546. Aires de libertad

Por Lola Fernández

A mí, todo negacionismo me sabe a cobardía o a ignorancia, cuando no a pura imposición. Mis años de cambio desde la adolescencia a la primera juventud coincidieron con una época de tránsito, de salir de toda mi vida con un régimen totalitario sin democracia, lleno de censura y trabas, a vivir una transición que olía a libertad. O al menos a algo diferente que parecía serlo, aunque tal vez sólo fueran los aires: renovados, nuevos, limpios, como una muda de piel. Cuando apenas dejaba de ser una niña y me adentraba a solas en el mundo de los adultos, la revolución no era un concepto que diera miedo, sino una vivencia cotidiana. No conllevaba ninguna connotación de inquietud o violencia, sino de transformación, de abrir ventanas y puertas, de renovación. Dejaba atrás una mortecina uniformidad mental y me abría paso entre la ilusión y la alegría de los nuevos días. Eran tiempos de hermandad, de no saber qué nos esperaba, entre los miedos de los mayores que no habían olvidado una guerra, y los cánticos revolucionarios de los jóvenes más politizados. Yo no sabía nada de política, ni de odios fratricidas, pero tenía toda una vida por delante para aprender, sin que nadie decidiera por mí en qué se traduciría tal aprendizaje. una

Aquel tiempo estaba repleto de poemas, de música, de reflexiones sobre nuestra obligación de no caer en el aburguesamiento, de ser los abanderados de la independencia y la individualidad personales. Queríamos ser autónomos y expresar nuestras personalidades, como puentes en los abismos generacionales. Igual era pura teoría, pero tratábamos de ponerla en práctica, y soñábamos; y a ver quién iba a ser capaz de robarnos nuestros sueños. No, allí no había negacionismo ninguno; si acaso un animarnos a ser el futuro, mucho mejor que el pasado que nos había tocado en (mala) suerte. Me parece que si se escucha a Serrat cantando los versos de poetas como Machado o Miguel Hernández, se amuebla el cerebro con mucha más calidad que si se hace con las letras sexistas y misóginas del reguetón, por poner un ejemplo. Me enseñaron que hay que aspirar a crecer y ser mejor persona, y dudo que ahora sea esa la tónica general. Hoy, la rebeldía se lanza contra las vacunas (lo que, en época de pandemia, sólo es desconocimiento e ineptitud), contra la lucha por la igualdad de derechos (cuando no se niega directamente la violencia de género), contra las políticas sociales (cuando estás desamparado y apoyas a quienes te ignoran, eres tonto o te lo haces), y así todo… Nuestra banda sonora era de amor y paz, no de odio y guerras; las modas nacían en las calles, no nos las daban hechas en las plataformas digitales. Un poster del Che era reafirmarte del lado de quienes dieron su vida porque tuviéramos más derechos, y cualquier atisbo neofascista era un nauseabundo olor del que huir. No sé dónde y de qué parte está nuestros jóvenes, los más comprometidos; pero si se observa lo que estamos viviendo, la cosa no pinta muy bien que digamos. Puede, y hoy lo pienso, que nosotros no fuéramos libres del todo, pero las campanas tañían alegres con aires de libertad.

545. Por si éramos pocos

Por Lola Fernández

Por si éramos pocos, parió la burra, que se dice; por si no teníamos bastante con el puñado de influencers pelmazos, ahora hemos de enfrentarnos a la opinión de las redes sociales. O sea, pasamos de unos cuantos listillos que se lo llevan calentito gracias a sus seguidores, que no han de ser muy listos si siguen a tanto inculto cantamañanas, a la opinión de una gente cobarde y anónima que despotrica contra todo, que celebra muertes y enfermedades, que acosa cual hiena hambrienta a cualquiera que le parezca mal por lo que sea, generalmente por pura y contraria ideología. Las redes sociales y sus liantes, que se convierten en la voz del oráculo, son para hacerse la pregunta de hacia dónde caminamos, de si este es el bajo nivel que deseamos para nuestros hijos y sus hijos. No puede ser que haya una masa de gente anónima, antes se le llamaba directamente rebaño de ovejas, que amparados en ese no saber quién está al otro lado, se dediquen a hacer la vida de otra gente un suplicio tal que a veces conduce a la muerte. No debería haber lagunas legales en este aspecto, ni debiera aceptarse que se censuren unas tetas mientras se jalean las amenazas de muerte. Si esta es la sociedad que entre todos y todas estamos construyendo, a mí no me interesa para nada. Ya se sabe que llegó Internet y nos cambió la vida para siempre; que no es coherente, ni posible, ni factible ir hacia atrás y desandar lo andado, pero ¿acaso hemos de permitir que cuatro energúmenos contaminen todo? No se puede ir contra el progreso, pero porque un día se inventaran las pilas, no deja de perseguirse a quien con ellas contamina las aguas de un pantano, por poner un ejemplo.

