemos de alegrarnos de que este mes, uno de los más húmedos en muchos años, haya sido también lluvioso por estos lares, aminorando el temor a la persistente sequía, aunque habría mucho de qué hablar al respecto. Leo, por ejemplo, que el Coto de Doñana presenta un grado de inundación no conocido en décadas, lo cual ha sido el detonante para la reproducción de las aves acuáticas, ante la inmejorable realidad presente de la marisma, pero, y aquí viene lo negativo, los expertos no pueden afirmar que el acuífero vaya a mantener las buenas perspectivas a más largo plazo, dada la sobreexplotación que no ha cesado en ningún momento, por más que los políticos prometieran que así sería: los pozos ilegales ahí siguen, y el peligro de creciente y progresiva desecación no está descartado en absoluto. No es sólo ignorancia, es pura delincuencia medioambiental, y unas leyes que no nos protege porque quienes han de aplicarlas no lo hacen, y sin necesidad de estar ajenos a la verdad, lo cual es aún peor, porque no se da ni la excusa del desconocimiento. Tampoco hay que irse hasta Huelva, que aquí cerquita tenemos el pantano del Negratín, y por más que llueva nunca alcanza los niveles ideales, a causa de tanto desembalse, y ahí lo dejo.

Foto: Lola Fernández

Por descansar un poco la mente, miro lo que pinté en el muro de una de mis terrazas en uno de esos escasos días en que marzo ha despertado con un día seco y sin demasiado frío o viento, y los colores aplicados con imperfectos trazos me dan un poco de alegría, lo cual no viene nada mal en estos tiempos caracterizados por esa ceguera mental, que me parece tan escandalosa que no sé ni cómo puede extenderse con tanta generalidad, pero que existe, digo que si existe: da igual que se esté hablando del clima, de alguna serie de moda, de los planetas, del rescate de astronautas atrapados en la Estación Espacial Internacional, del consabido cambio horario, o de cualquier tema que podamos imaginar, la cosa y el caso es que nunca se deja de escuchar o leer extravagancias que, por muy vestidas de normalidad que se presenten, no dejan de ser completamente anormales y que, en ocasiones, llegan incluso a asustar un poco, cuando no un mucho. Evadirse con las aficiones de cada quien no es mal consejo, sea leer, pintar, escribir, viajar, pasear, salir con los amigos, ver cine o televisión…; todo vale si nos sirve para desconectar y coger fuerzas, que es muy necesario si no queremos que el pesimismo nos atrape en estos momentos en los que hay demasiados motivos para que se haga presente.

652. De viaje: Por tierras portuguesas

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Miro una foto de mis padres a bordo del ferry que cruza el Guadiana desde Ayamonte a Villarreal de San Antonio, de cuando no existía aún el puente actual, y suena en mi cabeza la copla de Carlos Cano: En las noches de luna y clavel/ De Ayamonte hasta Villarreal/ Sin rumbo por el río, entre suspiros / Una canción viene y va… El barco no es mal modo de entrar en tierras portuguesas, aunque ahora es muy infrecuente y se suele coger la autovía, no sin antes comprar en las gasolineras Galp o en las oficinas de Correos una tarjeta prepago que se asocia a la matrícula y permite los peajes electrónicos sin mayor problema. Si prefieres ir más a tu aire, desde Castro Marim, donde nació la madre de Paco de Lucía y cuyas fiestas medievales en verano son preciosas, hasta Sagres, de rica cerveza, puedes recorrer la costa del Algarve como más te guste, encontrando playas de una belleza inolvidable y ciudades muy diferentes y bonitas; no olvides que el sur portugués es una tierra en la que no caben las prisas, así que mejor adáptate a su cadencia y disfruta del paso del tiempo al ritmo que marcan sus gentes: allí te recomiendo que pruebes una cataplana, y que te llegues hasta el Cabo de San Vicente para ver un atardecer de ensueño. Si prefieres llegarte hasta Lisboa vía el Alentejo, que te recordará a nuestra Extremadura, puedes hacerte una ruta desde Mérida a Évora, donde merece la pena detenerse algún día, porque tiene historia y presente como para sentirte bien y en buena compañía de gente amable; no dejes de acercarte a un lugar megalítico sorprendente: el Cromlech de las Almendras. Cuando ya te dispongas a entrar en Lisboa, por ese extraordinario Puente colgante 25 de abril sobre el río Tajo, olvidarás al cruzarlo todos los tradicionales prejuicios sobre el país luso y podrás entregarte a conocer y gozar de una de las capitales europeas más románticas que puedan existir: allí te esperan el Monasterio de los Jerónimos, la Torre de Belem, el Castillo de San Jorge, el Chiado, el Barrio Alto, Alfama, los miradores a los que accedes por cuestas llenas de sorpresas descansando en alguna tasca tradicional, o mejor subir a la parte alta en sus característicos tranvías y moverte en llano desde la Plaza de Rossio hasta la Plaza del Comercio parándote a saborear un pastel o unas croquetas de bacalao en algún lugar de comida rápida. Hay innumerables Lisboa’s, busca y disfruta la que más te guste, y si quieres ir a la próxima parada, Sintra, en tren y no en coche, desde la atractiva Estación de Rossio puedes seguir este viaje.

