513. Soñar la belleza

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández

Cuando las cosas no van bien, nada como cerrar los ojos y evocar intensamente una cosa bella.

André Maurois

Creo que estamos de acuerdo en que vivimos tiempos muy difíciles, y que la pandemia los tiñe de una profunda fealdad. Tiempos pandémicos; estados de ánimo pandémicos; actualidad y comunicación pandémicas; restricciones pandémicas; cuerpos pandémicos; limitación pandémica de la capacidad de hacer lo que se quiera, cuando se quiera, como se quiera y con quien se quiera…; etcétera. Sólo con el paso de los meses vamos adquiriendo la suficiente perspectiva temporal que va posibilitando que poco a poco vayamos viendo la magnitud real de a qué nos enfrentamos. Es muy fácil caer en la desesperanza, impacientarnos, sentirnos con una confusión que no nos deja ni ser, ni querer ser, ni saber muy bien si queremos o no queremos, y qué. Ser conscientes, aunque sea muy poquito a poco, de lo que está ocurriendo, y empezar a comprender que esto no es cosa de días o semanas, ni siquiera meses, no lo hace más ligero; antes al contrario, parece como si los días pesaran cada vez un poco más. Y cuando lo feo empieza a ser como un líquido derramado que todo lo impregna si no lo recogemos pronto, creo que no nos queda otra que tratar de contrarrestarlo, y eso se puede lograr sólo buscando un equilibrio en el que el contrapeso sea ni más ni menos que la belleza.

Foto: Lola Fernández

Nos faltan los besos y los abrazos; y no sólo recibirlos, sino también darlos. Quién no añora los días en que podías comerte a besos a tus padres, a tus abuelos, a tus nietos: ahora hasta te sientes rara si alguien se te acerca más de la cuenta, y no digamos si hace ademán de tocarte o darte un beso. Nos faltan las salidas con las amistades, el sentarnos donde nos apetezca, el poder juntar unas mesas y disfrutar en grupo: ahora ni se nos ocurre quedar, y si lo hacemos y hay algo abierto, esperamos que desinfecten mesas y sillas, y nos sentamos en donde se nos diga, sin osar mover una mesa porque se nos llamará la atención de inmediato. Nos faltan esos días de levantarte y decir vámonos a la capital, o a la playa, o a la sierra; por el puente, por el fin de semana, por el día, por unas horas; a comprar, a comer, a un concierto, a pasear por la orilla del mar o por los senderos en la montaña: ahora sales a tirar la basura, a comprar lo necesario, a pasear si tienes ganas y son horas de hacerlo; y no dices nada, porque apenas nada puedes decir. Nos faltan los viajes, coger el coche, coger un avión, patear las ciudades, visitar los museos, gastar las noches sin prisas y con risas y carcajadas: ahora no se tienen ni ganas de reír, y de viajar qué vamos a decir, si no podemos salir del perímetro de nuestra localidad, de cruzar fronteras ni pensarlo siquiera.

No nos queda otra que soñar la belleza, y al hacerlo convertirla en realidad, porque el poder de nuestras mentes es mucho más intenso de lo que imaginamos. Aunque todo esté complicado, hay que hacer un ejercicio de ilusión por estar vivos, que ya es importante; y por seguir aquí cuando todo pase, que sólo podemos tener la seguridad de que todo lo malo acaba. Cada quien ha de aferrarse a lo que le impida derrumbarse, sea lo que sea, que, si le sirve para ello, ya es bueno. Y no hemos de olvidar la importancia de soñar, y de tener sueños, sean los que sean, pero tenerlos. Es como la lotería, que si no juegas, nunca toca; pues igual, si no se sueña, jamás de los jamases podrán convertirse nuestros sueños en realidad. Soñemos, pues, que seguro que llega un momento en que despertamos de la pesadilla que vivimos, y todo queda atrás.

512. Córdoba

Por Lola Fernández. 

