446. Transformaciones

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

En una sociedad que a veces y por desgracia es sumamente hostil para quienes la habitamos, mirar hacia la naturaleza es, más que un escape, un modo de encontrar la verdad. Es que cuando hay tanta mentira por todas partes y entre tanta gente, mirar al cielo y disfrutar con el dibujo de sus nubes, es un milagro en el que cobijarse. Frente a tanta cosa fea, precisamos de un refugio en el que no perder lo bueno que albergamos dentro. En estos días de intensas lluvias es fácil entender que por bonito que sea ver llover, más nos vale resguardarnos si no queremos terminar empapados, y quién sabe si con un buen resfriado, o algo peor. No hay por qué desconfiar de la bondad ajena, de eso no hay duda; mas al final pagan justos por pecadores, y si te engaña alguien, ya recelas de que no lo vuelvan a hacer otros. Es algo absurdo, pero existen personas que juegan a parecer que son, aunque sin ser realmente. Bueno, ser claro que son, cómo no, pero desde luego muy diferentes a como aparentan. Es algo que ni entendí, ni entiendo, ni entenderé: si se finge algo y con éxito, es decir, engañando a los demás, es porque se sabe ser tal y como se finge ser; y si eso es, por lo general, bueno, por qué no lo convierten en verdad y se dejan de disimulos… Si eres malo pero cuela cuando te haces el bueno, es porque claramente ves la diferencia entre maldad y bondad. ¿Qué trabajo cuesta ser de verdad y no una mentira andante? Al final, a los mentirosos se les acaba calando, y terminan muy solos, o rodeados de más embusteros… y así ya me dirán si podrán vivir medianamente bien. Sin embargo, y francamente, me importa un bledo el destino de gente que vale tan poco.

Foto: Lola Fernández

Lo peor de todo es que cuando te vas topando con seres de tal calaña, ínfima y nefasta, tú te vas dejando cosas buenas por el camino. Y ello hace que vayas cambiando: son esas transformaciones defensivas, que actúan a modo de corazas para no acabar heridos o muertos; lo cual es peor, pues encima no tiene remedio, que ya se sabe que la muerte es lo único definitivo. Aunque hemos de evitar por todos los medios y maneras entrar en este juego de mudanzas y metamorfosis conductuales, provocadas por el actuar de los demás. Es muy difícil no perder la inocencia, mantener la confianza, mirar a la gente sin tener memoria de la propia experiencia pasada; pero no es imposible. Así que como reto hay que procurar que las únicas transformaciones que nos permitamos contemplar sean las de la naturaleza, tan evidentes en estos tiempos otoñales que tenemos la suerte de poder disfrutar. Y ello, además, durante tres meses al año: por si nos pillaran tontos, o adormecidos, o enfrascados en batallas que consideremos más importantes, que tengamos otras oportunidades de aprender a saborear el placer de lo auténticamente esencial. Porque es que nunca aprenderemos, o igual sí, quién lo sabe; y mientras tanto, la vida ahí afuera nos regala los maravillosos cambios de la renovación. Dichosos aquellos que son capaces de verlos y comprender que son la única certeza que tenemos, pues el mundo que nos circunda es pura y simple transformación.

445. Calle Zapatería

Calle Zapatería. Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Hay cosas de Baza que me duelen, y que no las entiendo; porque creo firmemente que no son de recibo ni tendrían que ser así, con sólo que quien puede cambiarlas sintiera amor verdadero por nuestra ciudad. Pasear por las calles y plazas, por los barrios bastetanos, es sentir más veces de las necesarias una pena por el abandono en que están demasiados lugares. Tengo la sensación de que se limitan a cumplir el trámite de dedicar ciertas ayudas externas a un lavado de cara de algunos elementos cada año, pero poco más. No veo un proyecto de ciudad que implique y enamore a la ciudadanía; que más bien anda bastante mosqueada por muchos detalles que le hacen pensar que todo va a peor, en lugar de mejorar, como sería lo lógico. Un alicatado aquí, unos detalles sobre el Cascamorras allí, y poco más; de verdad, es desalentador amar Baza y sentir que está muy poco cuidada y mimada como se merece. Porque ya me dirán si es de recibo cómo se encuentran algunas calles tan céntricas y transitadas como la Calle Zapatería. Arrancando de la Calle de los Dolores y ascendiendo hasta la Plaza de San Juan, está ubicada en un lugar privilegiado y que conecta en unos minutos barrios distantes con el centro al que pertenece. Desde que tengo memoria, guardo recuerdos de una calle bulliciosa y comercial, a uno y otro lado. Sin aceras, porque pertenece al entramado de estrechos callejones propios de la arquitectura árabe que habla de nuestro rico pasado histórico, no es sólo protagonista de importantes eventos de la historia de Baza, sino que siempre estuvo llena de vida y comercios, teniendo a la Plaza Antigua de Abastos como reina de los negocios y tiendas en ella presentes. Me recuerdo andando por ella entre frutas, calzado, joyas, barbería, bares, churrería, ropas y complementos. Y llegando en un plis plas a la Plaza Mayor por el Arco de la Magdalena o por el Mercado de Abastos; o a la Iglesia de la Merced y las Balconadas de Palo; o subir a la Alcazaba o seguir para la Cava Alta por la calle Boliche con su molino; o por las Antiguas Carnicerías salir a la Plaza de la Cruz Verde, que era mucho más bonita y personal antes de su aséptica reforma…

