664.- Traiciones y demás

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Una famosa y bonita canción de Gabinete Caligari dice: Voy camino Soria/ Quiero descansar/ Borrando de mi memoria/ Traiciones y demás/ Borrando de mi memoria/ Camino Soria… Y la verdad es, ahora que por la actualidad política se me viene a un indeseable primer plano la traición, que creo que se trata de algo casi imposible de olvidar, aunque estés a orillas del Duero, pues   experimentarla te provoca sentimientos muy difíciles de borrar de la memoria. Hay muchos tipos de traición, y múltiples maneras de ser traicionado, pero generalmente provoca decepción, rabia, tristeza, dolor, incredulidad; aparte de pillarte siempre por sorpresa, desprevenido y con la guardia bajada. Cómo vas a estar en guardia cuando confías en alguien, me pregunto, pero lo peor es que, cuando te defraudan, suele ocurrir que ya no sólo desconfías de quien te traicionó, sino que la desconfianza la generalizas, y es así como algo negativo por parte de los demás acaba por perjudicarte e influenciarte para mal. Entiendo que la falta de lealtad, la infidelidad en todos los sentidos, pueda crear y generarnos una serie de emociones perjudiciales y adversas, pero si se piensa fríamente, el que tendría que sufrir es el traidor, no la persona traicionada; es el que falla el que debiera ver resentida su autoestima, no al revés, y si uno no hizo nada mal, no sé por qué ha de terminar actuando a la defensiva. Todas las experiencias, las peores incluso más, deberían servirnos para aprender, aunque nunca desde el resentimiento, porque eso es malo para nosotros, y al que traiciona le importa un bledo.

Foto: Lola Fernández

Quien más, quien menos, seguro que todos en algún momento habremos estado enganchados a alguna telenovela, sudamericana, turca, española, todas me valen como ejemplo, y habremos comprobado que los malos van tejiendo un entramado de mentiras y traiciones sin que nadie los descubra, logrando que los buenos, que nunca se enteran de nada, sufran las consecuencias de tanta trama urdida en las sombras. Y lo que más rabia da es que, cuando por fin se descubre la verdad y se les caen las caretas a los traidores y mentirosos, después de un millón de capítulos pasándolo mal por su culpa, entonces, en cuestión de unos pocos minutos, se acaba la telenovela, sin dar nunca la ocasión de disfrutar el sabor de la venganza, aunque sólo sea porque haya un equilibrio emocional y dar salida a tanta frustración creada con anterioridad. A veces pienso que los guionistas de este género televisivo son auténticos sádicos que buscan, con tanto melodrama, que los espectadores padezcan tanto como los protagonistas. De todos modos, eso es pura ficción, lo detestable es tener que vivir estos sentimientos en la vida real, y no poder dar marcha atrás en el tiempo para, sabiendo ya lo que se desconocía, evitar ser engañados. Podemos aprender y tener incluso la suerte de no volvernos desconfiados, aunque lo más frecuente es que nos vuelvan a traicionar más veces a lo largo de la vida, porque ser traicionero es lo más fácil en este mundo: basta rodearse de gentuza de la misma calaña, ir por delante a base de mentiras, provocando situaciones que de otro modo no se darían y reírse un poco a costa de alguien que vive al margen de tanto engaño con alevosía. Dice el refrán que quien ríe el último, ríe mejor, y aunque no nos dé demasiado tiempo para que el rencor encuentre satisfacción, al menos siempre nos quedará la opción de coger el camino de Soria o pasear por la orilla del mar, tratando de que no nos quede ninguna memoria de traiciones y demás.

 

P.D.: ¡Les deseo el mejor de los veranos, y nos vemos en otoño!

