429. Por los románticos campos de mi ciudad

Foto: Lola Fernández
Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Poco a poco vamos pudiendo salir a pasear en esta primavera que ha llegado tan revuelta y sin prisas. Y hacerlo por los campos que rodean nuestra ciudad es todo un placer, con esa vega que aún queda con sus cultivos y sus paisajes de siglos, aunque todo parece moverse en coordenadas de provisionalidad, como si no faltara mucho tiempo para desaparecer. Hay parcelas de campo que se han quedado en la misma frontera de las nuevas construcciones de Baza creciendo, y son como un oasis de naturaleza pero con los días contados, tal que si hubieran recibido una maldición y estuvieran condenadas a la extinción. Por eso, no se me ocurre mejor manera de hacerlas eternas que llenarme los ojos y los sentidos todos con su presencia y su entidad, tan diferente de los ámbitos urbanos. Lo rural se me aparece como una pintura de siglos, con el campesino inclinado sobre la tierra de la que obtiene sus frutos a cambio de dejarse sus días sin horario. Porque la agricultura es puro sacrificio, y más a la antigua usanza, en la que el mismo tractor es una innovación. Nada que ver con los usos modernos y todos los inventos al servicio de la comodidad del hombre y de la eficacia en la producción agrícola, que será mejor, pero que no tiene un ápice de romanticismo ni recuerda pintura alguna. Podría pasarme horas observando el trabajo de los agricultores, sin que me vean, porque me parece que de hacerlo los distraeré de sus labores. Y al contemplarles me siento como si viera a nuestros antepasados, sin que hubiera pasado el tiempo. Se les ve ensimismados, agachándose una y otra vez, con lo que supongo que acabarán agotados y sin fuerzas para reiniciar el trabajo a no ser que medie un reparador descanso.

Pero después del paseo por las parcelas agrícolas, una vuelve a las calles de la ciudad, y olvida pronto la quietud que proporciona la comunión con naturaleza. Y más si se tiene al lado de donde se vive una obra de las que yo llamo pías, que son de esas que sabes cuándo empiezan, pero no cuándo terminan. Desde hace semanas sufro en mi casa los mismos temblores que si se estuvieran sucediendo terremotos intensos y de gran duración. Cuando siento las sacudidas estando sentada en el salón, no tardo en imaginarme la posibilidad de encontrarme de pronto en mi sillón, pero en el piso de abajo, tal y como ocurre en los dibujos animados. Y si los falsos movimientos sísmicos me sorprenden temprano aún acostada, no encuentro muchas diferencias de la experiencia vivida con terremotos reales. Y supongo que habrán hecho un estudio antes de empezar a remover la tierra y levantar la estructura base en la que se asentará la futura construcción; y también confío en que vivo en un edificio preparado para soportar los seísmos sin derrumbarse. Pero es que observo grietas en la fachada y no recuerdo haberlas visto anteriormente, aunque estoy segura de que serán superficiales, por la cuenta que nos trae a los vecinos que padecemos la obra de construcción colindante. No sé, estoy deseando que pasen a otra fase menos molesta, y espero muy sinceramente no salir en las noticias por alguna catástrofe provocada por la acción osada del hombre. Y mientras tanto, procuro irme a los campos vecinos, a seguir observando los trabajos agrícolas, que me parecen mucho más seguros que los que se realizan justo al lado del edificio en que vivo.