Que Córdoba fue romana, lo vemos con sólo cruzar el puente Viejo sobre el Guadalquivir, con sus 16 arcos, de los 17 que tenía en su origen; que fue judía, nos lo dice el barrio de la Judería, con su típico laberinto de callejas; y que musulmana, lo atestigua su Mezquita, protagonista de la que fuera capital del califato omeya, y que resume el estilo hispanomusulmán en tiempos de su mayor apogeo. De sus bellas mujeres, contemplamos algunas en los cuadros de Romero de Torres, quien, como dice la copla popular, pintó a la mujer morena; y de la convivencia de culturas tan diversas como árabe, judía, cristiana y gitana, tenemos el flamenco, un arte andaluz por excelencia, aquí muy arraigado. En tierras cordobesas hace un intenso calor durante muchos meses, lo que propicia sus patios: ya en tiempos romanos y después adoptado por los musulmanes, lograban que la vida doméstica girara en torno a ellos; con una fuente en el centro, y con frecuencia un pozo para recoger el agua de lluvia, siempre bienvenida en climas tan secos y calurosos. El llenar los patios de flores es, pues, una costumbre de siglos, aunque es desde 1921 que el ayuntamiento de Córdoba organiza en la primera quincena de mayo un concurso conocido como Fiesta de los Patios de Córdoba, declarado por la UNESCO hace casi una década como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Al norte de la provincia de Córdoba, las comarcas del Guadiato y de Los Pedroches, que durante siglos abastecieron con sus numerosos yacimientos mineros al imperio romano, y cuya explotación convirtió a la Corduba romana, capital de la Bética, en una metrópolis tan importante y monumental que trataba de emular a la mismísima Roma. Aunque en la actualidad es muy diferente, Córdoba es una bella capital, de hermosos monumentos, y con un centro histórico de preciosos rincones con plazuelas, fuentes, jardines, patios, y un entramado callejero que es Patrimonio de la Humanidad. No puedes visitarla sin recorrer sus tabernas, con unos magníficos vinos que, como los de Montilla-Moriles, emplean desde el siglo XVII el curioso sistema de criaderas y solera, unido a las peculiaridades de las variedades de uvas autóctonas y levaduras propias; o sin saborear una rica gastronomía famosa por su excelencia. Recorriendo las tierras andaluzas está claro que en todas ellas se come y se bebe de maravilla; y Córdoba contribuye muy mucho a ello, aportando con su historia y sus tradiciones una riqueza cultural que suma en una Andalucía que rebosa arte por doquier. Y qué mejor para disfrutarlo, que deleitarse en las delicadezas de unos platos y unos vinos que maridan perfectamente con la pasión y el sentimiento de todas las expresiones artísticas que atesora Andalucía; desde las nacidas en la misma tierra, hasta las más espirituales, y todo ello siguiendo el compás y el ritmo propios de nuestra tierra. Sin olvidar nunca que para ser andaluz o andaluza no es necesario haber nacido aquí, porque basta con amar Andalucía y compartir ese sentimiento andaluz, para serlo.

511. Sevilla

Por Lola Fernández.

Sevilla no tiene mar, pero tiene río, y desde hace siglos se ha servido de él para llegar hasta el océano, y sentirse marinera sin serlo. Para mí, Sevilla tiene música, y cuando recorro sus calles, o sus plazuelas, o cualquiera de sus rincones, siempre lo hago cantando, y no cualquier melodía, sino con letras específicas para los lugares en los que me encuentre. Desde el Sevilla tuvo que ser con su lunita de plata, si estoy en el Barrio de Santa Cruz, hasta el Voy soñando con tus besos por el Callejón del Agua, sin salirme de él; y ay si repican las campanas, porque entonces sigo con lo de No despertadme del sueño, campanas de la Giralda. Si me acerco hasta las orillas del Guadalquivir, me escucho cantar aquello de Sevilla, tú no hagas caso de las caricias del río, que el río es galán de paso… Y si me muevo por las calles de Triana, lo hago cantando Me tengo que decidir entre Sevilla y Triana, y yo no sé cómo elegir… y así me mueva por donde me mueva, porque dudo que haya una ciudad más cantada que Sevilla. Eso sin meterme en las letras de las sevillanas, que aparte de baile, son unos maravillosos cantos que sirven para expresar el amor a una ciudad, o, si son las sevillanas rocieras, a una fiesta como es la romería almonteña. Porque Sevilla es ella más Sanlúcar de Barrameda, con permiso de los gaditanos; y más la aldea del Rocío, con permiso de los onubenses. Y ni Cádiz ni Huelva se oponen a ello, porque es amor más que invasión, enamoramiento más que intromisión. Y eso hay que vivirlo para entenderlo. Sevilla es tan bonita, que no se puede una callar ante semejante belleza; la misma que te embarga cuando vas paseando entre tantos monumentos maravillosos, tantos parques fascinantes, tantas plazas que te dejan sin habla. Ciudad de puentes, de arboledas y flores, de luz reflejada en el albero de sus paseos y jardines; Sevilla es una de las ciudades más hermosas del planeta; y, si recordamos la película My Fair Lady, con la encantadora Audrey Hepburn, de ella procede, adaptado al español, lo de la lluvia en Sevilla es una maravilla. No tiene nada de extraño que los sevillanos adoren su capital, como tampoco lo tiene que exista también cierto rechazo por los no sevillanos ante la decisión política de convertirla en la capital de todos. Pero eso es materia política, y no quiero que se mezcle aquí y ahora.

