538. Estériles debates

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

En ocasiones me sorprenden ciertos debates que me parecen carentes de sentido, por muy recurrentes que sean, y tras los cuales hay verdaderos defensores cada uno de posturas enfrentadas en una controversia de lo más estéril. Son bastantes, pero me quiero referir hoy en concreto al que establece fronteras, profundas trincheras diría, entre ámbitos y conceptos referidos al artista y al artesano. Decir que un artista crea con fines estéticos, mientras el artesano lo hace con fines prácticos, es desdibujar la realidad. Incidir en el aspecto comercial frente al artístico en sí, es equivocarse otra vez. Hablar de talento natural o conocimiento de las técnicas, un poco más absurdo todavía. A ver, un artista puede tener mucho talento natural, pero si no conoce la técnica, difícil, si no imposible, le será crear y expresarse; pienso, por ejemplo, en un músico: si no conoce lo que es un pentagrama, o no sabe tocar un instrumento, le será tan improbable ser un artista, como es absurdo que un artesano conozca muy bien la técnica si no es capaz de sacar de sí la inspiración y el talento para crear una obra de artesanía. El artista aparte de expresarse, querrá comer también, y para ello habrá de comerciar con su arte, con lo que ya estará esfumando la separación con el artesano. Pero es que éste no se parece en nada a alguien que hace obras a miles, porque entonces habrá que añadir el concepto de industrial. Y además surge la noción del diseño, que pudiera ser el hilo invisible que une palabras y definiciones que andan tan juntas, que no hay por qué bifurcar sus caminos. Para mí que un artesano es un artista, y viceversa; y lo de obra única u obra múltiple también me parece una inútil diferenciación. Un pintor, por ejemplo, puede pasarse meses expresándose a través de innumerables variaciones de un mismo tema; mientras que un ceramista puede igualmente decorar de muy diferentes modos una serie de piezas que, si al principio son iguales, después resultan obras únicas. ¿O no conocen grupos musicales que hacen toda una carrera profesional con la misma canción, solo que no es la misma?

Foto: Lola Fernández

El arte, la artesanía, el diseño, descansan en algo tan sublime como es la creación. Puedes tener un árbol, por seguir con los ejemplos, y ante él un poeta puede escribir un bello poema, o veinte con él como inspiración y protagonista. O puedes tener a alguien que con una rama elabore un arreglo vegetal que adorne un evento, o le sirva para diseñar un motivo para un tejido o un papel. O puedes tener a alguien que con el tronco haga la más bella mesa para un diseño de interiores. Etcétera. Tan artista es el ebanista, como el pianista. ¿Y qué sería de un guitarrista sin un lutier? Pero ¿acaso no hay miles de excelentes violinistas cuyos nombres palidecen ante la mención del de Stradivari, siendo sus partituras, por magníficas que sean, insignificantes ante sus Stradivarius? Es que todos estos debates creo que siempre se olvidan de lo más importante, de la emoción. Si una obra no te emociona, de poco sirve el talento, la técnica o el marketing. Da igual cómo te llames; el calificativo que te coloquen; si hablan de arte, de oficio, o de beneficio. Si una obra, una creación, te transmite y ello es debido a la autoría de una persona, esa persona es un artista, más allá de otras consideraciones que siento absolutamente obsoletas. Y es tan sencillo como que allí donde haya emoción, hay arte: sensibilidad para expresar, y también sensibilidad para sentir lo que alguien quiere expresar, que en esto no puede darse una única dirección, aunque ese es ya otro tema.