663. El tiempo de las cerezas

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Ya está aquí el tiempo de las cerezas, para recordarnos que muy pronto acabará la primavera y llegará el verano, semejante a una promesa de dicha. A la manera de casi todo lo bueno, será breve y nos recordará que la felicidad es como un pájaro que se echa a volar antes de haberlo disfrutado todo lo que quisieras, o como el silbido de ese mirlo burlón del que nos habla la letra francesa de la canción Le temps de cerises: Quand nous chanterons le temps des cerises/ Sifflera bien mieux le merle moqueur. Ya sabemos que lo bueno, si breve, dos veces bueno, dicho con elipsis, figura retórica igualmente económica; y seguramente, se aprecia más la bondad del bienestar cuando se aprende de su fugacidad, del mismo modo que se sobrelleva mejor lo malo porque sabemos que no hay mal que cien años dure. No nos gustan las penas, como, de pequeños, los caramelos de menta no eran nuestros favoritos, al contrario que los de fresa; es absolutamente lógico preferir la dicha a la desdicha, pero no se comprende ninguna de ellas si no se sabe de su contraria. Con el tiempo nos hacemos sabios en lo que atañe a los sentidos, y vamos olvidando poco a poco nuestros caprichos infantiles, pero las cerezas, ah, creo que ellas siempre han estado y estarán ahí, tan bonitas, tan en racimo, de a dos, de a tres, o solas, pero siempre con sus rabillos, para jugar con ellas: a ver quién alguna vez no las colgó de las orejas a modo de pendientes naturales, tan brillantes, tan rojas, con sus pequeños huesos, perfectos para saber cuántas comías. Me pasa como al grupo de Los Ronaldos, cuando cantan Me gustan las cerezas: Hasta la noche me da la razón/ Porque me gustan las cerezas, me gustas tú.

Foto: Lola Fernández

Frente a la fruta, los hijos de la gran fruta, molestando, no dejando hacer ni haciendo, a no ser todo lo que no hay que hacer. Llega un momento en que una se cansa de tanto petardo y petarda, de esos que son como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Cuando se ve la necesidad de que toda la clase política se una para afrontar con mayor eficacia la difícil situación a nivel global, con guerras, con agobios económicos, con las desgracias naturales que acarrea el cambio climático, es cuando más se nota la falta de clase de muchos, que, aunque no son mayoría, y precisamente por eso, pretenden que la minoría decida, a base de boicotear y hacer ruido. Qué cansancio provoca el corrupto que tiene la desfachatez de acusar de corrupción, y el que calla porque le interesa y a la vez pretende que otros hablen, aunque no les interese. Siempre la ley del embudo y el pretender obtener a la fuerza lo que no les corresponde, tratando de imponer la injusticia y la desigualdad por encima de la razón. Hay tanto alboroto y griterío, que dan ganas de mandar todo a paseo, si no fuera porque sabemos muy bien que ese es precisamente su objetivo; pero la verdad es que se echa de menos que alguien ponga paz en un recreo en el que los gamberros no dejan disfrutarlo, jugando a ser matones de pacotilla y ver hasta dónde consiguen llegar mientras nadie les llame al orden. Mucho mejor disfrutar de la vida y de todo lo bueno que nos regala, como las cerezas, y olvidarnos por un momento de todas las plagas, que esas siempre han existido, sean de polillas, de mosquitos del Nilo (y es que Egipto sabe muy bien de plagas), de pulgas y demás insectos, y también de tanto tonto suelto que pone a prueba nuestros umbrales de tolerancia a la desfachatez y el egoísmo puro y duro.

662. A la sombra del jacarandá

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Si se recorren estos días las carreteras y caminos de España, se tiene la oportunidad de ver unos campos y una naturaleza vestidos de preciosos verdes que nos hacen recordar la mucha lluvia caída esta primavera; y en el paisaje, aportando aún mayor belleza y salpicando de color azul violeta el rico verdor, los jacarandás. No me importaría tener un jardín con uno de estos bonitos árboles, y a su sombra dejar pasar mi tiempo sin que la actualidad mundial me amuermase como lo hace. Tal vez sus flores me hicieran olvidar el asco que me provoca que Israel parezca haber olvidado por completo el holocausto nazi contra los judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial, entregado por completo a exterminar palestinos en un repugnante genocidio ante el que el mundo parece mirar hacia otro lado, salvo excepciones. Condenar los asesinatos de Israel en la franja de Gaza no es, en absoluto, estar en contra de los judíos; y justificarlos por la repugnante matanza cometida por Hamás es un completo sinsentido, porque la desproporcionada venganza es insoportable, aparte de que los servicios secretos israelíes conocían de antemano los planes de los terroristas y no hicieron nada para evitarlos. Los terroristas provocan repugnancia, pero un Estado no puede descender a su nivel sin convertirse asimismo en terrorista, y el primer ministro de Israel, Netanyahu, pasará a la Historia como un repulsivo carnicero a la altura de los más sanguinarios nazis; y el mundo será considerado cómplice por no evitar el exterminio de palestinos inocentes y ajenos a Hamás.