Si Sevilla tiene un clima caluroso, para qué hablar de Écija, conocida como la sartén de Andalucía, porque te sientes derretir si vas allí en verano. Mucho menos bochorno hace en Estepa, el balcón de Andalucía, pues desde allí se pueden divisar Málaga, Córdoba, Sevilla, y las alturas de Sierra Nevada; claro que es casi más conocida por su industria de dulces navideños: quién no ha comido en estas fiestas sus polvorones y mantecados, sus mazapanes y tantos y tantos dulces sabrosos, que son, junto al aceite estepeño, la base de su economía. Recomiendo recorrer sus calles en los meses previos a la temporada de la Navidad, si cierran sus ojos se creerán en alguna ciudad marroquí, por un decir, tal es la explosión de aromas a especias. Y no muy lejos, Osuna, ciudad señorial donde las haya; tanto que su calle más céntrica, San Pedro, está declarada como lugar que concentra más palacios por metro cuadrado en todo el mundo; si la misma Unesco la considera la segunda calle más hermosa de Europa, cómo van a considerarla los sevillanos… Es Sevilla una provincia llena de contrastes y con localidades preciosas; aunque me voy a quedar con sus artistas mundialmente famosos. Porque no puedo dejar de citar a pintores como Velázquez o Murillo; poetas como Antonio Machado o Gustavo Adolfo Bécquer; músicos como Joaquín Turina, o León y Quiroga; flamencos como la Niña de los Peines, o Antonio Mairena; etc. Y me van a perdonar por todos los que me dejé, que son muchos; pero no me olvidaré de Triana y de Lole y Manuel, cuyas músicas son la banda sonora de muchos años de mi vida, y cuyas letras son algunas de las que me acompañan cuando tengo la suerte de estar en Sevilla, y olé, mi arma.

510. Annus horribilis

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

A la hora de titular el último artículo de 2020, iba a llamarlo El peor año de nuestras vidas; pero me ha parecido, aparte de algo cinematográfico, cargado de presunción sobre lo general. En todo caso, y a nivel particular, este ha sido el peor año de mi vida; y me queda ante ello la casi plena seguridad de que sólo cabe mejorar, porque peor, imposible. Nada hacía presagiar, allá por el mes de diciembre anterior a este, que un maldito virus iba a trastocar todo y de una manera tan radical. Hoy, nada es igual. Por supuesto que lo peor son los miles y miles y miles de muertos: casi dos millones a nivel mundial, que se dice pronto. Lo malo de las cifras es que detrás de ellas hay mucho sufrimiento, dolor y llanto; personas que han muerto solas, por ni hablar de aquellas a quienes se ha dejado morir. Es que ni me quiero detener en algo que me provoca vergüenza, cuando he descubierto lo inhumano que es el llamado ser humano. Junto a la grandeza de quien se juega la vida por salvar otras, la bajeza de los negacionistas, que no dudan en tirar por tierra la labor de tanta gente buena, arriesgándose y sembrando riesgos para todos. No puedo imaginar nadie más despreciable ahora mismo, que quienes se niegan a algo tan sencillo como guardar la distancia social, usar mascarilla y lavarse las manos. Algo tan asequible, y, sin embargo, tan despreciado por quien sólo me parece gentuza.

