586. Lo transversal

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Miedo me da cuando escucho hablar de transversalidad en términos políticos, y no porque teóricamente no me parezca integrador, sino porque a nivel práctico he ido viendo a lo largo de los años que eso de transversal es casi tanto como inexistente; como un cajón de sastre en el que se incluyeran las aspiraciones que no se van a llevar a cabo jamás. Que sí, que queda muy bien eso de renunciar de palabra a la dicotomía izquierdas/derechas, en pos de un entendimiento que huya de la oposición que se da en toda bifurcación. Lo malo es que no me creo que se pueda unificar el camino que conduce a dos realidades antagónicas, por muchos juegos malabares que se quieran hacer, o decir que se van a realizar; que entre el dicho y el hecho hay mucho trecho. Mi experiencia es que hay conceptos respecto a los que se habla de aplicar transversalmente, tales como el no sexismo, por ejemplo, o todo lo referente a la igualdad, y que después se diluyen como azucarillos en agua, sin volverse a saber de ellos, más allá de su esbozo inicial y su proyección transversal. No puedes ser madridista y culé al mismo tiempo; todo lo más, amante del buen fútbol, pero desde el momento en que tomas partido y te abrazas a unos colores, decir que es lo mismo es pura milonga. Y si eso es así en lo referente a un deporte, por mucho que llegue a ser casi una religión para muchos, ya me dirán ustedes en lo relativo a una ideología política. Si se es rojo, no se puede ser azul, y viceversa; por mucho que la mezcla de rojo y azul nos dé como nuevo color el violeta. Los colores y las mezclas van muy bien en el arte, la iconografía y todo tipo de disciplinas plásticas, así como en todo lo que tenga que ver con las flores, pero va a ser que no es extensivo al espectro político, me parece a mí.

Foto: Lola Fernández

A mi edad he visto ya muchos experimentos políticos que buscaban quedarse con el espacio llamado centro, y hay grupos de izquierdas y grupos de derechas que no han dudado en llamarse de centro, entendido siempre dicho espacio como una especie de tibieza que no asuste al votante; como si quien vota tuviera la piel de un recién nacido y hubiera que mantenerle entre algodones, no vaya a ser que por miedo, no se sabe muy bien a qué, vaya a quedarse en casa y se niegue a ir a depositar su voto en las urnas. No sé qué puede parecer atractivo en no ser frío ni caliente, pero personalmente eso de ofrecer algo contando con el miedo ajeno ya no me vale nada de nada. Me recuerda esa canción de Víctor Jara que decía usted no es ná, no es chicha ni limoná, y, además, creo que no se puede ir por la vida queriendo gustar a todo el mundo, y mucho menos en ciertos ámbitos como en el de la política, algo muy recurrente en estos tiempos electorales. Que ahora toca prometer lo que no se piensa cumplir, eso ya se sabe; que es el momento de arreglar a toda prisa calles y rincones olvidados durante años, ya lo vemos, y nunca es malo cualquier pretexto si al final nos arreglan las ciudades y pueblos; pero no me vengan con disparates absurdos de querer mezclar agua y aceite y que nos vayamos a creer que eso es posible, porque no lo es. Y porque no lo será aunque te vistas de prudencia y sensatez; pues da la casualidad de que hay muchas personas que no tienen miedo alguno ni al frío ni al calor, y sí mucho al nadar y guardar la ropa, cosa que tampoco sirve de nada cuando hagas lo que hagas se te ve el plumero. Hay que decir las cosas tal y como son, sin ponerse, previamente a la herida, una tirita; especialmente porque la gente, la que vota incluida, no tiene un pelo de tonta, y seguramente prefiere la verdad, por dura que parezca, a una mentira edulcorada que a nadie engaña.

585. Antes de tanto invento

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernádez. 

