421. Femenino singular, feminista plural

Por Lola Fernández Burgos

El 8 de marzo es el día de la mujer trabajadora; es decir, de la mujer, porque a ver si hay muchas mujeres que no trabajen. Y lo hacen en su casa, sin apenas contribución de ellos, que para colmo piensan que basta con ayudar, como si el trabajo en el hogar fuera cosa de ellas; y lo hacen también fuera, con la triste e inaceptable realidad de que sus tareas se pagan menos que las mismas realizadas por los hombres. Así, la brecha salarial sigue siendo el principal motivo para tener que celebrar este día, más allá del 1º de mayo, día de los trabajadores en general. Ya hay países, como Islandia, que han atajado por ley esta diferencia de salarios por el mismo trabajo en función del sexo de quien lo lleva a cabo; claro que hablamos de culturas civilizadas que saben solucionar los problemas, no de lugares como nuestro país, que cada vez va peor en cuanto a derechos. Y no es, por desgracia, una opinión, basta comprobar cómo por letras de canciones te mandan directamente a la cárcel, olvidando eso que se llama libertad de expresión, mientras que por robarle a la ciudadanía el presente y el futuro, no hay responsabilidad alguna con la que apencar. En fin, es una pena, pero mientras el desarrollo ocurre en otros lugares, aquí vamos hacia atrás como cangrejos.

Foto: Lola Fernández

Este año, además, resulta que hay convocada una huelga feminista legal para este día, buscando evidenciar que si la mujer para, se paraliza el país. Pues aunque en esta España nuestra se conjugue con naturalidad el patriarcado más obsoleto y no se ataje la violencia machista que asesina mujeres con la asquerosa frecuencia que todos y todas conocemos, lo cierto es que la sociedad funciona gracias a las mujeres, que son las que a pesar de las inaceptables desigualdades soportan el peso en sectores y aspectos sin los cuales nada podría avanzar. Y es por eso que en esta ocasión no se pide a los hombres que secunden dicha huelga, pues eso podría minimizar e invisibilizar los efectos de su convocatoria; aunque cada hombre podría echar una mano allí donde se quede el vacío de una mujer en lucha por sus derechos de igualdad. Porque lo más increíble es que a estas alturas de Historia estemos las mujeres aún reivindicando que tenemos los mismos derechos que los hombres. No más, pero tampoco menos, los mismos… ¿es eso tan difícil de comprender y permitir que sea una realidad? Parece ser que es no ya difícil, sino para muchos hasta imposible de comprender y de permitir. Y entre esos muchos, las peores son las mujeres que van en contra de sus propios derechos, excusándose con peregrinos razonamientos que evidencian cerebros de mosquito y control machista a partes iguales.

Así pues, lo que se ha de conseguir este 8 de marzo es reconvertir un femenino singular, de mujeres solas sin nadie que comprenda que no es admisible desde ningún punto de vista una discriminación negativa que lleva siglos imponiendo su ley machista, en un feminista plural, de mujeres con todo el apoyo social e institucional para conseguir erradicar definitivamente un problema que las ningunea y las considera personas de segunda, cuando la verdad es que sin ellas, sin nosotras, el mundo se acabaría más pronto que tarde, pues empezando por el detalle de que somos quienes damos la vida a los nuevos seres, las dificultades cotidianas, esas que parecen sencillas pero que cuando faltamos se convierten en un mundo para ellos, son salvadas sin que apenas se note día a día, logrando con ello que todo el sistema funcione y lo haga correctamente. Así que si secundamos las mujeres esta huelga tan necesaria, y lo hacemos a nivel laboral, estudiantil, de cuidados y de consumo, no tenga nadie la mínima duda de que nada podrá difuminar la esencial importancia de nuestra diaria contribución, ante lo que se nos paga con precariedad y desigualdad. Será tanto como permitir que salga el sol y amanezca una realidad igualitaria en la que se valore a las personas sin tener en cuenta el género. Así sea.

420. Los últimos de la fila

Agua. Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

En que el agua es vida, seguramente estamos de acuerdo sin excepción, así que es una maravilla estar rodados de pantanos y embalses, a pesar de que ahora atravesemos malos tiempos de sequía, y de que sus niveles hídricos apenas si han variado a pesar de las últimas lluvias y nieves. Pero no sólo de agua vive la economía de una tierra pobre históricamente como la nuestra, sino que necesita de proyectos de futuro reales y cuyo desarrollo se vea desde el mismo momento en que se hacen públicos. Por desgracia no es eso lo que vemos, y estoy pensando en el embalse de El Negratín y tantas buenas ideas como se han vendido en estos últimos años en relación a su aprovechamiento para sustentar un turismo verde que nos ayude a remontar el vuelo, después de siglos con las alas quebradas.