537. De la belleza

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Que la belleza existe, no creo que nadie lo ponga en duda, y, aunque estamos ante un concepto que se mueve en coordenadas absolutamente subjetivas, pues lo que a mí me resulta bello a otros puede repeler, y viceversa, no hay discusión en que hay una belleza objetiva: esa que se da para todas las personas, con independencia de los ojos con que miren, y por muy mediatizadas que estén las miradas. Así, me parece muy improbable que haya alguien que no esté de acuerdo en que la ciudad de Granada es una auténtica belleza, y aunque lo del síndrome de Stendhal – que causa un elevado ritmo cardíaco, temblor, palpitaciones, vértigo, confusión cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando éstas son consideradas extremadamente bellas , nació referido a la maravillosa ciudad italiana de Florencia, bien puede aplicarse a la capital granadina sin caer en una exageración. Granada es tan bonita, y tiene tanto arte, que pasear por sus calles y plazas, visitar sus monumentos, admirar sus paisajes urbanos y naturales, sentirla a flor de piel es algo inolvidable; y no por mucho que te encuentres en ella permanentemente se desvanece tanta belleza, o se disipa en la niebla, como la de la vega que la circunda, que, aunque menguada, sigue siendo impresionante. En Granada es todo tan hermoso, que sería muy difícil escoger rincones, porque los hay tantos de tan impresionante encanto, que es una ardua tarea elegir alguno en concreto. Sin embargo, seguro que cada quien tiene sus lugares preferidos, esos que le aceleran el corazón y les provocan tal vértigo que Stendhal y su síndrome se quedan en nada.

Foto: Lola Fernández

Hay que venir a Granada para saber qué quiero expresar, y para sentir cosas para las que no existe aún lenguaje con el que explicarlas. Bastaría entrar, por ejemplo, por el Arco de Elvira, viendo mientras te acercas, allí arriba, los maravillosos cármenes del Albayzín, y llegar hasta Plaza Nueva por esa calle Elvira. Desde allí, o recorrer la Carrera del Darro hasta el Paseo de los Tristes y mirar cómo te mira la Alhambra en todo su esplendor, eterna; o elegir subir por la Cuesta de Gomérez y entrar en los bosques de la Alhambra a través de la Puerta de las Granadas, y les aseguro que nada es más mágico que hacerlo de noche. O desde Puerta Real ir caminando hacia la Fuente de las Batallas, y bajar hasta el Salón por la Carrera de la Virgen, que te lleva hasta la confluencia de los ríos Genil y Darro, embovedado desde Plaza Nueva. O pasear por la Gran Vía, viendo al fondo la escultura de bronce de Isabel la Católica y Colón, realizada en Roma, y traída ahí desde el Paseo del Salón. Después de años de obras en esta calle principal de la ciudad, debidas a la puesta en marcha del metro, la verdad es que no solamente no la estropearon, nada raro viendo los desastres que se hacen a veces en las reformas urbanas, sino que la han mejorado, resaltando lo bello de sus edificios antiguos, aunque antes se hubieran cometido auténticos pecados a nivel urbanístico al demoler construcciones que no deberían haberse tocado. Imposible nombrar lugares sin dejarme muchos más de los citados, así que les propongo ese sencillo paseo: desde la altura de los Jardines del Triunfo, ir recorriendo la Gran Vía (de Colón) sin prisas, en dirección a la Plaza de Isabel la Católica; seguro que lo van a disfrutar. Imposible no enamorarse de Granada si tienen la suerte de hacerla suya, aunque ella no entienda de pertenencias personales, y sea una ciudad universal. Si no existiera, habría que inventarla, pero no como un algo cualquiera, sino como el verso más bello del más embriagador poema; como la melodía más preciosa nunca escuchada; cual la más delicada pincelada del mejor pintor de todos los siglos…

536. Como una ola

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Sábado, el último de este mes de octubre. Esta noche, cambio horario. De él, lo único que salvo es que nos regala una hora. Tengo por costumbre cambiar los relojes para la cena, huyendo de que ese regalo horario me pille durmiendo. Dado que nos esperan días de aclimatación de biorritmos a ocurrencias humanas que suscitan un rechazo mayoritario, qué menos que ser consciente de esos sesenta minutos extras. Cambios. El tiempo, climático en este caso, está cambiando. Y a ciertas edades, ello conlleva que te duela el cuerpo; aunque nada comparable a cuando te duele el alma. Es verdad que la felicidad son momentos, y lo mismo ocurre con la infelicidad. Pero por qué los primeros son un instante, y los segundos pesan como losas de hormigón; eso es algo que nunca entenderé, pero seguro que es un buen ejemplo para explicar la relatividad de las cosas terrenales. O igual tiene algo que ver con lo que desde la infancia nos cuentan acerca de la expulsión de un paraíso original y el precio a pagar por haberla provocado. Desde luego que me gustan mucho más los cuentos de princesas, aunque, ay, siempre aparece un príncipe convertido en rana; seguro que es para irnos acostumbrando a las futuras decepciones por ver defraudadas nuestras expectativas, que suele ser lo que ocurre en tanto no aprendemos a no esperar nada, y así no desesperar.