428. Dónde va la memoria que se esfuma

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

El poeta Luis Cernuda hablaba de los lugares en los que habita el olvido, pero me pregunto dónde cabe la poesía en los casos de la memoria que se pierde para siempre. ¿Dónde va la memoria que se esfuma, convivirá con el poético olvido? No sé, pero desde luego los dependientes están más que olvidados en esta sociedad nuestra que tan poco se preocupa por sus mayores, ignorando algo tan obvio como es que por lógica y siguiendo el curso natural de la existencia, se supone que todos hemos de ser mayores más tarde y más temprano. Y si no nos preocupamos por los problemas generales, ¿de qué nos vamos a preocupar entonces? La Ley de Dependencia nació solidaria y sensible, y aunaba la ayuda a los dependientes, el apoyo a sus familiares y proporcionaba, además, trabajo a muchos parados. Se trataba, se nos dijo entonces, de una normativa de implantación progresiva que requería de una asignación presupuestaria anual; pero a día de hoy estamos ante una ley moribunda. A nivel nacional, más bien muerta del todo, con políticas de derechas, enemigas del aspecto social y de colaboración estatal. Y a nivel autonómico, aquí en Andalucía se jactan los gobernantes de ser modélicos en su aplicación, y hablan de un tiempo de espera de 6 meses, cuando todos sabemos que la realidad es muy diferente y estamos hablando de esperas de años. Mientras, los expedientes van de aquí para allá desde que se solicita la ayuda hasta que se concede; pero es que  una vez concedida tampoco llega al dependiente cómo sería de esperar, porque de eso se trata: de esperar y esperar, tanto que son centenas los que mueren al día en nuestro atrasado país sin que les llegue la ayuda concedida. No tiene nada de raro pensar que semejante dilación sólo busca que mueran y ahorrarse el desembolso de las susodichas ayudas. Es vergonzoso comprobar cómo mueren nuestros mayores dependientes sin recibir la ayuda prometida, tanto si hay como si no hay dinero previsto para ella. En la Administración no tienen ninguna prisa, no les preocupa lo desasistidos que dejan a miles y millones de personas, y a sus respectivas familias; aparte del poco interés en crear empleo en un sector tan solidario como eficaz y preciso.

Foto: Lola Fernández

Entre tanto, hombres y mujeres, a veces con la mirada perdida, pues ellos mismos están perdidos, están, si tienen esa suerte, en residencias caras, muy caras, con sus familias directas a la espera de una aportación pública que alivie las dificultades económicas de quienes han de hacer frente mensualmente a desembolsos importantes. Mujeres y hombres que si tienen una pensión decente no recibirán ayuda personal aunque estén solos y no puedan valerse por sí mismos en muchos aspectos de su vida cotidiana. Y después se extrañan los especialistas de que cada vez mueran más mayores solos y sin que nadie se percate de ello. La soledad es una silenciosa asesina sumamente efectiva cuando nadie le pone límites. Es una vergüenza comprobar el abandono de nuestros mayores por parte de un Estado neoliberal que se despreocupa en demasiados aspectos de la ciudadanía y sus problemas. Y si preocupante es lo caras que son estas residencias, cuando las hay, qué decir de la cantidad de gente que no puede hacer frente al gasto que ellas suponen. Pero aún es peor pensar en la cantidad de personas solas, y a veces en la calle, que padecen, por ejemplo, Alzheimer y están vagando perdidos sin que nuestra sociedad les ofrezca soluciones; con lo cual no sólo les condena a la pobreza y el abandono, sino con frecuencia a la misma muerte. Mientras entro en la residencia en la que tengo a mi padre, enfermo de Alzheimer, pienso en las personas que ni siquiera saben no ya solicitar ayuda, sino incluso que la necesitan. Y me detengo un segundo ante un precioso macetero de pensamientos, flores muy acordes con mi pensar, y termino concluyendo que es una pena que el hombre se encargue de estropear a diario la belleza que la naturaleza nos regala, con sus acciones tan poco humanas, y tan absurdas como es no cuidarse como especie. Porque si no nos cuidamos nosotros mismos, y unos a otros, quién va a preocuparse.

427. Qué está pasando

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Si por estos lares nos preguntan que qué está pasando, desde luego que menos el tren… Resulta que hace ya tres años que el mismo no pasa por Granada capital, caso insólito entre las capitales españolas; y por Baza, de eso ya ni me acuerdo casi. Es una pena, porque a nuestras tierras no sólo no llega el progreso, sino que cada vez es peor la situación. Nuestros políticos se afanan en demostrar lo malos que son los adversarios, sin tener la decencia de mirarse a ellos mismos, que ya nos vale la clase de representantes que tenemos. Son tan nefastos e incompetentes que seguro que sin representación nos iría mucho mejor; al menos yo no tengo la menor duda, no sé ustedes. Y son tan ineptos en su gestión como en su labor de desgaste al contrario, porque ya me dirán cómo se come eso de echarle la culpa al Gobierno central, olvidando el Gobierno autonómico. Que para Madrid no existimos, eso está bien claro, en todo; y bastante hacemos contrarrestando sus intentos de hacernos daño, a los andaluces, en bastantes sentidos, los económicos por delante. Pero no me dirán ustedes que para Sevilla somos mucho más importantes, porque es que, si no fuera para llorar, me entraba la risa. Una viaja a la Andalucía occidental y se encuentra con, por poner un ejemplo, unas carreteras estupendas camino a los lugares de ocio de los sevillanos, esos que ellos convierten en suyos sin más miramientos: ya sea Huelva con su costa de La Luz y su Rocío (hay quien se cree que es una aldea de Sevilla); ya sea Sanlúcar, que es como la playa de los sevillanos; ya sea cualquier sitio que ustedes imaginen en el que Sevilla tenga interés… Autovías, autopistas, magníficas carreteras, y porque no les dejan hacer su soñado puente desde Sanlúcar hasta Matalascañas, que si no ya lo tenían todo completo; y el Coto de Doñana que sobreviva como pueda, que ya tiene bastante con el gas y con el atropello fervoroso de la romería al Rocío, lo más alejado de los cánones creyentes que una haya visto jamás.