Agua. Foto: Lola Fernández

Recuerdo a bote pronto proyectos como un Centro de Interpretación del Agua, del que no he vuelto a saber más desde su presentación en La Granja, a orillas del embalse, o embarcaderos para fomentar los deportes náuticos, o un plan de coordinación entre establecimientos hoteleros con sus spas y los baños de Zújar, o la promoción de las playas nudista y textil que se pueden disfrutar estando tan lejos del mar, etcétera. Es lo que tiene el dejar que buenas ideas se queden sólo en eso, ideas, con el agravante de haberlas vendido como proyectos a realizar en pro del desarrollo sostenible y urgente de nuestras comarcas.

Mentiras y cuentos de la lechera, eso pienso mientras se quejan del desierto energético de nuestra provincia, con la urgente línea 400 que posibilite la implantación de una industria de progreso en Baza y pueblos del norte granadino. Por supuesto que es urgente, pero ha pasado una década desde que nos vendían la próxima llegada de empresas potentísimas que crearían trabajo y riqueza en Baza y alrededores, y yo me pregunto: si ya entonces se sabía que no se contaba con la necesaria infraestructura energética que hiciera posible la implantación de una industria de tales características, ¿nos estaban mintiendo conscientemente y a sabiendas de que sería más que imposible cumplir con lo que entonces se prometía? Me parece vergonzoso, pero aún mucho más que se hayan dejado pasar tantos años sin ponerse de inmediato a conseguir algo tan imprescindible. Y qué decir al ver a los partidos políticos divididos respecto a esta meta absolutamente necesaria para que nuestra tierra despegue de una bendita vez, que ya es demasiado tiempo de estar los últimos en casi todo, por favor. Me parece tan irresponsable la labor política de unos como de otros, los primeros por no reconocer en su momento la imposibilidad de hacer realidad unas promesas urgentes que sólo buscaban ser incluidas en decálogos electorales; y los demás, por saberlo desde ese mismo instante y callar frotándose las manos porque dichas promesas caerían en saco roto… De vergüenza ajena que nunca haya consecuencias exigidas por el electorado, y que nuestros representantes políticos, todos, no sean capaces de aparcar las diferencias cuando de lo que se trata es de nuestro futuro y el progreso de lo nuestro y nuestra gente. Si la política es eso, cada vez me queda más claro que nos sobra. Al menos nos queda el consuelo de ver que el agua nos rodea, y seguir pensando que es vida, a pesar de que nadie haga nada para que esa vida se multiplique y nos enriquezca. Será que por desgracia nos hemos acostumbrado con el paso de los años a estar en la cola y ser los últimos de la fila, pero maldita la gracia.

419. Cuestión de sensibilidad

Por Lola Fernández Burgos

Resulta que hay mucha gente que defiende que a día de hoy dan igual las izquierdas que las derechas, que no hay diferencias esenciales entre ambas, y lo cierto es que, si atendemos a los grandes partidos de toda la vida que gobiernan en los distintos territorios españoles, poco se distinguen entre ellos en cuanto a sus actuaciones públicas, y sospecho que a nivel privado su esencia es casi idéntica. Pero eso no quiere decir nada, porque tengo claro que las siglas no hacen un partido, sino las personas que dirigen su trayectoria, y actualmente más parecen secuestradas por gente sin ideología que otra cosa. Cuando la política del país de dedica a jugar al despiste y que nos fijemos en lo que es pura anécdota, en pos de que no caigamos en la cuenta de lo que realmente importa, por ejemplo los vergonzosos casos de corrupción en esos grandes partidos de los que hablaba, pocos se dan cuenta de la gran manipulación que se vive en esta sociedad nuestra de hoy, que podría denominarse igualmente suciedad y sería más acertado. Claro que esto no se daría sin la necesaria complicidad del periodismo, una profesión que se supone de gente íntegra y rebelde, de esa que no se vende porque no tiene precio, y que, ay, en estos tiempos tan sucios políticamente hablando, no es necesario ni siquiera comprarla pues se entrega gratuitamente a la causa del engaño nacional, sin la más mínima muestra de vergüenza y decencia deontológica. Todos al servicio del capital y los intereses económicos de las empresas que no sólo mandan, sino que definen el curso de la vida nuestra de cada día, defendiéndose con saña de cualquier elemento perturbador que pudiera poner en peligro, siquiera levemente, su devenir avasallador.