La gente famosa siempre ha tenido fans y detractores, no hay nada nuevo bajo el sol, por mucho que algunos se crean que están inventando algo; pero una cosa es que alguien no te guste, y otra muy diferente es acosarlo y atacar sistemáticamente a quien sea seguidor. No nos movemos en parámetros de guerra. No hay que hablar de enemigos, y menos aún de enemigos a muerte. La vida es mucho más sencilla: se puede vivir y dejar vivir. Existe la diversidad, por fortuna, y en ella se encierra todo un mundo de riquezas de todo tipo. En las redes sociales se permite el insulto, la amenaza, el ataque en grupo como si de una jauría humana se tratara. No sé qué solución hay para evitar la repugnante presencia y conducta violenta de tanto descerebrado que detrás de un perfil falso se dedica a amargar la existencia de quien tenga la desgracia de convertirse en su objetivo a la hora de descargar y vomitar su odio; tampoco me corresponde a mí, una ciudadana cualquiera, buscar una solución global. Yo, todo lo más que puedo es encontrar salidas personales e individuales, tales como no participar en redes sociales; pero eso no es sino una evitación. Al final, has de renunciar a cosas que te gustan, para no tener que toparte con tanto energúmeno sin cabeza. Y es que las redes, a menudo, más que estructuras relacionales abstractas, se convierten en auténticas trampas en las que los más ingenuos e inocentes se ven enredados y sin salidas; víctimas de alimañas a quien el sistema protege sin ningún tipo de control. Y no es ninguna tontería, porque la estadística de suicidios provocados por una salvaje e impune presión de las redes sociales, crece día a día. Lo más triste es que estas cosas se conozcan y nadie mueva un dedo por cortarlas de cuajo.

544. No todo vale

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Por Lola Fernández

No puedo sino sentir vergüenza ajena ante unos partidos políticos que pretenden llegar al poder, se supone que para mejorar la vida de la ciudadanía, y jalean felices la ficticia, por un error, no convalidación de una norma legal que va contra la precariedad laboral de millones de españoles; especialmente una juventud que ve truncadas, por dicha precariedad, sus posibilidades de realizarse como personas que pueden tener una vivienda y formar una familia, entre otras cosas. ¿Qué festejan como idiotas: que se siga con unos contratos basura; que antes de hacer fijos a los trabajadores se les despida, y después se les vuelva a contratar temporalmente, siempre sin la continuidad que asegura una estabilidad proporcionada por contratos indefinidos? A qué tanta desvergonzada alegría, quedándose con el culo al aire al comprobarse que el Real Decreto ha sido convalidado por el Congreso… Es como cuando una diputada dijo aquello de que se j****, cuando se estaba hablando de los parados. Si el paro es un motivo de regocijo, no se puede ser representante de los ciudadanos y ciudadanas; y si se deja ver tan claramente que, siéndolo, se piensa así, los representados deberían ser implacables a la hora de votar, y no elegir a sus enemigos. No es ya una cuestión de política o de ideología, sino de supervivencia. No puedes aupar al poder a quien se ríe de tus necesidades, y se dedica a vivir del cuento, sin estar ahí en los tiempos actuales, que son muy difíciles y que exigen un trabajo en común de todos; no un sistemático bloqueo, sea para lo que sea. Cuando lo malo pase, no vayan a tener la desvergüenza de apuntarse a una contribución a superar las dificultades. La gente debería ser más agradecida, y tener memoria, no olvidando nunca quién trabaja por su bienestar, y a quién le importa sencillamente un bledo.