Calle Zapatería. Foto: Lola Fernández

Es una calle que no se merece ni mucho menos estar tan sucia, fea y abandonada; pasar por ella es sentir una terrible sensación de decadencia y desolación. Espero y deseo muy de verdad que ahora que están con la reforma de la Plaza de Abastos, cuyas obras han llevado algo de vida de nuevo al lugar, aunque con las consabidas molestias de toda obra, no se les olvide arreglar el entorno, que buena falta le hace. Porque ya no es sólo la calle Zapatería; es también la de Tenerías, con su fuente y el Molino; la de Audiencia; la Boliche, y todo lo que circunda esta verdadera arteria urbana; absolutamente dejada de la mano de Dios, a pesar de conectar con la Mayor, con la Merced y con San Juan, importantes templos bastetanos. Porque hacer ciudad no sólo es pensar en el futuro, sino respetar nuestro pasado, y para ello nada mejor que cuidar lo que tenemos y no dejar que se muera triste y abandonado. Si los planes de urbanismo no permiten cualquier tipo de reforma en la zona, por pertenecer al casco histórico y tener una protección especial, qué menos que arreglarlo si sus propietarios no lo hacen, y después pasarles la factura. Todo menos dejar que se muera ante nuestros ojos, porque basta darse un paseo por nuestra amada calle Zapatería para comprobar que no se puede permitir su estado actual, y estoy segura de que estarán de acuerdo conmigo.

444. Estamos muy tontos

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Estamos muy tontos, tontísimos. Resulta que estoy leyendo la prensa, on line, claro, que ya hace siglos que no cojo un periódico al uso entre las manos, y de repente no se abre la noticia. Horror. Voy a ver si he recibido un correo que espero, electrónico, por supuesto; porque del cartero lo único que sé es que llama para que le abra el portal, y que me deja de todo en el buzón menos una carta de las de toda la vida, de esas que esperabas anhelante y contestabas de inmediato; y leo en la pantalla que no puedo recibir mensajes, que compruebe la conexión. Terror. Voy a llamar por teléfono y sólo comunica, compruebo que no me haya equivocado al elegir número, porque ya ni tenemos que marcar. Socorro. A estas alturas ya me he puesto de los nervios, por favor: ni leer las noticias, ni recibir o escribir mensajes, ni mirar las redes ni nada de nada. En el móvil tengo la opción de desconectar la wifi que no me está funcionando, a pesar de que aparece como conectada, y tirar de datos. Así consigo hablar con mi compañía de nuevas tecnologías y de las de toda la vida, tipo teléfono; y me entero de que en Baza hay un fallo y que se ha caído ni sé qué, pero que es una incidencia general y que por fortuna es lunes y seguramente hay ya operarios trabajando. Que me interrumpen la facturación mientras no se resuelva el problema; vamos, que no me van a cobrar por lo que no puedo usar, y que me regalan un bono de 5 gigas para usar en diez días para navegar sin tirar de las que tengo contratadas. Ah, sí, añaden que el plazo máximo para resolver el entuerto es de 72 horas, y que no me preocupe, que como somos muchos los afectados, que seguramente se arreglará mucho antes… Que no me preocupe, dice, pero a estas alturas ya he entrado casi en pánico, por favor. Se me olvida que con la televisión y la radio estaré lo suficientemente enterada de todo lo importante que ocurra aquí y en el último rincón del mundo: total, para lo que pasa, ignorarlo es casi un alivio. No caigo en la cuenta de que no necesito el teléfono fijo para comunicarme con quien quiera; que para eso ya tengo el móvil, que además es prácticamente gratis hables lo que hables y llames donde llames, más allá de la facturación contratada y con las consabidas excepciones. No me acuerdo de que puedo hacer prácticamente de todo por muchos fallos del servidor y de conexión que haya; pero de repente caigo en la cuenta de que el fallo está en nosotros, y en esta sociedad nuestra.