Foto: Lola Fernández

Por la Alameda es una sección llamada así para referirse a un paseo virtual, porque pasear tiene algo de recreo. Y cuando todo es tan feo, una siente la necesidad de salir de casa, ahora que ya se puede, o que se puede todavía. Así que me voy a dar un paseo de verdad, real, por los alrededores de la ciudad, o del pueblo, o de lo que quiera que sea esta Baza nuestra. Y lo que me encuentro cuando salgo es la vida y la naturaleza, con las actividades cotidianas que dan un sentido a tanto sinsentido. Juegan los pájaros piando de rama en rama, detienen su vuelo en los árboles desnudos con las pocas frutas secas que ahí quedan, o con los frutos que les sirven para alimentarse mientras pasan las horas de estos días más cortos y fríos. Gorriones, mirlos, urracas, palomas, se les ve felices volando de los árboles a las tierras sembradas no hace mucho, que ya verdean. Hay higos secos, o nueces más secas todavía, como notas olvidadas; y las ramas sin hojas se visten de colores, con manzanas, o caquis, o membrillos que nadie cogerá. Y entre el regocijo de las aves, el ruido de los jornaleros recogiendo la aceituna, aprovechando que brilla el sol, aunque hace bastante frío. Vuelvo la curva del camino y me encuentro una escena que parece directamente sacada de un cuadro de Jules Breton: es el momento de descansar en la labor de recogida y unas muchachas con pañuelos en la cabeza reposan recostadas sobre mantas tendidas en la tierra en medio del campo, entre charlas y risas. Bajo los olivos, un mar de mallas negras para recoger el preciado fruto: esas aceitunas negras que caen al ser sacudidas las ramas por las varas. Tan sólo una nota discordante me hace ver que no es el pasado, que estamos en el aquí y ahora: un vareador eléctrico, que se complementa con una vara natural, como toda la vida. Después queda recoger la oliva y limpiarla. Hay métodos mecanizados de recolección, pero yo me encuentro con los grupos familiares que repiten lo que se viene haciendo en el campo desde hace siglos. Sigo mi camino y me cruzo con algún tractor cargado de aceitunas, seguramente camino de la almazara para cambiarlas por aceite; no sé si de las propias aceitunas o de otras, porque hasta en esto las tradiciones están cambiando. Y de repente me veo abstraída en el paseo, sin recordar nada que me perturbe en ningún sentido; y me doy cuenta de que aún hay muchas cosas maravillosas, que hacen que lo malo y lo feo se olvide, y que sigamos teniendo ganas de seguir, y de hacerlo con ilusión. No sé qué nos deparará la vida en este nuevo año que vamos a empezar; pero sea como sea, les deseo lo mejor, junto a los suyos. Y que no nos robe nada ni nadie la poca inocencia que nos va quedando.

509. ¡Felices Fiestas!

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

 

“El camino también desaparece mientras lo pienso, mientras lo digo. La sabiduría no está ni en la fijeza, ni en el cambio, sino en la dialéctica entre ellos. Constante ir y venir: la sabiduría está en lo instantáneo. Es el tránsito. El tránsito no es sabiduría sino un simple ir hacia… El tránsito se desvanece: sólo así es tránsito.”

                                                      Octavio Paz, poeta

 

Mañana empieza el invierno en el hemisferio norte; y, lógicamente, el verano en el hemisferio sur. Diciembre es mucho más que las fiestas navideñas. Este año, fiestas porque haremos un esfuerzo, porque no hay mucho que festejar tal y como está el mundo.

Se han ido muchos, demasiados; las perspectivas económicas son terribles, y no es política, que se quedó allá lejos, es la certeza de una pandemia y lo que conlleva.

Diciembre es un mes de tránsito: se nos va una estación para entrar en otra; cambiamos de año, cada vez con más nostalgias y más ausencias. Pero todo tránsito es renovador, y la oportunidad de cambio.

Podemos mudar la piel, metafóricamente hablando; dejar a un lado lo que no funciona, desechar lo que es innecesario y no nos compensa. Podemos abrir ventanas y puertas. O cerrarlas y cambiar de aires. Incluso sin posibilidad real, nuestros potenciales son tan inmensos, que nada ni nadie nos puede robar la libertad de volar donde nuestra imaginación desee.

Foto: Lola Fernández

 

La vida es una lucha constante, y aunque nos veamos obligados a detenernos, aunque nos creamos vencidos o perdidos, somos tan fuertes, que somos invencibles. Nosotros, nosotras, somos el poder. Nadie ha de decidir, sino nuestra voluntad y nuestro deseo. De acuerdo, a veces no coinciden ambos, pero con ellos somos poderosos.

La vida es muy perra, pero también maravillosa, más allá de tópicos y prejuicios. Estamos viviendo malos tiempos, y ya no sólo para la lírica, como decía la canción; porque son malos tiempos para la vida misma. Pero por ello, hoy más que nunca hay que levantar el ánimo, pensar en quienes nos faltan, disfrutar de quienes tenemos, y aun haciendo un poco de tripas corazón, dejar lo feo a un lado y quedarnos sólo con lo bueno. Será la mejor forma de decir, de corazón:

¡Felices Fiestas!

508. Cádiz

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

De entre todas las provincias andaluzas, Cádiz me parece la más alegre y jaranera. Entre fiestas, ferias, romerías, carnavales; celebraciones con motivos mil: sea el vino, los toros, los caballos, la democracia, la primavera, el invierno, la independencia, las cruces, el olivo, las hogueras, la sal, el mar, el flamenco, el verano, los moros y cristianos, la almadraba, el otoño, la vendimia, el aceite, las tapas, las zambombas, los belenes vivientes, la Semana Santa, la hípica, más los patrones y vírgenes más señalados, no es difícil colegir que Cádiz es una amante de festejar. Lo que sea, pero en clave de diversión y bullicio. Creo que incluso en la tristeza, los gaditanos te hacen una fiesta y acabas tocando las palmas y bailando sin recordar pena ninguna. Cádiz, la más antigua ciudad de la Europa occidental, la que enamoró con su privilegiado enclave, abrazada por el Atlántico y el Mediterráneo, a fenicios, romanos, visigodos, árabes y cristianos; y de todas las culturas se quedó con algo. Cádiz, que lo mismo te evoca la magia de Venecia que el son de Cuba; la tacita de plata, con su red subterránea de túneles construidos por los romanos; y sus murallas, garitas, cañones y fosos, que nos hablan de la necesidad de defenderse de los ataques sufridos a lo largo de su historia, como por ejemplo, los de las tropas napoleónicas… Piedra y coplas contra el enemigo: Con las bombas que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones… Imposible describir la gracia gaditana, si no tuviste la suerte de disfrutarla, quillo, quilla!