Malos tiempos, sí, en los que prevalece la bajeza y la falta de principios y valores. Con una sociedad en que han dejado de tenerse como referentes, las personas valiosas en los distintos ámbitos de la vida y su desarrollo diario. Ya no se escucha a quien destaca por su talento y por abrir caminos y hacernos mejores humanos. Mires donde mires, no se habla, no aparece, se invisibiliza a quien aporta algo importante. Antes teníamos referentes que eran, ni más ni menos, que ejemplos a seguir, pues sus conductas eran todo un estímulo para tratar de crecer como personas. En un campo, u otro, siempre había personajes importantes con quien identificarse, tratando de ser mejores. Hoy eso brilla por su ausencia, y, al igual que en vez de música se escucha, por lo general, pura basura, quien marca la tendencia conductual son personajillos incultos y sin talento. Ellos, desde Instagram y demás redes y plataformas sociales, se convierten en los influencers que de todo opinan, casi siempre sin tener idea de nada, ejerciendo una real influencia en sus seguidores; los mismos que los hacen millonarios viviendo del cuento, y solamente aspiran a parecerse a ellos. Malos tiempos, sí, en los que se valora a quien nada vale, y se menosprecia con la indiferencia a quien aporta algo interesante. Es algo para indignarse y siempre me hace pensar que, más allá de las lógicas diferencias respecto a cualquier aspecto vital, no todo vale.

543. Aquel olor a pachuli

Por Lola Fernández

Es evidente que existe el cambio generacional: lo que a los hijos encanta, a los padres suele espantar; pero igual ocurría con esos padres respecto a los suyos, cuando eran hijos nada más. Cambia todo, empezando por los valores sociales y siguiendo con la música, la moda, el arte, y un largo etcétera que ustedes mismos pueden completar. Los grupos musicales, por poner un ejemplo, que para nuestros padres eran lo más, hoy los nombras y los más jóvenes ni oyeron hablar de ellos. Si acaso, en familias numerosas, los más pequeños pueden conocer algunas cosas por la simple influencia y convivencia con los hermanos mayores. Y es igualmente cierto que los movimientos juveniles como cultura grupal definida con una ideología afín y diferenciada de lo anterior, y de lo posterior, se han dado a lo largo de la Historia. En la década de los 50 existió la generación beat, precursora de los hippies, que verían el nacimiento del punki, y así sucesivamente hasta llegar a la actualidad. Siempre he pensado que al igual que los padres nos educan cuando somos pequeños, nosotros al crecer hemos de educarlos igualmente en otra serie de valores que ellos no tienen la oportunidad de vivir desde el otro lado. No tengo hijos, así que he perdido esa ocasión de aprender por ellos muchas cosas que por edad yo no he vivido ni viviré. Sin embargo, si analizo y reflexiono, pienso de un modo muy diverso, incluso contradictorio, sobre nuestra juventud, la de aquí y ahora, después de dos años de pandemia con el maldito Covid-19.

Me pongo en el lugar de los jóvenes y me estremezco: les ha tocado vivir la terrible crisis del 2007, tan mal gestionada por los políticos de turno, que rescataron a los bancos en lugar de a la ciudadanía. Gracias entonces a que los abuelos y abuelas ayudaron a seguir para adelante a sus hijos y nietos. Por cierto, esos mismos abuelos que cuando llegó el coronavirus fueron abandonados a su suerte y murieron por decenas de miles en los geriátricos y en sus casas, solos la mayoría de las veces; por no entrar en detalles de lo que ocurrió con ellos en esas residencias. Y cuando ya se empezaba a respirar un poco económicamente y a salir de esa terrible crisis que fue aprovechada coyunturalmente para casi acabar con la clase media e incrementar las desigualdades abismales entre pobres, cada vez más, y ricos, indecentemente más ricos a costa de robar y no aportar a la recuperación del país, llegó la pandemia. La suerte de la juventud más parece mala suerte, porque el pasado más reciente, el presente y el futuro son más oscuros que luminosos y brillantes. Cada vez con más problemas de salud mental, lo cual no tiene nada de raro; y con unas perspectivas ciertamente poco atractivas respecto a poder vivir fuera de la casa de sus padres, y acceder a un trabajo estable que permita adquirir una vivienda y formar una familia.