Foto: Lola Fernández

¿Cómo podemos vivir tan dependientes de algo que hace muy pocos años ni existía? Es que nos quedamos sin cobertura para el móvil, o se gasta la batería, y es como si nos pasara lo peor de lo peor. Ya nos encargamos de añadir al bolso baterías externas y cargadores de baterías externas, y no sé cuántos inventos más para que no nos dé un soponcio porque vamos a estar sin móvil un rato. Es que no somos capaces de dejar pasar unos días sin compartir en las redes sociales con extraños, y algún conocido, lo que hacemos o dejamos de hacer; dónde vamos o no vamos; qué bebemos, o comemos, o por dónde y con quién andamos… No estamos bien, de verdad; no sé cómo hemos podido llegar a este punto, pero hemos llegado, y sin excepción (y si las hay, son para confirmar la regla). Estamos tontos, muy tontos, tontísimos; de eso no cabe ninguna duda; y el que sea una tontería general, no nos excusa ni nos salva, sépanlo ustedes. Así que voy a ver si esta avería técnica me ayuda a concienciarme de la avería general en la que me muevo, y ello me sirve para enmendar errores. Que difícil lo veo, en un mundo en el que si no te adaptas a lo que hay, te quedas tan out como mi wifi en estos momentos. Ah, por cierto, espero que puedan leer el artículo en las próximas horas, será señal de que todo vuelve a la normalidad y he podido enviarlo sin problemas por el correo electrónico. Porque esa es otra, sin Internet ya no podemos hacer casi nada: ¡Me pregunto cómo funcionaba antes el mundo, y, si me apuran, el Universo entero!

 

443. Indefensa Naturaleza

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Leo con gran tristeza los destrozos que han hecho o están haciendo en la Sierra de Baza mafias organizadas recogiendo setas de manera inapropiada, y dejando el entorno lleno de basura, amén de contribuyendo a que para años próximos no pueda ejercerse la anual actividad micológica, dado que no se respetan las condiciones para la persistencia y regeneración de las setas. Se habla de que son mayoritariamente rumanos, y claro, asunto peliagudo, porque enseguida te pueden tachar de xenófoba. Vaya por delante que no lo soy, que me encanta la buena gente, sea de donde sea; como rechazo a la mala sin importarme igualmente su procedencia. Leía que habían confiscado en Caniles una tonelada de níscalos procedentes de la Sierra y preparados para su venta. Me parece genial la medida, y aunque sé que el protocolo obliga a su destrucción, eso no me gusta ya nada. Hay gente que pasa hambre, y no es de recibo destruir alimentos de ningún tipo. Puedo comprender que se acabe con los alijos de drogas, por poner un ejemplo, pero esos níscalos… ¿No hubiera sido mejor entregarlos en donde se pudieran compartir con la gente que no tiene para comer si no es yendo a lugares en que se les da gratis la comida? No sé, no tengo mucha idea del tema, pero la simple lógica me hace dudar de que destruir toneladas de setas sea lo correcto, aunque seguro que es lo obligado administrativamente. Pero para eso está la flexibilidad de la inteligencia humana, creo. Y también me pregunto si no es posible prevenir los destrozos que se han causado con estas prácticas ilegales. Una vigilancia adecuada impediría semejante barbaridad, porque no hablamos de una o dos personas, sino de grupos organizados que emplean vehículos y toda una serie de herramientas con las que destrozan el mantillo del suelo y todo lo que alberga. Si sólo se pueden recolectar cinco kilos de setas por persona y día y para el consumo propio, me parece que no es difícil evitar que esa normativa se incumpla de manera tan descarada y chulesca. Claro que para eso hay que invertir en vigilancia. Y no sé siquiera si han invertido lo suficiente para acabar con las plagas que estaban matando a pasos agigantados los pinares de nuestra sufrida Sierra…

Foto: Lola Fernández

Qué indefensos los elementos de nuestra Naturaleza cuando la mano del hombre dice de acabar con ellos sin mayores contemplaciones. No se puede permitir ese maltrato, con después nada más que una multa y confiscación del producto ilegalmente recolectado. Las multas no impiden los destrozos del entorno natural, ni tampoco el enriquecimiento de estas bandas organizadas, que seguramente ven confiscada una mínima parte de lo que nos roban a la Naturaleza y a todos y todas, pues ella nos pertenece. Con lo que ganan es fácil pagar las multas, exactamente igual que ocurre con las empresas que vierten sus desechos a los ríos o al mar, sin cuidar de no contaminar: sí, pagan las sanciones, pero son más económicas que la prevención de la contaminación; y esta hace que se degraden para siempre grandes espacios naturales que pasan, de ser llamados protegidos, a la más indecente desprotección. Y todo ello con la connivencia de la abstracta Administración, que poco hace para cortar de cuajo semejantes prácticas ilegales y destructivas, la mayoría de las veces sin vuelta atrás, definitivas como la muerte que dejan tras de sí. Así que qué quieren que les diga, me parece terrible esta realidad nuestra cotidiana, que no es desconocida, que quienes se ven afectados negativamente por ella están más que hartos de denunciar. Sabemos qué pasa y quién lo hace, y más allá de jurídicas presunciones de inocencia, está la obligación de prevenir que la indefensa Naturaleza sea maltratada y expoliada sin miramientos para con ella ni para con nadie. Así que mejor me voy a pasear un rato por lugares aún respetados y llenos de vida, deseando que no llegue el día en que los más repugnantes intereses económicos acaben con los parajes tan bellos como tenemos la suerte de poder disfrutar en nuestra comarca y sus tierras vecinas.