Foto: Lola Fernández

Cádiz, la de los pueblos encalados que reflejan toda la luz, absolutamente recomendable la ruta de los pueblos blancos; la de las sierras enamoradas de la lluvia, donde sobrevive, majestuoso y milenario, el pinsapo, un abeto prehistórico que lucha contra su extinción. La marinera, pues con sus 250 km. de costa, el mar es una constante que ofrece su azul, su verde, todos sus matices y olores, amén de sus sabores, a sus gentes. Imposible no caer enamorada de estas tierras y todo lo suyo. Ese marisco, ese pescaíto frito en cartuchos, la manzanilla de Sanlúcar de Barrameda, los vinos de Jerez, el río Guadalete descendiendo desde la Sierra de Grazalema, donde más llueve al año en España, para morir en el Puerto de Santa María, en la bellísima Bahía de Cádiz. Siempre digo que el triángulo más mágico no es el de las Bermudas, sino el que conforman Sanlúcar, Jerez y el Puerto, la ciudad de los 100 palacios: entre sus parámetros físicos y sociales, se puede comprender perfecta y profundamente la esencia del alma andaluza, que por supuesto existe, y late en cada uno de los casi ocho millones y medio de andaluces.

Cádiz, la de los vientos y los deportes asociados a ellos y el mar; la de los atunes y la almadraba; la de las vistas de África, a sólo un puñado de Km., con el Estrecho de Gibraltar fundiendo océano y mar; la de carreras de caballos a la orilla del mar, frente al Coto de Doñana, casi ná; la del patrimonio histórico rico y variado como pocos; la de playas maravillosas que atraen a un turismo fiel y enamorado; con esa gastronomía, que si es para resaltar en toda Andalucía, aquí ya es para hablar de delicadezas y manjares dignos de los dioses más exigentes. No cabe en un artículo la fascinante realidad de una provincia, pero sí la invitación a visitarla, admirarla, saborearla y disfrutarla despacito; y hacerlo, además, desde la certeza de que quien a ella se acerque por primera vez, jamás se habrá de sentir defraudado; y de que, si ya la conoce, no dejará pasar la oportunidad de volver a verla. Hay cosas tan bonitas que nunca cansan, y Cádiz y toda su provincia es una de ellas.

507. Huelva

Por Lola Fernández.

Foto: Lola Fernández

La provincia onubense tiene tanto que ofrecer, que no apabulla, sino que espera a ser descubierta poquito a poco y sin prisas. Situada en el extremo más occidental de Andalucía, es la que más horas de sol disfruta cada día en España, y tal vez por eso a su costa se la llama de la luz, compartiendo parte de ella con Cádiz, en su Golfo. Posee Huelva una geografía rica y diversa, de una belleza sin igual, y tiene una ubicación privilegiada. Separada, o unida, que una no sabe nunca muy bien si un río separa o acerca, de Portugal por el Guadiana, que viene a desembocar entre Ayamonte y Villa Real de San Antonio. Ambas localidades, en una y otra orilla, han estado tradicionalmente hermanadas por un ferry, que, tras construir un puente justo al lado, casi ha pasado a ser testimonial, con un deterioro casi paralelo al de las economías de ambas localidades. Son de esas decisiones políticas incomprensibles y alejadas del sentido común y del deseo de la ciudadanía, nada raro ni infrecuente, por desgracia. Pero al margen de la política, Huelva disfruta de sus ríos, con el Tinto y el Odiel abrazando su capital, y formando una ría al juntarse; y con el Guadalquivir como frontera natural con Cádiz, al menos durante kilómetros. Precisamente desde el puerto fluvial de Palos, en una ensenada del Tinto, partió Colón rumbo a América en 1492, por tratarse de uno de los más importantes puertos del litoral andaluz. Muy cerca, el Monasterio de la Rábida, a donde el mismo Colón fue a solicitar ayuda económica para emprender su primer viaje. De todo ello nos habla la colosal estatua del navegante, a orillas de la Ría de Huelva, en la confluencia del Tinto y el Odiel, regalo a España de EE.UU.