Porque no puede sino definirse como puro abuso y tiranía lo que ocurre actualmente con nuestros pensionistas, con nuestra juventud, con las víctimas más débiles de un sistema que pasa sobre ellos como un rodillo demoledor sin titubear mientras deja a millones de personas fuera, al margen, sin poder vivir con el mínimo bienestar; ese que los políticos tienen la obligación no ya de defender, sino de garantizar. Pero es que cada día vamos para atrás en cuanto a derechos humanos y derechos sociales y cívicos, y encima tienen la osadía de vendernos que es al contrario. Qué pena de nuestros mayores, con una mísera pensión después de toda una vida trabajando para una sociedad que sin ellos no hubiera avanzado: no sólo les niegan una paga decente con la que vivir como se merecen, sino que les roban por todas partes, empezando por los fármacos que lógicamente dada su edad necesitan sí o sí. Y el fondo de pensiones saqueado por los mismos que se reparten entre ellos los dineros públicos, sin que ello tenga consecuencia penal ninguna, que ya se encargan de taparse los unos a los otros (hoy por ti, mañana por mí), además de pasarse la separación de poderes por el sobaco, con una Justicia cuya independencia brilla por su ausencia. Para mayor desvergüenza, esos consejos de que hay que ahorrar e invertir en fondos privados de pensiones. Madre mía, si alguna vez se diera una justicia divina, qué mal lo iban a pasar… Y qué decir de nuestros jóvenes, obligados a estudiar para nada, con una educación cada día con más recortes, para seguir con el reparto entre ladrones con cargo, y con una oferta laboral tan en precario que no les da para hacer planes de futuro, y casi ni para irse al extranjero a buscar un mejor porvenir. Que sí, que se habla ya de pobreza energética, pero seguimos conociendo casos de mayores o niños muertos en incendios que jamás ocurrirían de tener esas familias unas decentes condiciones de vida, y podría seguir sin parar y me daría no para un artículo, sino para todo un libro. Así que es verdad, que no hay ni siquiera que hablar de derechas o de izquierdas, porque poco se diferencia lo que tenemos la desgracia de padecer trazando el curso de nuestro futuro inmediato, pero tengo muy claro que más allá de las ideologías y de los disfraces de algunos para abrazar unas siglas políticas, existe una cosa que debería darse mucho más y que por desgracia es tan insuficiente que se suma a las carencias generales que padecemos, y es una simple cuestión de sensibilidad.

418. Gamberradas de adultos

Por Lola Fernández Burgos

Como tengo la buena costumbre de reciclar basuras, bajo con papel y cartón y me encuentro, como me sucede habitualmente en los últimos tiempos, el contenedor lleno hasta la bandera de escombros de alguna obra, desechos de frutas y verduras en sus cajas, y todo lo imaginable que nada tiene que ver con el material para el que ese contenedor está puesto. No es cosa de los vecinos, pues todos sufrimos las negativas consecuencias de estas prácticas incívicas y gamberras, sino de gente que va de paso y aparca el coche un momento para deshacerse de sus basuras echándolas donde más molesten. Y pienso en lo cansinos que son los responsables de mantener la ciudad limpia con los horarios de verano, por aquello de lo malos olores. Es verdad, la peste es un asco, pero también asquea que la gentuza no sepa convivir y haga las cosas tan mal, y no comprendo que no se tomen medidas al respecto. Supongo que cuando los camiones vienen a recoger los contenedores de basura reciclada notarán que no se recicla bien, pero no veo que nadie ponga en marcha un programa de educación en el respeto al medio ambiente y a las personas. Parece como si a nadie le importara que a veces tenemos que volvernos a nuestra casita sin poder tirar correctamente nuestras basuras, sólo porque algunos las tiran mal y no pasa absolutamente nada.

Es lo que yo llamo gamberradas de adultos, que son mucho más frecuentes de lo deseable, y que para mí no tienen la excusa que sí se da en los más jóvenes, pues estos están en edad de formación y han de madurar y aprender correctamente las reglas sociales; pero los mayores, ay, los mayores ya saben perfectamente cuándo molestan con sus desagradables acciones. A ver quién no tiene un vecino que se sube fumando en el ascensor o con la basura orgánica poniéndolo todo perdido, o el que se cree más educado porque antes de entrar en el portal tira los cigarrillos o los puros al suelo y al pasar los días convierte la entrada del edificio en un gran cenicero al aire libre. O quién no soporta los ladridos durante horas y horas de pobres perros abandonados en el hogar de quien se llama amante de los animales y no tiene reparo alguno en maltratarlos con su abandono, de paso que molesta a los demás. Como esa gente que ignora por completo las señales que son por todos conocidas, y no duda en aparcar delante de una cochera o dejar el coche en calles peatonales, o la que invariablemente deja las puertas de los portales abiertas por más que se indique que las mantengan cerradas, etcétera.