Foto: Lola Fernández

Igual a la sombra del jacarandá podría no desesperarme al ver que el presidente de los EE.UU. es un loco mesiánico al que el mundo deja hacer y deshacer, mientras hunde economías y vuelve majaras a todos con sus chifladuras: como esos porcentajes de aranceles, que lo mismo suben que bajan, se congelan o se activan, y sólo nos sirven para sospechar el grado de imbecilidad que se ha apoderado del poder norteamericano, con un preocupante fascismo que alienta a los muchos candidatos a sátrapas que pululan por doquier, cada vez con menos máscaras, porque el personal está muy por la labor, que todo hay que decirlo. Podría igualmente olvidar a otro que bien baila, ese Putin gris y plomizo que juega a provocar al mundo divirtiéndose con su guerra en Ucrania, que mata a ucranianos y rusos indistintamente a base de drones y misiles, hablando a veces por teléfono con Trump, que ya imagino qué tipo de conversación será esa que quieren vender al mundo como negociaciones para la paz: dos energúmenos bien puestos diciendo chorradas sin más, y compitiendo a ver quién es el más poseso. Todo insoportable, de manera que como no tengo jacarandá ninguno, me voy a tener que inventar otros modos y maneras de que las informaciones sobre el mundo y sus eventos no me hagan mella y pueda vivir libre de su nefasto influjo. Por ejemplo, y me sirve de imagen para el artículo, un paseo al atardecer por una tranquila playa casi desierta a orillas del Mediterráneo, encontrándome ante un grupo de elegantes sombrillas de carrizo que se me asemejan a unas sutiles bailarinas prestas a iniciar una danza frente al mar, cuando las aguas y el cielo combinan sus colores abrazándose a una línea de horizonte que enseguida desaparecerá al caer la noche; no es una mala opción para que queden igualmente en la oscuridad todas las cosas feas que nos desaliñan la vida.

661. Interferencias

Por Lola Fernández.

Desde Montesquieu, un jurista intelectual y político francés de la Ilustración, entre otras cosas, su teoría de la separación de poderes estatales está en la base de toda democracia que se precie, siendo así que, cuanto más nítida y firme sea esa separación, más auténtica la democracia; y, al contrario, cuantas más interferencias se den entre las potestades que sustentan la vida política de un país, más pobre y débil un Estado, y menos de Derecho. Esos poderes son el Legislativo, que elabora y aprueba leyes; el Ejecutivo, que dirige la política nacional e internacional, además de administrar la política pública; y el Judicial, que, aparte de impartir la justicia, se encarga de velar por el cumplimiento de la Constitución y las leyes. El Poder Legislativo corre a cargo de las Cortes Generales: el Congreso y el Senado; el Poder Ejecutivo lo ejerce el Gobierno, con su Presidente a la cabeza; y el Poder Judicial corresponde a jueces y tribunales. Hasta aquí, todo sencillo y bien diferenciado, pero, ay, el problema surge cuando hay injerencias de uno u otro tipo y la independencia y la separación entre estos poderes se ven amenazadas. Quien siga la actualidad social y política de España sabe perfectamente que nuestra democracia se encuentra bastante resentida, y que se dan múltiples enfrentamientos entre los distintos elementos estructurales de nuestro sistema político.

A nadie se le escapa la abierta lucha entre Congreso y Senado, el primero sin claras mayorías, a no ser que se logren a base de pactos, algo absolutamente democrático, pero que a una parte de la oposición le parece poco menos que diabólico; y el segundo, con una mayoría absoluta que sólo busca el boicot, olvidando que nada en él es decisivo, puesto que se trata de una cámara supuestamente territorial que a día de hoy sólo cuesta mucho dinero público y supone un retraso absurdo en todas las decisiones de la vida política, aparte de ser un refugio de los candidatos políticos a senador que no caben en las listas electorales para diputado. Del mismo modo, quién no conoce la politización del Poder Judicial, que a veces parece un instrumento al servicio de ciertos partidos que quieren torpedear el sistema hasta el punto de buscar artificialmente que los resultados salidos de las urnas sean sustituidos por los que prefieren dichos partidos. Por si fuéramos pocos, un cuarto poder estatal extraoficial se suma al cotarro político, el periodismo; y aquí sí que es verdad que en nuestro país hay un interesado y nada independiente conjunto de periodistas, salvando válidas excepciones, que a través de los diferentes medios de comunicación nos trasladan la información, esa que se supone que ha de ser veraz y objetiva, pero que después cambia más de color que un camaleón, según el medio que se elija. Hay tanto adoctrinamiento, tanta mentira, tanto bulo, que es difícil respetar un oficio que, cuando se ejerce bien, es digno de toda consideración. Y al final, todo contribuye a un claro empobrecimiento y a una brutal crispación en la vida política nuestra de cada día, de manera que hasta los más apasionados van perdiendo la ilusión por seguirla; si a ello le unimos el gran desconocimiento por parte de un sector de la juventud sobre lo que implica una auténtica democracia, y la inmensa diferencia entre ella y una dictadura, pues a la desilusión se le une el desaliento. Ante ello sólo cabe tener paciencia y no dejar que se cumpla el objetivo de tanta y tanta interferencia, que me parece que es que la ciudadanía se harte y, llegado el momento, no acuda a la cita con las urnas. Entre todos hemos de conseguir que, por mucho boicot y obstáculos, nada ni nadie consiga cargarse la democracia.