Ríos, litoral, y sierras. Huelva limita al norte con Extremadura, y en su Sierra de Aracena y Picos de Aroche podemos disfrutar de bellos pueblos y lugares de belleza sin par, como la preciosa Gruta de las Maravillas en Aracena. Sus gentes viven de una economía basada en el turismo, los productos del cerdo ibérico, famoso es su jamón de Jabugo, y la industria relacionada con el corcho. Atravesar las dehesas de la Sierra es tener la oportunidad de ver los alcornoques, de cuyas bellotas se alimentan piaras de cerdos desde hace siglos, desnudos hasta que les nace de nuevo su cubierta vegetal. A lo largo de un ciclo de nueve años, estos árboles se protegen con el corcho, que es la materia de un desarrollo sostenible para el norte de la provincia. Y al sur, el Atlántico, con kilómetros de playas de finas arenas, abrazadas por pinares, cuidadas franjas de dunas y humedales. La provincia de Huelva es la que más humedales cuenta en Andalucía, con hasta 45 de ellos catalogados, los cuales ofrecen su privilegiado albergue a 700.000 aves durante el invierno, que se dice pronto. Por sólo citar un ejemplo, la cigüeña negra, que no es urbana como la blanca, y que es una especie en peligro de extinción, elige Huelva para la invernada; siendo fundamental para su preservación la conservación y óptimas condiciones ambientales de los humedales atlánticos andaluces, los onubenses a la cabeza.

Por si no bastara con todo lo anterior, encabezado por unos productos ligados a la pesca de categoría superior, imposible olvidar la economía de la fresa y los cítricos en Huelva, de proyección internacional, y con una calidad que nada ha de envidiar a la agricultura que en otras zonas se han volcado tradicionalmente en este sector. Fresas, gambas y jamón son la maravillosa trinidad de la gastronomía onubense, para mi gusto muy difícil de igualar, junto a buenos vinos con denominación de origen, Condado de Huelva. Si a todo ello le unimos el humor, ese invento que nos hace ser la especie animal superior de verdad, y vemos cómo Lepe ha sabido sacar partido de ser el blanco nacional de bromas y chistes basados en la mera exageración, con sus certámenes y concursos de humor, no nos queda otro remedio que exclamar Huelva… y vuelva!

506. Málaga

Por Lola Fernández.

Decir Málaga es decir historia y mar, puerto y jardines, montañas y valles, agua, piedra y arte. Es recorrer el rastro de fascinantes culturas milenarias con sólo dar un paseo, porque se trata de una de las ciudades más antiguas de Europa, y así, sólo en su Cueva de Nerja alberga las pinturas rupestres más antiguas de la humanidad. Málaga son los montes cuajados de almendros, y la Costa del Sol, donde ya había turismo del mejor cuando era algo de unos pocos privilegiados o de extranjeros: Benalmádena, Fuengirola, Marbella, Torremolinos, por nombrar unas pocas localidades costeras. Es la comarca de la Axarquía, y la Serranía de Ronda, con esa maravillosa ciudad abrazada al Tajo, un desfiladero que es un monumento natural a la belleza. Y es El Valle de Antequera, con su Peña de los Enamorados, sus dólmenes y el mágico Torcal. Son los acantilados de Maro, y el Balcón de Europa en Nerja, y la Laguna de Fuente Piedra, con sus flamencos. Málaga son las playas, las calas, los espetos de sardinas en las brasas de una barca en cualquier orilla. Son sus parques y jardines, con una riqueza botánica que te enamora y fascina; las biznagas, con los jazmines sobre cardos secos; y el monumento al cenachero frente a su puerto de bulliciosos muelles, como homenaje a quienes vendían pescado fresco en un cenacho de esparto a los hombros.  Es la Manquita, esa catedral inacabada con una sola torre, y sus mil maneras de pedir un café; amén de un clima tan amable y cálido como sus gentes. Aunque también hay que padecer el terral, especialmente en verano, con lo que se añade un plus de calor, llegado directamente desde África. Siendo una de las ciudades más importantes del país, es conocida mundialmente por haber nacido en ella Pablo Picasso. Su casa natal y el Museo Picasso, junto al Museo Carmen Thyssen, conforman una atractiva oferta para los enamorados de la pintura, en un enclave sin igual. Pero estos son sólo 2 de los 30 museos malagueños, pues no en vano se habla del centro histórico con mayor densidad museística.