Está claro que desde el momento en que aparece un

adelanto en cualquier ámbito respecto a lo que teníamos hasta entonces, es muy difícil sustraerse a su influjo si no quiere una quedarse obsoleta. A ver, es que hay inventos que cambian todo, y no hay que irse demasiado lejos: desde que existe Internet nada es igual a antes, y si nos fijamos en algo tan presente en nuestras vidas como es el móvil, ya ni les cuento. Cualquier problema en las nuevas tecnologías nos puede dejar tirados y sin saber qué hacer, y es entonces cuando más puede añorarse el pasado, porque hacer cualquier cosa requería sólo de nuestros más elementales conocimientos y era casi imposible no poder hacer algo por causas ajenas. No sé, pienso por ejemplo en realizar una llamada telefónica, que nos bastaba con ir a una cabina de teléfonos, y siempre podíamos llamar, salvo avería, o colapso de gente a la espera, aparte de que en todo caso teníamos la posibilidad de irnos a otra cabina. Hoy ya ni existen cabinas, pero basta que se vaya la luz y estemos sin batería, para quedarnos a solas con nosotros mismos y sin poder comunicarnos. Es como eso de quitar los teléfonos S.O.S de las autovías y demás carreteras en los que existían para el caso de algún problema con el coche: llegaron los móviles y los desmantelaron, sin contar con el factor de la falta de cobertura en muchos lugares de la red viaria; así que hay que desear que si nos pasa algo en la carretera podamos comunicarnos no se sabe muy bien cómo, aunque siempre quedará la posibilidad de los tiempos pretéritos de que alguien nos vea y se detenga a preguntar. No sé, pero a veces nos creemos en el futuro y sólo estamos activando un pasado ya superado.

Foto: Lola Fernández

Esta misma semana me vi superada por un simple problema con la nube, que maldita la falta que me hace a mí una nube particular que copie todo lo que yo tengo por si algún día lo necesito. Si existen memorias externas en las que nos tomamos la molestia de guardar todo aquello que nos interesa de estos mundos virtuales y no tan virtuales, para qué quiero yo una nube, que se vaya llenando y llegue el momento en que está tan saturada que de repente se me avisa de que ni voy a recibir correos, ni los voy a poder enviar, a menos que haga sitio, o pague dinero para mayor almacenamiento de duplicidades absolutamente innecesarias. Héteme aquí durante más de tres días borrando mensajes y archivos de años y años y años, que una los tiene en el correo sin preocuparse, pero que resulta que ocupan un lugar irreal en una nube imaginaria, que llegado un momento de saturación nos puede descargar encima su abarrotamiento, hasta atiborrarnos de muermo total. Serán muy inteligentes las nuevas tecnologías, y ya no podremos vivir sin ellas, pero el aborrecimiento que a veces nos despiertan es máximo y absoluto. Total, que una va aprendiendo poco a poco cosas que parecen idioteces, pero que mejor saberlas si no queremos que llegue el día en que por no aplicarlas nos provoquen tal estrés que no nos dejen dedicarnos a otra cosa que no sea resolver los problemas que nos crean. De todas maneras, no dejo de pensar que antes de tanto invento nuevo, vivíamos en la gloria sin tanta inteligencia ajena, que ahora todo es smart, o sea, más listo que el hambre. Y me entran ganas de tumbarme a mirar el cielo, escudriñando nubes reales, dejando que pase el tiempo sin inmutarme, casi como si fuera esa cabeza montañosa del valle de Antequera, la conocida como Peña de los Enamorados, que se alza inmutable y eterna sin que problemas ajenos la distraigan.

584. Monas de Pascua

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Llega Semana Santa, y se esperan 16 millones de desplazamientos, que se dice pronto, pero que es una auténtica barbaridad. Desde primeras horas del viernes de Dolores, las carreteras se llenan de vehículos que colapsan algunos tramos, y no sólo en las entradas a las ciudades, sino ya en las mismas salidas de ellas, con todos los carriles en ambos sentidos abarrotados. Una imagen que agobia si la has de contemplar, y cuyos efectos se multiplican ad infinitum si lo haces desde el interior de tu propio coche. No sé qué puede ocurrirnos, pero a la mínima oportunidad queremos escapar, ni se sabe de qué, hacia dónde y cómo. Lo más curioso es que unos nos vamos y otros vienen, por lo que las multitudes se multiplican por doquier, bastándonos estar fuera, porque lo que es solos no lo conseguiremos. Vayamos donde vayamos, estaremos rodeados de gente extraña que nunca antes vimos, y a la que seguramente no volveremos a ver jamás; es así, y ello nos hace vivir una

sensación de falso anonimato que nos lleva a creer que estamos desconectando, aunque sigamos absolutamente enchufados a lo mismo de siempre. Viajamos, pero nos llevamos a cuestas los problemas y preocupaciones, los desengaños e ilusiones, la mala salud nuestra de cada día, y hasta las plataformas que nos permitirán seguir viendo nuestra serie favorita, o terminar esa película que nos dejamos a medias para hacer las maletas.