Es verdad que a veces es mucho más cómodo hacer las cosas mal que seguir las normas sociales que redundan en una satisfactoria convivencia, pero también es cierto que hay una cosa que se llama educación y otra que es el respeto al resto de la humanidad, porque ni vivimos solos ni en medio de solitarios páramos sin rastro humano. Somos personas civilizadas, eso me considero yo desde luego, y como tales deberíamos comportarnos, sin importar si para ello hay que realizar algún pequeño sacrificio en pos del bienestar general. Porque si no sabemos vivir en grupo, mejor vivir solos, donde nadie moleste y donde no molestar. Pero gamberradas las mínimas, porque si feas quedan en los jóvenes, en las personas hechas y derechas son una incongruencia total, a no ser que hablemos de personas deshechas y torcidas, gamberros adultos que además son tan cobardes que para sus actos siempre se esconden, olvidando que tras ellos queda un rastro de su no saber vivir en sociedad.

417. Nieve que todo embellece

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Hay veces en que los pronósticos se cumplen, y esta vez fue verdad que esperando nieve, nevó. Es más, mientras escribo este artículo está nevando y el panorama es realmente bello, pues la nieve todo lo embellece con su blanco manto. Pero ay, después se funde y aparece la realidad sin nada que la adorne. Y me ocurre que leyendo o escuchando sobre los proyectos para Baza, me saben a ya leídos y escuchados demasiadas veces sin que después se cumplieran. Así que las explicaciones sobre dichos planes de futuro me suenan a eso, a embellecedores de una realidad que después se queda huérfana de tanta promesa y brilla precisamente por la ausencia de su cumplimiento.

Foto: Lola Fernández

Una ha oído ya tantas veces que volverá a pasar el tren, que san Jerónimo será un espacio para la cultura, que el Dengra será de nuevo una realidad como la recordamos ya allí en lo remoto, que el Palacio de los Enríquez dejará de desmoronarse ante nuestros impotentes ojos, que la Plaza de Abastos no será un fantasma más en el descuidado urbanismo de la ciudad, que se dotará a esta de la infraestructura necesaria para el progreso, etcétera, que más parece una bella capa de nieve que en cuanto pase el momento de hacer la foto y el texto que la acompañe, quedará en el olvido… hasta la próxima vez, que desde luego quienes prometen no se cansan, ni se les cae la cara de vergüenza, de volver una y otra vez a las misma promesas, incumplidas siempre, para no variar.

Nieve, preciosa; pero debajo nada es como parece. Ni el tren volverá, al menos para que yo lo vea, y no entiendo cómo siguen jugando con eso. Ni he visto una plaza en donde estaba la antigua biblioteca municipal, cuando se habló hasta la saciedad sobre su recuperación. Ni he vuelto a ver un kiosco en la Plaza Mayor, cuando es un referente en nuestros recuerdos. Ni se sabe nada de un bar en la Alameda, o en el Parque de la Constitución, cuando al quitar los que existían se prometió que serían reemplazados por otros nuevos. Nada que no me parezca un montón de mentiras. En el Dengra he visto invertir mucho dinero para que volviera a ser uno de los mejores teatros de la provincia, pero las reformas que no se acaban son sólo dinero perdido. Cuándo iban a quitar la estación de autobuses de un lugar en el que ya es peligrosa su ubicación, porque es que hasta se me ha olvidado… Como no veo que el acceso a la carretera de Benamaurel sea un paseo que erradique el peligro que surge cada verano en cuanto se abre por allí una zona de ocio a la que es difícil llegar, y más salir, con el añadido del alcohol. Ni tampoco ese gran espacio de ocio y comercio que iba a estar en la finiquitada estación del tren, en donde sigue ubicada una feria en la que ya no se está ni a gusto, pues es como meterse en una lata de sardinas. Y para qué hablar ya de esas grandes empresas que se iban a instalar en nuestra ciudad, creando un buen montón de puestos de trabajo; cuando sólo veo un centro casi moribundo, con locales cerrados, con viviendas cerradas, sucio y bastante abandonado. Es triste y me duele, pero Baza tenía antes mucha más vida, y el futuro no parecía algo que se fuera a esfumar antes de siquiera existir. Y no es pintar en negro, porque más que quiero yo a Baza, pocos la querrán, si acaso igual; pero es que el blanco es como nieve que todo embellece: promesas, promesas y más promesas, que de tanto escucharlas ya me saben a mentiras. Una pena.