Málaga es una preciosa ciudad a orillas del Mediterráneo, a cuyos habitantes se les llama boquerones, y es fácil adivinar por qué, con un barrio marinero, El Palo, por citar uno, que conserva toda la tradición pesquera y es la oportunidad de disfrutar del mejor pescado, con sus peculiares subastas ya en la mesa; o sus inolvidables moragas, que no son sino reuniones de amigos en las playas al caer la noche. Porque Málaga es modernidad, con una muy numerosa población de extranjeros que copan pueblos y zonas por completo (esos carteles de Se habla español, lo dicen todo), sin olvidarse de las tradiciones. Famosos son los burros taxis de Mijas, y la Farola de Málaga, porque faros ya hay muchos, pero en femenino muy pocos. Como célebres son sus vinos y su Festival de Cine; y esa calle Larios, cara donde las haya, pero centro neurálgico testigo y protagonista de todo lo importante que en la ciudad acontezca, incluida su feria; sin dejar de citar ese Pasaje de Chinitas, con su famoso café del mismo nombre, al que ya Lorca nombraba en sus versos. Quien come y bebe en Málaga sabe que allí todo es de primera, para todos los gustos y para todos los bolsillos, pero con una única calidad, la mejor. Vamos, que allí es difícil que te quedes esmallao: deliciosos los molletes de Antequera, el ajoblanco, el gazpachuelo, los boquerones fritos, la porra antequerana, la fritura malagueña, el plato de los montes (o huevos a lo bestia), y un exquisito etcétera que da sabor a una gastronomía variada y rica; o mejor dicho, riquísima. Y para acompañar tanto plato bueno, nada como brindar con la cerveza Victoria, malagueña y exquisita desde 1928: Por Málaga!!!

505. Jaén

“Andaluces de Jaén, aceituneros altivos…”

Miguel Hernández

El Parque natural de Despeñaperros es un precioso desfiladero por el que se accede a Andalucía por tierras jiennenses, como una reivindicación de la esencia andaluza de Jaén, una provincia tan olvidada que, en ocasiones, se dice de ella que no parece de Andalucía; ay, qué cosas. Imposible ser más andaluza, siendo la tierra en que nace el Guadalquivir; el río que primero se llamó Betis, y que, desde su nacimiento en la Sierras de Cazorla, Segura y las Villas hasta su desembocadura en Sanlúcar de Barrameda, conoce y habla de la historia de Andalucía. Si añadimos Sierra Magina y la de Andújar, sabremos por qué la biodiversidad jiennense es una de la más importantes de España y Europa, siendo la provincia con mayor extensión de espacios protegidos de España. Y junto a estos parques naturales, las campiñas y vegas colmadas de olivos, constituyendo una riqueza natural y paisajística sin igual en estas tierras de la Andalucía oriental. Es Jaén la primera productora mundial de aceite de oliva, con nada menos que 66 millones de olivos, pero, aun así, el llamado oro verde no logra sacarla de la pobreza. No ha impedido que, por ejemplo, ciudades como Linares, con un pasado económico que la situaban a la cabeza en riqueza y desarrollo a nivel nacional, ostente hoy el triste honor de ser la ciudad con más paro de España. Jaén ha sido víctima de no haberse encarado una reforma agrícola absolutamente necesaria, además de ver cómo se acababa con la industria que le daba fuerza económica, sin olvidar que ha sido siempre la gran olvidada, válgame la redundancia.

Pero Jaén no sólo posee patrimonio natural, y, así, es la provincia con más obras renacentistas de España. Esto se debe principalmente a Andrés de Vandelvira, el arquitecto que planificó y construyó muchos edificios que, al incorporar elementos del arte de los musulmanes, son únicos; logrando que Úbeda y Baeza sean, además de dos joyas del mejor Renacimiento, Patrimonio de la Humanidad desde el 2003. Jaén posee también el mayor patrimonio íbero, pues Cástulo, muy cerca de la citada Linares, es uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de España. Y en la capital, esa maravillosa catedral renacentista, y el castillo de Santa Catalina, con unas impresionantes vistas de la ciudad; que no en vano, Jaén es el lugar en donde hay más castillos y fortalezas de Europa, y el segundo en el mundo. Además de Los Baños Árabes, de su época musulmana, en los sótanos del Palacio de Villardompardo, los más grande de España y mejor conservados de Europa. Y no quiero dejar de hablar del cielo jiennense: porque si en Almería está el Observatorio de Calar Alto, en la Sierra de los Filabres, y en Granada el de Sierra Nevada, amén del de la Sagra, los cielos de Jaén son de lo mejorcito para mirar las estrellas. Y así lo atestigua la declaración de la UNESCO como Reserva y Destino Turístico Starlight, más concretamente del cielo de Sierra Morena y Sierra Sur. Podría añadir tantas cosas…, pero sólo diré que hay mucho y bueno en esta provincia andaluza, y que si no la conocen, ya están tardando.