660. Cretinos digitales

Por Lola Fernández.

Las tretas de los mediocres para escapar de su vulgaridad son mucho más numerosas que las auténticas y legítimas estrategias para huir de la mediocridad, no sé por qué, pero es así por desgracia. Recuerdo a alguien que decía que no era el más aventajado, que lo que realmente ocurría era que se rodeaba de los mejores para su equipo de trabajo, y nada más lejos de la verdad: lo que realmente hacía era elegir a quienes le valían en un momento dado, para después desecharlos en un indecente usar y tirar que al final se reconducía a quedarse con los más tontos, para que, entre ellos, su propia tontería se viera como inteligencia. Artimañas y trampas en un caldo de cultivo de pura envidia, algo muy usual en la vida política, donde hay más demanda que oferta, y en la que se entra muchas veces para escalar, aunque sea pisando a personas, con una filosofía de sólo yo, que después me pueden quitar el puesto quienes me acompañen; y no me pregunten cómo lo sé, o, más bien, cómo lo he aprendido, porque es de esas cosas que una nunca hubiera querido alcanzar a conocer. Más allá del ámbito político, lo cierto es que el panorama no es demasiado alentador: estos días hemos podido leer en la prensa cómo un prestigioso neurocientífico ha alertado acerca de que el ser humano es más idiota que nunca y que no hay mejor manera de acabar con los cretinos digitales que leer libros en papel. Parece ser que son los dispositivos digitales los que han llevado a que cada vez seamos más idiotas, dado que el no leer como se ha hecho tradicionalmente, en libros físicos de papel, nos provoca déficits en la inteligencia intelectual y cognitiva, pero también social y emocional, sin que se pueda argumentar que frente a las pantallas se lee, puesto que del tiempo que estamos frente a ellas, tan sólo un 2 o un 3% se dedica a la lectura. La investigación efectuada al respecto avisa que la generación más estúpida que haya habido nunca, sic, invierte frente a una pantalla, entre los 2 y los 18 años, un tiempo igual al de 30 cursos escolares, que se dice pronto. Llama la atención que el intervalo de estudio se inicie con edad tan temprana, pero lo cierto es que quien más quien menos sabe que muchos bebés ya podrían ser incluidos en este tipo de investigaciones, pues no es raro verlos absortos frente a las pantallas de los móviles.

Es curioso que la ciencia nos diga que Internet y estar todo el día con los dispositivos digitales no nos hace más listos, contra la creencia general de muchos padres, que admiten con toda naturalidad que a sus hijos no les gusta leer libros. Parece que olvidan lo esencial de la lectura para comprender, para escribir, para pensar, para memorizar, para crecer intelectualmente y poder mantener relaciones interpersonales, no con meras máquinas, que eso precisamente son los dispositivos digitales, máquinas electrónicas para procesar la información. Que sí, que está muy bien ver series y películas de las categorías y géneros preferidos, pero que, si invertimos el tiempo justo para ello, sin robárselo, o sin sustituir directamente, al que dedicamos a coger un libro y disfrutar de su lectura, página a página, pasándolas mientras ese característico olor del papel y la tinta se mezcla con la imaginación que nos activa todo texto, sea cual sea, seguro que es mucho mejor, a la vez que nos aleja de convertirnos en unos cretinos digitales, que ya tenemos bastantes con el resto, sean analógicos o vayan por libre. Y si conseguimos revertir la tendencia sobre la que nos están avisando los científicos especialistas en el tema, y logramos que las nuevas generaciones sean cada vez más inteligentes, y no más tontas, entonces estaremos en el camino adecuado.