Foto: Lola Fernández

Ay, pero en la Andalucía oriental, y en nuestra provincia en concreto, las carreteras son para llorar, sin arcenes la mayoría de las veces, con más baches, casi, que la A92, la autovía andaluza por excelencia, esa que nació ya muerta, de tanto como se lo han llevado calentito de los presupuestos para su creación, mantenimiento y reforma. Por aquí se ve que no están muy interesados los políticos sevillanos, porque esto no es cosa de la ciudadanía, sino, una vez más, de la clase política, la misma que tiene tan poca clase que es que ya no sólo indigna, sino que da ganas de vomitar. No les gusta nuestra tierra, y ellos se lo pierden, así que de infraestructuras viarias, o energéticas, o hídricas, poco que contar; y de bosques sin plagas, para qué hablar; y de apoyo a nuestras fiestas, monumentos y cultura en general, vamos, de eso mejor nos olvidamos. Esa Dama de Baza que iba a volver en cuanto tuviéramos listo el Museo Arqueólogico, y de repente, una vez listo, nos descubrieron que en su expolio camino a la capital del Reino, el traqueteo por los caminos de entonces, aún peor que la A92, la decapitó. Oh, tantos años de silencio y secretismo, y tuvimos que enterarnos de ello cuando vieron que tan ilusos, amén de ilusionados, que es que no aprendemos, habíamos cumplido con la condición previamente impuesta para el regreso de nuestra Dama, que es nuestra porque apareció aquí, porque por lo demás… No había escuchado una excusa más absurda en mi vida, pero seguramente, por desgracia, el absurdo seguirá siendo la tónica que nos ofrezcan como respuesta a nuestras demandas; ¡no tienen remedio!

426. La alegría de las flores

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Poco a poco se van yendo los fríos del largo e intenso invierno. Esta vez se equivocaron quienes lo pronosticaron cálido, porque no sólo no lo ha sido, sino que además está remoloneando antes de irse, haciendo que el inicio de la primavera sea más desapacible de lo normal. Sin embargo, las flores no esperan para regalarnos su alegría de olores y colores, adornando ciudades y campos, parques y jardines. Las plantas son un regalo de los dioses, de eso no tengo ninguna duda, y contribuir con mis tareas de jardinera a que salgan adelante año tras año, me proporciona la sensación de ser importante; porque la importancia, una vez más, está casi siempre en las pequeñas cosas. Sólo quienes dedicamos horas a la jardinería sabemos de las satisfacciones, y los sinsabores igualmente, que la Naturaleza nos regala en compensación a nuestra dedicación. Y ahora es un tiempo para disfrutar los milagros de los cultivos, más allá de los límites del jardín, expandiéndose hasta las mismas faldas de las montañas, si no ascendiendo hasta sus alturas. Es hora de pasear por las calles de la ciudad bajo la sombra florida de la arboleda; de deleitarse caminando por cualquier parque, gozando de los placeres más puros, esos que se dan generosamente y que es imposible comprarlos, por lo que están al alcance de cualquiera que sepa regocijarse con ellos.

Foto: Lola Fernández

El frío se va, y, sin apenas transición primaveral, pronto estaremos inmersos en temperaturas de fuego; así que en estos pocos días de simbólico puente, seamos capaces de tener la plena conciencia de ellos, porque se irán para siempre, no lo duden, y aunque volverán otros semejantes, nunca serán los mismos. Es lo que tiene la vida, que por desgracia nos acordamos de cosas y gente cuando ya no están, ni estarán jamás. Hay en algunas personas todo un difícil y costoso proceso de aprendizaje para llegar a comprender lo que no significa ni significará nunca nada para otras, es así la relatividad de nuestras existencias.