Foto: Lola Fernández

Llegan unos días de recuerdos a los difuntos. ¡Cómo duelen nuestros muertos! Pero aquí seguimos los vivos, afrontando los cambios. Es curioso: en esto de cambiar o de asimilar que cambien, todo lo que es voluntario es espuela que da alas a nuestros días; pero, puf, todo cambio no deseado es como un ancla que pesa y nos hace parar, aunque queramos seguir caminando. Como me gusta decir, la vida va, por fortuna; lo malo es cuando más que acompasar nuestros pasos a su ritmo, ella nos pasa por encima, como una ola que nos obliga a sumergirnos si no queremos que su fuerza nos embista. Así que aquí estoy, entre dolores de todo tipo, sin ganas de hacer lo que millones han hecho, coger el coche y perderse con motivo del puente; pensando en que me gustará levantarme y que no sea de noche, pero me deprimirá, y mucho, que a media tarde ya lo sea. Al menos, por aquí por el sur seguimos con un clima suave para tener las macetas fuera, aún llenitas de flores; que no es ninguna tontería, porque cualquier pequeño detalle que nos alegre los momentos del día, es para valorarlo y desear que persista. Lo que los humanos nos roben con sus absurdos desaguisados, que nos lo devuelva la Naturaleza, siempre sabia y poderosa.

535. No sirven para nada

Foto: Lola Fernández.

Por Lola Fernández

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, y, visto lo visto, pocas veces son. Resulta que aquí en Andalucía, a finales de este mes de octubre van a echar a 8.000 sanitarios contratados en plena pandemia; lo cual me parece una rara manera de agradecerles sus servicios en unos tiempos en que se jugaban la vida literalmente por prestarlos, con los ecos de las palmas diarias como muestra de agradecimiento. La ciudadanía aplaudía, y los políticos los largan, en una muestra más de la falta de sintonía entre la gente y sus representantes. Pero no es solamente el desagradecimiento, que es de bien nacidos ser agradecidos, es también que, para terminar de lucirse, lo hacen justo cuando empieza la campaña de la vacuna antigripal. Ah, y con el añadido del cambio de papel de los enfermeros en la asistencia sanitaria primaria, y con la creciente atención presencial tras pasar lo peor de la pandemia. Porque resulta que para acabar con la saturación de trabajo que sufren los médicos, ahora serán los enfermeros los que hagan lo que a ellos les corresponde y a un médico o médica no; por ejemplo, tomar la tensión, o dar un volante para que se te administre la vacuna antigripal. Esto de dar un volante es algo que me resalta año tras año lo absurdo y mal dirigido y planteado que está nuestro sistema sanitario a estos niveles: resulta que los políticos te cuentan, pues si es un político podemos hablar de cuentos, que lo que se pretende es vacunar a toda la población, no centrarse en grupos por edad o enfermedades crónicas que lo aconsejen. Pues bien, si eso es así, la primera incoherencia es que las vacunas se acaben casi antes de empezar; la segunda, pretender que, el médico antes y el enfermero ahora, haga una criba y decida si te toca o no vacunarte. Y lo peor de todo, y lo más incoherente, es que con tu volante te deriven al administrativo, que a la postre es el que te da la cita para poder vacunarte. A ver, si nos quieren vacunar a todos, que se dé la cita sin molestar a médicos antes y a enfermeros ahora. Que el administrativo no requiera de volante alguno, que ya quien te vacuna sabrá qué vacunas te corresponden o no, que para eso tiene el historial informatizado delante de sus narices.

Foto: Lola Fernández.