Ahora bien, ciertamente los movimientos juveniles generacionales siempre han aspirado a mejorar, han luchado por sus derechos, han dado lugar a la aparición de líderes juveniles que aglutinaban los grupos y les hacían ver la necesidad de organizarse y protestar y hacerse oír. Pienso en las revueltas del 68 en Francia, por ejemplo; país donde se sigue teniendo la buena costumbre de no aceptar los recortes económicos propuestos por los políticos sin protestar hasta evitarlos, al menos en parte y por lo general. Pero, dónde están nuestros jóvenes, no los veo quejarse, manifestarse, protestar por su situación. Los veo organizarse para concentraciones prohibidas por la pandemia, pero sólo para beber y reír, sin empatizar con la tristeza de miles de familias que han perdido a sus seres más queridos. Ensimismados en sus móviles y demás dispositivos, escuchando músicas con letras machistas y misóginas, nada de pedir oportunidades para poder vivir mejor, por poner otro ejemplo. Está claro que de los hippies, por quedarme con un movimiento, y sus valores de rebeldía contra lo que les ofrecía el sistema, su rechazo al consumismo, su ecología, su lucha por la igualdad y contra la guerra, etc., sólo ha quedado aquel olor a pachuli que me envolvía en mi juventud cuando los últimos, y casi trasnochados, hippies llegaban a las ferias con sus puestos de artesanía llenos de vida, risa y colores.

542. Como sin sol

Foto: Lola Fernández

El sol no brilla para algunos árboles y flores, sino para la alegría de todo el mundo.

Henry Ward

Que nos quejamos siempre, fijo: en verano, del calor; en invierno, del frío; si llueve, porque llueve; y si no llueve, porque no. Somos así, aunque unos más que otros, pero lo que es quejarnos, nos solemos quejar casi permanentemente. A mí, lo que menos me gusta es que no haga sol; esos días feos en que el cielo es gris o blanco sucio, sin resquicios por los que se cuele ni un rayo luminoso. Me gustan los días largos, porque el atardecer se demora, y no puedo ni pensar en vivir en un país nórdico con la mitad del año en la oscuridad. Amo el sol, y cuando lo veo aparecer me siento viva. Y pienso que estos dos años de pandemia son algo así como un tiempo sin sol. Pero no quiero hablar de pandemia, que bastante tenemos con padecerla, así que prefiero, si no hay sol, inventármelo. Y si esta gigante estrella es fuente de luz y calor, y nos regala la vida, no hay que desanimarse si las nubes la esconden.

Foto: Lola Fernández

Echo de menos viajar, lejos o cerca, por España o por otros países, pocos o muchos días: viajar. Despreocupadamente, sin más requisito que tener una reserva y escoger la maleta y el tipo de ropa. Porque ya antes de la pandemia dejamos de poder ir a ciertos lugares, por miedo al terrorismo yihadista; así que es una añoranza incrementada, acumulada, desesperada ya a veces. Porque viajar no es solamente trasladarse de lugar: es aprender cosas nuevas y desconocidas; comer y beber diferentemente; visitar museos y monumentos que te hacen tocar el cielo; es mezclarse y adaptarse; ser diferente y estar receptiva para conocimientos y hechos que pasan a formar parte de ti para siempre; es crecer y vivir expansivamente, haciendo que la vida no sea sólo un camino hacia adelante, sino también a lo ancho.

Porque vivir no puede ser un simple amanecer y anochecer, y hacer siempre lo mismo, o casi. Vivimos los tiempos que nos han tocado, y ciertamente otros fueron muchos peores, así que no olvido lo de ser positiva; pero es que llega un momento en que hay días más difíciles. Sobre todo si no hace sol, como hoy mientras escribo esto; aunque he de decir que hace viento, que va llevándose las nubes de aquí para allá, y de vez en cuando se abre la luz y lo ilumina todo, empezando por mi corazón. Siempre recuerdo cuando de pequeña me enseñaban que la alegría ha de ser interior e independiente de lo ajeno y de lo externo; pero es que yo siempre he sido muy mala aprendiz de las buenas teorías… Ojalá supiera seguir las filosofías y los consejos de autoayuda, pero no; va a ser que no: porque yo, sencillamente, necesito que brille el sol.

541. Un año nuevo, y más de lo mismo

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández

Un año nuevo y más de lo mismo, por desgracia. Después de dos años de pandemia por Covid-19, parece que no hayamos aprendido demasiado. Resulta que vamos ya por la sexta ola, con una cepa que contagia más que las anteriores, que sigue matando con cifras de vértigo, y ya se empieza a hablar de que esto va a ser como una gripe. O sea, estamos como al principio, que no se hacía caso de las noticias que llegaban de China, porque era algo como la gripe. Después de 324 millones de infectados y 5,53 millones de fallecidos a nivel mundial, a día de hoy, resulta que no hemos aprendido nada y esto es como una vulgar gripe; que no hay que preocuparse demasiado, porque con la vacuna y las mascarillas prácticamente ya podemos vivir sin miedos. Bueno, pues a ver si es verdad, pero esas palabras proceden de los políticos, y no coinciden para nada con las de los científicos y el personal sanitario. Yo no sé ustedes de quiénes se fían más, pero yo tengo muy claro de parte de quién estoy, y a quién le haré caso principalmente.