504. Granada

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Todas las ciudades tienen su encanto, Granada el suyo y el de todas las demás.” Antonio Machado.

Decía Federico García Lorca, el poeta granadino de Fuentevaqueros, que Granada esta indefensa ante la gente, pues nada ni nadie puede defenderse ante lo halagos, y qué razón tenía… Es tan hermosa que sólo cabe ensalzarla, y si lo hacemos con el fondo musical de la Granada de Agustín Lara, mejor… Granada, tierra soñada por mí… Claro que hay un contrapeso, la malafollá de Graná, casi ná; aunque habría que escribir todo un tratado para definir el concepto, así que lo dejaré para otro momento. Granada, tierra de contrastes, con una geografía en la que se dan cita el altiplano, la costa tropical, las montañas más altas de la península, el sol y la nieve, los claros cielos estrellados (con los observatorios de Sierra Nevada y la Sagra), la vega, la Alpujarra, la Alhambra, el Albayzín, y un larguísimo etcétera, amén de una herencia y una oferta culturales de primera. Tierra de flamencos y poetas, que ama la música y lleva el arte en las venas. Digamos que somos pura potencia, y abandono sempiterno; lo que hace que, cuando había pujanza económica en el país, porque hubo un tiempo en que la hubo, mientras aquí llegaban los inmigrantes, nosotros aún éramos emigrantes huyendo de la pobreza. Y junto al arte, que es mucho, Granada es la Ciudad de la Ciencia, y su magnífica y prestigiosa Universidad, fundada en 1530, es la única en Europa con dos campus en África, Ceuta y Melilla. Si fuimos el último reducto hispano-musulmán, hoy contamos con una creciente población musulmana, de la que casi la mitad es española, no inmigrante, lo que hace que su presencia en la capital sea importante y esté plenamente integrada. Tenemos la mayor mezquita de Europa, y se puede afirmar que somos un ejemplo de convivencia y hermandad a nivel religioso, pero también cultural. Sin olvidar que somos la provincia con mayor porcentaje de población gitana, en su amplia mayoría perfectamente integrada socialmente. Esa Granada gitana y mora no es un tópico, ni versos de poeta, sino una realidad que se vive en armonía. Y de la Granada católica, sólo recordar que en la Capilla Real de su catedral descansan los restos de los Reyes Católicos, y de su hija Juana la Loca, y su esposo Felipe el Hermoso.

Foto: Lola Fernández

Así que por su realidad, Granada es una tierra de contrastes que no se oponen entre sí: somos el sur y hace un frío que pela; tenemos los pueblos más altos del país y del continente, pero las imponentes sierras rodean una gran llanura, con las hoyas de Baza y de Guadix. Poseemos un Altiplano, formado por las comarcas de Baza y Huéscar, donde, junto a zonas prácticamente desiertas, hallamos bosques y abundancia de agua; con los pantanos de Negratín, San Clemente y El Portillo, rodeados de maravillosos paisajes de una increíble variedad. Y si al norte está el altiplano, al sur baña nuestras tierras el mar Mediterráneo, en la Costa Tropical: 73 km. de litoral con un clima que hace posible ser el único lugar de Europa con frutos tropicales, como el aguacate, el mango y la chirimoya. Junto a Sierra Nevada, esa Alpujarra de pueblos en los que se detuvo el tiempo, contando, por ejemplo, con el pueblo más alto del continente europeo, Trevélez: con unos magníficos jamones, que con un clima tan seco y frío se curan de maravilla, y cuya arquitectura nos traslada a lejanos países como el Nepal. Y descendiendo desde los maravillosos pueblos y barrancos alpujarreños hacia el mar, el Valle de Lecrín, con plantaciones de naranjos y limoneros de la mejor calidad. Si los árboles están en flor, el aroma a azahar nos envuelve mientras recorremos esta preciosa comarca, donde no falta tampoco el agua; con, por citar un lugar precioso, la Laguna de Padul, uno de los más importantes humedales de la provincia, y sólo detrás de Doñana en extensión de carrizal, con lo que conlleva de asentamiento de aves. Sí, Granada es tan diversa y tiene tanta riqueza patrimonial y geográfica, que es imposible describirla en pocas palabras, por lo que lo mejor es invitar a quien no la conozca, a visitarla cuanto antes mejor; a quien ya estuvo, a regresar sin falta; y a quienes vivimos en ella, a disfrutarla sin que tanta belleza nos haga perder su constancia, porque hay cosas tan bonitas que una no puede acostumbrarse a ellas jamás. Hay que saborear Granada, porque es sencillamente una delicia.

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