416. Quien reparte, se lleva la mejor parte

Foto: Lola Fernández Burgos

Por Lola Fernández Burgos

Aunque seguramente hay excepciones, siempre he pensado que la gente, tomada individualmente y no en masa, es más buena que mala, y sólo tiene ganas de vivir lo mejor posible y sin problemas añadidos a los que ya ha de enfrentarse quiera o no. La gente, decimos, pero eso es un ente demasiado abstracto; hablamos de la masa, y las individualidades se desdibujan y se pierden, bajo un perfil global que para nada les representa, pues a la postre es como el punto medio de todos. Y si las estadísticas pierden muchos detalles aplicadas a los objetos, no digamos si se refieren a los sujetos…

Foto: Lola Fernández Burgos

La multitud no nos sirve para acercarnos a reflexionar sobre los problemas personales, pues en estos es la persona el protagonista principal. Así que es a la persona a la que podemos mirar a los ojos, con la que podemos relacionarnos de tú a tú, empatizando, o no, con ella. Alguien que es como nosotros, salvando las distancias, que ya se sabe que no hay dos seres humanos iguales, por más que nos digan que cada quien tiene un doble por cualquier parte del mundo. Alguien que siente como nosotros, que sólo por el hecho de nacer es poseedor de unos derechos y de unos deberes que implícita y explícitamente están marcando el espacio y el tiempo en el que nos toca vivir. Y sin embargo, me da a mí, que mientras en lo referente a las obligaciones nos movemos entre códigos mil, en cuanto a privilegios estamos bastante ayunos.

No sé por qué, pero parece como si el sacrificio fuera el pan nuestro de cada día para demasiadas personas que desde que nacieron son fieles cumplidoras de lo que les toca hacer, como si el deber fuera no ya su realidad, sino su misma esperanza. Lo cual me parece una absoluta injusticia y una evidente desigualdad con respecto a quienes desde su nacimiento, o desde su llegada a la meta de su arribismo, desconocen lo que es conjugar renuncias y dificultades. Y no tengo nada que objetar contra quienes disfrutan de una vida regalada sin hacerlo a costa del padecimiento y las carencias ajenas; pero, ay, cómo me enfurece que algunos vivan bien gracias a que otros viven mal por el puro designio de esos algunos. No entiendo que ya en este mundo estén repartidas las parcelas del cielo y del infierno, siendo las primeras para los listillos de turno, que no dudan en pisotear los derechos de los demás, cuando no sus mismas cabezas. Es muy injusto, demasiado triste también, que haya millones de personas trabajando toda una vida para que después sus pensiones no les den más allá de malvivir, y sin quejarse, oiga, que son muy exigentes. Los políticos, esa clase de individuos que suben al poder en nombre de la gente, y después se mantienen en él a su costa, no tienen reparo en gastarse lo que les corresponde a los trabajadores, obligando a éstos a una jubilación de penurias y problemas. Es bastante indecente, y encima hay sinvergüenzas que se atreven a dar consejitos cuando se han perpetuado en el mundo de la política, muy en minúsculas, sin dar palo al agua y sin capacidad ni vocación ninguna para trabajar por los demás. Así, esos hombres y mujeres que desde que nacieron están cumpliendo y trabajando, soñando con un retiro feliz, son estafados, una vez más, convertidos, para no variar, en cumplidores sin recompensa; mientras los premios y las pedreas son para quienes se han creído eso de que quien reparte, se lleva la mejor parte…

415. Belleza invernal

Por Lola Fernández Burgos

Cierto que la belleza no radica solamente en las personas y las cosas que nos parecen bellas, sino que buena parte de su apreciación como tal está en los ojos que miran. Así, los mismos objetos o sujetos serán agradables o desagradables en función de quién se enfrente a ellos, de quién está frente a sus cualidades y otorga a estas la calidad de positivas o negativas. Por ejemplo, el invierno puede ser visto como una estación del año inhóspita y fría; pero habrá quienes se queden embelesados por la belleza invernal, más allá de las bajas temperaturas y otras características propias del invierno. Con independencia de que solemos añorar lo que no tenemos, hay veces que no necesitamos estar padeciendo calor para apreciar su ausencia. Y no menos verdad es que porque nos guste el verano no nos va a dejar de gustar el invierno, pues cualquier época, como ocurre con las personas, tiene cosas bonitas a pesar de que puedan convivir con otras directamente feas. Dicen que la belleza es armonía y perfección, pero me parece a mí que eso es simplemente una definición que no tiene en cuenta el factor subjetivo, los ojos que admiran y encuentran equilibrio donde objetivamente pueda existir poco más que un desastre estético. Porque esa es otra, la belleza va mucho más allá de la estética, y es lo que consigue que personas no muy agraciadas pero con una sobresaliente ética, nos lleguen al corazón y nos gusten mucho más que otras que tal vez sean guapas, pero cuya conducta deja mucho que desear. Nada mejor para encontrar lo bonito que existe ahí fuera, que salir de nosotros mismos, porque podremos ser maravillosos, pero nuestra esencia se queda en agua de borrajas si no entra en conexión con los seres que nos rodean, seguramente igual de maravillosos como nos creemos. Y quien dice seres puede añadir cualquiera de los muchos elementos que conforman el paisaje emocional en el que nos movemos y sentimos la seguridad nuestra de cada día.