659. Primavera efervescente

Foto : Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Viví el apagón de España de manera algo irreal, no sé si influenciada por no tener móvil, que me pilló sin batería y sin ganas de cargarla en el coche, o porque en mis transistores a pilas apenas sintonizaba Radio María, que eso sí que es auténticamente alucinógeno. Lo peor fue despertar al día siguiente y encontrar que en el resto de emisoras, que volvía a poder escuchar, hablaban en pasado del apagón, cuando ya se había recuperado el suministro eléctrico en un 99.99% del territorio español, y yo seguía sin luz. Alcancé a escuchar que el único metro andaluz que aún no funcionaba era el de Granada y entendí que éramos los últimos de la fila, como siempre; sentirme atrapada en un 0.01% fue peor que todo el día anterior, desenchufado y raro. Ese lunes sin electricidad, mientras buscaba, infructuosamente, un dial que me proporcionara información, atravesaba, ahora a la izquierda, ahora a la derecha, la emisora que emite desde Madrid una programación completamente especializada en contenidos religiosos católicos… y entre rezos y textos leídos con voz susurrante, puedo asegurar que se reafirmó por los siglos de los siglos mi fe agnóstica. Hay una cosa que se llama adaptación y que implica inteligencia, y otra que es la inflexibilidad de ser con independencia de la situación y de los acontecimientos: madre mía del amor hermoso, ahora ya sé que, aunque cayera una bomba atómica, esa emisora seguiría erre que erre desgranando el rosario a coro, de un modo tan inmutable como si se tratara de un dogma de fe.

Foto : Lola Fernández

Por si fuera poco, a continuación, tras un previo robo de cable en el AVE, cónclave, con los informativos y cualquier programa televisivo con la imagen fija de la chimenea de la Capilla Sixtina para saber si hay fumata blanca o negra, que es tanto como proclamar que habemus papam, o no, tras las votaciones de los cardenales encerrados hasta que el papa Franciscus tenga sucesor. No se puede buscar una chimenea más pobre y fea, por la que es imposible que se escape ni un ápice de la inconmensurable belleza contenida en esa capilla vaticana, debida a la decoración al fresco originaria de Miguel Ángel; pero por esa chimenea se sabe que ya tenemos nuevo papa, que a su vez es obispo de Roma y jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano, amén, nunca mejor dicho, que sucesor de san Pedro y cabeza terrenal de la Iglesia, ¡cuánto para un objeto tan parco! Todo ello inmersos en una primavera efervescente que sigue enfrascada en sus vaivenes climáticos, temperatura arriba y abajo, viento va y viene, con un desfile de nubes allí arriba en los cielos, que ellas sí que pueden competir en belleza con las pinturas del genio renacentista; con amaneceres aún fresquitos, aunque anunciando ya que no falta demasiado para un verano que casi hemos olvidado asociar a las olas de calor de los últimos años, tan frágil es nuestra memoria para algunas cosas. En esto que llega un mirlo descarado a mi terraza y se posa en un geranio sin flores, arrancando una rama con varias hojas y huye veloz ante mi sorpresa, porque nunca lo había visto antes; y prácticamente al mismo tiempo, un gorrión macho llama a la hembra, que acude rauda, y se concentran en sus prácticas de apareamiento en medio de un jolgorio de trinos y aleteos allá en las alturas de los tejados. Apagón, trenes que se detienen o no pueden salir, cardenales de cónclave, aves en época de reproducción, cielos blancos o grises, plantas prestas a florecer, pura efervescencia, que es tanto como nombrar algunos de sus sinónimos: ebullición, excitación, entusiasmo, agitación, pasión…, coloreando nuestros días. ¡Dios nos coja confesados!, que dirían en Radio María.

658. El Día de la Madre

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Durante años empecé cada primer domingo de mayo con un poco de humor compartido: Madre no hay más que una… y a ti te encontré en la calle, era el diálogo que precedía invariablemente a mi felicitación, siempre entre risas. Cuando no tienes hijos y tu madre ya no está, el Día de la Madre te deja algo confusa, como noqueada; no es que el sentimiento de pérdida vaya a ser mayor que el resto del año, pero sí hay un cierto desconcierto difícil de explicar, aunque seguro que fácil de comprender. Ahora que parece que los valores se están desdibujando, que se priman el insulto y la mentira sobre el respeto y la verdad, ver que se sigue celebrando la maternidad, como la paternidad, es de agradecer, aunque habría muchas objeciones si a la madre la vemos como mujer, tales como la desigualdad, la violencia de género o, ya directamente contra la maternidad, la violencia vicaria. Pero hoy es un día para honrar a nuestras madres, que sólo hay una y todos y todas tenemos o tuvimos a quien llamar mamá. Quién no se recuerda aprendiendo a escribir con aquello de mi mamá me mima, o no atesora recuerdos en los que la madre te iba enseñando a encarar la vida adecuadamente, a base de estar junto a nosotros en las distintas situaciones en las que, por ser nuevas y desconocidas, no sabíamos cómo actuar. Una buena madre te explica, te reprende, te consuela, te anima, te acompaña o te ayuda a saber hacer las cosas sin que esté presente, te enseña y con el tiempo aprende de ti; no sé, igual podría resumirlo en que ejerce de madre, con lo que ello conlleva, y dejando tras ella una estela de amor del mejor. Días como hoy, cuando ella ya no está, aunque siempre esté, son para recordar, que es casi tanto como para revivir, aunque nada podrá evitar cierta honda tristeza, en ese duelo de sentimientos que acompaña a una ausencia tan esencial, que no tiene límites, ni temporales ni de intensidad.