Foto: Lola Fernández

Un año nuevo, y más de lo mismo, por desgracia. Los políticos a lo suyo, pensando sencillamente en las elecciones, inmersos en un pozo sin fondo de mentiras y contradicciones; y la ciudadanía sin ponerlos en su sitio cuando llega el momento en que se puede, que es simple y llanamente a la hora de acudir a las urnas. No sé qué pasa, o sencillamente no entiendo nada de nada, pero la gente sigue quejándose de todo, cuando no sirve (las conversaciones de pasillo, que yo les llamo, tan estériles como inútiles); y, sin embargo, cuando llega la oportunidad de pronunciarse y expresar esas quejas, nada hace, y todo sigue igual. Para eso, que dejen todos de quejarse y dar la tabarra, y que no sea tal incongruencia los resultados electorales una y otra vez. En este país se vive de sondeos, encuestas, estadísticas fabricadas a gusto del personal que las paga, y los de a pie parece que se contentan con asimilarlos y hacerlos suyos. Se supone que la gente tiene el poder, que es tanto como decir que la soberanía es del pueblo. Pero no sé, a veces pienso que se trata más bien de la más soberana tontería, que de cualquier otro tipo de soberanía. O eso, o que somos masoquistas y nos gusta que nos hagan sufrir con políticas contrarias al bienestar general. Todo más caro, y sólo voy a poner el ejemplo de la electricidad, con auténticos sablazos en veranos calurosos cual infierno, e inviernos fríos como los de Siberia. Y que yo sepa los sueldos son los mismos, porque los únicos que suben son los de los privilegiados que tienen poco que pagar, porque todo se lo pagamos nosotros.

Así que un año nuevo, y más de lo mismo, por desgracia. Solamente queda felicitarnos por estar vivos, y confiar en que la pandemia dejará de ser esto que no nos deja vivir la realidad tal cual lo hacíamos antes de su aparición. Desear que la vacuna llegue a todos los confines de este mundo, con tanta desigualdad en todos los aspectos. Y que los políticos sean de verdad nuestros representantes y sean coherentes con lo que prometen para ser elegidos, trabajando para que todos y todas vivamos cada día mejor, que de eso se trata lo del bienestar general.

540. Me gusta este Papa

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández 

Cuando allá por marzo del año 2013, con la fumata blanca que salía de la Capilla Sixtina, el Vaticano anunciaba que teníamos nuevo Papa, después de la renuncia del anterior, algo que no pasaba desde hace seis siglos, me bastó ver su primera aparición y escuchar sus primeras palabras, asomado al balcón central de la basílica de San Pedro en la Ciudad del Vaticano, para saber que era diferente. Me gustó que se saltara el protocolo, porque es algo que siempre me ha parecido señal de flexibilidad y de mentalidad poco cuadriculada, cuando hizo caso omiso al cardenal que lo anunciaba al mundo, y poco después decía que ya era hora de retirarse, ante lo que el nuevo Pontífice dijo que quería seguir hablando un poco más. De aquella fórmula secular de Annuntio Vobis Gaudium Magnum Habemus Papam (Les anuncio con gran alegría: ¡Tenemos Papa!), me parece que a muchos altos clérigos católicos y miembros religiosos habitantes del Vaticano se les cayó pronto lo de la gran alegría. El mismo hecho de que el nuevo papa no viva en el Palacio Apostólico, sino en la adyacente Casa de Santa Marta, dejando el palacio para audiencias y el rezo del Ángelus, ya dice mucho de sus nuevas maneras; e igual su nombre, Francisco, sin más. No son pequeñeces sin importancia, sino pequeñas cosas que hacen grande a su persona. Eso, unido a todo lo demás que, a lo largo de 8 años ya, ha ido dando cuenta de su gran valía personal y religiosa.