Después de que los sanitarios en ejercicio están hartos de quejarse de que están saturados, de que no pueden realizar bien su trabajo en las condiciones actuales, de llevar dos años de infarto, van los señores políticos que ni escuchan a los ciudadanos ni atienden las demandas de los profesionales, y a ellos nadie los echa, oye, y deciden que 8.000 sanitarios se van al paro cuando más se les necesita, y que de refuerzos ni hablar. Un claro ejemplo de cómo quieren desmantelar día a día el sistema sanitario público, en lugar de afianzarlo y mejorarlo en las evidentes carencias que durante los peores tiempos de pandemia se tradujeron en miles de muertos. Dichas carencias, además, estaban provocadas por los recortes en sanidad de nefastos años de vergonzosa política que desatiende por completo el interés general y se dedica a fomentar la sanidad privada y el reparto de dividendos entre amiguitos. No, no aprenden, son muy tontos, o por el contrario, son muy listos, y se creen que los tontos somos nosotros, los que padecemos las consecuencias de su inquietante proceder. La cosa es que no hay nada nuevo bajo el sol, y que se sigue engañando al personal descaradamente. Y al final me quedo con la imagen tan de estos días otoñales, de unas castañas caídas del árbol con su belleza desparramada por los suelos. Pero ay, si son de castaños de Indias serán tan inútiles como algunos políticos, porque tienen igualmente mucha presencia, pero, al no ser comestibles, no sirven para nada. Tampoco. Al menos, dichas castañas pueden usarse para cosmética, que los políticos, ni eso.

534. Una especie de resurrección

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Si te gusta reflexionar sobre las cosas y no dejar que las vivencias pasen sobre ti, y a través tuyo, como aire que mueve desde las ramas de los árboles hasta tu pelo, te encontrarás a veces con descubrimientos que pueden ser básicos en sí mismos, pero que de repente son como avistar tierra tras largas horas navegando en alta mar. Como la oportunidad de detenerte en ellos cual un puerto por el que pasear antes de seguir viaje; que ya se sabe que pensar es ir de aquí para allá, sin rumbo fijo, y desconociendo la mayoría de las veces en dónde te detendrás, adonde llegarás y dirás aquí me quedo; y te quedarás, aunque solo sea por un ratito, pero suficiente para ver cosas que nunca ante las miraste con esa nueva mirada, aunque ellas estuvieran ahí iguales siempre. De repente llegué a una conclusión: la vida está llena de muertos, y sentí la necesidad de detenerme, como si me sentara virtualmente a descansar en mitad de un largo paseo. La vida está llena de muertos, sí, no de muertes; y más conforme nos vamos haciendo viejos, que eso es vivir si nada se trunca: nacer, crecer, y llegar a viejos. Porque nuestros recuerdos son lo contrario que la vida, pues están llenos de vivos. Pero ay, recordar es un momento, y vivir es otra realidad muy distinta. Dicen, y parece cierto, que conforme vamos cumpliendo años, es más el tiempo que se recuerda que el que nos queda por vivir; así que poco a poco, igual que la vida se nos llena de muertos, los recuerdos nos regalan una especie de resurrección.

Foto: Lola Fernández

La vida está llena de muertos, y es una verdad absoluta que se nos reafirma, entre otros muchos casos, al pasar por los lugares en donde se estuvo con quien ya no te podrá acompañar nunca más. Pasé la otra mañana por el precioso parque de Huéscar, recién acabadas las obras de restauración, que han ido haciendo por partes, y que al final lo han dejado presto para disfrutarlo otro montón de años. Le tengo mucho amor a ese lugar, porque mi madre me contaba que recién casada con mi padre, estuvieron allí de paseo; y porque después he estado con ellos bastantes veces, deleitándonos con su belleza. Y la otra mañana llegué, paseando por sus remozados caminos, hasta una preciosa fuente de piedra, de las dos iguales que hay en un extremo del parque, en diferentes glorietas, alejadas entre sí, pero enfrente una de la otra, como hermanas separadas. Y allí estaba la fuente, sola, entre el quedo bullicio de la mañana, con bancos nuevos de mármol blanco. Completamente sola, como yo mirándola, y recordando una foto que acabo de poner frente a mí en su marco: en ella, mis padres y yo, sonriendo los tres; ellos sentados en la piedra, yo con un pie sobre el borde, juntos los tres con un fondo vegetal de sol y sombra. Una fotografía llena de vida y que captura un instante de mis recuerdos. No me pude resistir y, más allá de mi tristeza, hice una foto de la fuente, la misma que hoy acompaña estas palabras. En ella, la vida se llena de muertos, los que más me duelen, sin duda; y voy de inmediato a la de hace unos años, y en ella me quedo, con la alegría de mis recuerdos. Dicen que nuestros seres queridos siguen vivos mientras los recordamos y los queremos, y así es. Perdón si hoy les hablé de la muerte, porque es un tema que a muchos no les gusta nada de nada; pero sin ella no hay vida, como antónimos que se necesitaran. Sé que me podrán disculpar.