Foto: Lola Fernández

Frente a la condición de madre, con una actitud de entrega y generosidad, la otra cara de la moneda: el ser hijos. No los tengo, pero soy hija, que eso no se pierde aunque te quedes huérfana, y en mí tengo un claro ejemplo del general egoísmo filial: recibimos mucho y damos poco, y eso es así de un modo general; y lo peor es que cuando finalmente lo reconocemos, suele ser demasiado tarde y ya no hay tiempo para rectificar. No es que todos seamos malos hijos, que no, es sencillamente que ejercemos de hijos, y ello implica recibir más que ofrecer. Por mucho que amemos a nuestros padres, al hacernos adultos hay la lógica separación asociada a nuestra paulatina y progresiva autonomía, cuando no independencia. Quién no se ha soltado de la mano de una madre al encontrarse de pronto con los amigos, o ha preferido no ser acompañado por los padres al ir a determinados lugares en donde ya se conjugan las reglas del grupo y la pandilla… Es ley de vida el dejar la familia para crear una nueva, y eso se hace a base de rupturas y reposicionamientos, aunque por fortuna se puede perfectamente vivir integrando más que separando, y dichosos aquellos que saben unir el parentesco sanguíneo con el político, porque es un auténtico privilegio. Pero vamos a dejar todo a un lado, que cuando llega el primer domingo de mayo, aquí se honra a nuestras madres, para expresarles nuestro infinito agradecimiento por habernos dado tanto, empezando por la vida, que no es poco.

657. Flujos casi infinitos

Por Lola Fernández.

Hace unos días ha muerto el papa Francisco, un buen hombre honesto y valiente, que no pudo hacer cuanto quiso por renovar la Iglesia católica pero que al menos lo ha intentado, recibiendo el rechazo de los retrógrados, lo que es un plus de valía para su persona, atendiendo mayormente a la disparidad de valores entre uno y los otros. Antes de su funeral, se instaló la capilla ardiente en la basílica de San Pedro, en la Ciudad de Vaticano, para que los fieles que así lo desearan se despidieran de él, lo que ha ocasionado largas colas durante tres días. El primero de ellos escuché a una periodista decir que debido a los flujos casi infinitos de personas que querían visitar la capilla ardiente, se habían visto obligados a prorrogar la hora de cierre hasta bien entrada la madrugada. Y fue escucharla y pensar que era bastante exagerado, pues finalmente han pasado por allí unas 250.000 personas, que me parece una cifra bastante distante del infinito, aunque no es rara la desmesura entre el gremio de los periodistas. Entre hipérboles, bulos y espejismos, en esta sociedad hay una clara dicotomía entre la realidad desnuda y la realidad inventada, o al menos así me lo parece: se aumenta o se disminuye a voluntad, según el efecto deseado; se propagan falsedades sin el más mínimo pudor, con la certeza de que siempre hay un cretino que se las cree; y la ilusión y las apariencias siempre son más valoradas que la esencia misma. Y así nos va.