Foto: Lola Fernández

No nos vamos ligeros de equipaje, desde luego, porque cada vez parece que necesitamos más imperiosamente sentirnos rodeados por lo que tenemos a mano cotidianamente, como si prescindir de ello nos fuera a quitar la vida, o al menos una parte importante de ella. No sé si estamos tontos, o es que lo somos y la necedad es ya parte esencial de nuestra vestimenta en términos abstractos. Semana Santa, y las procesiones llenan las calles, pero curiosamente ya se empiezan a hacer compatibles con los elementos de ocio no sacro, y no porque lo puedas vivir todo en su justo momento, sino porque se empieza a experimentar simultáneamente: puedes estar en tu terraza con tu bebida favorita y tu charla informal, y estar viendo pasar junto a ti una procesión seguida fervorosamente por los creyentes que la llevaban esperando todo un año, sin que haya ninguna falta de respeto por parte de ninguno de los eventos, el religioso y el profano. Somos así de ambivalentes, y es como si no hubiera un mañana y haya de vivirse todo a la vez, por si llegara el momento en que nos volvamos a sentir encerrados y sin poder salir sin miedo a la calle. Seguramente el confinamiento sea la causa última de estas conductas que realizamos con toda normalidad, pero que no dejan de ser raras. A todo esto, te detienes un momento en el escaparate de una confitería, y unas tradicionales monas de Pascua te traen la evocación de un tiempo pasado, allá por tu infancia, cuando todo iba mucho más despacio y cada elemento tenía un significado importante en sí mismo, no como decorado que te es un poco ajeno, sino como algo que te hacía feliz sin necesidad de mayores añadidos. Y con esos dulces recuerdas cómo se traían de la panadería, recién sacadas del horno, y se comían en familia como postre especial de un tiempo que nada tenía que ver con el de ahora, y relacionas las monas con las palmas blancas trenzadas primorosamente, sintiéndote niña otra vez, aunque sea por unos instantes detenidos en el tiempo que afuera gira vertiginosamente.

583. Limpiar la maleza

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Si los océanos inmensos no pueden abstraerse del vaivén de las mareas, entre la pleamar y la bajamar, cómo nosotros, insignificantes seres humanos en la grandiosa Naturaleza, vamos a poder quedar al margen de sus cambios, pobres ilusos que sueñan con dominarla, cuando basta un temblor en la tierra o un rugido de volcán para dar la justa medida de nuestra nimiedad. Llegó la primavera y acto seguido el cambio al horario de verano, algo que a la ciudadanía en general no nos gusta nada de nada, que en su momento ya se constató en una consulta a nivel europeo, voluntad general que los políticos siguen ignorando excusándose en que no saben si optar por el horario estival o el invernal. Leía ayer que es muy probable que en España se siga mortificando al personal con dos cambios horarios anuales hasta el 2026, los últimos domingos de marzo y de octubre; o sea, que importan muy poco las recomendaciones científicas y la voluntad popular, cuando del abuso de poder político hablamos, para variar. Sueño con una sociedad en la que nuestros dirigentes se guíen por los deseos de la mayoría, pero eso ya no ocurre ni cuando nos expresamos como votantes, porque hace mucho ya que no necesariamente gobierna la lista más votada, sino que todo queda al caprichoso azar de las sumas. Se transforma así la soberanía popular en una simple aritmética de partidos, a veces ni siquiera de la misma ideología, tal y como ocurre en, por ejemplo, Cataluña, donde gobiernan en coalición la derecha y la izquierda, por una sencilla cuestión de remisión a los deseos independentistas. La famosa frase que se le atribuye a Groucho Marx, estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros, viene aquí como anillo al dedo; lo penoso es que él era un actor y humorista, cuya genialidad se expresaba en pensamientos como ese, y lo de los encargados de la política es más bien de juzgado de guardia, por puros mentirosos.