Así que no olviden detenerse en la belleza de pimpollos y capullos, aunque tengan la certeza de que después de ellos han de llegar las rosas u otras preciosas flores, porque nunca se puede tener la seguridad de que el trayecto no se vea interrumpido. Lo único que conocemos es el ahora, y del después no podemos hacer conjeturas sin que quepa equivocarse; así que menos moverse entre presunciones y supuestos, cábalas y corazonadas, y más atención al aquí y ahora, que es la única infalible evidencia. Y en medio de tales conceptos, la misma vida latiendo segundo a segundo, como el corazón de la Tierra. Imposible escapar de la magia y la fascinación de estar vivos, a pesar de todo lo que en un momento dado ensombrece el curso de los días, que está ahí, a qué negarlo, y que hace que millones de personas no puedan sentir dicha alguna, pero que no tiene por qué tener el poder de romper el hechizo de la existencia. Vivamos, sintamos la felicidad de hacerlo, con plena conciencia de ello, sin dejar que se nos escape disfrutar de todo lo que hace de la vida algo sublime y agradable; no vaya a ser que después ya sea tarde y no estemos capacitados, por una u otra causa, para hacerlo. Y para empezar, ahora que estrenamos un abril radiante, no es mala idea dejarnos envolver por la alegría de las flores, que son pura poesía de la Naturaleza, con sus pétalos, olores y colores, a modo de versos, rimas y estructuras poéticas.

425. El puente de la renovación

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Madre mía, una no deja nunca de asombrarse ante ciertos hechos, por más que ya esté hecha a los ciclos y a la repetición anual de tantas cosas como para haberse acostumbrado. Sin embargo, para nada hay costumbre en los milagros y estos siempre te embargan de emoción, aunque no sean nuevos y ya hayas tenido la suerte de experimentarlos. Así, por mucho que conozcamos las fases de la Luna, quién no se emociona cuando brilla llena encima de nuestras cabezas, iluminando la oscuridad de la noche; o cuando descubre en primavera los primeros brotes en los árboles del jardín, aún vestidos de invierno… Cuando ves los signos de cómo la vida se va renovando sin pausa, te das cuenta de lo importante que es acompasar tus pasos a los que te va marcando la Naturaleza. Cómo no comprender que vivir es cambiar continuamente, y que quedarse anquilosado es tanto como estar muerto aunque se siga respirando; porque la vida no espera, avanza y ni te mira, y te agarras a su estela o te quedas para siempre en el mundo del olvido, que es algo así como un preámbulo al de la muerte. El tiempo, las etapas, los ciclos, las fases, los periodos, todo eso que conforma la sucesión y la repetición, está claro que no dejan de ser palabras, términos inventados para entendernos, pero si no alcanzamos a ver el misterio que encierran, mejor apaga y vámonos. Porque la existencia está llena de síntomas y evidencias de su realidad; más allá del lenguaje inventado, a veces más para los desencuentros que para el entendimiento y la armonía. Pero es que sin interferencias y disonancias, cómo llegaríamos a apreciar en su justa medida el equilibrio y la concordia: es difícil que exista el acuerdo si no se ha logrado mediante una serie de soluciones que previamente han supuesto distintos puntos de vista, que es tanto como pura discrepancia.

Foto: Lola Fernández

Todas estas reflexiones me ocupan mientras disfruto, un año más, del tránsito de estaciones, con el consabido absurdo cambio de hora, ese con el que prometen acabar, para después demostrarnos que las promesas de ciertos colectivos valen tanto como la ropa de diseño en un campo de refugiados sin refugio; es decir, nada. Pero que existan personas que no valen, eso no merma en absoluto la valía propia. Cada quién desmerece, o merece, por méritos personales e intransferibles, no por realidades ajenas, por mucha empatía que le echemos a los asuntos de los demás. Que ya se sabe que somos seres sociables, pero a la hora de la verdad quién no siente la soledad de la individualidad en medio de la marea, y el mareo, del grupo; se dice que nacemos y morimos solos, y eso es la mayoría de las veces verdad. Pero ya estamos acostumbrados, y nos ayudamos con conceptos como amistad y amor; y cobijos como puede ser en un momento dado la familia, que en otras ocasiones se convierte en puro desamparo. Así de raros y complicados, por complejos, somos los seres humanos, los mismos que a veces sólo damos muestras de ser demasiado inhumanos. Y mientras pienso esto y lo comparto con ustedes, los últimos coletazos del invierno se empeñan, con aullido de viento, en dejar claro que los cambios no se dan de la noche a la mañana, que hay todo un proceso de mutabilidad que es como un puente, con una entrada y una salida, y que al atravesarlo nos transforma, consiguiendo, lo queramos o no, que no seamos lo mismos al adentrarnos que al salir de él.