533. El tiempo de la piedra

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

Me parece increíble, pero hace poco más de un año lo veía todo negro y de muy difícil solución. No sé en qué ola estábamos, pero pasaron varias hasta llegar a cinco, y las cifras de infectados y de fallecidos por la Covid 19 no dejaban de crecer, como en una pesadilla de la que fuera imposible escapar. Reconozco que dudaba de que llegara una vacuna eficaz tan pronto, pero llegó; y entonces lo que me es difícil de creer es que haya seres tan ni sé cómo llamarlos que no se vacunen, que a estas alturas en que se discute científicamente la oportunidad de una tercera dosis y para qué colectivos, ellos aún no se hayan puesto la primera. Lo repito: de qué sirve toda una evolución de cientos y miles de siglos, si a la postre estamos rodeados de idiotas… Y lo peor no es su inferioridad mental, que después de todo les pertenece, sino su falta de generosidad para con el resto del grupo, y su irresponsabilidad. Una lee la cantidad de muertes que provocaba la viruela, por poner un ejemplo, hasta que fue erradicada con la vacunación, y se le hace imposible creer que haya quien no corra a vacunarse en medio de esta terrible pandemia que ha resultado por ahora en casi cinco millones de muertos a nivel mundial, más de 86.000 en España. Cierto es que somos mortales y de algo hay de morir, pero se me antoja un desprecio absoluto a la vida no protegerla.

Foto: Lola Fernández

El caso es que se empieza a ver la luz, y por primera vez confío, desde hace muchos y muchos meses, en que todo puede volver a ser como antes de esta pandemia, medianamente igual, porque hay cosas que nunca volverán a parecerse ni siquiera un poquito. Las pérdidas en seres amados, en personas abandonadas, en cosas aprendidas con horror, esas serán absolutamente irrecuperables. La gente que murió infectada y sola, los ancianos y ancianas que fueron abandonados a su mala suerte, la falta de empatía y de sensibilidad en proporciones excesivas, eso no puede olvidarse ni queriendo. Ver que la sanidad pública estaba siendo saqueada y todos lo padecimos; comprobar que nada se hizo para resolverlo cuando pasó lo peor; descubrir que hay tanto gilipollas que antepone una juerga a la prevención de riesgos comunes; todas esas cosas, y muchas más que no voy a traer aquí porque me ponen de muy mal humor, me hacen sentir que mi alegría a día de hoy no puede verse ensombrecida por tanta imbecilidad ajena. Una no es culpable por lo que hagan mal los demás, así que con tal de poner distancia, todo perfecto.

En esto que estuve el otro día por uno de mis rincones favoritos del centro de Granada, el Real Monasterio de San Jerónimo. Se accede por dos calles diferentes, muy céntricas ambas, y lo que más me gusta es su exterior, unos jardines absolutamente tranquilos, casi siempre desiertos, con verde y piedra que habla del paso del tiempo sin importar lo más mínimo el bullicio exterior. Estamos en pleno centro de la ciudad, y se respira silencio y tranquilidad, con dos puertas que en cuanto se cierran conforman una barrera imaginaria a todo lo que no sea paz y quietud. Así quisiera yo poder vivir, sin estar aislada, pero como en un remanso a salvo de todo lo que no es importante en modo alguno, por mucho ruido que produzca. No sé si podré conseguirlo, pero les juro que es mi mayor aspiración: vivir a salvo de todo lo que disturbe la vida, dejando que solamente transcurra por mí el tiempo de la piedra, que es tanto como aspirar a la eternidad.

532. Aquí está el otoño

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

Canta Santiago Auserón, en A cara o cruz, con su profundidad habitual: Nunca se puede saber lo que va a ocurrir mañana, salvo que al fin de semana sigue un lunes otra vez… y es así, para qué engañarse. Por eso se dice que el hombre propone y Dios dispone, como una asunción de que será lo que haya de ser, no lo que nosotros, pobres humanos, queramos. Somos individualidades pensantes que decidimos, que actuamos en el sentido de nuestras decisiones, que interactuamos con los demás; los demás, que a veces nos gustan, y otras nos disgustan. Por mucho reflexionar, en ocasiones la vida nos deja muy claro que es bastante elemental todo, por lo que lo más inteligente sea tal vez dejarnos llevar. Como se deja llevar la vida misma, a través del tiempo y de sus estaciones. Después del verano y antes del invierno, aquí está el otoño, entre equinoccio y solsticio; y es tan poético y hermoso como sus tan inestables colores. Todas las estaciones anuales son cambiantes, pero la otoñal es especialmente mudable, y sus variaciones se evidencian en colores y tonalidades diferentes, componiendo una sinfonía cromática que difícilmente nos deja indiferentes.