No debería de extrañarme, lo sé, sin embargo, me desconcierta profundamente que la derecha mediática y política, amén de una gran mayoría de los que se llaman creyentes, no duden en insultar a la cabeza de la Iglesia Católica, Supremo Pontífice de la Iglesia Universal y Jefe Espiritual para los católicos. Sin olvidar que desde el siglo XV es ortodoxia para la Iglesia, que el Papa es el representante de Jesucristo en la Tierra: Vicarius Christi, que no es otra cosa que estar aquí en lugar de Cristo. Así que cada vez que se le insulta, ningunea, desprecia, o se burlan de él de tantos modos y maneras que hasta a una no creyente se le cae la cara de vergüenza, se está atacando a Jesús, que no es sino el hijo de Dios. Desconcierto es poco; es algo que nunca puedo entender, aunque lo intente, porque el Papa Francisco ha dado muestras una y otra vez de seguir la doctrina cristiana y aplicar las palabras que Jesucristo enseñó a todos sus discípulos, y mandó divulgar por toda la Tierra. La doctrina por la que fue crucificado; y no es de recibo que ahora se crucifique, simbólicamente por fortuna, a quien le representa. Es un rechazo general, que no se duda en expresar y publicitar con todos los medios a su servicio; porque no, no es algo del sector más conservador, va mucho más allá. Y este jesuita argentino, Bergoglio, no hace sino defender los derechos de los pobres y los más necesitados, pedir clemencia para con los migrantes y denunciar el trato de tantos de ellos en guetos que son una vergüenza para la humanidad en su conjunto. Es un papa que ha tenido la decencia de reconocer los pecados cometidos al amparo y al abrigo de la Iglesia, y pedir perdón por ellos y exigir que se acabe de una vez con tanta ignominia perpetrada contra los más débiles. ¿Y por ello se le odia?, ¿por ello se le acusa de comunista, como si ser comunista fuera un pecado y no una opción política democrática? Este mundo no anda bien, está muy perdido si acusan de descarriado a un buen hombre y a un buen pontífice, demostrando que quienes han perdido la razón y han olvidado el significado de la justicia natural son quienes tienen la desvergüenza de llamarse creyentes, católicos y apostólicos, y demostrar con su actitud y sus ataques ser dignos de que Jesucristo coja de nuevo un látigo y los expulse de los templos y de su Iglesia.

539. Cosas de la edad

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Leo en las noticias de la mañana que ha muerto un filósofo a los 80 años, Antonio Escohotado, en Ibiza, “arropado” por su familia; y mis pensamientos no se van a su obra, sino al hecho de su muerte a una edad avanzada, de cáncer, y en una isla que se asocia a la libertad, algo que choca un poco en estos tiempos de pandemia, no muy dados a conjugar la libertad en cualquier modo. Todos somos víctimas de esta pesadilla de epidemia, que se sentó a nuestra mesa como convidada de piedra, y se ha convertido en protagonista y dueña de nuestras vidas cotidianas, sin poder hacer nada por evitarlo. No sé qué pensará un filósofo, pero seguro que mucho, acerca de los días que vivimos, ni sé qué pensarán las personas mayores (no me gusta llamarles viejas, por respeto hacia ellas, pero lo de personas mayores sé que no les gusta, y lo de tercera edad, menos). Ni me imagino los pensamientos de quienes no tienen una familia para arroparles cuando están cerca de abandonar el mundo de los vivos. O los de quienes por ser mayores no tienen conocimientos ni acceso informático, y ni saben cómo hacer para tener una visita médica. No toda la gente tiene un aparato en sus casas para llamar en caso de necesidad por encontrarse mal; y hay quien, aun teniéndolo, se siente indispuesto lejos de él, incluso en el mismo hogar, y se ve imposibilitado para utilizarlo y que acudan a socorrerle. Hay mucha gente que está literalmente sola, aunque tenga hijos y nietos, o vecinos; y yo me pregunto qué sienten, qué miedos les acechan cada mañana al levantarse, igual después de una noche sin apenas dormir, teniendo que levantarse a solas para ir al baño, sin mucha más compañía que las voces de sus programas preferidos de la radio. No se trata de personas solitarias, sino de personas que están y se sienten solas, muy solas.