Foto: Lola Fernández

Pero bueno, más allá de adelantos o atrasos de la hora, que es tanto como jugar a dioses con el tiempo, el cambio de estación llega imperturbable, para que sin apenas darnos cuenta vayamos adecuando al clima y la luz nuestras conductas. De repente despojamos de protección contra las heladas a nuestras plantas, recuperando así la belleza del jardín, y nos sorprendemos volviendo a abrir los toldos para que ese sol que tanto anhelamos en invierno, no nos agobie en la temprana primavera, que ya sabemos lo relativo que es todo si se encuadra en su adecuado contexto. Y al salir de paseo nos encontramos con hombres y mujeres que se calan sus sombreros de paja y se afanan quitando las malas hierbas, y removiendo la tierra, ya sea en sus jardines o en sus huertas. Hay una sabiduría ancestral que besa los surcos que el arado abre en la tierra, tanta como en llegar a comprender que, aunque a veces nos parezca una pena que para disfrutar los hermosos amaneceres tengamos que madrugar, siempre tendremos la belleza del atardecer cuando estamos bien despiertos. No es tan difícil quedarnos con lo que en verdad importa, eliminando lo superfluo, como quien desbroza el terreno y lo limpia de maleza; cuidando, eso sí, evitar al hacerlo cometer algún error insalvable que nos haga arrepentirnos de nuestra acción, pues todo hecho implica consecuencias, y lo mejor es que lo que hagamos no rebase los límites personales de la propia experiencia.

 

582. Mirar y admirar

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Cierto es que en la diversidad hay riqueza, que lo endémico y cerrado no permite aportar matices y pluralidad, que por lo general siempre son preferibles varios puntos de vista que un solo enfoque a modo de burro con orejeras. Dicho lo cual, tampoco es difícil reconocer que hay pocas personas que acepten de buen grado que se les lleve la contraria, que se les rebata las ideas, que acaben viendo las cosas de otra manera tras aportaciones ajenas. No digo que sea imposible, pero no es lo más frecuente, lo sabemos todos; y si tocamos temas como la religión o la política, todo se acentúa y hay como un fondo pasional en la defensa del criterio personal, que a veces es algo irracional por lo extremo. Eso se ve muy claramente en las redes sociales, donde es prácticamente imposible opinar sin que quienes no están de acuerdo se lancen a la yugular, virtualmente hablando, por fortuna, para insultarte de malas maneras. Esto de Internet a veces es complicado de comprender, porque igual te censuran un tontolaba, que permiten amenazas de muerte y celebrar el dolor ajeno; es así, y no tiene demasiadas explicaciones, por lo que lo tomas o lo dejas. Está claro que el anonimato incrementa los bajos instintos y la agresividad, y que hay una corriente de odio en el mundo digital que es como un río subterráneo que transforma lo social en asocial: no en vano existen los llamados haters, que no son sino odiadores profesionales que se lanzan en tromba expresando asco, desprecio y rechazo máximo contra las mujeres, los rojos, los homosexuales, los gitanos, los negros, los moros y hasta los cristianos. Cualquier colectivo que no sea el suyo particular es una buena diana contra la que dirigir su odio extremo, y campan a sus anchas sin que nadie les corte el rollo, impidiendo cualquier debate o aportación de un pensamiento que les sea ajeno. Dan más asco del que ellos derraman, pero ahí están, y cualquiera en su sano juicio se abstiene de expresar lo que sea, pues con ellos sólo vale el insulto, y no es plan volverse de su calaña.

Foto: Lola Fernández

Más allá de este mundo de difamación en el que no caben más que la crítica destructiva y las amenazas, nada mejor que quedar con un amigo a tomar un café y hablar pausadamente de cualquier tema y de nuestras vidas personales; pero incluso esto es cada día más complejo, en este mundo de prisas sin saber por o para qué, porque mira que es absurdo correr sin motivo y sin ningún lugar al que llegar, ni antes ni después. Tenemos dentro una perenne inquietud que parece impedirnos detenernos y ralentizar nuestra vida, y olvidamos que el mundo se mueve despacito: la Tierra tarda casi 24 horas en rotar sobre su eje, y algo más de un año en trasladarse alrededor del Sol… y nosotros no paramos, como galgos corriendo en carrera tras una falsa liebre que les sirve de señuelo. No aprendemos, es increíble, siempre presas de un desasosiego que si lo analizas no se debe a nada en concreto; porque los problemas existen, por supuesto, pero no por correr más se solucionan; al contrario, mejor sentarse un momento y pensar qué podemos hacer. La cosa está en que mucho repetimos lo del valor de las pequeñas cosas, pero después parece que se nos olvida. Y a la postre, no hay como irse un rato a disfrutar de lo que nos ofrece la naturaleza, que nos basta con detenernos y admirarla, sin necesidad de adquirirla y llevarla a nuestro conjunto de cosas materiales, ese que nunca nos satisface, porque se nutre de necesidades creadas, que una vez conseguidas quieren otras nuevas, y así sucesivamente, como si fueran zanahorias que nos tientan para alcanzarlas sin que lo consigamos jamás. Nada como un tranquilo paseo a solas con nuestros pensamientos y rodeados de maravillas que están ahí para relajarnos con su belleza, sin mayor requerimiento que el mirarlas y admirarlas.