424. Cuando nos envuelve la niebla

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Hay momentos en que una se hace a la idea de que nos tocan malos tiempos y hay que atravesarlos como mejor se pueda, porque es evidente que desde que arrancó la crisis, allá por el 2007, ha pasado ya más de una década y aquí seguimos, sin levantar cabeza. Hay quien dice que aquello ya se acabó, pero es evidente que miente; o igual dice la verdad, pero no está pensando en la ciudadanía en general, sino en sí mismo y sus amigos, que para algunos no es que acabara lo malo, es que nunca llegó, y además mejoraron… De vergüenza que hablen de un crecimiento con respecto al empleo, cuando éste se ha transformado en una precariedad insostenible. Antes tener un trabajo era la puerta para configurar un proyecto de vida, y formar una familia y contribuir a la economía general, con la certeza de que después de unos años el Estado se haría cargo de que se tuviera una digna jubilación. Entre otras cosas, porque mes a mes, cada trabajador pierde parte de su sueldo para ese merecido retiro tras completar su vida laboral; o sea, que nadie le regala nada. Y ahora, ahora estar trabajando es para tirar pocos cohetes, puesto que la crisis se utilizó para restar derechos laborales y dar carta blanca al empresariado para que las ventajas sean sólo suyas. Así que tener hoy un trabajo no es garantía de nada, ni puente para iniciar proyecto alguno, ni mínimo y concreto, ni mucho menos vital.

Foto: Lola Fernández

Y qué me dicen de cómo está el país, que es mucho más que un patio, con respecto a las mínimas garantías de un Estado de Derecho y democrático. Cuando por hacer chistes o canciones puedes acabar en la cárcel, mientras se cambian leyes para proteger a los peores delincuentes, que nunca pagan; y en tanto la división de poderes brilla por su ausencia, con la anuencia de los partidos políticos de toda la vida, esos que se han aliado para evitar que entren aires nuevos y renovadores que hagan peligrar su omnipotencia…, está claro que los tiempos que corren son mucho peores de lo que una podía imaginar cuando se lo barruntaba. Sin olvidar la gravísima manipulación y el vergonzoso uso de temas sagrados, como por ejemplo la vida de un niño, para querer virar un poquito más hacia un repugnante absolutismo en el que no se pueda ni respirar sin temer que se nos castigue por ello. Prisión permanente revisable, escucho y leo, y me pregunto si no es mejor aplicar la ley vigente y si caen 20 años hacer que se cumplan, en vez de echar a los delincuentes a la calle en menos que canta un gallo. Pero claro, es mucho mejor hacer que retrocedamos a un tiempo de asquerosa dictadura y que se cumpla el deseo de sus cachorros de que siga vivita y coleando aquí y ahora.

Por no hablar de la huelga feminista, esa que quisieron boicotear quienes hoy se apuntan a su incuestionable éxito, alabado internacionalmente, y que no sé a quién extraña. No es nada raro que las mujeres, el último mono en esta España casi cavernícola, salgamos a la calle y digamos que ya está bien, que somos personas, y no seres de segunda categoría. Bien, un exitazo, ¿verdad?, pues lo peor va a ser ver que nada va a cambiar a los ojos de quienes tienen en sus manos acabar ya de una vez con el machismo y con la violencia machista asesina, que contra ambas cosas salimos las mujeres a decir ¡basta! Pero no, aquí no se escucha ni a las mujeres, ni a los pensionistas, ni a nadie que grite su hartazgo. Aquí sólo esperan a que nos callemos cansados de no callar, y a que se nos olvide pronto todo; incluso que cuando nos envuelve la niebla, lo más frecuente es que esté próximo el sol a hacer su aparición y llevarse todo lo que no nos deja ver la realidad con toda claridad. Ojalá sea así y salga y brille muy pronto el sol, y podamos vivir como nos merecemos, no como han decidido algunos que malvivamos.