Foto: Lola Fernández

Y ahora, a esa soledad añado un ingrediente nada trivial, los cuidados para la prevención de la Covid 19. Me pregunto otra vez por cómo vivirán las personas de edad avanzada esto de los geles hidroalcohólicos, las mascarillas de este o aquel tipo, y, sobre todo, lo de la distancia social. Cómo asimilarán la falta de contacto físico, la ausencia de abrazos, el salir a la calle y cruzarse no ya con rostros conocidos o no, sino con caras enmascaradas y solamente ojos. La vejez no es una etapa de la vida especialmente ilusionante, y nada tiene de raro que se asocie a estados depresivos: la fuerza física se va aminorando, se atenúan los reflejos, la salud se deteriora, aparecen los achaques que si buscan remedio les dicen con frecuencia que no hay tratamiento, que son cosas de la edad, y todo lo que la inmensa mayoría conocemos de sobra. Ciertamente eso se compensa con la alegría de una descendencia que vuelve a llenar las casas de ruidos y risas infantiles, con nietos, cuando no también bisnietos, que les dan vida a los abuelos y abuelas. Pero en estos tiempos de virus asesinos, eso está cambiando irremediablemente, y la verdad es que los mayores no tienen muchos motivos para la alegría. Leí en las redes que una nieta había preguntado a su abuelo qué cosas le hacían feliz, y se había quedado “destrozada” ante la simpleza de las cosas que anhelaba y le alegraban la vida, que se resumían en pasar más tiempo con los suyos. Me quedo de ese listado con algo tan sencillo como: Cuando nos llaman por teléfono los hijos, que no son muchas veces… Y es que contamos con mil modos de comunicarnos, muchos de ellos absolutamente gratuitos, y perdemos mucho de nuestro tiempo en redes y demás cosas sin la menor importancia; y a veces se nos olvida que hay quien está esperando un detalle, y, si no una visita, al menos una llamada sin prisas. Una llamada que les lleve amor, calor, compañía. Que no pasen sus días sintiendo que esa terrible soledad y su tristeza son cosas de la edad.

538. Estériles debates

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

En ocasiones me sorprenden ciertos debates que me parecen carentes de sentido, por muy recurrentes que sean, y tras los cuales hay verdaderos defensores cada uno de posturas enfrentadas en una controversia de lo más estéril. Son bastantes, pero me quiero referir hoy en concreto al que establece fronteras, profundas trincheras diría, entre ámbitos y conceptos referidos al artista y al artesano. Decir que un artista crea con fines estéticos, mientras el artesano lo hace con fines prácticos, es desdibujar la realidad. Incidir en el aspecto comercial frente al artístico en sí, es equivocarse otra vez. Hablar de talento natural o conocimiento de las técnicas, un poco más absurdo todavía. A ver, un artista puede tener mucho talento natural, pero si no conoce la técnica, difícil, si no imposible, le será crear y expresarse; pienso, por ejemplo, en un músico: si no conoce lo que es un pentagrama, o no sabe tocar un instrumento, le será tan improbable ser un artista, como es absurdo que un artesano conozca muy bien la técnica si no es capaz de sacar de sí la inspiración y el talento para crear una obra de artesanía. El artista aparte de expresarse, querrá comer también, y para ello habrá de comerciar con su arte, con lo que ya estará esfumando la separación con el artesano. Pero es que éste no se parece en nada a alguien que hace obras a miles, porque entonces habrá que añadir el concepto de industrial. Y además surge la noción del diseño, que pudiera ser el hilo invisible que une palabras y definiciones que andan tan juntas, que no hay por qué bifurcar sus caminos. Para mí que un artesano es un artista, y viceversa; y lo de obra única u obra múltiple también me parece una inútil diferenciación. Un pintor, por ejemplo, puede pasarse meses expresándose a través de innumerables variaciones de un mismo tema; mientras que un ceramista puede igualmente decorar de muy diferentes modos una serie de piezas que, si al principio son iguales, después resultan obras únicas. ¿O no conocen grupos musicales que hacen toda una carrera profesional con la misma canción, solo que no es la misma?

Foto: Lola Fernández

El arte, la artesanía, el diseño, descansan en algo tan sublime como es la creación. Puedes tener un árbol, por seguir con los ejemplos, y ante él un poeta puede escribir un bello poema, o veinte con él como inspiración y protagonista. O puedes tener a alguien que con una rama elabore un arreglo vegetal que adorne un evento, o le sirva para diseñar un motivo para un tejido o un papel. O puedes tener a alguien que con el tronco haga la más bella mesa para un diseño de interiores. Etcétera. Tan artista es el ebanista, como el pianista. ¿Y qué sería de un guitarrista sin un lutier? Pero ¿acaso no hay miles de excelentes violinistas cuyos nombres palidecen ante la mención del de Stradivari, siendo sus partituras, por magníficas que sean, insignificantes ante sus Stradivarius? Es que todos estos debates creo que siempre se olvidan de lo más importante, de la emoción. Si una obra no te emociona, de poco sirve el talento, la técnica o el marketing. Da igual cómo te llames; el calificativo que te coloquen; si hablan de arte, de oficio, o de beneficio. Si una obra, una creación, te transmite y ello es debido a la autoría de una persona, esa persona es un artista, más allá de otras consideraciones que siento absolutamente obsoletas. Y es tan sencillo como que allí donde haya emoción, hay arte: sensibilidad para expresar, y también sensibilidad para sentir lo que alguien quiere expresar, que en esto no puede darse una única dirección, aunque ese es ya otro tema.