581. Eternos insatisfechos

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

No me gusta el frío, pero tampoco el calor; sé que sin invierno o verano no podría haber primavera y otoño, pero, si pudiera elegir, quisiera un poquito de todo lo bueno que hay en cada estación. No quiero heladas, porque se estropean las plantas; ni quiero sudar como un pollo asado, porque, aparte de feo, es insano. Necesito que llueva, porque el agua es vida y el desierto es para los lagartos; como espero que cada día sin lluvia brille el sol, que el gris es un color monísimo para la moda, pero en el cielo sólo acarrea tristeza. Me gusta que la gente tenga educación y nivel, y aborrezco a quien vive en el insulto y en la caza al diferente. Quiero para mis oídos música de verdad, que no sea pura producción; y que vaya acompañada por textos que no sean un delito contra el buen gusto y el respeto. Como amo leer buena literatura y no libelos que no pasan de basura, con el agravante de que no hay contenedores donde echarlos. Necesito que quienes se llamen amigos míos lo sean de verdad, y no de boquilla, que hablar no cuesta nada, y por la boca muere el pez, amén de que obras son amores y no buenas razones. Tanto me encanta el silencio cuando hay ruido, como necesito algo que lo rompa cuando ya me asfixia; y lo mismo digo respecto a la soledad y la compañía: nada más maravilloso que estar sola cuando apetece, o dejar de estarlo cuando puede disfrutarse una buena compañía.

Foto: Lola Fernández

Me disgusta profundamente que alguien que se llama amante de los animales, tenga todo el santo día encerrado a su perro completamente solo y ladrando como un poseso; y también a quien cuida a su mascota como si se tratara de un ser humano que deba comer en su mesa y dormir en su cama… ¿es tan difícil tratar bien a un animal, sin que sufra por abandono o por exceso de atención? Y nada me parece más ridículo que los padres que invitan a sus bebés, e hijos algo más mayores, a hacer ante los demás todas las gracias habidas y por haber que conocen; como es de vergüenza ajena escuchar a alguien hablando de sus muchas bondades y de lo listo que es, como si no tuviera abuela. Estamos muy mal en esta sociedad, siempre con problemas y sin soluciones, como si nunca hubiéramos aprendido matemáticas y nos hubieran enseñado que todo se puede resolver actuando con cabeza y un poco de corazón. Todo lo que depende de nosotros mismos, desde luego; porque si no, lo mejor será dejar de ver cuestiones inseguras, y hallar la certeza en otros lares, dejando que todo aquello que no podemos arreglar deje de atormentarnos. Si no es nuestra responsabilidad, no nos castiguemos encima, porque es que no sirve de nada, y además es malo para la salud; mejor movernos en coordenadas de seguridad y un bienestar, aunque sea básico, que aspirar a la luna y a un mundo utópico de felicidad general. Eternos insatisfechos, sí, pero con la capacidad de inventarnos día a día la vida, y no a lo grande y con brillos de estrella, sino a nuestra justa medida: pequeños, ínfimos casi, o gigantes, según el momento, las circunstancias y la talla que demos. Después de todo, seguramente no hay mayor sabiduría que la de un gato que reposa debajo de un almendro, aspirando el olor de las flores y sin perderse un detalle de lo que a su alrededor ocurra.

580.- Una tilde aquí o allá

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Que los ingleses no sepan

cómo leer algunas palabras la primera vez que las ven en un texto, siempre me ha parecido curioso; como me ha sido de gran alivio conocer que con el español nunca pasa eso gracias a las tildes. Por éstas, siempre vamos a saber leer correctamente una palabra, aunque nunca nos hayamos topado con ella, y sin necesidad de saber su significado o etimología. Por eso, que algunos tengan la osadía de hablar de elitismo en el uso de los acentos ortográficos me parece una soberana tontería. La cultura no ocupa lugar, dicen, y por fortuna está al alcance de todos y todas gracias a una educación pública; algo muy alejado de aquella cultura casi exclusiva de monjes y clérigos allá por la Edad Media. Entonces sí se podía hablar de elitismo en el acceso a la educación, y en la adquisición del conocimiento y el aprendizaje basado en la lectura de libros; pero hoy no es ningún privilegio escribir y leer bien, y la Real Academia Española no puede nunca influir negativamente en su velar por la correcta utilización de la lengua. Y eso fue lo que hizo hace 13 años, cuando eliminó la tilde que diferenciaba el solo adjetivo del sólo adverbio, así como en los pronombres demostrativos. Decir que podemos escribir solamente para que no haya ambigüedad es tanto como obligarnos a no escribir lo que nos dé la real gana, con el único requisito de hacerlo correctamente. He escrito ese feísimo solamente más en estos 13 años que en el resto de mi vida, y me ha molestado mucho que me dijeran que escribía mal si ponía sólo con tilde, como he seguido haciendo usualmente; así que me encanta que pueda volver a hacerlo sin que nadie me pueda decir nada.