Foto: Lola Fernández

Sintra es un punto y aparte en el país vecino, sólo has de cuidar la fecha de visita, para no encontrarte allí con saturación de visitantes, piérdete por sus parques y callejuelas sin más, aunque si he de recomendarte algunos lugares atractivos, me quedo con el Palacio Nacional, la Finca de Regaleira, el Parque y Palacio de Pena, el Convento de Capuchinos, y el Parque y Palacio de Monserrate; ah, sin olvidar coger su precioso tranvía y que te lleve entre bosques hasta la Playa de las Manzanas. Desde aquí yo iría hacia el norte, deteniéndome en algunas localidades como Óbidos, ciudad fortificada que parece sacada de un cuento; Nazaré, la de las olas gigantes y sus mujeres a veces aún vestidas al modo tradicional, ofertando quartos familiares; Coimbra, ciudad universitaria que se mira presumida en el río Mondego, consciente de su atractivo; Aveiro, la mal llamada Venecia portuguesa, con sus propios encantos, como su cerámica y sus casas modernistas a orillas de los canales; Oporto, donde desemboca el Duero, capital que compite en belleza y romanticismo con Lisboa, de buenos vinos, donde parece que el tiempo se hubiera detenido;  Braga, llamada la Roma de Portugal, sólo por su gran número de iglesias, bonita y llena de jardines… Imposible en un artículo nombrar todo lo que me gustaría, pero es suficiente como pinceladas y pequeños detalles. Desembocaduras de grandes ríos; ciudades cargadas de historia, a veces compartida con España; piedra y bosque; azulejos azules adornando jardines, conventos, escaleras, fachadas, palacios y casas… y un fado sonando en alguna esquina o taberna, acompañada la voz por una guitarra portuguesa, o la viola o el bajo de fado. Por acabar como empezamos, cantando Carlos Cano: ¡Fado! Porque me faltan sus ojos/ ¡Fado! Porque me falta su boca/ ¡Fado! Porque se fue por el río/ ¡Fado! Porque se fue con la sombra…

651. Tarde, mal y nunca

Por Lola Fernández.

A qué velocidad pasa el tiempo, madre mía, que de pronto hace ya cinco años de la declaración de la pandemia por el COVID-19; cuesta mirar atrás, porque fueron meses de miedo, confinamiento, desconcierto, dudas… y demasiado dolor. Habría mucho que hablar, ya se hizo en su momento, pero la teoría no lograría cambiar la realidad: con la perspectiva que da la distancia temporal, creo que si hubo alguna transformación personal fue para peor, por desgracia. Con tristeza comprobamos que, si se repitiera algo así, nos volveríamos a encontrar desbordados e impotentes, puesto que para nada se ha trabajado en el sentido de prepararnos y que todo fuera diferente y nos pillara con las herramientas y los medios materiales y humanos que entonces faltaron. Demasiadas muertes, algunas en una soledad y abandono imperdonables, como las de los 7.291 mayores en residencias de la Comunidad de Madrid, por las que sus responsables, Ayuso a la cabeza, no han respondido, ni responderán jamás, tal es nuestra sociedad actual. Demasiados negacionistas, lastre para la especie humana, que siguen afirmando que aquello fue poco más que una mala gripe, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud, OMS, la misma que en su día declaró la pandemia, ha cifrado en 15 millones de muertes por COVID-19 entre el 1 de enero del 2020 y el 31 de diciembre del 2021. Tal grado de ignorancia me indigna tanto como ver que rechazan las vacunas, cuando sólo suponen beneficios para la salud y protección frente a la enfermedad si se contrae, como sigue ocurriendo cinco años después. Frente a tanto atraso, me sigue enterneciendo recordar a las primeras personas mayores que fueron vacunadas: en España se trató de una mujer con 96 años entonces, Araceli Hidalgo, que sigue llena de vida en una residencia de Guadalajara, aunque nació en Guadix.

Qué mal se trata a las personas mayores, es una auténtica vergüenza. Veo cómo actrices y actores mayores siguen trabajando y regalando su arte, Lola Herrera por citar una; cómo periodistas mayores siguen dando ejemplo de profesionalidad y buen hacer, Maruja Torres es una; cómo un cantante como Raphael, que están recibiendo tratamiento oncológico, está ilusionado con seguir con su gira por esos escenarios en los que siempre desplegó su enorme talento. Pienso en alguien como Teresa Campos, que sufrió en sus últimos años al verse apartada de la televisión, a la que se entregó durante toda una vida, y al recordar los muchos y sinceros homenajes que recibió tras morir, por parte del público, sus compañeros y la sociedad en general, no puedo sino preguntarme qué pasa en este país nuestro. Por qué no se ofrecen los homenajes a quienes los merecen y se hace cuando siguen vivos, porque a burro muerto, cebada al rabo. ¿Cuesta tanto reconocer la valía y el trabajo ajeno cuando la persona puede todavía ser feliz con ese reconocimiento? Creo que a quienes mueren les podemos ofrecer mejor nuestras oraciones, y que el agradecimiento se ha de dar mientras las personas que lo merecen están vivas: seguro que así alegramos unos años, los últimos, en que hay bastantes menos motivos para la alegría que en otros anteriores. Cómo me gustaría una sociedad generosa y detallista, que supiera valorar a quien se lo merece en cada momento, sin hacerlo, como ahora, tarde, mal y nunca.

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