En este escenario, tan desalentador a veces, los humanos nos esforzamos en salir adelante, unos pocos con muchos privilegios, y la inmensa mayoría sin ninguno, cuando no carentes de lo más imprescindible. Los humanos, con sus contradicciones y sus enigmas, buscando, al menos algunos, respuestas para entender ese intervalo entre nacimiento y muerte al que llamamos vida. Precisamente, esa distancia tiene sus límites bien definidos, por lo cual es cualquier cosa menos infinita, que igual es un adjetivo más adecuado para lo que entendemos por eternidad, esa perpetuidad sin principio, sucesión ni fin. Puede ser que el conocimiento de la finitud de nuestra propia existencia, y de la de los demás, explique muchas de las imperfecciones humanas. La certeza de que vamos a morir, seguramente somos los únicos seres vivos que la poseemos, es probablemente un enorme lastre, pero también puede convertirse en espuela y aliciente para que nuestro pensamiento se sienta libre y pueda moverse en dimensiones casi ilimitadas. Al mismo tiempo, es un alivio y una característica igualatoria el que todos perdamos la vida sin que ello se pueda evitar gracias a esos privilegios de unos pocos, que sumados a lo largo de la Historia serían ya tantos que seguramente no cabrían en el planeta. Somos finitos, y aunque nos atrevamos a hablar de flujos casi infinitos, cabemos todos en una cifra y en un continuo, aunque desde el mismo instante de nuestro nacimiento albergamos dentro de nosotros algo tan intangible pero real como la energía, y ya sabemos, por la ley de su conservación, que ésta ni se crea ni se destruye, sólo se transforma o se transfiere. Al final me quedo con la infinita capacidad de soñar, que estoy convencida de que es la causa principal de la grandeza del ser humano, más allá de sus defectos y miserias, y con el mismo arte como expresión de lo infinito y representación de lo inabarcable. Recuerdo una frase preciosa que dejó escrita Vincent van Gogh: sueño mi pintura y pinto mi sueño, y pienso que somos perecederos, sí, sin embargo, nuestros sueños pueden convertirnos en eternos.

656.- De viaje: Costa de la Luz onubense

Foto: Lola Fernández.

Por Lola Fernández. 

Viví en Gibraleón, a 15 km. de Huelva capital, durante tres años, y en el primero de ellos me dediqué a conocer la provincia cogiendo la camioneta, que así llaman al autobús, y el tren; los dos siguientes años ya tenía mi primer coche, y me gustaba recorrer la costa, hacia el oeste, llegando desde Punta Umbría a Isla Canela, y hacia el este, desde Mazagón a Matalascañas. Precisamente esa es la Costa de la Luz onubense, entre la desembocadura del Guadiana y la del Guadalquivir, y elegir la luz para denominarla es perfecto, sólo hay que conocerla para saber que es así, allí y en su hermana gaditana, que va desde Sanlúcar de Barrameda a Tarifa. Se me hace muy difícil aprehender en un artículo las sensaciones y los sentimientos de un lugar, o una zona y sus lugares, pero desde ya quiero capturar esa luz, la arena, el olor del océano, los pinares, las dunas, las largas playas casi vírgenes a pesar de la afluencia turística en algunas de ellas… Tiene la costa onubense, hermanada en espejo con la del Algarve portugués, algo que la hace única y diferente, y es sentir que no ha pasado el tiempo y el boom turístico no ha llegado a la mayoría de sus rincones, gracias a la especial protección de sus ricos espacios naturales: Doñana, ríos Tinto y Odiel, sus diversas marismas, etc. Las playas onubenses, desde las de Ayamonte a las de Almonte, poseen un algo muy especial que te reconforta, de pura naturaleza y soledad, como si tanta belleza te hiciera consciente de la pequeñez del ser humano, y del compromiso que todos debiéramos tener para no acabar con la grandeza de ecosistemas tan importantes como frágiles. No sé si hay quien no se emociona viendo bandadas de cigüeñas, o de flamencos, o de tantas especies de ánades y demás aves gregarias, volando sobre las orillas del mar, cuando sueñas con tus cosas mirando esos infinitos de profundo azul, pero es muy difícil permanecer impasible ante algo así.

Foto: Lola Fernández.