Foto: Lola Fernández

Es que si sobran las tildes, podemos decir que igualmente sobran las haches, por poner un ejemplo: qué necesidad hay de diferenciar entre ha, a y ah, pudiendo poner siempre a y fin de mayores consideraciones… Y después por qué no continuar acabando con la distinción entre v y b, o escribir al modo del Nobel Juan Ramón Jiménez que usaba la jota para escribir ge o gi… En fin, me he hartado de leer y escuchar estos días chorradas acerca del asunto, y tengo muy claro que hay temas de los que paso por completo. A mí me basta en este caso con que me dejen escribir bien y entender un texto sin tener que releer para ver el contexto, y que cada cual haga lo que quiera, faltaría más. Por otra parte, me preocupa mucho más saber que hoy han rescatado una patera llena de inmigrantes frente a la costa de Motril. Lo cual me hace sentir orgullo de mi país, como vergüenza siento por otros que dejan morir a decenas de personas, niños incluidos, a escasos metros de la orilla, después de jugarse la vida durante kilómetros y kilómetros con el único interés de vivir mejor, o de simplemente sobrevivir. Así como envidio esos países cuyas grandes fortunas aportan voluntariamente un extra económico en tiempos de dificultades para ayudar a la inmensa mayoría de la gente, que malvive en momentos de crisis y trata de salir adelante. Nada que ver con Ferrovial, que se ha embolsado mucho dinero gubernamental en ayudas públicas, y ahora pretende trasladar su sede social a tierras holandesas y pagar allí sus impuestos. Esto es algo que me indigna y me hace sentir vergüenza ajena, tanto como ver que desde Europa no hacen sino subir el interés del dinero, cuando los bancos están ganando más que nunca y unas cifras que engordan a base de hambre ajena. No entiendo nada: con lo que ganan los bancos y se les ayuda encareciendo el precio del dinero que usan sus clientes, sin hacer nada para frenar la cotización de un euribor que dispara la cuota que hay que pagar mensualmente por las hipotecas variables. A ver, ante estas injusticias y sinvergonzonerías, lo de usar una tilde aquí o allá me es insignificante, como comprenderán.

579. Celebración

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Resulta que lo de San Valentín y los enamorados no es cosa de El Corte Inglés, sino que arranca de muchos años atrás, y su origen está en un sacerdote que, en el siglo III d.C., casaba en secreto a los jóvenes en contra de la prohibición de un emperador romano, Claudio II, que al enterarse condenó a muerte al pobre Valentín por desobediencia y rebeldía, ante su deseo de que a la guerra fueran soldados solteros, que en su opinión guerreaban más y mejor sin lazos sentimentales. Como lo ejecutaron un 14 de febrero, un siglo más tarde la Iglesia instauró su santo en dicha fecha, lo cual se alargó hasta el Concilio Vaticano II, ya en el siglo XX, cuando eliminaron esta festividad, aunque ya fuera demasiado tarde para borrar su implantación social. No fueron los grandes almacenes, pero en esa fecha todos los comercios aprovechan la ocasión para ganar un extra de dinero a costa del amor, que por lo visto vende una barbaridad. Una vez más, entre el Imperio y la Iglesia se reparten los honores de instaurar celebraciones y pretender eliminarlas cuando les venga en gana; y ciudadanos y fieles de espectadores, disponiéndose a festejar el amor, y ahora también la amistad, un día concreto en el calendario. No soy muy de días de, pero en el caso de los enamorados me siento un poco más ajena a ello; porque a ver, está el amor, y muy diferente es el enamoramiento, que se supone que es una fase de lo que entendemos por una relación amorosa: aquella que está revestida del deseo, que la mayoría de los casados circunscriben por lo general a los primeros años de convivencia. No sé si será verdad o si se puede generalizar, pero muchas personas que viven juntas afirman que lo de sentirse enamorados es algo que se pasa, y que suele surgir otra vez cuando se cambia de pareja. Ni idea, eso será cosa de dos, no algo que pueda afirmarse desde fuera y objetivamente; aunque cuando el río suena, agua lleva