Foto: Lola Fernández

Y si los colores del otoño componen una muy cálida paleta, tal vez para compensarnos por la pérdida del verano y la certeza de que no muy lejos nos aguarda el frío invierno, qué decir de sus frutas y frutos. El campo y las huertas son especialmente atractivos; pero si no se puede una escapar a ellos, siempre quedan los mercados y sus puestos, ofreciéndonos los productos otoñales: las manzanas, las uvas, las granadas, los membrillos, los higos, las mandarinas, las calabazas, las berenjenas… Mmmmm, olores, colores, sabores, otra vez un festín para los sentidos; aunque durante todo el año, la naturaleza es generosa y nos propicia placer del mejor. Incluso es una oportunidad para olvidarnos por completo de los asuntos cotidianos, esos que nos hacen infelices, generalmente por motivos ajenos a nuestra propia existencia. Hay demasiados elementos de recreo como para perder demasiado tiempo en cosas que escapan a nuestro control y que distorsionan la armonía precisa para avanzar con bienestar. Es mucho más recomendable dar un paseo que oxigene nuestros pulmones y fortalezca los corazones, que asistir a la dinámica de desencuentro de quienes han de gobernarnos y hacer que nuestras vidas mejoren, con ese lenguaje sin diálogo, como no sea el de los besugos. Disfrutemos pues de los días, que uno tras otro dibujan la vida, esa que en un instante se acaba sin avisar; y hagámoslo de una manera sana y equilibrada, porque todo redunda en nuestra salud, física y mental; y ya sabemos a estas edades, que lo más esencial, sin lo que nada importa, es precisamente la salud. Tiempo de soltar lastres, de cambios y transformaciones, de no mirar atrás, ni siquiera adelante; tiempo de saborear que no hace el sofocante calor estival, y que aún no hemos de abrigarnos para no enfriarnos. Tiempo de entretiempo, como un puente, como una mano tendida, como un vínculo. Otoño, como un sendero sin dificultades, una estación suave que nos abraza y nos ahuyenta las penas; tiempo de estar al aire libre y de relacionarse. Una buena ocasión para la alegría, así que no se nos ocurra desperdiciarla: la vida que se pierde no regresa jamás, por mucho que después lo lamentemos.

531. Si me dan a elegir

Por Lola Fernández

Si realmente amas la naturaleza, encontrarás belleza en todas partes.  Vincent Van Gogh

No ganamos para sobrecogimientos: pandemia, terremotos, erupciones volcánicas… Por mucho que nos sintamos los amos del mundo, la Naturaleza nos pone en nuestro justo lugar a cada momento en que dice de manifestar su inmenso poder, siempre a salvo del control humano. Mi corazón está ahora con la Isla Bonita, La Palma, que está sufriendo como todos sabemos. Con el plus añadido de desconocer cuándo acabará la pesadilla que está viviendo desde hace unos días. Los científicos expertos hablan de meses, lo que es sencillamente una multiplicación de tal tragedia. Me pongo en el lugar de los isleños víctimas de la aparición del nuevo volcán activo, con apenas unas horas para recoger algunos pocos enseres de sus casas antes de ser devoradas por las lenguas de lava ardiente, y no puedo ni siquiera pensar qué haría yo en un caso tal; creo que prefiero no hacerlo, porque es demasiado fuerte. Puede parecer ciertamente un espectáculo natural maravilloso, de una belleza sin igual, pero para quienes pierden todo, excepto la vida, es solo una pesadilla, un infierno en la tierra; que aflora fuera para engullir sus sueños y llenarles de humos, gases y cenizas sus perspectivas de futuro. A lo que hay que añadir la presencia de los buitres humanos que no dudan en especular y enriquecerse aprovechándose de tan funesta realidad.