Foto: Lola Fernández Burgos

En estos días fríos y lluviosos apetece sobremanera quedarse protegidos al calor del hogar, pero hay que salir, y no sólo de nosotros mismos, sino echarse a la calle, coger el coche, siempre que no haya temporal, claro, y disfrutar de la naturaleza. Es algo que nunca está de más repetir, porque la pereza se ve espoleada cuando el viento deja de soplar a favor, y al final nos perdemos lo mejor sin disfrutarlo. Quienes amamos contemplar el espectáculo del amanecer, conocemos perfectamente que si no madrugamos no podemos tener el placer que cada día ocurre como un milagro para quienes saben apreciarlo. E igual podemos decir del atardecer, cuando la frontera entre el día y la noche se viste de una belleza desbordante que no dura más allá de unos pocos minutos. Seguro que hay quienes sienten total indiferencia ante la salida o la puesta del sol, algo que además ocurre día a día, pero ello no le restará a ambos momentos ni un ápice de su excelencia. Para quienes sepan verla, toda suya. Por eso aprovechar un buen día de invierno, de esos en los que hace frío pero luce un sol que invita a salir, nos puede conceder el inigualable regalo de la hermosa naturaleza presta a entregarnos cualidades que conviven con ella a través de los siglos desde el mismo origen de la vida. Disfrutemos pues de cada momento de la vida, sin olvidarnos de saber ver la belleza allí donde está y permanece con independencia de ser o no ser vista. No es ni siquiera necesaria la presencia del rastro humano, aunque qué duda cabe que el hombre ha acrecentado, por lo general, la armonía natural. Porque si una montaña es bella, cómo luce el pueblo construido a su abrigo; y si un río lleva la vida por los valles, qué maravilla encontrar un puente que nos permita cruzar de orilla a orilla. Y frente a los salvajes bosques, qué sabiduría ancestral se enseñorea entre los bancales de los campos de cultivo, en los que un simple tractor sobresale tan majestuoso como la más brillante aurora.

414. En Baza no hay cigüeñas

Por Lola Fernández Burgos

Año de nieve, año de bienes, lo decimos y nos sentimos tan felices, como con tantas otras creencias irracionales pero perfectas para alegrar nuestros días. Unas van vestidas de dichos y refranes, otras no son consideradas más que meras supersticiones; pero, ay, mira que si creemos en ellas nos sentimos felices cuando las consideramos realizadas, o al menos cercanas y como posibilidades de ser ciertas. Finalmente, en Baza no hemos empezado el año con nieve, como no sea en la Sierra, y poquita; pero la mera visión de las alturas montañosas blancas y brillantes bajo el sol es ya todo un presagio de buena suerte, una señal halagüeña que es perfecta para iniciar el camino de un año nuevo, esperando a ser vivido de la mejor manera. Han pasado muchos siglos desde que dejamos de ser mujeres y hombres primitivos, llenos de temores y miedo a lo desconocido, que era mucho más que lo conocido; y sin embargo, a veces no parece que haya transcurrido el tiempo, pues seguimos compartiendo con ellos, unos más que otros, desde luego, el gusto por la simbología y las señales de buen o mal agüero. Los presagios son promesas, y basta creer en ellos para que nos otorguen la magia de todo un mar de posibilidades. Y cualquier excusa para sentirlos se nos hace buena si nos transmite ilusión, ya sean hechos naturales, determinados objetos o animales, aunque después sus anuncios sean la mayoría de las veces más peregrinos que otra cosa.