Foto: Lola Fernández

Dejando esa cuestión aparte, por importante que sea, qué es el amor: ¿algo que se da solamente entre personas, del género que sea, que ese es otro tema; o, por el contrario, podemos amar a los animales, o a las más variopintas cosas que se nos ocurra imaginar? Todos conocemos a alguien que dice querer más a su mascota que a toda su familia junta, o que dice amar su vida en soledad por encima de relaciones de cualquier tipo, etcétera. Y yo sigo preguntándome: ¿es lo mismo querer que amar, desear que querer, amar que desear?, ¿se puede querer más a un amigo que a la pareja, o a un gato que al suegro? Pero, especialmente, cómo podemos dejarnos llevar y celebrar algo tan importante como lo más en sentimientos un día en medio del año, pensando que unas flores, una cena, unas joyas o un viaje son como renovar los votos matrimoniales… Que sí, que cualquier ocasión es buena para conmemorar lo que gusta, y que a nadie le amarga un regalo, si en eso vamos a estar de acuerdo; otra cosa es que eso sea parte importante, significativa siquiera, en lo que llamamos amor. Claro que a saber lo que para cada quien es el amor, puesto que se trata de uno de esos conceptos difíciles de explicar, aunque estoy segura de que todos sin excepción sentimos algo muy parecido cuando nos enamoramos; tanto que nos sirven las mismas expresiones empleadas a lo largo de los siglos. No me imagino a nadie inventando algo más sencillo y bonito que un te quiero, y no digamos ya un te amo, o dejar en la corteza de un árbol algo que sea un reflejo del amor; y con todo eso, nada tiene que ver ni un día en el santoral ni cualquier festividad específica religiosa o pagana.

578. La ciudad es de todos

Foto: Lola Fernámdez

Por Lola Fernández.

Y de repente, cuando alguno ya creía que el año iba a vestirse de primavera perenne, llegó el viento helado, trayendo aparejado un frío de esos que te cala los huesos con independencia de que lleves bastante ropa de abrigo, y el gris del cielo se hizo el tono general de los días. Este país, tan maleducado como para nominar una película en 11 categorías, y que, en la gala del cine español, los Goya, se escenifique el desprecio absoluto hacia ella, dejando que una obra como Alcarràs, premiada en Berlín con el Oso de Oro, se quede sin premio alguno, es capaz de eso y de mucho más. Ya se había visto anteriormente, con la más absoluta indiferencia ante un Almodovar que sin un Goya ese año, sí ganaba un Oscar. Para chulería, la española, y lo demás es tontería. Somos raros, para qué lo vamos a negar, y podemos pasar del sempiterno complejo de inferioridad, lamentando que no se nos valore internacionalmente, a lo absurdo de mirar a otro lado cuando en el extranjero señalan algo como digno de mención especial. Parece ser que en la Academia del Cine Español abundan los carcamales, hombres casi todos, cómo no, que seguramente se sienten orgullosísimos de hacer el ridículo más espantoso; allá ellos, pero tampoco es cosa de generalizar, y seguro que España es más moderna y menos soporífera que grupos cerrados que no evolucionan ni dejan entrar aires de renovación allá donde son tan necesarios.

Foto: Lola Fernámdez

Es como lo de encontrar abandono y suciedad por aquí y por allá, con maceteros que más que propiciar un contenido para admirar la belleza, son meros contenedores de basura; con jardines abandonados a su mala suerte, la de estar en lugares donde no se les cuida y mima como se merecen; con rincones en calles oscuras que más parecen letrinas; y un largo etcétera de insuficiente mantenimiento y un insalvable déficit de imaginación callejera, que hace imposible que allá donde menos te lo esperes surja la grata sorpresa de estímulos y pequeños detalles para proporcionar alegría. Sales fuera y da envidia ver cómo cuidan estas cosas que aquí parecen dejadas de la mano de Dios, si es que éste se ocupara de semejantes asuntos, que me parece a mí que ni de coña, o ni en broma, si la palabra les suena mal. Y una no lo entiende, porque ni siquiera es cuestión de presupuesto, si es que fuera muy caro engalanar las plazas y parques con flores y plantas respetadas por el personal; es que basta con la sola imaginación de quienes se encargan de estas cuestiones, que pueden parecer tontas, y que sin embargo son esenciales por la satisfacción que proporcionan. De qué sirven frases en los pasos cebra, si se olvida que hay que mantenerlas con pintura si no se quiere hacer un homenaje al abandono, y las nombro como sencillo ejemplo de algo que seguramente pretendió cierta originalidad artística en la urbe, más allá de que fueran frases muy poco originales. La imaginación es gratis, eso es conocido por la inmensa mayoría, la que recorremos las calles y nos gusta verlas bonitas, la misma que no entendemos por qué hay tanta carencia de creatividad. Tampoco es tan difícil inventar o reinventar una ciudad amable y bien cuidada, haciendo que desde pequeños aprendan que todo el mobiliario urbano es de todos, que la naturaleza que nos circunda nos pertenece y no cuesta ningún trabajo tratarla con respeto; que nada es ajeno a nosotros, porque todo, absolutamente todo lo que conforma una localidad, más allá de los contornos de la privacidad, es de todos.