442. De promesas y mentiras

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Pobres de los hombres y mujeres de Andalucía, con la convocatoria de elecciones para el 2 de diciembre, ay. La que nos espera es para armarse de paciencia, porque nada hay más desesperante que tener que aguantar promesas y más promesas cuando ya sabemos lo que dan de sí los políticos y sus proclamas electorales. Nuestra querida tierra, esta Andalucía tan mal tratada, y con tanta potencialidad desperdiciada, lleva 36 años gobernada sin interrupciones por los socialistas. Algo que, de tratarse de un auténtico socialismo, hubiera sido maravilloso para los andaluces en general. Pero sólo hay que irse a las estadísticas y comprobar que para nada ha sido la maravilla que se suponía cuando tras una dictadura pura y dura se alcanzó la democracia, y además con la izquierda para restituir la justicia social que tanto necesitábamos los ciudadanos andaluces. La verdad es que siento que nos han estafado, y no van a conseguir convencerme de lo contrario por mucho tirar de argumentario electoral. Ojalá la llamada a las urnas sirviera para trabajar en pos de resolver los problemas y dar respuesta a las demandas del pueblo que va a acudir a ellas con un arma tan potente como su voto. Pero no creo que sirva para nada. La dinámica es tan repetitiva y cansina que aburre a cualquiera. Un derroche de gastos para lucimiento del candidato o la candidata de turno, un equipo a su servicio para que la ineptitud quede más o menos disimulada, unos datos específicos de las zonas a visitar, un llamamiento a las bases de los partidos para que estén ahí y no fallen, etcétera. Siempre lo mismo, cada vez todo igual. Y nosotros y nosotras, los votantes, sin lograr cambiar nada ni a nadie. Supongo que porque para conseguir algo, hay que quererlo de verdad, e ir más allá de las conversaciones de pasillo, y de salón, y de barra de bar.

Foto: Lola Fernández

A ver, estamos aquí, por estas tierras nuestras dejadas de la mano de quien ostenta el poder, que sólo se digna a darse una vuelta de vez en cuando por los cortijos afines a su persona; siempre con pensamientos electoralistas, nunca con la pretensión de acabar con nuestros problemas, que los tenemos y son muchos y a veces graves. Tanto como para no lograr remontar el vuelo del progreso económico y dejar de ser una de las zonas más pobres, no ya de la provincia o de la autonomía; no, ya incluso a nivel nacional, que ya es decir. Estamos aquí, pero no nos queda otra que irnos si queremos vivir bien, porque nuestra realidad es mortecina y todo lo que se anuncia es arreglar cosas muertas; cuando se arreglan de verdad, que la mayoría de las veces hasta con decirlo y no hacerlo, basta. Que que se arregle un ruinoso patrimonio sólo pondrá guapas unas calles, pero no va a dar de comer a nadie. Para crear riqueza hay que invertir, y para las inversiones hay que ayudar. De acuerdo que los políticos no son empresarios, menos cuando les interesa, claro; pero si no se ayuda a los que sí lo son, qué empresas de envergadura van a pensar en Baza, por favor. Si estamos pidiendo la vuelta del tren, y se nos olvida que hasta la Autovía del Almanzora está sin concluir después de años, muchos, de retrasos y promesas incumplidas; que, son pura y llanamente, simples mentiras. Miro el cielo cuajado de nubes, en estos días de lluvia, y pienso que es una pena que los nubarrones sean la tónica simbólica que nos ha tocado soportar en nuestra comarca, olvidada e ignorada. Así es muy difícil que podamos sentir la alegría de unos cielos despejados en los que el progreso y el bienestar general sean la tónica y el pan nuestro de cada día… ¡Que ya está bien de promesas y mentiras!