A ver, a quién no le da alegría encontrar un trébol de cuatro hojas cuando camina por el campo, o toparse con una herradura abandonada. Cómo no pasar la mano por la barriga de una mujer embarazada o por la chepa de alguien de espalda cargada. De la misma manera que no nos quedaremos indiferentes al ver bulliciosas golondrinas sobrevolándonos, o mariquitas en el jardín, o mariposas blancas revoloteando felices y ajenas… O sí, pero entonces no seremos supersticiosos, y no disfrutaremos de placer añadido al pasear bajo la lluvia, o al descubrir en los cielos un arco iris que nos deje ensimismados y soñando, o al escuchar el canto de los grillos o el croar de las ranas, todos ellos presagios de buena suerte. Y entre estos, cómo olvidar a las cigüeñas, aves de buen agüero donde las haya. Si algo echo de menos viviendo aquí son las cigüeñas y su elegante vuelo; su llegada por San Blas, allá por febrero, si no pasan de refranes y migraciones, y llegan prematuramente, como ahora ocurre en tantos otros lugares donde sí anidan. En Baza no hay cigüeñas, por desgracia, y no podemos verlas en bandadas o solitarias, descansando de sus viajes en nidos ajenos, o regresando al propio para esperar a su pareja y turnarse en la incubación de los huevos y en la alimentación de los polluelos. Los campanarios no albergan nidos, ni los vemos en las grandes chimeneas, o en las alturas; que a ellas cualquier lugar alto les vale, como los postes de la luz, o las palmeras muertas, que por desgracia son más cada día. Pero no por ello vamos a pensar que no nos espera un buen futuro, especialmente si se sustenta en hechos más reales que presagios y supersticiones. Mucho mejor certezas que promesas, y realidades, que simples posibilidades; que ya nos encargaremos nosotros de buscar campanarios con cigüeñas para dejar volar tan alto como sus vuelos nuestra imaginación, y para que la ilusión sea el motor que alimente nuestra vida.

413. La magia de la Navidad

Por Lola Fernández Burgos

Que los humanos somos repetitivos, es algo que tengo claro a estas alturas de mi edad, esa en la que por desgracia me queda menos por vivir que lo que llevo vivido. Pero no es menos repetitiva la Naturaleza, que para mí es el dios más auténtico y evidente, ahora que estamos en una época propicia para hablar de dioses y demás. Más de una vez he escrito en esta sección acerca de los ciclos de la vida, y entre ellos cómo no destacar cada fin de año e inicio de otro nuevo, señal indudable de que seguimos vivos, por mucho que el futuro empiece a menguar y el pasado a crecer. Tampoco esto es nada importante, pues al final hemos de asimilar que sólo existe el presente, y que no es una frase hecha, sino una verdad como un templo. El caso es que cada doce meses se nos acaba un año, y eso, que no deja de ser un invento humano para tratar de aprehender el tiempo, vana ilusión, nos conduce, al menos a mí, a todo un profundo análisis y a interminables y sesudas reflexiones. Siempre digo que ninguna excusa es mala si nos sirve para pensar y detener nuestras habituales prisas, esas que no se compaginan bien con saborear cada día de nuestra existencia. Así que cuando me pongo filosófica y me empiezo a cuestionar todo el sentido de despertar cada mañana, me dejo llevar por mis meditaciones, que segura estoy que no pueden ser negativas ni suponer una pérdida de tiempo. Porque a la postre, el tiempo es el auténtico protagonista de nuestras cavilaciones. Él, y saber de nuestra caducidad. Somos fugaces, absolutamente transitorios, como las hojas que el otoño hace caer de las ramas de los árboles caducifolios, y tener esa certeza es algo que va adquiriendo mayor importancia conforme vamos creciendo.

Y al acabar el año e iniciar otro, nos guste más o menos, siempre es Navidad. Así que por muy personal que sea nuestra celebración de estas fiestas, tenemos que pasarlas, sí o sí. Por supuesto que cabe viajar y aislarse, pero es muy difícil escapar de la Navidad, porque a pesar de las diferentes costumbres según los países, en todos ellos se celebra. De manera que con el tiempo, ya saben, el gran maestro, he aprendido a desechar lo negativo y enfatizar lo positivo. En este caso, más bien a quedarme con aquellas cosas navideñas que más me gustan, que también las hay, aunque sólo sea porque la infancia marca y los recuerdos navideños de cuando era niña no pueden ser más bonitos.  Pero es que incluso puedo ir más allá de mis recuerdos… Así, adoro sentir en la cara el frío del invierno recién estrenado cuando paseo entre los puestos de mercadillos con regalos para estas fiestas, en las que la generosidad es importante. Si mientras lo hago suenan villancicos y brillan las luces que adornan las calles, los árboles, los escaparates, mejor que mejor. Y qué decir si de repente te llega el olor de las castañas o los boniatos asados, con esa castañera que parece salida de nuestros cuentos infantiles. No siempre es triste recordar a quienes ya no están y compartieron navidades con nosotros, porque podemos sentir la alegría que nos da el evocarles. Es bonita la ilusión de los pequeños y también la de los mayores; los nietos y los abuelos, sin olvidar a los padres y las madres, siempre haciendo malabarismos para preservar esa ilusión por mucho tiempo, cuanto más mejor. Después ya llegará la vida para robarnos ilusiones y alegrías, pero mientras es Navidad todo parece posible, y haremos bien dejándonos atrapar por su magia, que sin duda la tiene.