577. Emisiones

Foto: LolaFernández

Por Lola Fernández.

No creo que nadie haya olvidado los insoportables calores del verano pasado, cuando dormir era toda una odisea ante tan elevadas temperaturas, lo que obligaba a usar el aire acondicionado durante la noche, o dejar abiertas todas las ventanas de casa con la esperanza de crear corrientes de aire que refrescaran el ambiente. Aire acondicionado no todo el mundo tiene en los dormitorios, y con los prohibitivos precios de la electricidad durante los meses anteriores, lo más frecuente sin duda era abrir las ventanas y que entrara el aire. Pero de repente, una noche me desperté medio asfixiada y sin saber por qué, con un olor espeso y desagradable que me dificultaba respirar bien. Entre sueños lo primero que pensé es que alguien quemaba rastrojos, algo raro a esas horas, pero como hay quienes se saltan las normas por norma, válgame la redundancia para expresar mi rechazo, pues traté de dormir de nuevo ignorando el calor y el tufo que me ahogaba por momentos. Ni qué decir que cuando amaneció lo primero que hice al levantarme fue buscar alguna explicación para mi ahogo nocturno, y cuál no sería mi sorpresa al ver en la vega columnas de humo blanquecino y denso saliendo de varias chimeneas, vomitando su contaminación entre viviendas y con la dirección del viento como caprichoso timón para dirigirla para aquí o para allá. No tengo ni idea de qué tipo de empresa produce esas emisiones que se pasan horas y días ensuciando el aire que respiramos, ni de cuánto tiempo lleva ahí en medio de lo que queda de vega. Supongo que serán emisiones legales y que su toxicidad estará dentro de los parámetros y requisitos que marca la comunidad europea; porque desde luego el humo no puede esconderse, ni a los ojos, ni a los olfatos, ni a los pulmones. Pocas cosas cantan más, si acaso se me ocurre que la contaminación acústica, pero no, estas chimeneas expulsan su veneno en total silencio, como si quisieran pasar desapercibidas, lo que no logran en modo alguno.

Foto: LolaFernández

Habida cuenta de que España es el país europeo a la cabeza en emisiones contaminantes por incineración de residuos, y que las emisiones de dióxido de carbono se incrementan año a año, en vez de disminuir como manda la ley y la lógica, no sé qué pensar. Porque, además, cuando he leído sobre el tema me he encontrado con afirmaciones tan absurdas como que quemar residuos reduce la contaminación; junto a señalar como desventaja que a nivel del medio ambiente y de la salud, tales emisiones al aire son altamente tóxicas y pueden provocar, y provocan, problemas no solo respiratorios, sino enfermedades endocrinas, nerviosas e incluso reproductivas… Nada baladí el asunto, como podemos ver, sino por el contrario, de gravedad y merecedor de atención. Yo no vivo en la vega, cerca de esas chimeneas, y por suerte solo padezco por ellas cuando el viento se dirige a la ubicación de mi hogar; pero no quiero ni pensar en quienes se fueron a vivir al campo buscando aires más puros que los urbanos, porque no solamente sufren por esas emisiones mucho más que los que estamos apartados, sino que algo así reduce, obviamente, el valor de sus casas. No sé en qué se estará pensando al otorgar las licencias para poner en marcha empresas de esta índole tan cerca del casco urbano, pero los responsables no deberían olvidar que todo incide e influye en el bienestar general de las gentes, ese por el que han de trabajar y que les ha llevado a la responsabilidad de tomar decisiones que mejoran o empeoran las vidas de la ciudadanía en su conjunto.

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