441. Una apuesta por la alegría

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Hay muchos motivos para el llanto; basta con tener algo de sensibilidad, tampoco demasiada, y sentir tristeza por la cantidad de cosas que podrían ser de otra manera, mucho más generadoras de bienestar, que lo contrario. No sé si es que hay quienes pueden vivir en la inopia, al margen de lo que ocurre a nuestro alrededor, más o menos lejano, pero realidad circundante al fin. Porque no me creo que posean la frialdad de no conmoverse con nada; aunque a veces, al menos a veces, una tiene la sensación de que no se puede acarrear encima con todas las penas del mundo, e igual es que más que frialdad los hay que optaron por la alegría. De acuerdo en que hay demasiadas razones para sentir congoja, a veces propia, a veces solidaria. Que si la infancia sufre es muy difícil reír; que si la justicia es injusta, es fácil la rabia; que si unos derrochan mientras otros malviven entre carencias, imposible mantenerse callados. Es verdad, eso y muchísimas cosas más, de ello no hay la menor duda; pero no sé si el llanto, la ira, el grito, y tanta emoción negativa que muy oportunamente sintamos la necesidad de expresar, nos va a servir para algo más que para vivir en un continuo enfado que sólo nos pone tristes y nos regala una insoportable y estéril impotencia. Sentir el dolor ajeno no ha de conllevar el dolor propio, porque entonces nos metemos en un bucle de aflicción perpetua. Se puede hacer lo mismo, sentir igual y no dejarnos arrastrar por el negativo egoísmo de los tiempos que vivimos, con una actitud positiva y con una apuesta por la alegría. Es como impermeabilizarnos y que lo feo y lo malo no nos traspase y nos cale hasta los huesos.

Foto: Lola Fernández

De manera que no hay que sentirse culpable de estar alegre aunque haya quienes sólo sufran. Si nosotros no contribuimos a ese sufrimiento, y además somos sensibles ante él, también tenemos derecho a estar felices, sin la sensación de que estamos cometiendo un pecado. Pecadores los que generan el dolor de los demás sin importarles nada, sólo para vivir mejor ellos. Pero allá cada uno con su propia conciencia, porque no vamos a cumplir penitencias que no nos corresponden. Quiero quedarme con lo bonito de la vida, que es mucho; y además, lo siento por quienes se sientan en sus tronos de opulencia pensándose superiores al resto de los mortales, lo mejor de la existencia suele ser gratis y estar al alcance de cualquiera. Así que me abrazo a lo que la vida me regala y apuesto sin dudarlo un segundo por lo grato y placentero. Quiero sentirme contenta y entusiasmada, abrazarme al alborozo que me traigan los días, y dejarme ser feliz sin sombras. Pretextos para la felicidad nunca faltan si queremos acogernos a ellos y que nos sirvan de refugio contra la desolación. Quiero dichas, contento y risas, y para ello me basta estar despierta y no levantar barreras. Un amanecer bonito, un cielo espectacular, un paseo por el campo, un baño de bosque, el mutar colorido de las hojas en este otoño tan hermoso para los sentidos, la carcajada de los más pequeños, la sonrisa agradecida de los más mayores, la lealtad de mascotas que se sienten queridas y devuelven con creces el cariño que reciben, ver el vuelo de las aves jugando sobre nuestras cabezas, las flores y las plantas que adornan nuestra vida, las palabras de quienes comparten con nosotros eso que llaman amistad, el amor, despertar con la ilusión de hacer cosas y hacerlas, el sol calentando nuestras horas, la noche regalándonos un techo de planetas, satélites y estrellas, etcétera. Rellenen ustedes las casillas de su propia y personal apuesta por la alegría, estoy segura de que hay muchas cosas a las que aferrarse para mandar al destierro desconsuelos y desdichas.

440. Renovar la rebeldía

Por Lola Fernández Burgos

La desobediencia es la virtud original del hombre. Mediante la desobediencia y la rebelión se ha realizado el progreso.

Oscar Wilde

 

Lo que más me gusta de la vida es que el ir cumpliendo años te añade sabiduría vital, de esa que no se aprende en los libros, sino con las experiencias personales, sean positivas, negativas o indiferentes, si es que sabes extraer consecuencias de ellas. Y lo mejor es ir renovando la rebeldía, con o sin causa, pero rebeldía al fin. Nada más mortecino que difuminarse en los contornos de la masa no pensante. Eso que decíamos de adolescentes, que tuvimos que serlo, qué le vamos a hacer, de que no queríamos ser borregos… Pues algunas, y algunos también, sin duda, cumplimos nuestro firme propósito de entonces: el de tener personalidad propia y el de elegir nuestro camino de felicidad personal, no el sendero marcado para que los demás se sientan felices. La de personas que conozco que son desgraciadas por jugar a gustar, en vez de vivir con gusto lo que desean en realidad. La de gente que en vez de sentir, pensar, creer…, juegan a adaptarse a las expectativas ajenas, perdiendo siempre, por supuesto. Y es que la única manera de ganar es optar por nosotros, no por los demás. Sí, es verdad, se escucha mucho eso de a mí no me importa lo que piensan los demás, pero ay, del dicho al hecho hay mucho trecho…