423. Nuestro Cerro Jabalcón

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

En la altiplanicie de la Hoya de Baza, como un barco que surca estas áridas tierras, o como una isla que aún algunos creen que era un volcán, cuando no es así, nuestro Cerro Jabalcón se eleva para llenar de un paisaje común los ojos de quienes vivimos en esta comarca, ya sea visto de una cara o de la otra, según donde nos encontremos. La errónea creencia de que este Cerro era un volcán hoy apagado, se sustenta en la existencia de aguas termales que históricamente fueron, y son, una oferta lúdica en los Baños de Zújar, y que han sido también aprovechados por algunos hoteles de la zona. Si ascendemos hacia su máxima altura, nos espera la ermita de la Virgen de la Cabeza para acudir en romería o de visita cuando su ascendente y serpenteante camino nos lo permite, porque no tiene nada de fácil subir hasta allá en coche según el tiempo elegido. Pero si nos atrevemos, o si dejamos el vehículo más o menos a mitad del sendero y ascendemos a pie hasta el punto más alto del Jabalcón, las vistas de la hoya y del altiplano son espectaculares, y más con el Negratín a nuestros pies.

Foto: Lola Fernández

Y es que una altitud de casi 1.500 metros nos ofrece unas panorámicas sencillamente maravillosas, miremos para donde miremos; aparte de posibilitar la práctica de deportes como ala delta o parapente, con dos pistas de despegue, o la escalada, o la cronoescalada en bicicletas de montaña. Unas posibilidades deportivas que no han dejado de ser disfrutadas por los amantes del riesgo y de las emociones fuertes.

Acercarse hasta los pies del Jabalcón y seguir durante kilómetros, con un total de 29, el canal que lleva su nombre y transporta las aguas que sirven de regadío a estas tierras secas, siempre es tener la sensación de que nuestros regantes pueden estar tranquilos, pero lo cierto es que por primera vez lo he visto vacío. Es deprimente ver el canal seco, tanto como la cola del pantano que le suministra las aguas, pues a pesar de que las últimas lluvias han conseguido aumentar un poco sus niveles, tienes que irte cerca de la presa para sentir la grandeza del tercer embalse de Andalucía en tamaño. Esa bonita presa que se construyó en 1984 sobre el cauce del Guadiana Menor, río que hoy podemos ver como un hilillo que surca las tierras emergidas con la sequía y que espera mayores aportes de agua. Sólo espero que no deje de llover como en estas semanas, además de una manera buena para los cultivos y sin causar destrozos, que por desgracia sí están padeciendo en otras zonas andaluzas, nunca preparadas para el salvaje empuje de las lluvias torrenciales. Que no deje de llover y que el Negratín recupere su aspecto habitual, con las carpas dibujando ondas en su superficie, a modo de maravilloso espejo color turquesa en el que se mira presumido un Cerro Jabalcón rodeado de paisajes nevados en las cumbres más altas de la provincia. Si nos acercamos hasta allí, o vamos a la playa de Freila, o a los Baños de Zújar, curiosamente el sonido que nos acompañe será el de las gaviotas que hace ya muchos años decidieron que este es su hábitat preferido, con lo que nos regalan un perenne recuerdo del mar, tan distante y tan distinto. El viento y las gaviotas, las olas sobre las aguas rompiendo en una tierra que gracias al pantano puede presumir de ser algo más que desolación y abandono. Y el Cerro Jabalcón emergiendo con su altura caliza que le hace diferente y tan nuestro que aun cerrando los ojos podríamos dibujar su silueta.

422. Fugacidad

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Lo mejor que la naturaleza ha dado al hombre es la brevedad de su vida

Plinio el Viejo

 

La caducidad es algo que a veces puede parecernos un fastidio, por pensar que lo bello y agradable debería durar eternamente, y nuestras existencias formar parte de esa eternidad. Pero, ay, como bien nos decía Baltasar Gracián allá por el Siglo de Oro, el XVII, en su recopilación de aforismos “Oráculo manual y arte de prudencia”, lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aún lo malo, si poco, no tan malo. Hagamos caso a los pensadores, que para eso la naturaleza les dotó de unas mentes clarividentes que nos han ayudado a través de la historia de la humanidad a comprender el sentido y significado de las cosas más complejas y oscuras. Está claro que a cualquier persona le gustaría que lo bueno no fuera breve, pero es que si imaginamos su continuidad en el tiempo, tampoco es difícil adivinar el cansancio e incluso el hartazgo de vivir sólo lo mejor. Es más, sólo por contraste con lo malo, podremos considerar la bondad de cualquier entidad. De ahí que en la brevedad se encuentre el secreto del deleite, y es la fugacidad la que nos fascina, pues sabemos que sólo si prestamos toda nuestra atención sabremos captar el misterioso encanto de las experiencias, y a la postre de la vida misma.