Foto: Lola Fernández

Dónde queda la solidaridad entre iguales; cómo no se dan cuenta de que lo que hoy les pasa a algunos, en otra ocasión puede sucederles a ellos. No concibo que las personas puedan ser tan malas, porque eso es pura maldad; pero resulta que lo inconcebible es la cruda y dura realidad, para qué vamos a engañarnos.

Así que no puedo sino renegar de estas conductas humanas tan inhumanas, tan carentes de piedad ante la inesperada desesperación de quienes vivían bien, y hoy no saben cómo sobrevivir. Es verdad que lo más importante es seguir vivos, pero qué triste ver que no es tan solo el volcán el que les hace daño. Un futuro incierto es más llevadero con un presente en el que te sientes acompañado en la desgracia; y es insoportable cuando el sentimiento es el contrario. Si me dan a elegir, tengo muy claro que me quedo con la Naturaleza antes que con la gente que se olvida de ayudarse en las dificultades y adversidades. Por supuesto que ella puede ser un enemigo implacable, pero nunca es voluntario. Las leyes naturales no saben de damnificados ni de perjuicios, no sacan provecho de sus consecuencias, sean buenas o malas para los seres vivos. Es verdad que amando la vida natural vas a sentirte rodeado de una belleza incomparable que brilla por su ausencia en unas relaciones sociales que olvidan con demasiada y excesiva frecuencia el concepto de grupo. He visto cómo animales que llamamos irracionales se ayudan entre sí sin necesidad siquiera de conocerse, mientras que esta sociedad nuestra da muestras de ser muy poco generosa y racional. Puede que una flor no dé muestras de poseer facultad de pensamiento alguna; sin embargo, si me dan a elegir, me quedo con ella.

530. Como una promesa de verano

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández. 

En estos días postreros de primavera he retomado el caminar por las afueras, por esos campos que tanto me enamoran y que me quitan preocupaciones o penas. Siempre he valorado las pequeñas cosas, pero en este segundo año de pandemia, es casi lo más importante. Voy andando y los árboles se asoman a las orillas del camino, con sus nuevos frutos, aún inmaduros, casi como una promesa de verano. Aquí el olor de la higuera, maravillosa fragancia, con sus pequeños y verdes higos; allí el nogal, con sus preciosos frutos inmaduros, prestos a toda una metamorfosis; enseguida los granados con su renovado y fresco verdor, cuajaditos de flores e incipientes frutos. Andar sin detenerse es muy difícil, porque la naturaleza es, siempre, pero ahora incluso más, un espectáculo de una belleza indescriptible: no hay palabras para expresar la embriaguez de tanto y de tantas maneras. Manzanas, peras, membrillos, ciruelas, racimos de uvas como esbozos de prontas realidades que cuelgan de las parras o se asoman por encima de los muros…; se diría que el campo es una huerta, y los dioses fueran campesinos.

Foto: Lola Fernández

Recuerdo los versos del poeta, se hace camino al andar, y sigo adelante, sin prisas, pero sin pausa. La brisa mueve las ramas, y esparce los olores, que son un perfume ancestral de tierra y agua; no se necesita mucho más para sentirse feliz, especial y única, ante tanto regalo. Y de repente llego hasta una sencilla y asilvestrada planta que me trae la infancia directamente, hasta verme sentada junto a ella siendo una niña. Tiene muchos nombres: mirabilis jalapa, pero comúnmente se la llama dompedro, o dondiego de noche. No se la suele ver mucho en los jardines, porque se reproduce demasiado y se la considera invasiva; pero me parece fascinante, y no es raro verla en las riberas de los caminos. A mis ojos, desde siempre, me parece algo mágico que, en la misma planta, las flores tengan distintos y variados colores; e incluso una misma flor pueda ser multicolor, a la vez, o ir cambiando poco a poco, del amarillo al rosa oscuro, por ejemplo. Pero lo que más me gustaba de pequeña era jugar con sus flores con forma de trompetas, que yo transformaba en paracaídas de colores dándoles la vuelta y haciéndolas girar, colgadas de los hilos de sus estambres. Adoro el perfume de esta planta, que en América llaman maravilla, y me fascina igualmente que sus flores se abran cuando se va el sol, y permanezcan así hasta el amanecer, o también durante el día si está nublado. Hoy domingo nos acostaremos primaverales y de madrugada llegará el verano, con ganas de desplegar todos sus encantos; y en los campos estarán los dompedros para recibirlo como se merece, con aromas y colores de pétalos… ¡No se me ocurre mejor bienvenida!