Así que un maravilloso ejercicio es el de renovar los votos de rebeldía, no lo duden ni un instante. No es egoísmo, para nada. Y eso que desde que somos egos, el ser egoístas no es en absoluto algo extraño. Yoísmo, lo llaman así para despreciarlo; pero si no somos nosotros mismos, seremos lo que ni se sabe qué. Una cosa es quedarse en el culto al yo, al ego, algo insufrible y de gente tonta y vanidosa; y otra muy distinta es elegir aceptarnos y tener claro que, en caso de conflicto, resultaremos los vencedores, porque no hay que ser siempre unos perdedores. Por mucho que nos eduquen en la idea de que hay que ser obedientes, desobedecer es algo fascinante. Y hablo de una desobediencia de personas adultas, no de niñas y niños malcriados. Y como decía, se trata de optar por lo personal, cuando surja un dilema ante lo grupal. Porque si no hay distorsión, pues como que todo irá de maravilla y sin problemas. Si no hay oposición de intereses, si no se dan posturas enfrentadas, entonces mejor que mejor, porque no hay que elegir. El quid de la cuestión aparece cuando queremos hacer algo y hay un choque entre el quiero y el debo. Que ya está bien de obligaciones, de deberes, de imposiciones, de compromisos. No me da la gana de hacer lo que no quiero, sólo porque se supone que es lo que debo hacer. ¿Rebeldía? Pues llamémoslo equis. Me voy a los sinónimos y aparecen: desobediencia, indisciplina, contumacia, obstinación, indocilidad, indomabilidad, levantamiento, pronunciamiento, revolución, sublevación e insurrección. Madre mía, ni una sola palabra con matiz positivo. Pero es que en los antónimos aparecen acatamiento y sumisión. ¿En qué quedamos? Porque entre ser sumisa o ser rebelde, lo tengo tan claro… Lo siento por los señores, muchos, y las señoras, poquísimas, académicas de la lengua española, pero ser rebelde puede ser lo más positivo de nuestra personalidad. Pero claro, para serlo, e incluso para entenderlo, hay que tener eso mismo: personalidad.

439. Es sólo instinto maternal

Por Lola Fernández Burgos

Nos están matando. A las mujeres nos están matando. A puñetazos y patadas, a golpes asesinos, a cuchilladas…, de todas las formas posibles que existen para matar; para arrebatar una vida por vivir, sin más motivo que porque sí, y porque no pasa nada, lo estamos viendo, no pasa nada de nada. Antes decían que es que no se denunciaban los malos tratos para evitar que acabaran en muerte, y ahora resulta que da exactamente igual que se denuncien, porque nadie hace lo más mínimo para que la estadística de asesinatos machistas deje de crecer y crecer y crecer. Las pobres mujeres maltratadas piden auxilio a la Policía, a la Guardia Civil, en los Juzgados, en los Centros de Mujeres (esos que se financian con nuestros dineros para ayudar a las mujeres) …, y nadie impide que acaben muertas a manos de esos hombres que no son tal y que les tocó en una vida que se les transformó en infierno. Lo peor de la estadística, no se nos olvide, es que detrás de cada frío dato hay una tragedia, no ya sólo personal, sino familiar. Con cada mujer asesinada muere de dolor en vida toda su familia, que llora desesperada sin comprender por qué el sistema no les ayudó para que no tenga que enterrar a personas completamente inocentes y desamparadas.

Nos están matando, y están matando a nuestros hijos e hijas, sólo con la intención de hacer aún más daño. Porque a una madre se le incrementa el terror del maltrato cuando se le toca a los hijos. Lo llevamos viendo desde hace mucho: los cobardes, que tienen la osadía de creerse hombres, cuando no pueden llegar a “sus” mujeres, que es que piensan que les pertenecen y por ello pueden hacer con ellas lo que les plazca, atacan directamente a los niños y niñas que llevan la desgracia de padecer el insoportable ambiente de maltrato en sus casas desde el nacimiento. Los atacan hasta la muerte, sin más, sin titubeos, como quien se bebe un vaso de agua; total, están hartos de infringir dolor, un paso más no les debe de parecer demasiado. Los hay que después se quitan de en medio, tan valientes como siempre; que es que nunca entenderemos por qué, si van a quitarse la vida, han de hacerlo llevándose antes por delante a seres inocentes que sólo tuvieron la desgracia de toparse con semejantes repugnantes asesinos. Y los hay también que se quedan tranquilos esperando que la Justicia sea tan benévola como lo es ante su historial de maltrato continuado. No sé cómo pueden dormir tranquilos los Jueces y las Juezas que toman decisiones que después acarrean muertes de inocentes que ellos podrían haber evitado decidiendo a favor de las víctimas y no de los verdugos, como ocurre un día sí y el otro también.