Playas preciosas y kilométricas conjugan lo urbano y lo salvaje y no dejan indiferente a nadie, a veces con nombres que son pura poesía, en un litoral en el que se desperdigan interesantes y hermosas localidades y lugares llenos de historia, o tan pintorescos como El Rocio, junto a Doñana. Ayamonte, ciudad fronteriza frente a Portugal, posee la belleza que combina mar y río, con magníficas playas, como la de Isla Canela, que ya por su solo nombre enamora. Isla Cristina, con su puerto, que te regala auténtica vida pesquera y que cuenta con una ruta de puestas de sol entre el mar y la tierra. Las playas de Lepe, con mayor afluencia turística, y las de Cartaya, como el Rompido, con sus dos faros, en las marismas del Río Piedras. Playas como las de la Mata Negra y la de los Enebrales, ya en Punta Umbría, quedan al oeste de las marismas del Odiel, a la altura de la capital; es una oportunidad para visitarla, y acercarse al Monasterio de la Rábida y a Palos de la Frontera, muy relacionados con la historia colombina. Siguiendo ya por la costa oriental, camino del Guadalquivir, las playas de Mazagón, y la llamada Del Parador, auténticamente salvaje y atlántica, y más si vas en invierno. Dentro del Parque Nacional de Doñana hay varias playas, como Torre del Loro, Torre de la Higuera y Playa de Doñana, a la que puedes ir en barcaza desde Sanlúcar, pero también directamente desde Matalascañas, rodeada por completo por el parque, que pertenece a Almonte, como el citado El Rocío, famoso mundialmente por su peregrinación mariana, la romería rociera. Imposible ir más allá de nombrar unos pocos lugares que pueden dar una idea de la idiosincrasia de estas tierras, sin olvidar el condimento, nunca mejor dicho, de la gastronomía y los vinos de Huelva. Famosos son los vinos del Condado, de los que el poeta y premio Nobel de Moguer, Juan Ramón Jiménez, hablaba con entusiasmo en su universal Platero y yo. Y si añadimos las bondades del jamón de Jabugo, de las fresas y los cítricos, no dejaremos solas a las gambas de Huelva, exquisitas como pocas. Mar y tierra en una conjunción que te llevará directamente al cielo desde la Costa de la Luz, con tantos ingredientes deliciosos, para el paladar y los sentidos todos, que creerás estar en el paraíso y no tendrás mejor escenario para perderte.

655. Que me dejen de mamuts

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Leo, sin sorprenderme demasiado, acerca de las modificaciones genéticas en dos ratones para que tengan pelo, y no cualquiera, sino similar a los de los mamuts, porque el objetivo final es recuperar esa especie extinguida mayoritariamente hace unos 10.000 años. La misma empresa, que dice trabajar para salvar la Tierra, anuncia que ha resucitado a los lobos gigantes, otra especie extinta hace más o menos el mismo tiempo. Para empezar, dudo mucho que ese lobo gigante sea el mismo que desapareció, porque se puede manipular genéticamente, pero no hacer milagros o convertirse en creadores de especies a voluntad. Después, me pregunto qué necesidad tenemos de recuperar a los mamuts, por mucho que me expliquen que se busca restaurar un ecosistema perdido para así luchar contra el cambio climático. Parece como si esos investigadores olvidaran que cada año se extinguen miles de especies, pérdida que pone realmente en peligro diversos ecosistemas importantísimos y esenciales. Igual sería mucho más interesante luchar contra ese peligro real de extinción: elefantes asiáticos, tigres, gorilas, pandas gigantes, linces ibéricos, cigüeñas negras, águilas, cocodrilos, nutrias, osos, jaguares, avestruces, buitres… Hay por encima de 7 millones de especies de animales y más del 20% están en peligro, y ¿se necesitan los mamuts? Está claro que ciertas empresas se benefician con estas noticias, pero dudo mucho que su trabajo e investigaciones sirvan para salvar nuestro planeta y mejorar la vida de la humanidad. Creo que serviría mucho más educar contra el negacionismo, esa auténtica tara mental, en algo como el cambio climático, y atajar con urgencia auténticas amenazas como la destrucción y cambios en el hábitat de tantas especies en peligro de extinción.

Foto: Lola Fernández

Llegados a este punto de reflexión, pienso en los valores y principios humanos, tan imprescindibles para convivir y evolucionar socialmente; esas creencias, esas normas que orientan y regulan las conductas de los seres humanos en su vertiente de animales sociales, se podría decir que también se están perdiendo y a veces tal pérdida se convierte en un aviso de urgente reparación, si no queremos que se llegue a una auténtica extinción, que influirá sin duda y sin remedio en factores sociales como la educación, la política, la misma economía, y por supuesto, en los modos y maneras de relacionarnos los unos con los otros. Hay muchos problemas conductuales que se traducen en agresividad y pura violencia, que denotan un alarmante y peligroso vacío emocional. El poderío indecente de la mentira sobre la verdad genera asimismo una desconfianza que debilita el desarrollo personal y desgasta las relaciones interpersonales. No cortar de cuajo determinados comportamientos destructivos hacia las personas, los animales y los mismos objetos que nos rodean, es tanto como darle alas a la extinción de las reglas sociales de convivencia y urbanidad basadas en el respeto, hacia los demás y, a un tiempo, para con uno mismo. Que me dejen de mamuts y la sociedad diga ¡para! cada vez que se rompa la armonía, el civismo y la buena educación, seguro que así se convive con más calidad, construyendo en vez de destruyendo; y si, de paso, se deja en paz a los roedores de laboratorio y se les libra de experimentos sin mucho sentido, mejor que mejor.

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