Foto: Lola Fernández

Si paseamos en estos días de invierno, próxima ya la primavera, por los campos y paisajes, veremos la transitoriedad de una majestuosa belleza que nos brinda su grandeza sólo si sabemos apreciarla, pero que aun siendo así, si nos distraemos la perderemos hasta que se renueve otro ciclo. Porque tanto la nieve en las cumbres, por ejemplo, como las flores de invierno adornando los árboles, son de una brevedad que exige de nuestros sentidos especial vigilancia si no quieren perderse un festín exclusivo para ellos. No hay nada hermoso si no se conoce la fealdad, ni nada tan intenso como lo que sabemos que desaparecerá antes de darnos cuenta. Y si esto es motivo de lamento es porque aún no aprendimos a captar y quedarnos con la esencia. Seguramente si nos fijamos en lo negativo, sabremos de inmediato agradecer nuestro conocimiento de que no hay mal que cien años dure, y esperemos que mucho menos, porque la mayor caducidad es la de nuestras vidas. En la infancia, qué despacio va todo; pero conforme crecemos, menuda velocidad cogen los días. Lo peor es que tal relatividad sólo llegamos a comprenderla cuando quizás sea ya demasiado tarde para hacer nuestro el firme propósito de disfrutar intensa y conscientemente cada instante vivido. Aunque lo cierto es que más vale tarde que nunca, y haremos bien si incorporamos a nuestros deseos la aspiración de atrapar la brevísima fugacidad de la realidad que nos rodea. Únicamente de este modo estaremos viviendo con plenitud todo aquello que está a nuestra disposición con la única condición de que sepamos captar su existencia. Al fin y al cabo, sólo tendremos aquello que hayamos vivido, más allá de su extinción o de su persistencia.

421. Femenino singular, feminista plural

Por Lola Fernández Burgos

El 8 de marzo es el día de la mujer trabajadora; es decir, de la mujer, porque a ver si hay muchas mujeres que no trabajen. Y lo hacen en su casa, sin apenas contribución de ellos, que para colmo piensan que basta con ayudar, como si el trabajo en el hogar fuera cosa de ellas; y lo hacen también fuera, con la triste e inaceptable realidad de que sus tareas se pagan menos que las mismas realizadas por los hombres. Así, la brecha salarial sigue siendo el principal motivo para tener que celebrar este día, más allá del 1º de mayo, día de los trabajadores en general. Ya hay países, como Islandia, que han atajado por ley esta diferencia de salarios por el mismo trabajo en función del sexo de quien lo lleva a cabo; claro que hablamos de culturas civilizadas que saben solucionar los problemas, no de lugares como nuestro país, que cada vez va peor en cuanto a derechos. Y no es, por desgracia, una opinión, basta comprobar cómo por letras de canciones te mandan directamente a la cárcel, olvidando eso que se llama libertad de expresión, mientras que por robarle a la ciudadanía el presente y el futuro, no hay responsabilidad alguna con la que apencar. En fin, es una pena, pero mientras el desarrollo ocurre en otros lugares, aquí vamos hacia atrás como cangrejos.

Foto: Lola Fernández

Este año, además, resulta que hay convocada una huelga feminista legal para este día, buscando evidenciar que si la mujer para, se paraliza el país. Pues aunque en esta España nuestra se conjugue con naturalidad el patriarcado más obsoleto y no se ataje la violencia machista que asesina mujeres con la asquerosa frecuencia que todos y todas conocemos, lo cierto es que la sociedad funciona gracias a las mujeres, que son las que a pesar de las inaceptables desigualdades soportan el peso en sectores y aspectos sin los cuales nada podría avanzar. Y es por eso que en esta ocasión no se pide a los hombres que secunden dicha huelga, pues eso podría minimizar e invisibilizar los efectos de su convocatoria; aunque cada hombre podría echar una mano allí donde se quede el vacío de una mujer en lucha por sus derechos de igualdad. Porque lo más increíble es que a estas alturas de Historia estemos las mujeres aún reivindicando que tenemos los mismos derechos que los hombres. No más, pero tampoco menos, los mismos… ¿es eso tan difícil de comprender y permitir que sea una realidad? Parece ser que es no ya difícil, sino para muchos hasta imposible de comprender y de permitir. Y entre esos muchos, las peores son las mujeres que van en contra de sus propios derechos, excusándose con peregrinos razonamientos que evidencian cerebros de mosquito y control machista a partes iguales.