Todos y todas deberíamos ser Juana Rivas, la granadina que no quiso darle a los hijos a un exmarido maltratador. Conocemos perfectamente el caso, y sabemos que se le ha atacado judicialmente a ella, en lugar de protegerla. Sabemos que se ha hablado de secuestro, de mala madre que les roba a los hijos el derecho de disfrutar de su padre, y demás cosas alucinantes como se han dicho y defendido; y no sólo por hombres, también por mujeres, y, lo que es aún más increíble, por madres. A nadie le ha importado que los hijos se queden sin su madre, que se les haya entregado a alguien que se ajusta al perfil, ya lo vemos, no es paranoico pensarlo, de un posible asesino para atacar a una madre que escapa del maltratador. Se ha defendido al castigador, no a la víctima del castigo; es más, se ha hecho de esta la culpable y hay una sentencia de años de cárcel sin poder ver a sus hijos. No, no estamos bien, esta sociedad está enferma cuando bautiza el instinto maternal como secuestro, como delito que hay que perseguir y atajar. Después de qué sirven los minutos de silencio, si ni aunque fueran horas podrían tapar la vergüenza de un sistema machista y patriarcal, que sólo defiende a los hombres y que se olvida de las mujeres. Pero esto no puede seguir así, porque nos están matando, y están matando a nuestros hijos e hijas; y no es un delito tratar de preservar su vida, es sólo instinto maternal.

438. Malos tiempos para la libertad

Por Lola Fernández Burgos

En los mismos ríos entramos y no entramos, (pues) somos y no somos (los mismos).

Heráclito de Éfeso

Foto: Lola Fernández

Llega el otoño con su cálida belleza mutante, y la frivolidad estival se torna emoción. No puedo encontrar una estación en la que nos hallemos más expectantes, pues se diría que los días se suceden jugando a ver cómo sorprendernos, que a estas alturas de vida, con tantos ciclos habiendo pasado por nuestras edades, parecería casi imposible. Pero no, el otoño es el tiempo de la renovación por excelencia, y para renovarse hay que cambiar, pues sería vano intento pretender hacerlo tirando de lastres caducos, que sólo son pesos muertos. Hay que vestirse de personas nuevas, y para ello nada mejor que desnudarse de todo lo viejo, a todos los niveles y en todos los sentidos. Y hablando de sentidos, ay, el otoño es un alucinante carrusel de deslumbrantes estímulos, y séame permitida la exageración, más allá de por ser andaluza, por sentirme viva y enamorada de la vida y de una naturaleza imposible de describir cuando llegan estos meses. Lo han intentado los hombres y las mujeres poetas; también, los amantes del pensamiento y de profundizar en busca de respuestas ante las incógnitas vitales; cualquier ser humano con un mínimo de sensibilidad ha sentido que el latido otoñal es absolutamente especial, todo un tránsito hacia los meses más duros. Así que vivamos el otoño deleitándonos en él, que ya llegará el invierno con su castigo de días menguantes hasta lo insoportable.

Y en medio de tal vorágine de la Naturaleza, el hastío de la actualidad, viviendo un mortecino tiempo de aburrimiento fatídico y funesto; pues es una grandísima pena, pero soportamos malos tiempos para la libertad. Puede que antes, en España, hubiéramos atravesado por etapas semejantes en los aspectos negativos que tiñen la realidad nuestra de cada día… pero estoy segura de que nunca como hoy hemos sido tan conscientes de la falta de ilusión; o, directamente, de la sensación de desengaño, o de engaño, o de estafa social como en estos momentos. Hay como una capa de falso brillo que matiza los acontecimientos; como queriéndonos vender alegría donde sólo hay una profunda tristeza. Estamos atravesando momentos que jamás imaginé tan feos y desagradables, de soterrados odios, de enfrentamientos casi imposible de enmascarar. No sé si alguien estará contento, pero el descontento es tan general, que es poco menos que unánime. Hablas con la gente y se encuentra como esperando no se sabe qué, pero sin ilusión; como dándose por vencida en una lucha en la que nunca entró, pero en la que está, y además derrotada. La verdad es que pocas veces viví peores tiempos para las ganas de conseguir logros a partir del trabajo personal. Como si se tuviera la sensación de que el esfuerzo no merece la pena, porque no va a llevar a los objetivos que persigue. Un tiempo de brazos caídos, de saber que hay demasiadas trampas para las personas honradas, cuando la senda para los deshonestos es un camino de rosas, y además sin espinas. No sé, tal vez lo mejor será entender el momento como se vive la estación otoñal, un tiempo para la mudanza y la  metamorfosis más profunda, y aprovecharlo para renovarnos en las cosas positivas que se quedaron atrás. No todo lo que vamos abandonando es siempre una pérdida; a veces ocurre todo lo contrario, y al final resulta que el balance es positivo y lo que creíamos que se malograba, no era sino una oportunidad para encontrar lo verdaderamente importante.