 

P.D. Feliz verano de espumas y brisa, de flores y frutas, de sol y risas. Nos vemos cuando llegue el otoño…

529. Hasta cuándo

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández.

La definición de terror nos remite a miedo muy intenso que se vive como una perturbación angustiosa ante un riesgo, real o imaginario. A su vez, el machismo se entiende como una ideología que incluye actitudes, conductas, creencias y prácticas sociales a favor de la superioridad del hombre sobre la mujer. Así que, si los términos terror y machista ya asustan, juntos son para temblar y conmocionarse. Hay temas que duelen tanto que cuesta hasta escribir sobre ellos, pero cómo no hacerlo sin sentir que es una vergonzosa dejación. Me siento en la necesidad de no mirar a otro lado, de no querer desconectar, de reflexionar sin perder la tranquilidad; porque esa es otra: hay cosas que indignan tanto, que no es fácil mantener la compostura. No voy a dar datos, porque la estadística es tan fría como la indiferencia, esa que es la norma, año tras año, ante los resultados del terror machista, totalmente real y nada imaginario. Para empezar, una indiferencia judicial, que cuando se trata de juzgar a mujeres se convierte en fijación. Ejemplo: Juana Rivas, que ya cumple prisión, y a la que le deseo un inmediato indulto. Que cumple prisión por huir con sus hijos ante el terror de que un padre maltratador hiciera con ellos lo mismo que José Bretón, o Tomás Gimeno, y tantos más que, ejecutando una violencia vicaria, asesinan fríamente a sus hijos, para que la madre sufra de por vida. Que una madre que tenga pánico y no quiera entregar los hijos a un maltratador acabe en la cárcel, es complicidad con el maltrato machista, ni más ni menos. No mató a sus hijos, sólo los protegió, y se la envía a la cárcel. Si eso es justicia y solidaridad feminista, qué será injusticia, por favor.

Foto: Lola Fernández

Estas sentencias, y tantas y tantas otras que culpabilizan a las víctimas de la violencia machista, siempre en descargo de los culpables, son sencillamente complicidad. Complicidad judicial y social, incluyendo por desgracia muchas veces a mujeres, que eso es absolutamente incongruente, y no voy a detenerme siquiera a explicar por qué. Las criminales no son las mujeres que se defienden y tratan de defender, desesperadas, a sus hijos; sino los machistas desgraciados que hacen desgraciadas a las mujeres que se cruzan en sus vidas, y cuentan con todo un sistema judicial y social a favor, dándoles alas. Cómo puede permitirse en un sistema democrático, en un Estado de Derecho, que existan grupos parlamentarios que nieguen la violencia de género, la violencia machista, que boicoteen incluso algo tan simbólico como es un minuto de silencio a favor de las víctimas; mientras tratan de amedrentar, institucionalmente, oigan, a quienes dedican su profesión a ayudar a las mujeres maltratadas, física y psíquicamente; porque a las muertas, muchas veces después de no hacerles ni caso cuando han pedido ayuda desesperadamente, a ellas ya no se les puede ayudar. Cómo es posible que a un tipo que ha sido acusado de abuso de poder para acosar sexualmente a muchas mujeres, que lo han denunciado públicamente, y él reconocido que ha sido así, cómo es posible que todo se quede en un pedir perdón, y que un público entregado y en pie le regale ocho minutos de aplausos en su regreso a los escenarios. Da igual si es Plácido Domingo o quien sea; hechos así no pueden quedar sin castigo, y que baste un lo siento. Cómplice ese público de todos sus años de abusos, y cada aplauso es una bofetada en la cara de las víctimas de ellos. No sé, no me quiero indignar más de lo que ya me siento, porque no es un estado pasajero. Estas cosas provocan un sentimiento de terror, un miedo y una impotencia ante un machismo que no solamente anida en la mente desquiciada de estos criminales que no están locos en absoluto, solo trastornados por un odio a la mujer, que esta sociedad no hace nada por desterrarlo para siempre jamás. Unos son los cómplices, y otros somos los aterrorizados; y me pregunto que hasta cuándo.

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