412. El infierno particular

Foto: Lola Fernández Burgos

Por Lola Fernández Burgos

¡Madre mía, qué frío que hace cuando hace frío! Pero tenemos la inmensa suerte de contar con un hogar en el que hallar abrigo. Nada como una calefacción, un brasero calentito, el calor de las llamas en una acogedora chimenea que nos quite las desagradables sensaciones corporales que traen consigo las bajas temperaturas. Por eso no puedo olvidarme ni un momento de quienes carecen de esa suerte de tener un hogar. Es muy triste, y se me hace casi imposible de creer, pero hay miles de personas que viven en la calle, con los peligros de todo tipo que ella conlleva, acentuados al máximo conforme avanzamos hacia el invierno. Que haya quien tenga que abrigar sus sueños con cartones es para llorar, se trate de explicar como se quiera. Pero es que si me pongo a pensar en los que malamente llamamos refugiados, el problema y la inquietud crecen exponencialmente. Que a quienes huyen de la miseria y la falta de un futuro les cerremos la puerta en las narices y les llevemos a centros de acogida en los que lo que menos encuentran es acogida, o ya directamente a prisiones, es para llorar y sentir el impotente bochorno de la vergüenza ajena. Pero todo ello se acrecienta cuando hablamos de seres humanos que huyen de la guerra, no ya de la pobreza. Porque esta puede matar, sí; pero aquella es la certeza de la muerte. Y no nos conmueve lo más mínimo, y no nos importa que sean niños y niñas, mujeres, mayores, inocentes hombres que sólo buscan escapar de las terribles consecuencias de la asquerosa guerra.

Es una pena que Europa haya caído en las garras de gobiernos inhumanos que no dudan en mirar hacia otro lado, ignorando que existen personas abandonadas en campos en los que malviven hacinadas, bajo la lluvia, el frío, la nieve… Sin baños, con tiendas de campaña que no pueden ofrecen refugio alguno a una gente que no ha cometido mayor pecado que escapar del terror de una guerra en la que no tienen responsabilidad alguna, y que se ha encontrado con el infierno en la tierra. Gente que tal vez no lo sabe al llegar a estos campos en medio de la nada, pero que seguramente aprende pronto que es preferible estar muertos que malvivir en ellos, ante la indiferencia de los países que osan llamarse civilizados, y que tienen la desvergüenza de celebrar el día de los Derechos Humanos… Venga ya, qué gran hipocresía, de qué derechos hablamos si permitimos que personas como nosotros mueran como si fueran malas bestias. En esos campos, entre barro y temperaturas bajo cero, que unas sucias lonas no van a lograr que se olviden, hay niños y ancianos, padres y madres desesperados que esperan, que aún esperan, porque dicen que la esperanza es lo último que se pierde, no que les llegue el producto de una caridad mal entendida, esa que consiste en dar lo que nos sobra y a otra cosa, mariposa, sino que Europa se comporte como una madre buena y les abra las puertas y les ofrezca amor, y no limosna.

Pero no, las puertas no se abren, y Europa no deja de ser una mala madrastra digna de algún cuento de terror, de esos que no queremos para nuestros hijos. Por favor, que se acerca la Navidad y para los nuestros sólo pedimos paz, salud, amor, buenos regalos, a ser posible de los Reyes Magos, que Papá Noel es extranjero (como si los Magos fueran españoles). Sólo espero que tengamos unas felices fiestas, y que nunca nos veamos en la situación de quienes se juegan la vida en el mar, huyendo de la muerte y cayendo muchas veces en sus garras, o creyéndose a salvo cuando ese mar no se los traga y llegan a lo que ellos creen el paraíso, pobrecitos. Que el nostálgico sonido de los villancicos o el sabor de los dulces navideños no nos enfríe el corazón hasta el punto de olvidarnos de quienes seguro rezan para que no los abandonemos en el infierno particular que nuestra sociedad ha reservado para ellos.

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