437. Y llega el verano

Foto: Lola Fernández

Por Lola Fernández Burgos

Como quien no quiere la cosa, cuando en otros años ya hace meses que nos quejamos de los calores, hete aquí que, en apenas unos días, el clima, casi infernal, nos avisa de que, finalmente, llega el verano. Ay, ya se sabe que la cosa es quejarnos, si hace frío, por el frío; y si calor, por el calor. Y eso que dicen los que entienden, que quejarse es nocivo para la salud; pero ni caso, que en eso, y en tantos otros asuntos, invariablemente, nos importa poco lo que digan los entendidos. La cosa es que sin darnos respiro, el aire es insufrible, y no se ha terminado de ir la primavera, cuando ya desesperamos por unas temperaturas que no han ido ascendiendo progresivamente, sino que se han lanzado a nuestra yugular como vampiros hambrientos, dejándonos exhaustos y buscando sombras que no logran aliviarnos. Claro que las quejas por las temperaturas son peccata minuta frente a las lamentaciones por la impresentable imagen de la vieja Europa, de quienes creíamos vivir en un paraíso de progreso y solidaridad para con los más necesitados, y de repente descubrimos que sólo es un continente xenófobo que multiplica sus invisibles fronteras frente a quien llama desesperado a sus puertas. A Europa le importa poco si los refugiados sin refugio se mueren una vez han logrado escapar del infierno de sus países de procedencia: mientras no entren en sus tierras, que hagan lo que quieran; ya sea engrosar el número de muertos en esa fosa común marina que es el Mediterráneo, ya sea vagar de puerto en puerto hasta que alguien se apiade de ellos y permita que dejen atrás el éxodo de su abandono.

Por esta vez ha sido España la que ha dado la talla de nación civilizada, permitiendo que después de ocho días de travesía y siendo rechazados en Italia y Malta, los más de seiscientos migrantes en aguas mediterráneas hayan podido entrar en nuestro país y recibir el trato humanitario que se merecen. Niños, mujeres embarazadas, menores solos, hombres y mujeres, todos ellos son supervivientes de una huida en la que se juegan la vida, y del drama de no ser aceptados en lo que ellos suponían un paraíso y pronto descubren que es otro infierno, distinto del que huyen, pero infierno al fin. La vetusta Europa, anquilosada y decrépita, sin la capacidad de reacción que se precisa para adaptarse a las nuevas realidades de los tiempos modernos; anticuada y rancia, carente de generosidad y apoyo, lejos de los valores que se le presupone al conjunto de unos países de progreso y defensa de una sociedad humanitaria y sensible con los problemas de los semejantes, por muy de lejos que vengan. Pero mientras este grupo de personas abandonadas a su mala suerte acaparan la atención de los medios de comunicación, en nuestra tierra andaluza el drama se reproduce a diario, y más cuando se acaba el tiempo de las inclemencias adversas. No pasa un día sin que en el Mar de Alborán o en el Estrecho de Gibraltar lleguen a cientos, que suman miles, los que huyen sin importar

Foto: Lola Fernández

les dejarse la vida en el intento. Sin contar el reguero de muertos que van incrementando la cifra total de una tragedia a la que no puede dar solución un solo país sin el concierto del resto que conforman eso que llaman la Unión Europea. Porque si esta quiere ser realmente una organización internacional y una comunidad política de derecho y progreso, habrá de empezar a buscar soluciones para los nuevos problemas de nuestro mundo, que para nada son los de su constitución, y que desde luego van mucho más allá de asuntos monetarios y trasnochadas políticas de confederación. No se pueden cerrar los ojos, ni las puertas, a los problemas reales del presente, por mucho que se pretenda vivir anclado a un cómodo pasado que se ha quedado tan añejo como la vieja Europa. Y en esto que llega el verano y parece que todo es más fácil, cuando quizás sea todo lo contrario.

NOTA: Y desde luego, lo que ocurre con la llegada del verano, y que conocen quienes me leen, es que descanso hasta que pasa nuestra Feria y entra el otoño. ¡Felices meses veraniegos!

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