Así pues, lo que se ha de conseguir este 8 de marzo es reconvertir un femenino singular, de mujeres solas sin nadie que comprenda que no es admisible desde ningún punto de vista una discriminación negativa que lleva siglos imponiendo su ley machista, en un feminista plural, de mujeres con todo el apoyo social e institucional para conseguir erradicar definitivamente un problema que las ningunea y las considera personas de segunda, cuando la verdad es que sin ellas, sin nosotras, el mundo se acabaría más pronto que tarde, pues empezando por el detalle de que somos quienes damos la vida a los nuevos seres, las dificultades cotidianas, esas que parecen sencillas pero que cuando faltamos se convierten en un mundo para ellos, son salvadas sin que apenas se note día a día, logrando con ello que todo el sistema funcione y lo haga correctamente. Así que si secundamos las mujeres esta huelga tan necesaria, y lo hacemos a nivel laboral, estudiantil, de cuidados y de consumo, no tenga nadie la mínima duda de que nada podrá difuminar la esencial importancia de nuestra diaria contribución, ante lo que se nos paga con precariedad y desigualdad. Será tanto como permitir que salga el sol y amanezca una realidad igualitaria en la que se valore a las personas sin tener en cuenta el género. Así sea.

420. Los últimos de la fila

Agua. Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

En que el agua es vida, seguramente estamos de acuerdo sin excepción, así que es una maravilla estar rodados de pantanos y embalses, a pesar de que ahora atravesemos malos tiempos de sequía, y de que sus niveles hídricos apenas si han variado a pesar de las últimas lluvias y nieves. Pero no sólo de agua vive la economía de una tierra pobre históricamente como la nuestra, sino que necesita de proyectos de futuro reales y cuyo desarrollo se vea desde el mismo momento en que se hacen públicos. Por desgracia no es eso lo que vemos, y estoy pensando en el embalse de El Negratín y tantas buenas ideas como se han vendido en estos últimos años en relación a su aprovechamiento para sustentar un turismo verde que nos ayude a remontar el vuelo, después de siglos con las alas quebradas.

Agua. Foto: Lola Fernández

Recuerdo a bote pronto proyectos como un Centro de Interpretación del Agua, del que no he vuelto a saber más desde su presentación en La Granja, a orillas del embalse, o embarcaderos para fomentar los deportes náuticos, o un plan de coordinación entre establecimientos hoteleros con sus spas y los baños de Zújar, o la promoción de las playas nudista y textil que se pueden disfrutar estando tan lejos del mar, etcétera. Es lo que tiene el dejar que buenas ideas se queden sólo en eso, ideas, con el agravante de haberlas vendido como proyectos a realizar en pro del desarrollo sostenible y urgente de nuestras comarcas.

Mentiras y cuentos de la lechera, eso pienso mientras se quejan del desierto energético de nuestra provincia, con la urgente línea 400 que posibilite la implantación de una industria de progreso en Baza y pueblos del norte granadino. Por supuesto que es urgente, pero ha pasado una década desde que nos vendían la próxima llegada de empresas potentísimas que crearían trabajo y riqueza en Baza y alrededores, y yo me pregunto: si ya entonces se sabía que no se contaba con la necesaria infraestructura energética que hiciera posible la implantación de una industria de tales características, ¿nos estaban mintiendo conscientemente y a sabiendas de que sería más que imposible cumplir con lo que entonces se prometía? Me parece vergonzoso, pero aún mucho más que se hayan dejado pasar tantos años sin ponerse de inmediato a conseguir algo tan imprescindible. Y qué decir al ver a los partidos políticos divididos respecto a esta meta absolutamente necesaria para que nuestra tierra despegue de una bendita vez, que ya es demasiado tiempo de estar los últimos en casi todo, por favor. Me parece tan irresponsable la labor política de unos como de otros, los primeros por no reconocer en su momento la imposibilidad de hacer realidad unas promesas urgentes que sólo buscaban ser incluidas en decálogos electorales; y los demás, por saberlo desde ese mismo instante y callar frotándose las manos porque dichas promesas caerían en saco roto… De vergüenza ajena que nunca haya consecuencias exigidas por el electorado, y que nuestros representantes políticos, todos, no sean capaces de aparcar las diferencias cuando de lo que se trata es de nuestro futuro y el progreso de lo nuestro y nuestra gente. Si la política es eso, cada vez me queda más claro que nos sobra. Al menos nos queda el consuelo de ver que el agua nos rodea, y seguir pensando que es vida, a pesar de que nadie haga nada para que esa vida se multiplique y nos enriquezca. Será que por desgracia nos hemos acostumbrado con el paso de los años a estar en la cola y ser los últimos de la fila, pero maldita la gracia.

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