537. De la belleza

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Que la belleza existe, no creo que nadie lo ponga en duda, y, aunque estamos ante un concepto que se mueve en coordenadas absolutamente subjetivas, pues lo que a mí me resulta bello a otros puede repeler, y viceversa, no hay discusión en que hay una belleza objetiva: esa que se da para todas las personas, con independencia de los ojos con que miren, y por muy mediatizadas que estén las miradas. Así, me parece muy improbable que haya alguien que no esté de acuerdo en que la ciudad de Granada es una auténtica belleza, y aunque lo del síndrome de Stendhal – que causa un elevado ritmo cardíaco, temblor, palpitaciones, vértigo, confusión cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando éstas son consideradas extremadamente bellas , nació referido a la maravillosa ciudad italiana de Florencia, bien puede aplicarse a la capital granadina sin caer en una exageración. Granada es tan bonita, y tiene tanto arte, que pasear por sus calles y plazas, visitar sus monumentos, admirar sus paisajes urbanos y naturales, sentirla a flor de piel es algo inolvidable; y no por mucho que te encuentres en ella permanentemente se desvanece tanta belleza, o se disipa en la niebla, como la de la vega que la circunda, que, aunque menguada, sigue siendo impresionante. En Granada es todo tan hermoso, que sería muy difícil escoger rincones, porque los hay tantos de tan impresionante encanto, que es una ardua tarea elegir alguno en concreto. Sin embargo, seguro que cada quien tiene sus lugares preferidos, esos que le aceleran el corazón y les provocan tal vértigo que Stendhal y su síndrome se quedan en nada.

Foto: Lola Fernández

Hay que venir a Granada para saber qué quiero expresar, y para sentir cosas para las que no existe aún lenguaje con el que explicarlas. Bastaría entrar, por ejemplo, por el Arco de Elvira, viendo mientras te acercas, allí arriba, los maravillosos cármenes del Albayzín, y llegar hasta Plaza Nueva por esa calle Elvira. Desde allí, o recorrer la Carrera del Darro hasta el Paseo de los Tristes y mirar cómo te mira la Alhambra en todo su esplendor, eterna; o elegir subir por la Cuesta de Gomérez y entrar en los bosques de la Alhambra a través de la Puerta de las Granadas, y les aseguro que nada es más mágico que hacerlo de noche. O desde Puerta Real ir caminando hacia la Fuente de las Batallas, y bajar hasta el Salón por la Carrera de la Virgen, que te lleva hasta la confluencia de los ríos Genil y Darro, embovedado desde Plaza Nueva. O pasear por la Gran Vía, viendo al fondo la escultura de bronce de Isabel la Católica y Colón, realizada en Roma, y traída ahí desde el Paseo del Salón. Después de años de obras en esta calle principal de la ciudad, debidas a la puesta en marcha del metro, la verdad es que no solamente no la estropearon, nada raro viendo los desastres que se hacen a veces en las reformas urbanas, sino que la han mejorado, resaltando lo bello de sus edificios antiguos, aunque antes se hubieran cometido auténticos pecados a nivel urbanístico al demoler construcciones que no deberían haberse tocado. Imposible nombrar lugares sin dejarme muchos más de los citados, así que les propongo ese sencillo paseo: desde la altura de los Jardines del Triunfo, ir recorriendo la Gran Vía (de Colón) sin prisas, en dirección a la Plaza de Isabel la Católica; seguro que lo van a disfrutar. Imposible no enamorarse de Granada si tienen la suerte de hacerla suya, aunque ella no entienda de pertenencias personales, y sea una ciudad universal. Si no existiera, habría que inventarla, pero no como un algo cualquiera, sino como el verso más bello del más embriagador poema; como la melodía más preciosa nunca escuchada; cual la más delicada pincelada del mejor pintor de todos los siglos…

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